San Secuano, abad y presbítero
fecha: 19 de septiembre
†: s. VI - país: Francia
otras formas del nombre: Seine, Signe
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: s. VI - país: Francia
otras formas del nombre: Seine, Signe
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En el monasterio de Sisteron, cerca
de Langres, también en la Galia, san Secuano, presbítero y abad.

Este santo monje nació en la pequeña
localidad de Mesmont, en Borgoña. Durante algún tiempo vivió solitario en los
bosques de Verrey-sous-Drée, en una choza que él mismo construyó con troncos y
ramas. Se afirma que ningún día probaba bocado hasta haber recitado el salterio
completo. El obispo de Langres lo elevó al sacerdocio cuando el santo era
todavía muy joven. Como consecuencia de aquella temprana ordenación, fue
víctima de las oposiciones y aun de las persecuciones de algunos miembros del
clero y, para escapar a ellas, tomó la prudente medida de ponerse a las órdenes
y bajo la dirección del santo abad Juan, que gobernaba el monasterio de Réomé. Ahí
se perfeccionó en el estudio de las Sagradas Escrituras y en la práctica de
todas las virtudes religiosas. Al cabo de algún tiempo, construyó un monasterio
en los bosques de Segestre, cerca de las fuentes del río Sena, y los monjes que
vivieron ahí contribuyeron en gran medida a civilizar a los pobladores de la
comarca que, según se dice, practicaban el canibalismo.
La aldea que con el tiempo se construyó en
torno a la abadía, llevó el nombre de Saint-Seine en honor del fundador. La
disciplina regular que estableció éste en el monasterio, le dio mucha fama y
atrajo a numerosos discípulos. Dios le otorgó la gracia de obrar milagros. En
los martirologios más antiguos se le menciona con el nombre de san Sigón. El
Hieronymianum, por ejemplo, conmemora a san Secuano con estas palabras:
«depositio sancti Sigonis, presbiteri et confessoris», pero San Gregorio de
Tours, que habla de él en época todavía más antigua, le llama «Sequanus».
Hay una biografía anónima impresa en el
Acta Sanctorum, sept. vol. VI, pero su valor histórico es muy relativo.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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San Teodoro de Canterbury, monje y obispo
fecha: 19 de septiembre
n.: c. 602 - †: 690 - país: Reino
Unido (UK)
otras formas del nombre: Teodoro de Tarso
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
otras formas del nombre: Teodoro de Tarso
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Canterbury, en Inglaterra, san Teodoro, obispo, antes monje de
Tarso, que, elevado al episcopado por el papa san Vitaliano y enviado a
Inglaterra casi septuagenario, gobernó con fortaleza de ánimo la Iglesia a él
encomendada.
refieren a este santo: San Adriano de
Canterbury, San Aldelmo de
Sherborne, San Ceada de
Lichfield, San Wilfrido de
York

Teodoro era griego, natural de Tarso, en
la Cilicia (la ciudad natal de san Pablo) y estudiante en Atenas. Fue el último
en la serie de obispos extranjeros que ocuparon el trono metropolitano de
Canterbury y uno de los más grandes arzobispos de aquella sede. Tras la muerte
de san Deusdedit, el sexto arzobispo, en 664, Oswy, el rey de Nortumbría, y
Egberto, el rey de Kent, enviaron a Roma a un sacerdote llamado Wighard, para
que el propio Pontífice lo consagrase y lo confirmase debidamente, a fin de
ocupar la sede. Pero Wighard murió en Italia, y san Vitaliano,
quien por entonces ocupaba el trono de San Pedro, escogió a Adrián,
abad de un monasterio vecino a Nápoles, para elevarlo a aquella dignidad. Aquel
abad había nacido en el África, conocía perfectamente el griego y el latín y
era muy versado en teología y en la disciplina monástica y eclesiástica; pero
tan extremados eran sus temores ante las responsabilidades del cargo, que el
Papa se vio obligado a ceder a sus negativas para aceptarlo. Sin embargo, el
Pontífice insistió en que Adrián buscase una persona digna y capaz para el
puesto, y éste se apresuró a presentar a un monje, llamado Andrés, que fue
declarado inepto, debido a sus muchas enfermedades; entonces, Adrián buscó con
mayor detenimiento y encontró a otro monje: Teodoro de Tarso. Éste fue aceptado,
pero a condición de que el propio Adrián le acompañase a las islas de Bretaña,
ya que era un experto en los viajes a través de Francia y el papa confiaba en
él para vigilar a Teodoro para que no introdujese en la Iglesia nada contrario
a la fe, «como suelen hacerlo los griegos», según el comentario de san Beda.
