San Macario el Grande, abad
fecha: 19 de enero
fecha en el calendario anterior: 15 de enero
n.: c. 300 - †: c. 390 - país: Egipto
otras formas del nombre: Macario el Viejo
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 15 de enero
n.: c. 300 - †: c. 390 - país: Egipto
otras formas del nombre: Macario el Viejo
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Conmemoración de san Macario el Grande, presbítero y
abad del monasterio de Scete, en Egipto, donde, considerándose muerto al mundo,
vivía solo para Dios, enseñándolo así a sus monjes.
refieren a este santo: San Besarión

Macario nació en el alto Egipto, hacia el
año 300, y pasó su juventud como pastor. Movido por una intensa gracia, se
retiró del mundo a temprana edad, confinándose en una estrecha celda, donde
repartía su tiempo entre la oración, las prácticas de penitencia y la
fabricación de esteras. Una mujer le acusó falsamente de que había intentado
hacerle violencia. A resultas de ello, Macario fue arrastrado por las calles,
apaleado y tratado de hipócrita disfrazado de monje. Todo lo sufrió con
paciencia, y aun envió a la mujer el producto de su trabajo, diciéndose:
«Macario, ahora tienes que trabajar más, pues tienes que sostener a otro». Pero
Dios dio a conocer su inocencia: la mujer que le había calumniado no pudo dar a
luz, hasta que reveló el nombre del verdadero padre del niño. Con ello, el
furor del pueblo se tornó en admiración por la humildad y paciencia del santo.
Para huir de la estima de los hombres, Macario se refugio en el vasto y
melancólico desierto de Escete, cuando tenía alrededor de treinta años. Allí
vivió sesenta años y fue el padre espiritual de innumerables servidores de Dios
que se confiaron a su dirección y gobernaron sus vidas con las reglas que él
les trazó. Todos vivían en ermitas separadas. Sólo un discípulo de Macario
vivía con él y se encargaba de recibir a los visitantes. Un obispo egipcio
mandó a Macario que recibiera la ordenación sacerdotal a fin de que pudiese
celebrar los divinos misterios para sus ermitaños. Más tarde, cuando los
ermitaños se multiplicaron, fueron construidas cuatro iglesias, atendidas por
otros tantos sacerdotes.
Las austeridades de Macario eran
increíbles. Sólo comía una vez por semana. En una ocasión, su discípulo
Evagrio, al verle torturado por la sed, le rogó que tomase un poco de agua;
pero Macario se limitó a descansar brevemente en la sombra, diciéndole: «En
estos veinte años, jamás he comido, bebido, ni dormido lo suficiente para
satisfacer a mi naturaleza». Su cuerpo estaba debilitado y tembloroso; su
rostro, pálido. Para contradecir sus inclinaciones, no rehusaba beber un poco
de vino, cuando otros se lo pedían, pero después se abstenía de toda bebida
durante dos o tres días. En vista de lo cual, sus discípulos decidieron impedir
que los visitantes le ofrecieran vino. Macario empleaba pocas palabras en sus
consejos, y recomendaba el silencio, el retiro y la continua oración -sobre
todo esta última- a toda clase de personas. Acostumbraba decir: «En la oración
no hace falta decir muchas cosas ni emplear palabras escogidas. Basta con
repetir sinceramente: Señor, dame las gracias que Tú sabes que necesito. O
bien: Dios mío, ayúdame». Su mansedumbre y paciencia eran extraordinarias, y
lograron la conversión de un sacerdote pagano y de muchos otros.
Macario ordenó a un joven que le pedía
consejos que fuese a un cementerio a insultar a los muertos y a alabarlos.
Cuando volvió el joven, Macario le preguntó qué le habían respondido los
difuntos. «Los muertos no contestaron a mis insultos, ni a mis alabanzas», le
dijo el joven. «Pues bien, -le aconsejó Macario-, haz tú lo mismo y no te dejes
impresionar ni por los insultos, ni por las alabanzas. Sólo muriendo para el
mundo y para ti mismo, podrás empezar a servir a Cristo». A otro le aconsejó:
«Está pronto a recibir de la mano de Dios la pobreza, tan alegremente como la
abundancia; así dominarás tus pasiones y vencerás al demonio». Como cierto
monje se quejara de que en la soledad sufría grandes tentaciones para quebrantar
el ayuno, en tanto que en el monasterio lo soportaba gozosamente, Macario le
dijo: «El ayuno resulta agradable cuando otros lo ven, pero es muy duro cuando
está oculto a las miradas de los hombres». Un ermitaño que sufría de fuertes
tentaciones de impureza, fue a consultar a Macario. El santo, después de
examinar el caso, llegó el convencimiento de que las tentaciones se debían a la
indolencia del ermitaño; así pues, le aconsejó que no comiera nunca antes de la
caída del sol, que se entregara a la contemplación durante el trabajo, y que
trabajara sin cesar. El otro siguió estos consejos y se vio libre de sus
tentaciones. Dios reveló a Macario que no era tan perfecto como dos mujeres
casadas que vivían en la ciudad. El santo fue a visitarlas para averiguar los
medios que empleaban para santificarse, y descubrió que nunca decían palabras
ociosas ni ásperas; que vivían en humildad, paciencia y caridad, acomodándose
al humor de sus maridos, y que santificaban todas sus acciones con la oración,
consagrando a la gloria de Dios todos sus fuerzas corporales y espirituales.
