Memoria de san Felipe Neri, presbítero, que, consagrándose a la labor de salvar a los jóvenes del maligno, fundó el Oratorio en Roma, en el cual se practicaban constantemente las lecturas espirituales, el canto y las obras de caridad. Resplandeció por el amor al prójimo, la sencillez evangélica, su espíritu de alegría, el sumo celo y el servicio ferviente a Dios.
También en Roma, san Eleuterio, papa, a quien los famosos mártires de Lyon, en aquel tiempo prisioneros, escribieron una célebre carta sobre el mantenimiento de la paz en la Iglesia.
También en Roma, en el cementerio de Priscila, en la vía Salaria Nueva, san Simetrio, mártir.
En Todi, de la Umbría, santa Felicísima, mártir.
En el territorio de Auxerre, en la Galia, martirio de san Prisco y sus compañeros.
En Canterbury, en Inglaterra, sepultura de san Agustín, obispo, cuya memoria se celebra mañana.
En el territorio de Lyon, en la Galia, martirio de san Desiderio, obispo de Vienne, que primero fue enviado al exilio por la reina Brunequilda, a la que había recriminado sus relaciones incestuosas y otras depravaciones, y más tarde coronado con el martirio por lapidación, por mandato de la misma reina.
En el monasterio de Saint-Papoul, en la Galia, san Berengario, monje.
En Vence, de la Provenza, san Lamberto, obispo, antes monje de Lérins, que cuidó de los necesitados y fue amante de la pobreza.
En Siena, de la Toscana, beato Francisco Patrizi, presbítero de la Orden de los Siervos de María, que con admirable celo se entregó a la predicación, a la dirección espiritual y al ministerio de la penitencia.
En Pistoya, de la Toscana, beato Andrés Franchi, obispo, quien, después de la peste negra, como prior de la Orden de Predicadores reformó la vida regular en los conventos de esta región, y aprobó en su ciudad las cofradías de penitentes para favorecer la paz y la misericordia.
En Quito, en Ecuador, santa Mariana de Jesús de Paredes, virgen, que en la Tercera Orden Regular de San Francisco consagró su vida a Cristo, empleando sus energías en ayudar a los indígenas pobres y a los negros.
En Fuzhou, en la provincia china de Fujián, san Pedro Sans i Jordá, obispo de la Orden de Predicadores y mártir, el cual, detenido junto con otros sacerdotes y llevado preso hasta el tribunal a través de un largo recorrido, se arrodilló en el lugar del suplicio y, terminada su oración, ofreció de buen grado su cuello al hacha.
En Seúl, ciudad de Corea, san José Chang Song-jib, mártir, farmacéutico de oficio, que, arrestado por haberse convertido al cristianismo, fue llevado a la cárcel, donde murió sometido a atroces tormentos.
En la ciudad de Dong Hoi, en Annam, santos mártires Juan Doan Trinh Hoan, presbítero, y Mateo Nguyen Van Phuong, padre de familia y catequista. Este último hospedaba a su compañero sacerdote, y ambos fueron a la vez torturados y decapitados cruelmente por su fe, en tiempo del emperador Tu Duc.
En el lugar de Munyonyo, en Uganda, san Andrés Kaggwa, mártir, jefe de los timbaleros del rey Mwanga y familiar suyo, que, apenas convertido a Cristo, enseñó la doctrina del Evangelio a los paganos y a los catecúmenos, por lo cual fue cruelmente asesinado.
En la aldea de Ttaka Jiunge, también en Uganda, san Ponciano Ngondwe, mártir, que, ministro del rey, recibió el bautismo cuando arreciaba la persecución y, encarcelado de inmediato, pereció traspasado con una lanza por el verdugo mientras era conducido al lugar del suplicio.
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