Por aquel entonces, Teodoro tenía sesenta
y seis años de edad, había avanzado mucho en las ciencias seculares y sagradas,
su vida era ejemplar, y aún no había recibido las órdenes sagradas. Tan pronto
como se le eligió, fue ordenado como subdiácono, pero debió aguardar varios
meses hasta que le creciera el cabello para que se lo cortasen luego en forma
de corona, de acuerdo con la costumbre romana. Por este dato se puede pensar
que Teodoro había sido hasta entonces monje en algunas de las órdenes de
Oriente, donde los religiosos llevaban el cabello corto y que su promoción
requirió lo que hoy podríamos llamar «un cambio de rito» [la primera iglesia
católica de rito bizantino que hubo en Inglaterra, en el sector londinense de
Saffron Hill, se dedicó justamente a San Teodoro en 1949]. Por fin, el papa san
Vitaliano lo consagró obispo y lo recomendó a san Benito
Biscop, quien se hallaba entonces en Roma, y éste se vio
obligado a regresar a Inglaterra junto con los santos Teodoro y Adrián, en
calidad de guía y de intérprete. Los tres partieron el 27 de mayo de 668, por
mar hacia Marsella y, de ahí, por tierra, hasta Arles, donde fueron cordialmente
acogidos por el arzobispo Juan. Teodoro pasó el invierno en París con san
Agilberto, quien había sido obispo de Wessex, y pudo informar con conocimiento
de causa al nuevo arzobispo sobre las circunstancias y necesidades de la
iglesia de la que iba a hacerse cargo, al tiempo que le enseñaba las primeras
nociones de la lengua inglesa. En cuanto Egberto, el rey de Kent, supo que su
nuevo arzobispo se hallaba en París, envió a su mayordomo para que le diese la
bienvenida. Este condujo a Teodoro al puerto de Quentavic, que ahora se llama
Saint-Josse-sur Mer, donde éste cayó enfermo y debió permanecer durante algún
tiempo; pero tan pronto como comenzó a restablecerse, se embarcó con san Benito
Biscop y tomó al fin posesión de su sede de Canterbury el 27 de mayo de 669,
justamente un año después de haber partido de Roma. Entretanto, san Adrián se
había quedado en Francia.
Teodoro inició sus tareas con una visita
general a las iglesias de la nación inglesa, tan pronto como pudo acompañarle
el abad Adrián. En todas partes fue bien recibido, escuchó con atención lo que
sus fieles tuviesen que decirle, habló para enseñar las reglas morales más
simples, confirmó la disciplina de la Iglesia para la celebración de la Pascua
e introdujo el canto romano en los divinos oficios, hasta entonces practicado
en muy pocas de las iglesias de Inglaterra, aparte de las de Kent. También
estableció otros reglamentos relacionados con el servicio divino, combatió los
abusos e impuso reformas para eliminarlos y ordenó a obispos para enviarlos a
los lugares donde se necesitaban. Cuando visitó la Nortumbría, tuvo que
entendérselas con las dificultades que habían surgido entre san Wilfrido y
Chad, los dos obispos que reclamaban sus derechos sobre la sede de York. El
arzobispo Teodoro juzgó que Chad había sido indebidamente consagrado, lo cual
acabó por admitir éste antes de retirarse voluntariamente a su monasterio de
Lastingham. Poco después, al morir el obispo de los mercianos, Teodoro elevó a
Chad a la sede vacante. San Wilfrido fue confirmado como el verdadero obispo de
York, con el apoyo de todos los partidarios de una política favorable a Roma,
cuyo antagonismo con los elementos celtas de Nortumbría fue la causa principal
de que el Papa enviase a san Adrián a Inglaterra junto con san Teodoro. Pero
éste se las arregló para penetrar hasta el baluarte de la influencia celta, en
Lindisfarne, donde consagró la iglesia en honor de San Pedro. Se afirma que
durante aquellas jornadas, impartió órdenes para que cada uno de los jefes de
familia dijese a diario, junto con todos los miembros de la misma, el Padre
Nuestro y el Credo.
