Santa Brígida de Suecia, fundadora
fecha: 23 de julio
fecha en el calendario anterior: 8 de octubre
n.: c. 1303 - †: 1373 - país: Italia
otras formas del nombre: Birgitta
canonización: C: Bonifacio IX 7 oct 1391
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 8 de octubre
n.: c. 1303 - †: 1373 - país: Italia
otras formas del nombre: Birgitta
canonización: C: Bonifacio IX 7 oct 1391
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Fiesta de santa Brígida, religiosa, nacida en Suecia, que contrajo
matrimonio con el noble Ulfo, de quien tuvo ocho hijos, a todos los cuales
educó piadosamente, y consiguió al mismo tiempo, con sus consejos y su ejemplo,
que su esposo llevase una vida de piedad. Muerto éste, peregrinó a muchos
santuarios y dejó varios escritos, en los que habla de la necesidad de reforma,
tanto de la cabeza como de los miembros de la Iglesia. Puestos los fundamentos
de la Orden del Santísimo Salvador, en Roma pasó finalmente de este mundo al
cielo.
Patronazgos: patrona de Europa, de Suecia, de los peregrinos; para pedir una santa
muerte.
refieren a este santo: San Hemming de
Abo, Beato Nicolás
Hermansson
Oración: Señor, Dios nuestro, que has
manifestado a santa Brígida secretos celestiales mientras meditaba la pasión de
tu Hijo, concédenos a nosotros, tus siervos, gozarnos siempre en la
manifestación de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén (oración litúrgica).
Santa Brigida era hija de Birgerio,
gobernador de Uppland, la principal provincia de Suecia. La madre de Brígida,
Ingerborg, era hija del gobernador de Gotland oriental. Ingerborg murió hacia
1315 y dejó varios hijos. Brígida, que tenía entonces doce años
aproximadamente, fue educada por una tía suya en Aspenás. A los tres años,
había empezado a hablar con perfecta claridad, como si fuese una persona mayor,
y su bondad y devoción fueron tan precoces como su lenguaje. Sin embargo, la
santa confesaba que de joven había sido inclinada al orgullo y la presunción. A
los siete años tuvo una visión de la Reina de los cielos. A los diez, a raíz de
un sermón sobre la Pasión de Cristo que la impresionó mucho, soñó que veía al
Señor clavado en la cruz y oyó estas palabras: «Mira en qué estado estoy, hija
mía.» «¿Quién os ha hecho eso, Señor?», preguntó la niña. Y Cristo respondió:
«Los que me desprecian y se burlan de mi amor». Esa visión dejó una huella
imborrable en Brígida y, desde entonces, la Pasión del Señor se convirtió en el
centro de su vida espiritual. Antes de cumplir catorce años, la joven contrajo
matrimonio con Ulf Gudrnarsson, quien era cuatro años mayor que ella. Dios les
concedió veintiocho años de felicidad matrimonial, Tuvieron cuatro hijos y
cuatro hijas, una de las cuales es venerada con el nombre de santa Catalina
de Suecia. Durante algunos años, Brígida llevó la vida de una
señora feudal en las posesiones de su esposo en Ulfassa, con la única
diferencia de que cultivaba la amistad de los hombres sabios y virtuosos.
