En la región de Sirmio, en Panonia, pasión de san Ireneo, obispo y mártir, que en tiempo del emperador Maximiano, y bajo el prefecto Probo, fue primero atormentado, después encarcelado y finalmente decapitado.
En Constantinopla, san Eutiquio, obispo, que presidió el II Concilio Ecuménico Constantinopolitano, en el que defendió enérgicamente la fe ortodoxa y, tras padecer un largo exilio, con su muerte profesó la resurrección de la carne.
En Roma, santa Gala, hija del cónsul Símaco, la cual, al fallecer su cónyuge, vivió cerca de la iglesia de San Pedro durante muchos años, entregada a la oración, a las limosnas, a los ayunos y a otras obras santas, y cuyo felicísimo tránsito fue descrito por el papa san Gregorio Magno.
En Troyes, en Neustria, san Winebaldo, abad del monasterio de San Lupo, preclaro por su austeridad.
En la misma ciudad de Troyes, san Prudencio, obispo, que para quienes tenían que viajar preparó un compendio del Salterio, recogió de las Sagradas Escrituras los preceptos para los candidatos al sacerdocio y restauró la disciplina monástica.
En Velehrad, lugar de Moravia, nacimiento para el cielo de san Metodio, obispo, junto con su hermano san Cirilo, cuya memoria se celebra el día catorce de febrero.
En el monasterio de San Gallo, en la región de Suabia, beato Notkero Bálbulo, monje, que pasó casi toda la vida en este cenobio componiendo numerosas secuencias. Grácil de cuerpo pero no de ánimo, tartamudo de voz pero no de espíritu, fue firme en todo lo divino, paciente en lo adverso, manso para con todos, diligente en la oración, en la lectura, en la meditación y en la escritura.
En el monasterio de San Elías de Aulina, cerca de Palmi, en Calabria, san Filarete, monje, célebre por su vida entregada a la oración.
En la isla de Eskyll, cerca de Roskilde, en Dinamarca, san Guillermo, abad, que pasó de un cenobio de canónigos regulares de París a Dinamarca, instaurando la disciplina regular en medio de grandes dificultades, y al amanecer del domingo de Pascua partió de esta vida.
En Milán, de Lombardía, pasión de san Pedro de Verona, presbítero de la Orden de Predicadores y mártir, el cual, nacido de padres seguidores del maniqueísmo, todavía niño abrazó la fe católica y, siendo aún adolescente, recibió del mismo santo Domingo el hábito. Dedicado a combatir la herejía, de camino hacia Como cayó víctima de los enemigos, proclamando hasta en el último momento el símbolo de la fe.
En el monasterio de Santa María, en el Sacro Monte cerca de Varesse, en Lombardía, beata Catalina de Pallanza, virgen, que, junto con varias compañeras, llevó vida eremítica bajo la Regla de san Agustín.
En la ciudad de Vinh Tri, en Tonquín, san Pablo Lè Bao Tinh, presbítero y mártir, que, aún clérigo, permaneció largo tiempo en la cárcel, y luego, ordenado sacerdote, dirigió el seminario, confeccionó un libro de homilías y un compendio de doctrina cristiana. Finalmente, encarcelado de nuevo, en tiempo del emperador Tu Duc fue condenado a la decapitación.
En Verona, en Italia, beato Ceferino Agostini, presbítero, que se dedicó al ministerio de la predicación, a la catequesis y a la instrucción cristiana, y trabajó para ayudar a la juventud, a los pobres y a los enfermos. Instituyó la Pía Unión de la Nuevas Ursulinas Hijas de Santa María Inmaculada.
En Turín, igualmente de Italia, beato Miguel Rua, presbítero, propagador eximio de la Sociedad de San Francisco de Sales.
En la localidad de Fiobbio di Albino, cerca de Bérgamo, nuevamente en Italia, beata Petrina Morosini, virgen y mártir, que a los veintiséis años, cuando regresaba a casa desde su trabajo, por defender frente a un joven la virginidad que había prometido a Dios, fue herida de muerte en la cabeza.
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