San Remigio de Reims, obispo
fecha: 13 de enero
fecha en el calendario anterior: 1 de octubre
n.: c. 436 - †: c. 530 - país: Francia
otras formas del nombre: Rémi, Rémy
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 1 de octubre
n.: c. 436 - †: c. 530 - país: Francia
otras formas del nombre: Rémi, Rémy
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En la ciudad de Reims,
también en la Galia Bélgica, muerte de san Remigio, obispo, que, después de
haber iniciado al rey Clodoveo en la fuente bautismal y en los sacramentos de
la fe, convirtió al cristianismo a todo el pueblo franco. Al cabo de más de
sesenta años en el episcopado, falleció, célebre por su vida repleta de
santidad.
patronazgo: protector contra la peste, la mordedura de serpientes, la fiebre, las
enfermedades del cuello, el desánimo y la indiferencia religiosa.
refieren a este santo: Santa Cilina, Santa Clotilde, San Leonardo, San Moderano, San Vedasto de
Arras

San Remigio, el gran
apóstol de los francos, se distinguió por su saber, santidad y milagros. Su
episcopado, que duró más de setenta años, le hizo famoso en la Iglesia. Sus
padres, de ascendencia gala, habitaban en Laon. Remigio hizo rápidos progresos
en la ciencia. San Sidonio
Apolinar, quien lo trató cuando era joven, le consideraba como
uno de los más eminentes oradores de la época. A los veintidós años, es decir,
a una edad en que difícilmente se obtiene la ordenación sacerdotal, fue elegido
obispo de Reims. A pesar de su juventud, recibió inmediatamente las órdenes
sacerdotales y fue consagrado obispo. Su fervor y energía suplieron ampliamente
la falta de experiencia. Sidonio Apolinar, a quien no faltaba ciertamente
práctica en materia de panegíricos, describió en términos elogiosos la caridad
y pureza con que el nuevo obispo ofrecía a Dios fragante incienso en el altar y
el celo con que supo conquistar los corazones más rebeldes y hacerles aceptar
el yugo de la virtud. El propio Sidonio Apolinar afirma que un vecino de
Clermont le prestó un manuscrito con los sermones de san Remigio: «No sé -nos
dice- cómo obtuvo ese ejemplar; pero lo cierto es que no era un hombre
interesado, puesto que me lo pasó gratuitamente en vez de vendérmelo». Después
de leer los sermones, escribió a san Remigio que la delicadeza del pensamiento
y la belleza de la expresión los hacía comparables al cristal de roca, sobre el
que se puede pasar el dedo sin descubrir la menor irregularidad. Con esa
extraordinaria elocuencia (de la que no nos ha llegado desgraciadamente muestra
alguna) y, sobre todo, con su santidad personal, san Remigio emprendió la tarea
de evangelizar a los francos.
Clodoveo, el rey de la
Galia del norte, era todavía pagano, aunque no se mostraba hostil a la Iglesia.
Había contraído matrimonio con santa Clotilde,
hija de Chilperico, rey de Borgoña. Clotilde, que era cristiana, había
multiplicado los intentos para convertir a su marido. Clodoveo aceptó que su
hijo primogénito recibiese el bautismo, pero el heredero murió poco después y
Clodoveo señaló como culpable a su esposa por haberle bautizado. «Si lo
hubiésemos consagrado a mis dioses, le dijo, no habría muerto. Pero como le
bautizamos en el nombre de tu Dios, era imposible que viviese». No obstante la
acusación, Clotilde bautizó también al siguiente de sus hijos y el niño cayó enfermo.