Hacia el año 1335, la santa fue llamada a
la corte del joven rey Magno II para ser la principal dama de honor de la reina
Blanca de Namur. Pronto comprendió Brígida que sus responsabilidades en la
corte no se limitaban al estricto cumplimiento de su oficio. Magno era un
hombre débil que se dejaba fácilmente arrastrar al vicio; Blanca tenía buena
voluntad, pero era irreflexiva y amante del lujo. La santa hizo cuanto pudo por
cultivar las cualidades de la reina y por rodear a ambos soberanos de buenas
influencias. Pero, como sucede con frecuencia, aunque santa Brígida se ganó el
cariño de los reyes, no consiguió mejorar su conducta, pues no la tomaban en
serio. La santa empezó a disfrutar por entonces de las visiones que habían de
hacerla famosa. Estas versaban sobre las más diversas materias, desde la
necesidad de lavarse, hasta los términos del tratado de paz entre Francia e
Inglaterra. «Si el rey de Inglaterra no firma la paz -decía- no tendrá éxito en
ninguna de sus empresas y acabará por salir del reino y dejar a sus hijos en la
tribulación y la angustia». Pero tales visiones no impresionaban gran cosa a
los cortesanos suecos, quienes solían preguntar con cierta ironía: «¿Qué soñó
Doña Brígida anoche?» Por otra parte, la santa tenía dificultades con su propia
familia. Su hija mayor se había casado con un noble muy revoltoso, a quien
Brígida llamaba «el Bandolero» y, hacia 1340, murió Gudmaro, su hijo menor. Por
esa pérdida la santa hizo una peregrinación al santuario de San Olaf de
Noruega, en Trondhjem. A su regreso, fortalecida por las oraciones, intentó con
más ahinco que nunca volver al buen camino a sus soberanos. Como no lo lograse,
les pidió permiso de ausentarse de la corte e hizo una peregrinación a
Compostela con su esposo. A la vuelta del viaje, Ulf cayó gravemente enfermo en
Arrás y recibió los últimos sacramentos, ya que la muerte parecía inminente.
Pero santa Brígida, que oraba fervorosamente por el restablecimiento de su
esposo, tuvo un sueño en el que san Dionisio le reveló que no moriría. A raíz
de la curación de Ulf, ambos esposos prometieron consagrarse a Dios en la vida
religiosa. Según parece, Ulf murió en 1344 en el monasterio cisterciense de
Alvastra, antes de poner por obra su propósito. Santa Brígida se quedó en
Alvastra cuatro años dedicada a la penitencia y completamente olvidada del
mundo. Desde entonces, abandonó los vestidos preciosos: sólo usaba lino para el
velo y vestía una burda túnica ceñida con una cuerda anudada. Las visiones y
revelaciones se hicieron tan insistentes, que la santa se alarmó, temiendo ser
víctima de las ilusiones del demonio o de su propia imaginación. Pero en una
visión que se repitió tres veces, se le ordenó que se pusiese bajo la dirección
del maestre Matías, un canónigo muy sabio y experimentado de Linköping, quien
le declaró que sus visiones procedían de Dios.
Desde entonces y hasta su muerte, santa
Brígida comunicó todas sus visiones al prior de Alvastra, llamado Pedro, quien
las consignó por escrito en latín. Ese período culminó con una visión en la que
el Señor ordenó a la santa que fuese a la corte para amenazar al rey Magno con
el juicio divino; así lo hizo Brígida, sin excluir de las amenazas a la reina y
a los nobles. Magno se enmendó algún tiempo y dotó liberalmente el monasterio
que la santa había fundado en Vadstena, impulsada por otra visión. En dicho
monasterio había sesenta religiosas. En un edificio contiguo habitaban trece sacerdotes
(en honor de los doce apóstoles y de San Pablo), cuatro diáconos (que
representaban a los doctores de la Iglesia) y ocho hermanos legos. En conjunto
había ochenta y cinco personas, que era el número de los discípulos del Señor.
