miércoles, 6 de enero de 2016

Santa Rafaela María del Sacre Cuore - San Juan de Ribera - Santos Julián y Basilisa de Antinoe 06012016

Santa Rafaela María del Sacre Cuore

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 Santa Rafaela María del Sagrado Corazón, virgen y fundadora

En Roma, santa Rafaela María del Sagrado Corazón Porras Ayllón, virgen, fundadora de la Congregación de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús; considerada como enferma mental, pasó santamente los últimos años de su vida entre tribulaciones y penitencia.

«De esta fundadora de las Esclavas del Sagrado Corazón, Pío XII dijo que fue una mártir en la sombra. Compartió el mismo ideal con su hermana, aunque dentro de la orden tuvo que vivir también la separación de ella que le fue impuesta»

 En esta festividad de la Epifanía del Señor, la Iglesia celebra la vida de Rafaela María del Rosario Francisca Rudesinda Porras y Ayllón. Nació en Pedro Abad, (Córdoba, España) el 1 de marzo de 1850 en una familia de alta posición social. Fueron trece hermanos, once varones, su hermana Dolores y ella. A los 4 años perdió a su padre. El 25 de marzo de 1865, a los 15 años, en la parroquia de san Juan de los Caballeros hizo voto de castidad perpetua. Quizá no tenía claro lo que iba a ser de su vida, pero apuntaba claramente a la consagración. Todo eso se concretó muy pronto cuando en 1869, alrededor de sus 19 años, pasó por el nuevo y duro trance de ver morir a su madre hallándose sola junto a ella: «Prometí al Señor no poner jamás mi afecto en criatura alguna». Después, las dos hermanas, que compartían similares ideales, acrecentaron su piedad y las obras de caridad.


Una vez que se casaron dos de sus hermanos, y tras la prematura muerte de otro en 1872, pensaron dar un giro a su vida haciéndose carmelitas en su ciudad natal. En 1873 seguían las directrices del sacerdote, D. José María Ibarra. Y en 1874, asesoradas por él, ambas hermanas convivieron junto a las clarisas de Córdoba pasando por una fecunda etapa de reflexión. Entonces conocieron al buen sacerdote, D. José Antonio Ortiz Urruela, que fue decisivo en sus vidas. Siguiendo su consejo, en 1875 se pusieron en contacto con la Sociedad de María Reparadora como postulantes. Al tomar el hábito eligieron el nombre: Rafaela, el de María del Sagrado Corazón, y Dolores, el de María del Pilar.

En 1876 la Sociedad se trasladó a Sevilla, y las dos hermanas permanecieron en Córdoba con otras novicias, bajo el amparo del obispo, fray Ceferino González. Éste las apoyó para que en diciembre de ese mismo año pusieran en marcha el Instituto de Adoradoras del Santísimo Sacramento e Hijas de María Inmaculada. Después diría: «Yo no quiero ser Fundadora», pero no hubo marcha atrás, e incluso fue elegida Superiora. La comunidad vivía en conformidad con las Reglas de san Ignacio. Pero en un momento dado, les avisaron de que el prelado quería intervenir en su forma de vida, y determinaron salir de noche catorce novicias, junto a Rafaela María, camino de Andujar. En Córdoba permanecía Dolores para notificar el hecho. En Andújar se alojaron en el Hospital de las Hijas de la Caridad. La santa decía: «Yo me encuentro con valor y fuerzas muy grandes, porque tengo puesta mi confianza en el Señor, en que nos ayudará siempre porque no deseamos más que su honra y su gloria».

De Andújar se trasladaron a Madrid, abriendo otra casa en el barrio de Chamberí. Al morir D. José Antonio, recibieron la ayuda del jesuita, P. Cotanilla, y del obispo auxiliar Sancha. En 1877 el cardenal Moreno les concedió la aprobación diocesana y diez años más tarde, el papa León XIII aprobó la Congregación con el nombre de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Su deseo era que todas se vinculasen al ardiente anhelo de su corazón: «Que todos lo conozcan y lo amen». Ella seguía su camino de oblación, sabedora de que era la única vía para unirse a Dios. Así lo consignaba en sus ejercicios espirituales. Y Dios la escuchó. En 1892 tenía 43 años y aún le quedaban 32 más de vida cuando abatió sobre ella la «noche oscura». Estaban en un momento fecundo para el Instituto, y en medio de él brotaron las malas hierbas de la desconfianza y la incomprensión, una «aniquilación progresiva y de martirio en la sombra»,como dijo Pío XII.

Ante las graves dificultades de gobierno, renunció al generalato en Roma a favor de su hermana Dolores, y quedó relegada por completo al olvido, realizando duros trabajos y sufriendo constantes humillaciones, mientras se inmolaba con la vivencia heroica de la humildad y el perdón. En su soledad y silencio renovaba su espíritu de reparación por los pecados del mundo, pensando únicamente en la gloria de Dios. Así se abrazó a la cruz.«En el no hacer está mi mayor martirio. Dios me pide ser santa. Yo no puedo dejar de serlo sin despreciar Su santo querer. Si logro ser santa, hago más por la Congregación, por las hermanas y por el prójimo, que si estuviese empleada en los oficios de mayor celo. Mi espíritu gime, pero vale más agradar a Jesús gimiendo que riendo […]. El gozo será en la otra vida. Jesús me ama mucho y esto me debe alentar siempre».