El rey se enfureció: «¡Mira los efectos del bautismo! gritó colérico. Nuestro
hijo está condenado a muerte, como su hermano, por haber sido bautizado en el
nombre de Cristo». Aunque el niño recuperó la salud, el reacio Clodoveo
necesitaba todavía mayores pruebas para convertirse. Finalmente, el dedo de
Dios se manifestó en forma irrecusable el año 496, cuando los germanos cruzaron
el Rin y los francos salieron a combatirlos. Un relato cuenta que santa
Clotilde se despidió de su esposo con estas palabras: «Señor, si queréis
obtener la victoria, invocad al Dios de los cristianos. Si tenéis confianza en
Él, nadie será capaz de resistiros». El belicoso monarca prometió convertirse
al cristianismo si salía victorioso. El triunfo le parecía imposible a Clodoveo
cuando, movido por la desesperación o por el recuerdo de las palabras de su
esposa, gritó hacia el cielo: «¡Oh Cristo, a quien mi esposa invoca como Hijo
de Dios, te pido que me ayudes! He invocado a mis dioses, y se han mostrado
impotentes. Ahora te invoco a Ti. Creo en Ti. Si me salvas de mis enemigos,
recibiré el bautismo en tu nombre». Al punto, los francos atacaron a los
contrarios con extraordinario valor y los germanos quedaron derrotados.
Se dice que al regreso
de esa expedición Clodoveo pasó por Toul para ver a san Vedasto,
a quien pidió que le instruyese en la fe durante el viaje. Pero entretanto
santa Clotilde, temerosa de que su esposo olvidase su promesa una vez pasado el
entusiasmo de la victoria, mandó llamar a san Remigio y le pidió que
aprovechase la ocasión para tocar el corazón de Clodoveo. Cuando el rey divisó
a su esposa al volver de la guerra, gritó: «Clodoveo ha vencido o los germanos
y tú has vencido a Clodoveo. Por fin has conseguido lo que tanto deseabas».
Santa Clotilde respondió: «Los dos triunfos son obra del Señor de los
ejércitos». El monarca dijo a su mujer que el pueblo se resistiría tal vez a
olvidar a sus antiguos dioses, pero que él iba a tratar de convencerlo,
siguiendo las instrucciones de san Remigio. Así pues, reunió a los oficiales y
a los soldados, pero antes de que tuviese tiempo de dirigirles la palabra, todo
el ejército gritó al unísono: «Abjuramos de los dioses mortales y estamos
prontos a seguir al Dios inmortal que predica Remigio». San Remigio y san
Vedasto procedieron a instruir al pueblo para el bautismo. Con el fin de
impresionar la imaginación de aquel pueblo bárbaro, santa Clotilde mandó que se
adornase con guirnaldas la calle que conducía del palacio a la iglesia y que en
ésta y en el bautisterio se encendiese un gran número de antorchas y se quemase
incienso para perfumar el ambiente. Los catecúmenos se dirigieron a la iglesia
en procesión, cantando las letanías y cargando cada uno una cruz. San Remigio
conducía de la mano al rey, seguido por la reina y todo el pueblo. Se dice que
ante la pila bautismal el santo obispo dirigió al rey estas palabras
memorables: «Humíllate, Sicambrio; adora lo que has quemado y quema lo que has
adorado». Esta frase resume perfectamente el cambio que la penitencia debe
operar en cada cristiano.
Más tarde, San Remigio
bautizó a las dos hermanas del rey y a tres mil de sus soldados, sin contar las
mujeres y los niños. En la tarea, le ayudaron otros obispos y sacerdotes.
Hincmaro de Reims, quien escribió la biografía de san Remigio en el siglo IX,
es el primer autor que menciona la siguiente leyenda: como los acólitos
hubiesen olvidado el crisma para las unciones en el hautismo de Clodoveo, san
Remigio se puso en oración; al punto bajó del cielo una paloma que llevaba en
el pico una ampolleta con el santo crisma. En la abadía de San Remigio se
conservó la pretendida reliquia y se empleó en la consagración de los reyes de
Francia hasta la coronación de Carlos X, en 1825. Aunque la Revolución destruyó
la reliquia, los fragmentos de la «Santa ampolla» se conservan todavía en la
catedral de Reims. Se dice también que Remigio confirió a Clodoveo el poder de
curar «el mal de los reyes» (la escrófula); en todo caso en la ceremonia de la
coronación de los reyes de Francia hasta Carlos X, se hacía mención de ese
poder, relacionado con las reliquias de san Marculfo, quien murió hacia el año
558.