Santa Brígida redactó las constituciones; según se dice, se las dictó el
Salvador en una visión. Pero ni Bonifacio IX en la bula de canonización, ni
Martín V, que ratificó los privilegios de la abadía de Sión y confirmó la
canonización, mencionan ese hecho y sólo hablan de la aprobación de la regla
por la Santa Sede, sin hacer referencia a ninguna revelación privada. En la
fundación de santa Brígida, lo mismo que en la orden de Fontevrault, los
hombres estaban sujetos a la abadesa en lo temporal, pero en lo espiritual, las
mujeres estaban sujetas al superior de los monjes. La razón de ello es que la
orden había sido fundada principalmente para las mujeres y los hombres sólo
eran admitidos en ella para asegurar los ministerios espirituales. Los
conventos de hombres y mujeres estaban separados por una clausura inviolable;
tanto unos como las otras, asistían a los oficios en la misma iglesia, pero las
religiosas se hallaban en una galería superior, de suerte que ni siquiera
podían verse unos a otros. La orden del Santísimo Salvador, que llegó a tener
unos setenta conventos, actualmente es pequeña, pero continúa existiendo en
distintas partes del mundo. El monasterio de Vadstena fue el principal centro
literario de Suecia en el siglo XV. A raíz de una visión, santa Brígida
escribió una carta muy enérgica a Clemente VI, urgiéndole a partir de Aviñón a
Roma y establecer la paz entre Eduardo III de Inglaterra y Felipe IV de
Francia. El Papa se negó a partir de Aviñón pero, en cambio envió a Hemming,
obispo de Abö, a la corte del rey Felipe, aunque la misión no tuvo éxito. Entre
tanto, el rey Magno, que apreciaba más las oraciones que los consejos de santa
Brígida, trató de hacerla intervenir en una cruzada contra los paganos letones
y estonios. En realidad se trataba de una expedición de pillaje. La santa no se
dejó engañar y trató de disuadir al monarca. Con ello, perdió el favor de la
corte, pero estaba compensada con el amor del pueblo, por cuyo bienestar se
preocupaba sinceramente durante sus múltiples viajes por Suecia. Había todavía en
el país muchos paganos, y santa Brígida ilustraba con milagros la predicación
de sus capellanes.
En 1349, a pesar de que la «muerte negra»
hacía estragos en toda Europa, Brígida decidió ir a Roma con motivo del jubileo
de 1350. Acompañada de su confesor, Pedro de Skeninge, y otros personajes, se
embarcó en Stralsund, en medio de las lágrimas del pueblo, que no había de
volver a verla. En efecto, la santa se estableció en Roma, donde se ocupó de
los pobres de la ciudad, en espera de la vuelta del Pontífice a la Ciudad
Eterna. Asistía diariamente a misa a las cinco de la mañana; se confesaba todos
los días y comulgaba varias veces por semana. El brillo de su virtud
contrastaba con la corrupción de costumbres que reinaba entonces en Roma: el
robo y la violencia hacían estragos, el vicio era cosa normal, las iglesias
estaban en ruinas y lo único que interesaba al pueblo era escapar de sus
opresores. La austeridad de la santa, su devoción a los santuarios, su
severidad consigo misma y su bondad con el prójimo, su entrega total al cuidado
de los pobres y los enfermos le ganaron el cariño de todos aquéllos en quienes
todavía quedaba algo de cristianismo. Santa Brígida atendía con particular
esmero a sus compatriotas y cada día daba de comer a los peregrinos suecos en
su casa, que estaba situada en las cercanías de San Lorenzo in Damaso. Pero su
ministerio apostólico no se reducía a la práctica de las buenas obras ni a
exhortar a los pobres y a los humildes. En cierta ocasión, fue al gran
monasterio de Farfa para reprender al abad, «un hombre mundano que no se
preocupaba absolutamente por las almas». Hay que decir que, probablemente, la
reprensión de la santa no produjo efecto alguno. Más éxito tuvo su celo en la
reforma de otro convento de Bolonia. Ahí se hallaba Brígida cuando fue a
reunirse con ella su hija, santa Catalina, quien se quedó a su lado y fue su
fiel colaboradora hasta el fin de la vida de Brígida. Dos de las iglesias
romanas más relacionadas con nuestra santa son la de San Pablo Extramuros y la
de San Francisco de Ripa. En la primera se conserva todavía el bellísimo
crucifijo, obra de Cavallini, ante el que Brígida acostumbraba orar y que le
respondió más de una vez; en la segunda iglesia se le apareció san Francisco y
le dijo: «Ven a beber conmigo en mi celda». La santa interpretó aquellas
palabras como una invitación para ir a Asís. Visitó la ciudad y, de ahí partió
en peregrinación por los principales santuarios de Italia, durante dos años.