Teodoro fue el primer arzobispo al que
obedeció toda la Iglesia de Inglaterra, el primer metropolitano en las islas de
Bretaña y su fama llegó hasta los rincones más remotos de aquellas tierras.
Muchos estudiantes se reunieron en torno a aquellos dos prelados extranjeros
que sabían griego y latín, puesto que los propios Teodoro y Adrián impartían
enseñanzas sobré las Escrituras e instruían en las ciencias, particularmente en
la astronomía y en la aritmética (para calcular la fecha de la Pascua), así
como a componer versos latinos. Muchos de sus alumnos más aprovechados llegaron
a utilizar el griego y el latín con tanta facilidad como su propia lengua.
Desde que los ingleses pusieron pie en las islas, no hubo tiempos tan dichosos
como los del gobierno episcopal de san Teodoro. Dice san Beda que por aquel
entonces, los reyes llegaron a ser tan poderosos y valientes, que ninguna de
las naciones bárbaras osaba atacarlos, mientras que los súbditos de los reyes
eran tan buenos cristianos, que sólo aspiraban a conquistar la paz y la
felicidad del reino de los cielos, que, últimamente se les había presentado en
una nueva forma. Todos los que querían aprender encontraban quien los
instruyera.
A la sede de Rochester, que desde muy
largo tiempo atrás había estado vacante, Teodoro le dio un obispo en la persona
de Putta y autorizó la inclusión de toda Wessex en la sede de Winchester.
Después, en 673, convocó al primer concilio nacional de la Iglesia inglesa, en
la localidad de Hertford. Acudieron a aquella asamblea, Bisi, obispo de los
anglos del este, Putta, el de Rochester, Eleuterio, obispo de Wessex, Winfrido,
el de los mercianos, y los representantes de san Wilfrido. San Teodoro, que
presidía el acto, les habló de esta manera: «Os rogamos, muy amados hermanos,
que por el amor y el temor de nuestro divino Redentor, lleguemos a tratar todos
en común los asuntos relacionados con la fe y que están encaminados al fin que
ha sido decretado y definido por los santos y venerables padres y que es hacia
el cual todos debemos mirar invariablemente». Después de aquel concilio,
escribió un libro de cánones eclesiásticos, entre los cuales destacaban diez
particularmente importantes para Inglaterra. El primero establecía que la
Pascua debía observarse en todas partes el domingo siguiente a la fecha en que
aparece la luna llena, antes o después del 21 de marzo, de acuerdo con las ordenanzas
del Concilio de Nicea y en contra de los celtas recalcitrantes. Otros de
aquellos cánones consolidaron en Inglaterra el sistema diocesano común de la
Iglesia; la adopción de los reglamentos por parte de los obispos puede
considerarse como el primer acto legislativo, eclesiástico o civil, para todo
el pueblo inglés. Entre los cánones figuraba uno que convocaba a un sínodo
anual de los obispos, que deberían reunirse cada 1 de agosto en Clovesho. Hubo
otro concilio provincial convocado por san Teodoro siete años después, en
Hatfield, con el propósito de salvaguardar la pureza de la fe entre su clero,
de cualquier vestigio de los errores monofisitas. Luego de discutir la teología
del misterio de la Encarnación, los miembros del concilio expresaron su adhesión
a los decretos de los cinco concilios ecuménicos habidos hasta entonces y
condenaron las doctrinas herejes.
Dos años antes, en el 678, el «año del
cometa», habían surgido dificultades entre Egfrido, el rey de Nortumbria y san
Wilfrido, quien había brindado su apoyo a la esposa del rey, santa Etheldreda,
para que se retirase a un convento. La actividad administrativa de san Wilfrido
en la extensa diócesis no había sido bien recibida, ni aun por aquéllos que
simpatizaban con sus propósitos, y Teodoro aprovechó aquellas desavenencias
para afirmar su autoridad metropolitana en el norte; por lo tanto, ordenó que
se formasen tres sedes de la gran diócesis de York y, de acuerdo con el rey
Egfrido, procedió a nombrar obispos para ellas. San Wilfrido se opuso a tales
medidas, apeló a Roma y aun viajó a la ciudad para litigar personalmente en
favor de su caso, en tanto que san Teodoro consagraba a los nuevos obispos en
la catedral de York. El papa san Agatón decidió
que Wilfrido debía ser restablecido en su sede y recomendó a éste que eligiera
obispos sufragáneos que le ayudasen en su gobierno. Sin embargo, el rey Egfrido
se negó a aceptar la decisión del papa, alegando que en todo el asunto se había
recurrido al soborno y, a fin de cuentas, Wilfrido partió al exilio,
circunstancia que aprovechó el santo para evangelizar a los sajones del sur.