Bajo la protección de
Clodoveo, san Remigio predicó el Evangelio a los francos. Dios le favoreció con
un don extraordinario de milagros, si hemos de creer lo que cuentan sus
biógrafos. Los obispos reunidos en Lyon en un sínodo contra los arrianos
declararon que se habían sentido movidos a defender celosamente la fe católica
por el ejemplo de Remigio, «quien con múltiples milagros y signos ha destruido
en todas partes los altares de los ídolos». El santo promovió especialmente la
ortodoxia en Borgoña, que estaba infestada de arrianos. En un sínodo que tuvo
lugar el año 517. San Remigio convirtió a un obispo arriano que había ido a
discutir con él. Poco después de la muerte de Clodoveo, los obispos de París,
Sens y Auxerre escribieron a san Remigio a propósito de un sacerdote llamado
Claudio, a quien el santo había ordenado a instancias de Clodoveo. Los obispos
le echaban en cara el haber concedido la ordenación a un hombre indigno, le
acusaban de haberse vendido al monarca e insinuaban cierta complicidad en los
abusos financieros cometidos por Claudio. San Remigio no tuvo empacho en responder
a los obispos que tales acusaciones les habían sido dictadas por el despecho;
sin embargo, su respuesta era un modelo de caridad y paciencia. Por lo que se
refería al desprecio con que consideraban su avanzada edad, el santo contestó:
«Más bien deberíais regocijaros fraternalmente conmigo, pues, a pesar de mi
edad, no tengo que comparecer ante vosotros como acusado ni pediros
misericordia». En cambio, empleaba un tono muy diferente al hablar de cierto
obispo que había ejercido la jurisdicción fuera de su diócesis: «Si Vuestra
Excelencia ignoraba los cánones, el mal consistió en atreverse a salir de la
diócesis antes de haberlos estudiado ... Tenga cuidado Vuestra Excelencia en no
violar los derechos ajenos, si no quiere perder los propios».
San Remigio murió hacia
el año 530. San Gregorio de Tours le describe como «hombre de gran saber, muy
amante de los estudios de retórica, e igual en santidad a san Silvestre».
Aunque es auténtica la
carta en que Sidonio Apolinar (ese «panegirista inveterado», como se le ha
llamado) ensalza con entusiasmo los sermones de san Remigio, la mayoría de las
fuentes sobre él son poco satisfactorias. La corta biografía atribuida a
Venancio Fortunato no es obra de este autor y data de una época posterior. Por
otra parte, la Vita Remigii de Hincmaro de Reims data de tres siglos después de
la muerte del santo y es sospechosa por la cantidad de milagros que narra. Así
pues, tenemos que basarnos en las escasas referencias que se encuentran en los
escritos de san Gregorio de Tours. A esto se añaden una o dos frases de las
cartas de san Avito de Vienne, de san Nicecio de Tréveris, etc., y tres o
cuatro cartas del propio san Remigio. La cuestión de la fecha, el sitio y la
ocasión del bautismo de Clodoveo, ha dado lugar a interminables discusiones, en
las que han tomado parte eruditos tan distinguidos como B. Krusch, W. Levison,
L. Levillain, A. Hauck, G. Kurth y A. Poncelet. Se encontrará un resumen
detallado de dicha controversia en el artículo Clodoveo, Dictionnaire
d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. III, cc. 2038-2052. Se puede
decir que hasta ahora no se ha encontrado ningún argumento decisivo para echar
por tierra la teoría tradicional que hemos expuesto en nuestro artículo, cuando
menos por lo que se refiere al hecho sustancial de que Clodoveo fue bautizado
en Reims por san Remigio el año 496, o poco después, a raíz de una victoria
sobre los germanos, B. Krusch hizo una edición de los principales documentos
relacionados con el asunto, incluyendo el Liber Historiae. Ver también
Biblioteca Hagiográfica Latina, nn. 7150-7173; G. Kurth, Clovis (1901), sobre
todo vol. II, pp. 262-265; y cf. R. Hauck, Kirchengeschichte
Deutchland, vol. I (1904), pp. 119, 148, 217, 595-599. En cuanto al poder de
curación de los reyes de Francia, véase Le Roi Thaumaturges de M. Bloch (1924).