Las profecías y revelaciones de santa
Brígida se referían a las cuestiones más candentes de su época. Predijo, por
ejemplo, que el papa y el emperador se reunirían amistosamente en Roma al poco
tiempo (así lo hicieron el beato Urbano V y Carlos IV, en 1368). La profecía de
que los partidos en que estaba dividida la Ciudad Eterna recibirían el castigo
que merecían por sus crímenes, disminuyeron un tanto la popularidad de la santa
y aun le atrajeron persecuciones. Por otra parte, ni siquiera el Papa escapaba
a sus críticas. En una ocasión le llamó «asesino de almas, más injusto que
Pilato y más cruel que Judas». Nada tiene de extraño que Brígida haya sido
arrojada de su casa y aun haya tenido que ir, con su hija, a pedir limosna al
convento de las Clarisas Pobres. El gozo que experimentó la santa con la
llegada de Urbano V a Roma fue de corta duración, pues el Pontífice se retiró
poco después a Viterbo, luego a Montesfiascone y aun se rumoró que se disponía
a volver a Aviñón. Al regresar de una peregrinación a Amalfi, Brígida tuvo una
visión en la que Nuestro Señor la envió a avisar al papa que se acercaba la
hora de su muerte, a fin de que diese su aprobación a la regla del convento de
Vadstena. Brígida había ya sometido la regla a la aprobación de Urbano V, en
Roma, pero el Pontífice no había dado respuesta alguna. Así pues, se dirigió a
Montefiascone montada en su mula blanca. Urbano aprobó, en general, la
fundación y la regla de santa Brígida, que completó con la regla de san
Agustín. Cuatro meses más tarde, murió el Pontífice. Santa Brígida escribió
tres veces a su sucesor, Gregorio XI, que estaba en Aviñón, conminándole a
trasladarse a Roma. Así lo hizo el Pontífice cuatro años después de la muerte
de la santa.
En 1371, a raíz de otra visión, Santa
Brígida emprendió una peregrinación a los Santos Lugares, acompañada de su hija
Catalina, de sus hijos Carlos y Bingerio, de Alfonso de Vadaterra y otros
personajes. Ese fue el último de sus viajes. La expedición comenzó mal, ya que
en Nápoles, Carlos se enamoró de la reina Juana I, cuya reputación era muy
dudosa. Aunque la esposa de Carlos vivía aún en Suecia y el marido de Juana
estaba en España, ésta quería contraer matrimonio con él y la perspectiva no
desagradaba a Carlos. Su madre, horrorizada ante tal posibilidad, intensificó
sus oraciones. Dios resolvió la dificultad del modo más inesperado y trágico,
pues Carlos enfermó de una fiebre maligna y murió dos semanas después en brazos
de su madre. Carlos y Catalina eran los hijos predilectos de la santa. Esta
prosiguió su viaje a Palestina embargada por la más profunda pena. En Jaffa
estuvo a punto de perecer ahogada durante un naufragio. Sin embargo durante la
accidentada peregrinación la santa disfrutó de grandes consolaciones espirituales
y de visiones sobre la vida del Señor. A su vuelta de Tierra Santa, en el otoño
de 1372, se detuvo en Chipre, donde clamó contra la corrupción de la familia
real y de los habitantes de Famagusta, quienes se habían burlado de ella cuando
se dirigía a Palestina. Después pasó a Nápoles, donde el clero de la ciudad
leyó desde el púlpito las profecías de santa Brígida, aunque no produjeron
mayor efecto entre el pueblo. La comitiva llegó a Roma en marzo de 1373.
Brígida, que estaba enferma desde hacía algún tiempo, empezó a debilitarse
rápidamente, y falleció el 23 de julio de ese año, después de recibir los
últimos sacramentos de manos de su fiel amigo, Pedro de Alvastra. Tenía
entonces setenta y un años. Su cuerpo fue sepultado provisionalmente en la
iglesia de San Lorenzo in Panisperna. Cuatro meses después, santa Catalina y
Pedro de Alvastra condujeron triunfalmente las reliquias a Vadstena, pasando
por Dalmacia, Austria, Polonia y el puerto de Danzig. Santa Brígida, cuyas
reliquias reposan todavía en la abadía por ella fundada, fue canonizada en 1391
y es patrona de Suecia y de Europa.
