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Cuarenta días después de la resurrección, Jesús fue llevado al cielo ante sus discípulos, para sentarse a la diestra del Padre | |
La Ascensión de Nuestro Señor Jesús al Cielo, que ocurrió 40 días después de que Jesucristo resucitó de entre los muertos en la Pascua, es el acto final de nuestra redención que Cristo comenzó el Viernes Santo. En este día, el Cristo resucitado, a la vista de Sus apóstoles, ascendió corporalmente al Cielo (Lucas 24,51, Marcos 16,19, Hechos 1,9-11)
Fecha: VII Domingo de PascuaMartirologio romano: Solemnidad de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, en la que, cuarenta días después de la resurrección, Jesús fue llevado al cielo ante sus discípulos, para sentarse a la diestra del Padre, hasta que nuevamente, vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos.Solemnidad de la Ascensión del SeñorLa Ascensión corporal de Cristo prefigura nuestra entrada al cielo, no simplemente como almas después de nuestra muerte, sino como cuerpos glorificados, después de la resurrección en el Juicio Final. En la humanidad redentora, Cristo no sólo ofreció la salvación a nuestras almas sino que comenzó la restauración del mundo material mismo a la gloria que Dios quiso antes de la caída de Adán.
"Lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista" (Hechos 1,1-1)
"Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas" (Salmos 46,2-3.6-7.8-9)
"…Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos" (Efesios 1,17-23)
"Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios" (Marcos 16,15-26)
Jesús subió al lugar de donde no se había ido. ¿Cuándo había dejado de estar a la derecha de Dios Padre, a su lado, cara a cara con Él?Entonces, ¿para qué este trayecto? La carne tiene el mismo peso que la tierra y cuando el Hijo de Dios eterno tomó la carne humana, tomó también su peso. Apareció una novedad inaudita: lo celeste y lo terreno convivían en comunión en la persona de Jesucristo, no por una originalidad ocurrente, sino con una misión: que toda carne recibiera altura de cielo; es decir que toda persona humana y con ella toda la creación se hiciera de Dios y recibiera inmortalidad y gloria eternas. Para ello este recorrido: del cielo a la tierra y de la tierra al cielo, sin que haya jamás dejado de estar en el cielo y nunca se vaya ausentar de la tierra. La fiesta de la Ascensión del Señor celebra que la humanidad resucitada del Hijo, tras cuarenta días en la tierra con sus discípulos, llega a su gloria, culminando su misión junto al Padre. Llega al lugar para el que había sido creada la humanidad del Hijo, por medio de la cual ha sido creado todo. Y todo lo creado ha de ser llevado hasta donde está el Hijo para arrimarse, por Él, a Dios Padre. La Ascensión del Señor permite dos cosas:
1.- Que los discípulos de Jesús asuman sus responsabilidades desde el conocimiento y la vivencia de todo lo que el Maestro ha revelado sobre el Padre. La presencia de Jesús aún entre nosotros como tras su resurrección habría interrumpido la asunción de nuestra misión y tareas.
2.- En segundo lugar que Él prepara el sitio hacia el que los hijos de Dios avanzamos. Está donde tendremos que estar nosotros y desde allí tira de nosotros para que progresemos y consuma en nosotros aquello para lo que nos hizo Dios: participar de su gloria.
Esta ascensión no es una despreocupación de la tierra; al contrario, que se eleve Jesucristo a las alturas es el ejercicio necesario para que ascienda todo un poco con Él y trabajar allí para que finalmente todo sea elevación, sin que pierda el peso de lo creado.El pasaje del evangelio de san Marcos que narra este acontecimiento se inicia con un mandato de Jesús que hace alusión precisamente a ese trayecto hacia el cielo: “Id”. La buena noticia ha de ir sostenida por los pies de los discípulos de Señor. Solo quien haya tenido experiencia de Cristo resucitado está acreditado a ser pies y vocero de esta alegría del “Dios con nosotros”. Sobre pies humanos se camina a paso humano, pero aligerado y robustecido por el Espíritu Santo. No para que llegue a muchos ni para muchísimos, sino a “toda la creación”. Tenemos que caminar en todas las direcciones, y cada uno sobre la parcela que Dios le pide hollar, sin frustración por llegar a poco, sin pereza para no andar lo que se exige. A fin de cuentas los pasos humanos avanzan a impulsos de tramos pequeños, pero son pies ungidos por Dios para la misión donde ya está Él presente. Y les envía cuando en los versículos precedentes (no aparecen en el fragmento de hoy) les ha reprochado su falta de fe por no creer en los testigos de su resurrección. Por una parte nos avisa de lo importante que es creer a quienes testimonian a Jesús resucitado y a no dar crédito a los que dicen haberlo visto muerto en el sepulcro. Por otra parte, a pesar de esta incredulidad, se fía de estos “Once” hasta el punto que les encomienda la misión tan importante de continuar con su labor para dar a conocer el amor misericordioso de Dios y su justicia, para que conociéndolo crean en Él y se salven. Habla también de unos signos que acompañarán a los que crean que hacen referencia a la facilitación de la misión por el Espíritu (expulsar demonios en nombre de Jesús y hablar lenguas nuevas), una especial protección y la capacitación para la salud. Sube al cielo, a la derecha de Dios Padre, y no deja a sus discípulos solitarios. Desde allí estará tirando de los suyos y del mundo para que progresen en ascenso, cooperando para confirmar la palabra “con las señales que los acompañan”, y enviando el Espíritu Santo, que será el compañero imprescindible para dar acometer esta misión y dar fruto. |
domingo, 28 de mayo de 2017
Solemnidad de la Ascensión del Señor Jesús al Cielo 28052017
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