Acerca de la «Santa Ampolla», cf. F. Oppenheimer, The Legend of the Sainte
Ampoule (1953).
En la imagen, Anónimo Maestro de San Gilles: El bautismo de Clodoveo por San Remigio en la Catedral de Reims, 1500, National Gallery of Art, Washington.
En la imagen, Anónimo Maestro de San Gilles: El bautismo de Clodoveo por San Remigio en la Catedral de Reims, 1500, National Gallery of Art, Washington.
fuente: «Vidas de los
santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando
figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio
no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por
favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo
Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=167
San Pedro de Capitolias, presbítero
y mártir
fecha: 13 de enero
†: 713 - país: Siria
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa
†: 713 - país: Siria
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa
En la ciudad de Capitolias, en Batanea, san Pedro,
presbítero y mártir, que acusado ante Walid, príncipe de los sarracenos, de
predicar en público la fe en Cristo, consumó su martirio clavado en una cruz,
después de que le amputasen la lengua, las manos y los pies.
La antigua «Passio», atribuida a san Juan Damasceno,
cuenta que hacia el fin del siglo VII Pedro era sacerdote en Capitolías, pueblo
a varios kilómetros del lago de Tiberíades, y a 100 Km al sur de Damasco.
Estaba casado y tenía tres hijos, un varón y dos mujeres; a los 30 años se
sintió llamado a la vida de soledad, y con el consentimiento de su mujer se
retiró a un eremo, después de haber colocado a sus dos hijas mayores en un
monasterio fuera de la ciudad. Cuando el hijo tuvo doce años lo alojó en una
celda vecina a la suya, para darle él mismo una formación espiritual.
Dejando aparte los demás detalles que la passio cuenta
en relación a su familia, llegamos a que a los 60 años Pedro cae enfermo,
perdiendo la esperanza de morir mártir, pero hizo un intento: mando llamar por
medio de su siervo a los notarios musulmanes para dictar en su presencia el
testamento; entonces hizo una pública confesión de fe cristiana, lanzando violentas
invectivas contra el Islam. Los contrariados musulmanes, en vez de matarlo
inmediatamente, decidieron pasarlo por alto, viendo su estado. Poco después
llegó la noticia de su muerte; sin embargo, no era cierta, sino que más bien
Pedro se restableció milagrosamente y se puso a predicar públicamente en la
plaza.
La cuestión llega a oídos del Califa Walid I, que
juzga a Pedro, y le ofrece la absolución a cambio de la apostasía. Puesto que
el acusado no reniega de la fe, se le condena a muerte, tanto a él como a sus
hijos. La pena se aplicará en su propia ciudad de Capitolías, no sólo para
castigo de los reos sino para escarmiento de los demás, y consiste en una
sucesiva aplicación de las más aberrantes torturas, que comienzan el día 10 de
enero y concluyen el día 13, con la muerte del mártir.
De esta «Passio» se conserva una versión georgiana;
fuera de ella, la mención del mártir es muy breve, apenas en los sinaxarios
bizantinos, y está inscripto el 4 de octubre. Es difícil para nosotros admitir
el criterio de martirio para muertes que en definitiva son provocadas por la
propia víctima, como ocurre también en otros casos, como algunos de los
«mártires de Córdoba». Se trata sin duda de casos límite, y que de ninguna
manera deben tomarse como modelo de martirio cristiano, tan sólo constatar en
ellos la intrepidez de la fe y la decidida resolución a entregar la vida entera
por Cristo.
Sintetizado y completado a partir de un artículo de
Antonio Borrelli en Santi e beati.
Abel
Della Costa
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