Un hereje de la secta de los hieracitas,
que negaban la resurrección de los muertos, había inquietado en su fe a varios
cristianos. Sozomeno, Paladio y Rufino relatan que san Macario resucitó a un
muerto para confirmar a esos cristianos en su fe. Según Casiano, el santo se
limitó a hacer hablar al muerto y le ordenó que esperase la resurrección en el
sepulcro. Lucio, obispo arriano que había usurpado la sede de Alejandría, envió
tropas al desierto para que dispersaran a los piadosos monjes, algunos de los cuales
sellaron con su sangre el testimonio de su fe. Los principales ascetas.
Isidoro, Pambo, los dos Macarios y algunos otros, fueron desterrados a una
pequeña isla del delta del Nilo, rodeada de pantanos. El ejemplo y la
predicación de los hombres de Dios convirtieron a todos los habitantes de la
isla, que eran paganos. Lucio autorizó más tarde a los monjes a retornar a sus
celdas. Sintiendo que se acercaba su fin, Macario hizo una visita a los monjes
de Nitria y les exhortó, con palabras tan sentidas, que éstos se arrodillaron a
sus pies llorando. «Sí, hermanos -les dijo Macario-, dejemos que nuestros ojos
derramen ríos de lágrimas en esta vida, para que no vayamos al sitio en que las
lágrimas alimentan el fuego de la tortura». Macario fue llamado por Dios a los
noventa años, después de haber pasado sesenta en el desierto de Escete. Según
el testimonio de Casiano, Macario fue el primer anacoreta de ese vasto
desierto. Algunos autores sostienen que fue discípulo de san Antonio, pero es
imposible que haya vivido bajo la dirección de este santo, antes de retirarse
al desierto. Sin embargo, parece que más tarde visitó una o varias veces a san
Antonio, quien vivía a unos quince días de viaje del sitio donde habitaba san
Macario. En los ritos copto y armenio, el canon de la misa conmemora a san
Macario.
Ver Paladio, Historia Lausiaca, c 19 s.;
Acta Sanctorum, 15 de enero; Schiwietz, Morgenland Monchtum, vol. I, pp. 97 ss;
Bardenhewer, Patrology (edic. ingl.), pp. 266-267; Gore, en Journ. of Theol.
Stud., vol. VIII, pp. 85-90; Cheneau d' Orléans, Les Saints d´Egypte (1923),
vol. I, pp. 117-138. En todas las
recopilaciones de sentencias (apotegmas) de los Padres del Desierto figuran
pensamientos del santo, por ejemplo en esta colección.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert
Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=243
San Macario alejandrino, abad
fecha: 19 de enero
fecha en el calendario anterior: 2 de enero
†: c. 401 - país: Egipto
otras formas del nombre: Macario el Joven
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 2 de enero
†: c. 401 - país: Egipto
otras formas del nombre: Macario el Joven
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Conmemoración de san Macario, llamado «Alejandrino»,
también presbítero y abad en el monasterio de Scete, en Egipto.
patronazgo: patrono de confiteros, cocineros y pasteleros.

San Macario el joven, ciudadano de
Alejandría, era pastelero de oficio. Deseoso de servir plenamente a Dios,
abandonó el mundo en la flor de su edad y pasó más de sesenta años en contemplación
y penitencia en el desierto. Primero, se retiró a la Tebaida, en 335. Después
de un período de introducción a la práctica de la virtud, bajo la dirección de
maestros de gran santidad, se trasladó del alto al bajo Egipto, en 373. En
dicha región había tres desiertos casi limítrofes: el de Escitia, en las
fronteras de Libia; el de Celles, que debía su nombre a las celdas de ermitaños
que abundaban en él, y el de Nitria, que confinaba con el ramal occidental del
Nilo. San Macario tenía una celda en cada uno de dichos desiertos, pero su
residencia principal se hallaba en el de Celles. Cada uno de los anacoretas
vivía confinado en su propia celda, excepto los sábados y domingos, cuando
todos se reunían en una iglesia para celebrar y recibir los divinos misterios.