San Teodoro no hizo nada para dejar sin efecto o aliviar siquiera la rigurosa
medida adoptada por el monarca y, poco después, consagró a san Cutberto, en
reemplazo del desterrado, como obispo de Lindisfarne en la catedral de York.
Pero si acaso fue culpable de alguna injusticia en aquel caso, no pasó mucho
tiempo sin repararla, puesto que san Teodoro y san Erconwaldo se entrevistaron
con Wilfrido en Londres, hubo una completa reconciliación y éste aceptó hacerse
cargo de nuevo de la diócesis de York, que ya había quedado muy reducida. San
Teodoro escribió al rey Ethelredo de Mercia y al rey Aldfrido de Nortumbria
para recomendar a san Wilfrido, así como a santa Elfleda, la abadesa de Whitby,
y a otras personas que se habían opuesto a Wilfrido o que eran parte interesada
en el asunto de su reposición.
Las mejores obras de san Teodoro se
desarrollaron en la esfera de sus actividades como organizador y administrador;
el único trabajo literario que lleva su nombre, es una colección de normas
disciplinarias y cánones, llamada el «Penitencial de Teodoro» y que tal vez no
es todo de él. Suele decirse que fue san Teodoro de Canterbury quien organizó
el sistema parroquial en Inglaterra, pero eso no puede ser cierto, ya que,
entre los ingleses, dicho sistema llegó a establecerse con mucha lentitud, al
cabo de muchas dificultades y esfuerzos que no hubiese podido realizar un solo
hombre. Lo que sí hizo en los veintiún años de su episcopado fue transformar la
Iglesia de Inglaterra, que no era más que una misión dividida y sin verdadera
cohesión, en una verdadera provincia de la Iglesia católica, debidamente
organizada, separada en diócesis que consideraban a Canterbury como su sede
metropolitana. El trabajo que realizó, llegó a subsistir como un monumento a su
memoria durante ochocientos cincuenta años y hasta hoy es, todavía, la base en
la organización jerárquica para la Iglesia de Inglaterra. Murió el 19 de
septiembre de 690 y fue sepultado en la iglesia de la abadía de San Pedro y San
Pablo en Canterbury, de manera que el monje griego quedó enterrado junto a su
primer predecesor el monje romano Agustín. «Para decirlo en pocas palabras»,
escribe San Beda, «las iglesias de Inglaterra prosperaron más durante el
pontificado (de san Teodoro) que todo lo que habían progresado antes, desde su
nacimiento»; mientras que Stubbs dice lo siguiente: «Es difícil cuando no
imposible, estimar la deuda que Inglaterra, Europa y la civilización cristiana
tienen con san Teodoro por el trabajo que realizó». Eso es lo que no se ha
olvidado y hoy se celebra su fiesta en seis de las diócesis de Inglaterra y en
las congregaciones inglesas de benedictinos.
Nuestra más autorizada fuente de
información, por supuesto, es san Beda en su Ecclesiastical History, que en
muchos puntos ha sido elucidada por C. Plummer con valiosos comentarios; en
segundo lugar contamos con la Vita Wilfridi de Edio. Mucho es lo que se ha
publicado en Inglaterra sobre Teodoro y sobre su época, pero aparte de algunas
valiosas ilustraciones arqueológicas, libros tales como Theodore and Wilfrith,
de Browne, Golden Days of English Church History, de Sir Henry Howorth y el
Chapeters on Early English Church History del canónigo Bright, tienen un
pronunciado tono antiromano. En cuanto a la parte desempeñada por Teodoro en el
mencionado «Penitencial» conviene ver el resultado de las investigaciones
practicadas por Paul Fournier, que figuran en su libro Historie des Collections
canoniques en Occident (1931-1932). Ahí se pone en duda que el arzobispo haya
tomado parte siquiera en la realización de aquel libro, como dicen que lo hizo
Wasserschleben y Stubbs. Ver a W. Stubbs en DCB, vol. IV, pp. 926-932. F. M.
Stenton, Anglo-Saxon England (1943), pp. 131-141. El Dr. W. Reany publicó una
biografía en 1944.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 1370 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_3395
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