En Antioquía de Siria, san Hesiquio Palatino, mártir, que en la persecución bajo el emperador Diocleciano, al escuchar la orden de que quien no sacrificase a los ídolos debía abandonar el ejército, se despojó inmediatamente de las armas, y por este motivo fue arrojado al río Orontes con una gran piedra atada a su brazo derecho.
En Tréveris, en la Galia Bélgica, san Maximino, obispo, que, como valiente defensor de la integridad de la fe frente a los arrianos, acogió fraternalmente a san Atanasio de Alejandría y a otros obispos desterrados, y al ser expulsado de su sede por sus enemigos, murió en Poitiers, su tierra natal.
En Val de Non, en el territorio de Trento, santos mártires Sisinio, diácono, Martirio, lector, y Alejandro, ostiario, capadocios de origen, que tras fundar una iglesia en aquella región e introducir el uso de los cantos de alabanza al Señor, fueron asesinados por algunos paganos que estaban ofreciendo sacrificios lustrales.
En Ravena, de la Flaminia, san Exuperancio, obispo, que gobernó prudentemente esta Iglesia en la época en que el rey Odoacro se apoderó de Italia y de la ciudad.
En Milán, san Senador, obispo, a quien el papa san León Magno había enviado como legado a Constantinopla cuando era aún presbítero.
En Mâcon, en Borgoña, san Gerardo, que, monje en primer lugar y elegido después obispo de esta ciudad, llevó finalmente vida solitaria en un bosque.
En Pisa, de la Toscana, santa Bona, virgen, que peregrinó piadosa y repetidamente a Tierra Santa, Roma y Compostela.
En Avignonet, cerca de Toulouse, en Francia, beatos Guillermo Arnaud y sus diez compañeros, los cuales, unidos en la tarea de contrarrestar el daño causado por los cátaros, mediante engaño fueron apresados por su fe en Cristo y su obediencia a la Iglesia Romana, siendo muertos a espada en la noche de la Ascensión del Señor, mientras entonaban a una voz el Te Deum. Sus nombres son los siguientes: beatos Bernardo de Roquefort, García d’Aure, Esteban de Saint-Thierry; Raimundo de Cortisan, de sobrenombre Escribán, canónigo; Bernardo; Pedro d’Arnaud, Fortanerio y Ademaro, clérigos; y el Prior de Avignonet, cuyo nombre se ignora.
En Pisa, de la Toscana, beata Gerardesca, viuda, que pasó su vida en una celda cercana al monasterio camaldulense de San Sabino, dedicada a alabar a Dios y a la intimidad con el Señor.
En York, en Inglaterra, beato Ricardo Thirkeld, presbítero y mártir, que en tiempo de la reina Isabel I, condenado a muerte por ser sacerdote y por haber reconciliado a muchas personas con la Iglesia católica, fue conducido al suplicio del patíbulo.
En el lugar llamado Roma, en Basutolandia, en África del Sur, beato José Gerard, presbítero de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, que primero anunció a Cristo en la provincia de Natal, y luego, principal e infatigablemente, entre el pueblo de los basutos.
En Roma, tránsito de santa Úrsula (Julia) Ledóchowska, virgen, que fundó el Instituto de Religiosas Ursulinas del Sagrado Corazón de Jesús Agonizante, y afrontó fatigosos viajes a través de Polonia, Escandinavia, Finlandia y Rusia.
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