Cuando llegaba un nuevo candidato, todos los anacoretas ponían sus celdas a su
disposición, dispuestos como estaban a construirse otra. Las celdas estaban a
suficiente distancia unas de otras, para que los monjes no pudieran verse. El
trabajo manual, que consistía en tejer cestos, no interrumpía la oración del
corazón. En toda la región reinaba el silencio más profundo.
Nuestro santo recibió la ordenación en el
desierto de Celles, y en él fue la edificación de sus hermanos, en tanto que
san Macario el Viejo era la edificación de los monjes de Escete. Paladio nos
cuenta un ejemplo de la extraordinaria abnegación de los anacoretas. Habiendo
recibido como regalo un racimo de uvas frescas, san Macario lo llevó a un monje
vecino que se hallaba enfermo, el cual a su vez lo regaló a un tercero; de esta
suerte el racimo pasó por todas las celdas y volvió a manos de Macario, quien
se regocijó sobremanera de ver el espíritu de mortificación de sus hermanos y
dejó intacto el racimo.
La austeridad de todos los ermitaños era
extremada, pero en esto, Macario dejaba atrás a sus hermanos. Durante siete
años no se alimentó más que de raíces silvestres y, en los tres años
siguientes, sólo comía cuatro o cinco onzas de pan al día y unas gotas de
aceite, según narra Paladio. Sus vigilias no eran menos sorprendentes. Dios le
había dado un cuerpo capaz de soportar todos los rigores, y su fervor era tan
grande, que adoptaba sin vacilar cuantas prácticas de penitencia veía empleadas
por los otros. Poco antes del año 349, la fama del monasterio de Tabennisi,
dirigido por san Pacomio, le movió a ir a él disfrazado. San Pacomio le dijo
que le encontraba demasiado viejo para adaptarse a las penitencias y vigilias
del monasterio, pero finalmente se decidió a admitirle, a condición de que
observara todas las reglas. Como se aproximara la cuaresma, cada uno de los
monjes se preparaba a emplear ese santo tiempo según su fervor y sus fuerzas,
ya fuera ayunando totalmente dos, tres y hasta cuatro días enteros; ya
trabajando intensamente. Macario recogió una buena cantidad de hojas de palma
para ocuparse en la confección de cestos, y pasó los cuarenta días en el
retiro, sin comer más que unas cuantas yerbas los domingos. Mientras sus manos
trabajaban activamente, su corazón se perdía en Dios. Tal prodigio sorprendió a
los mismos monjes, quienes en Pascua manifestaron al abad que, de no ponerle
coto, tal singularidad podía perjudicar a la comunidad. San Pacomio hizo
oración para saber quién era en realidad el nuevo monje; y, habiendo conocido
por revelación divina, que se trataba del gran Macario, le abrazó, le dio las
gracias por la edificación que había dado a la comunidad y le rogó que no les
olvidase en sus oraciones al volver a su desierto.
Las tentaciones no faltaron a nuestro
santo. Una de ellas fue la idea de dejar el desierto e ir a Roma a cuidar a los
enfermos de los hospitales. Pero, reflexionando sobre ello, Macario comprendió
que sólo le movía un secreto deseo de ser conocido y estimado por su virtud.
Sólo una humildad tan profunda como la suya era capaz de descubrir el veneno de
la vanagloria, escondido bajo esa apariencia de caridad. Convencido del grave
peligro que la vanagloria constituía para él, Macario se arrojó por tierra en
su celda, gritando al demonio: «Sácame de aquí por la fuerza, si eres tan
poderoso, que yo no he de ir por mi propio pie». En tal actitud permaneció
hasta la noche; pero, en cuanto se puso en pie, el enemigo renovó su asalto.
