Excelsa entre los humildes y los pobres, ruega por nosotros
3 Mayo, 2017 por Deja un comentario
El canto del Magnificat es la oración por excelencia de la Virgen. “Ha mirado la humillación de su esclava”, dirá María, y, en ese abajarse, Dios la enalteció hasta lo más alto. No se trataba de un acto de humildad sin más, era el perfecto conocimiento de sí misma que, ante el poder y la santidad de Dios, la Virgen se reconocía como criatura incapaz de realizar nada sin la presencia de la divinidad. Por eso será “la llena de gracia”, ese “vacío infinito” para ser llenado sólo, y exclusivamente, de Dios.
No nos cuesta, a ti y a mi, decir que somos humildes, lo que realmente resulta arduo es vivir la humildad. No se alcanza la humildad con la fuerza de la voluntad, sino con la entrega del corazón y el abrazo permanente de la aceptación de lo que somos. Es un reconocimiento que va más allá de lo que otros puedan decir de nosotros, porque hemos de abrirnos en todo momento a la voluntad de Dios, descubriendo en cada detalle de nuestra existencia su ternura, sea en la dicha o en la adversidad. Todo lo que ocurra, ¡pase lo que pase!, cuenta siempre con el beneplácito de Dios… son sus planes los que redimen, y nunca la imposición de nuestros criterios.
“A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. ¡Hambre de Dios!, que es la naturalidad de nuestra condición de hijos suyos, que nos hace ansiar ese alimento divino que nos renueva la vida en esos instantes de intimidad con Él. Los que se vanaglorian de su tener, ya tienen el premio a su incredulidad y a su incapacidad de amar. Vayamos de la mano de María, y recuperemos esa relación con Dios que nos hace tan humanos y tan de Él, como Ella lo vivió en cada momento de su existencia.
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