Uno de los aspectos más conocidos en la
vida de Santa Brígida, es el de las múltiples visiones con que la favoreció el
Señor, especialmente las que se refieren a los sufrimientos de la Pasión y a
ciertos acontecimientos de su época. Por orden del Concilio de Basilea, el
sabio Juan de Torquemada, quien fue más tarde cardenal, examinó el libro de las
revelaciones de la santa y declaró que podía ser muy útil para la instrucción
de los fieles; pero tal aprobación encontró muchos opositores. Por lo demás, la
declaración de Torquemada significa únicamente que la doctrina del libro es
ortodoxa y que las revelaciones no carecen de probabilidad histórica. El papa
Benedicto XIV, entre otros, se refirió a las revelaciones de santa Brígida en
los siguientes términos: «Aunque muchas de esas revelaciones han sido
aprobadas, no se les debe el asentimiento de fe divina; el crédito que merecen
es puramente humano, sujeto al juicio de la prudencia, que es la que debe
dictarnos el grado de probabilidad de que gozan para que creamos píamente en
ellas». Santa Brígida, con gran sencillez de corazón, sometió siempre sus
revelaciones al juicio de las autoridades eclesiásticas y, lejos de gloriarse
por gozar de gracias tan extraordinarias, que nunca había deseado, las
aprovechó como una ocasión para manifestar su obediencia y crecer en amor y
humildad. Si sus revelaciones la han hecho famosa, ello se debe en gran parte a
la virtud heroica de la santa, consagrada por el juicio de la Iglesia. Vivir el
espíritu de los misterios de nuestra religión vale más a los ojos de Dios que
las visiones más extraordinarias y el conocimiento de las cosas ocultas. Quien
posee la inteligencia de un ángel pero no tiene caridad es como un címbalo
hueco. Santa Brígida supo reunir el lenguaje de los ángeles con la verdadera
caridad. El libro de sus revelaciones fue publicado por primera vez en 1492 y
ha sido traducido a muchos idiomas. Alban Butler hace notar con agudeza que si
tuviésemos las revelaciones de la santa tal como ella las escribió, en vez de
la traducción de Pedro de Alvastra, retocada en parte por Alfonso de Vadaterra,
«estarían redactadas en forma más sencilla, con mayor frescura y tendrían
mayores visos de veracidad».
La biografía más antigua, escrita
inmediatamente después de la muerte de santa Brígida por Pedro de Alvastra y
Pedro de Skeninge, no fue publicada sino hasta 1871, en la colección Scriptores
rerum suecicarum, vol. VI, pte. 2, pp. 185-206. Otras biografías, como la del
arzobispo de Upsala, Birgerio, pueden verse en Acta Sanctorum y en las
publicaciones de las sociedades suecas. Isak Collijn publicó una edición
crítica de los documentos de la canonización, con el título de Acta et
Processus canonizationis Beatae Birgittae (1924-1931) . Existen numerosas
biografías y estudios sobre la santa, particularmente en sueco, sobre todo por
lo que se refiere a los personajes que estuvieron relacionados con ella en
Suecia y en Roma. Sobre este punto hay que citar la obra de Collijn,
Birgittinska Gestalter (1929). La obra de la condesa de Flavigny, Sainte
Brigitte de Suéde supone un conocimiento profundo de las fuentes suecas. Es muy
difícil demostrar que las Revelaciones no están retocadas por los confesores de
Brígida, que las copiaron o las tradujeron al latín. El mejor texto es
probablemente el del sueco G. E. Klemming (1857-1874). En el Oficio de lecturas
del día de la santa se puede leer una oración atribuida
a ella.
Imágenes:
-Rosenrod: fresco de santa Brígida con una aparición de Jesús y la Virgen, 1435, en la iglesia de Tensta, Suecia.
-Albrecht Dürer: Visiónd e santa Brígida, grabado, 1500.
Imágenes:
-Rosenrod: fresco de santa Brígida con una aparición de Jesús y la Virgen, 1435, en la iglesia de Tensta, Suecia.
-Albrecht Dürer: Visiónd e santa Brígida, grabado, 1500.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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