Para resistirle, Macario llenó de arena dos cestos, se los echó al hombro y se
puso a marchar en el desierto. Un amigo que le encontró en el camino, le
preguntó qué hacía y se ofreció a ayudarle a transportar la arena; el santo
sólo le respondió: «Estoy atormentando a mi verdugo». Al volver a su celda, la
tentación había desaparecido. Paladio nos cuenta que, deseando Macario
entregarse a la contemplación celestial sin interrupción alguna durante cinco
días, se encerró en su celda y dijo a su alma: «Has plantado tu tienda en el
cielo para conversar con Dios y sus ángeles; guárdate, pues, de volver tus ojos
a la tierra a mirar las cosas bajas». Pasó los dos primeros días en éxtasis;
pero el demonio le combatió en tal forma al tercer día, que Macario tuvo que
volver a su vida ordinaria. Como lo observó el santo en esta ocasión, Dios se retira
algunas veces de sus escogidos, para que sientan su propia debilidad y
comprendan que la vida del hombre es una lucha sin fin. San Jerónimo y otros
autores narran que, habiendo un anacoreta dejado a su muerte cien coronas que
había ganado tejiendo túnicas, los monjes se reunieron para deliberar lo que
debía hacerse con aquel dinero. Algunos pensaban que convenía repartirlo entre
los pobres, otros que debía darse a la Iglesia; pero Macario, Pambo, Isidoro y
el resto de los «Padres», ordenaron que se arrojase el dinero sobre
la tumba con estas palabras: «Tu dinero sea contigo para tu perdición». Este
ejemplo aterrorizó a los monjes y acabó con toda tentación de codicia.
Paladio, que vivió bajo la dirección de
nuestro santo algún tiempo, hacia el año 391, fue testigo de algunos de los
milagros obrados por él. Según su relato, Macario se negó a recibir y aun a
dirigir la palabra a cierto sacerdote, cuyo rostro estaba desfigurado por una
excrescencia cancerosa. Paladio se apresuró a rogar al santo anacoreta que
dijera cuando menos unas palabras de consuelo al infeliz, a lo que Macario
respondió que la enfermedad era un castigo de Dios por un pecado de la carne,
pero que rogaría por él, en caso de que prometiera arrepentirse sinceramente y
no volver a celebrar los divinos misterios. El sacerdote confesó su pecado y
prometió enmendarse; el santo le absolvió y le impuso las manos; pocos días más
tarde el sacerdote volvió perfectamente curado, glorificando a Dios y
proclamando su agradecimiento a Macario.
Los dos Macarios cruzaban un día el Nilo
en la misma barca, y algunos oficiales que en ella se hallaban no pudieron
dejar de observar en voz alta que, a juzgar por la alegría de sus rostros, los
monjes debían ser muy felices en medio de su pobreza. A lo cual Macario de
Alejandría respondió, haciendo alusión a su nombre, que en griego significa
«feliz»: «Tenéis razón en llamarnos felices, pues tal es nuestro nombre. Como
veis, nosotros somos felices despreciando al mundo, en tanto que vosotros sois
miserables sirviéndolo». Estas palabras, pronunciadas con un acento de inmensa
verdad, hicieron tal efecto al tribuno que les había interpelado, que
distribuyó todo su haber entre los pobres y abrazó la vida eremítica.
Un monasterio que llevaba el nombre de san
Macario subsistió varios siglos en el desierto de Nitria. En su carta a
Rústico, san Jerónimo parece haber trascrito una buena parte de los documentos
espirituales de nuestro santo. En la Concordia Regularum o «Colección de
reglas» se halla otra serie de normas espirituales de los dos Macarios, de
Serapión (de Arsinoe o de Nitria), de Pafnució de Bekbale (sacerdote del
desierto de Escete) y de otros treinta y cuatro abades. Según narra este
último, los monjes ayunaban todo el año, excepto los domingos y el período del
año que va de Pascua a Pentecostés; observaban igualmente la más estricta
pobreza y pasaban el día en la oración y el trabajo manual. La hospitalidad era
considerada como una gran virtud; pero, a fin de favorecer la vida de retiro,
estaba prohibido a los monjes dirigir la palabra a los extraños sin licencia
especial, excepto a aquél de los ermitaños cuyo cargo consistía en ocuparse de
los huéspedes. La definición del anacoreta que nos da el abad trapense de
Rancé, es un verdadero retrato de Macario en el desierto: cuando un alma ha
gustado de Dios en la soledad, ya no puede pensar sino en el cielo. El canon de
la misa de los coptos nombra a Macario.
Ver Palladius, Lausiac History, c. 18, y
Acta Sanctorum, 2 de enero, Cf. Schiwietz, Morgenlandische Monchtum (1904),
vol. I, pp. 104 ss.;
Amélineau, Annales du Musée Guimet, XXV, ss.; BHL, n. 757; Codex Regularum en
Migne, PL., vol. CIII, y Concordia Regularum, ed. H. Menard
(1638). Aunque existe probablemente cierta confusión en los relatos
concernientes a los diferentes ascetas llamados Macario, es imposible
identificar a Macario «el Joven» (de Alejandría) con Macario «el Viejo» (de
Egipto), ya que Paladio nos dice claramente que él conoció a los dos.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert
Thurston, SI
accedida 600 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=244
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