Dios le otorgaba dones extraordinarios. Solo pudo salir de la casa de Roma para ir a Loreto, a Asís y a España, donde no le fue permitido visitar a su hermana en Valladolid, ciudad en la que se hallaba retirada también del gobierno de la Congregación. Su consuelo era rezar de rodillas durante horas ante el Santísimo Sacramento al punto de quedar afectadas por una grave lesión. Murió el 6 de enero de 1925 (Año Santo). Pío XII la beatificó el 18 de mayo de 1952, y Pablo VI la canonizó el 23 de enero de 1977.


San Juan de Ribera

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San Juan de Ribera, obispo
En la ciudad de Valencia, en España, san Juan de Ribera, obispo, que ejerció también las funciones de virrey. Fue muy devoto de la Santísima Eucaristía, defendió la verdad católica y educó al pueblo con sus sólidas enseñanzas.
Pedro de Ribera, el padre de don Juan, fue uno de los más encumbrados grandes de España. Cuando fue elevado a duque de Alcalá, poseía ya otros muchos títulos y cargos de importancia. Durante catorce años fue virrey de Nápoles, pero sobre todo, fue un excelente y devoto cristiano. Gracias a ello, su hijo recibió una educación esmerada. La Divina Providencia parece haberse empeñado en proteger su virtud de todos los peligros, durante sus brillantes estudios en la Universidad de Salamanca. Cayendo en la cuenta de los riesgos a los que se hallaba expuesto, el santo se entregó a la penitencia y a la oración, cuando se preparaba a recibir las órdenes sagradas. En 1557, a los veinticinco años de edad, don Juan fue ordenado sacerdote. Después de unos años de impartir la enseñanza de la teología en Salamanca, fue nombrado por san Pío V, muy contra su voluntad, obispo de Salamanca, en 1562. Cumplió con gran celo y escrupulosa fidelidad sus deberes de obispo y, seis años más tarde, por voluntad de Felipe II y del mismo Sumo Pontífice, fue promovido a la dignidad de arzobispo de Valencia. Pocos meses después, desalentado por la falta de fe y las costumbres relajadas de su provincia, que era el principal reducto de los moros, escribió al Papa rogándole que aceptara su renuncia, pero el Pontífice se rehusó. Durante cuarenta y dos años, hasta su muerte, acontecida en 1611, se esforzó por soportar gozosamente el peso de una responsabilidad que le abrumaba. En sus últimos años el peso aumentó todavía más con el cargo de virrey de Valencia, que le impuso Felipe III.

El arzobispo veía con gran alarma las peligrosas actividades de los moros y judíos, cuya prosperidad material envidiaban todos. Debido a la universal ignorancia de los principios de economía política que reinaba en aquella época, Ribera consideraba a los moros como «esponjas que absorbían toda la riqueza de los cristianos». Hay que hacer notar, sin embargo, que en esto no hacía sino compartir la opinión de la época, profesada igualmente por un hombre de la talla intelectual de Cervantes. En todo caso, está fuera de duda que san Juan de Ribera fue uno de los consejeros responsables del edicto de 1609, que desterró de Valencia a los moros. Recordemos por nuestra parte, que el decreto de beatificación versa únicamente sobre las virtudes y milagros del siervo de Dios, y que no constituye una aprobación de sus actos públicos, ni de sus opiniones políticas. El arzobispo murió poco después de la tragedia de la deportación. Recluido en el colegio de Corpus Christi, que él había fundado y dotado, terminó sus días el 6 de febrero de 1611, tras una larga enfermedad soportada con gran paciencia. A su intercesión se atribuyen muchos milagros. Fue beatificado en 1796 y canonizado por S.S. Juan XXIII el 12 de junio de 1960.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI





Oh Señor, que has hecho admirable a san Juan de Ribera, obispo y confesor, por su celo pastoral y por su amor al Divino Sacramento de tu Cuerpo y de tu Sangre; te rogamos que por su intercesión seamos siempre partícipes de los frutos de tu redención. Tú que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.



San Julián de Antinoe

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Santos Julián y Basilisa, mártires
En Antinoe, de la Tebaida, santos Julián y Basilisa, mártires.
Según las actas de estos santos y los antiguos martirologios, Julián y Basilisa, que eran esposos, vivieron por mutuo consentimiento en perpetua castidad, se santificaron mediante la práctica de la vida ascética y emplearon sus rentas en socorrer a los pobres y a los enfermos. Con este motivo convirtieron su propia casa en hospital, donde en ciertas ocasiones encontraba refugio cerca de un millar de menesterosos, si hemos de creer a sus actas.

Basilisa se ocupaba de las mujeres y Julián de los hombres. La caridad de Julián era tan grande, que la posteridad le confundiría frecuentemente con el legendario san Julián el Hospitalario. Vivían en Egipto, que ya para entonces había empezado a ofrecer abundantes ejemplos de personas que se entregaban a la caridad, a la penitencia y a la contemplación, así en los desiertos, como en las ciudades. Basilisa murió en la paz del Señor, después de haber sido muy perseguida. Julián le sobrevivió muchos años y mereció la corona de un glorioso martirio, junto con un joven llamado Celso, un sacerdote llamado Anastasio y Marcianila, la madre de Celso.

Las actas de estos mártires son simples relatos fantásticos, llenos de contradicciones. Ver Acta Sanctorum, 9 de enero. La existencia histórica de san Julián y santa Basilisa es muy dudosa.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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