El
próximo domingo día 26 del mes de mayo concluye, propiamente hablando, en la
vida eclesial el tiempo de la Pascua. A este tiempo van a seguir cuatro
domingos especiales. Domingos del dogma, me atrevo a decir. Del dogma de la
iglesia católica. Pero de esto, ya diré algo más tarde.
Ahora
estamos en el punto y final de la Pascua. En buena lógica la Pascua, que
significa pasar, no acaba nunca, porque estamos siempre en camino y en paso y
de paso. Pasamos siempre y llegamos siempre y seguimos pasando y llegando.
Alguien puede decir que 'esto es un no parar'. Más me gusta decir que 'esto es
vivir'.
Pues
para este vivir, constantemente en proceso de paso o pascual, los evangelios de
este día de domingo, creo, son una luz encendida. O mejor, dos.
La primera luz corresponde al relato del Evangelio
que nos han seleccionado las gentes de la 'oficialidad vaticana'. He titulado
mi comentario a esta selección que se nos propone con un interrogante: ¿Dónde
está aquella comida compartida y dialogada? Y hablo de esta comida
compartida y dialogada porque así nos la ha contado el Evangelista Juan.
Seguramente que no sucedió así como este Juan nos la contó, pero para aquellos
seguidores de Jesús de finales del siglo primero sí sucedió como dice
Juan.
Si
leemos esto en Juan, por un lado, y contemplamos, por otro, nuestras reuniones
de cristianos entorno a la misa de unos o la eucaristía de otros no
encontraremos puntos de semejanza se mire como se mire y se explique como se
explique. Nuestras celebraciones de domingo tienen sus raíces más inamovibles
en las decisiones del Concilio de Trento y no hay manera de realizar cambios de
fondo. Tal vez, sólo se llega a cambiar algún decorado, sin más sentido que
seguir celebrando de la misma manera.
En
cambio, todos hemos participado en auténticas comidas compartidas y dialogadas.
Ahí sí hubo una celebración al estilo de la que leemos en Juan y en sus
comunidades de los años 90 de nuestra historia.
¡Cuánto
tendríamos que hablar de este asunto!... Hablar y decidir... Tenemos la vida
por delante para hacerlo y sin cansarnos.
La otra luz que encendemos es la lectura del
texto siguiente en el Evangelio de Mateo sobre su Jesús de Nazaret. Este
narrador tan especial se atreve a presentar una vez más a su Jesús de Nazaret
en paralelo con la persona de Moisés. Y al presentar así a ambos se atreve
también a elegir. Y se queda con su Jesús. Ser como Jesús es la propuesta de
este Evangelista. Y se puede ser, claro que sí. Tanto a su Jesús como a cada
uno de nosotros nos toca decidir 'ser humano', 'persona' y atreverse un poquito
a ponerse en el lugar de quien está un peldaño más abajo. Estas decisiones son
luces encendidas...
Hasta
dentro de unos días... y con siete nuevas lucecitas... ¡del Evangelio!
‘¿Dónde está aquella comida
compartida y dialogada?’ Me pregunto CONTIGO:
Estamos ya en el sexto domingo
después de la fiesta de la Pascua y espero que más de un crítico lector de los relatos
evangélicos, propuestos en la liturgia, haya caído en la cuenta de un dato:
todos estos relatos proclamados en las eucaristías pertenecían al Evangelio de
Juan. Tres de ellos estuvieron tomados del capítulo vigésimo y vigésimo primero
del cuarto Evangelio. Otro pertenecía al capítulo décimo; el quinto pertenecía
al capítulo decimotercero y el sexto, el que se nos anunciará el día 26 de mayo,
está tomado de Juan 14,23-29.
Con esta selección tan arbitraria o
interesada de mensajes, ¿podrá una persona del pueblo hacerse una idea de qué
es y de cómo está escrito el libro que llamamos Evangelio de Juan? La liturgia
eclesiástica católica impide, al menos durante el largo tiempo pascual, que se
conozca la identidad y el mensaje del Jesús de Nazaret en el que creían
cristianos del siglo primero.
¿Por qué esta Iglesia no dedica los cincuenta y dos domingos de un año
entero a enseñar a leer a sus seguidores el Evangelio de Juan? Espero que esto
puedan ‘verlo’ aún mis oídos.
En la liturgia de nuestro domingo escucharemos
el relato de Juan 14,23-29: “En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi
Padre lo amará... El Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será
quien os enseñe todo... para que sigáis creyendo.» Este breve mensaje forma
parte de un todo. Este todo es el relato que este Evangelista inicia en Juan
13,31: “Cuando salió Judas, dijo
Jesús...”, y acaba en Juan 14,31: “Levantaos. Vámonos de aquí”.
Este ‘todo’ es la
serena sobrecena de la fiesta de pascua que celebran Jesús y cuantas personas
le acompañan, hombres y mujeres. Tanto esta cena (Juan 13,1-30) como la larga sobrecena
posterior (Juan 13,31-14,31) constituyen lo que los griegos de entonces
llamaban ‘simposio’. Es decir, una comida compartida y dialogada. Así es como
este cuarto Evangelista imaginó hacia finales del siglo primero la celebración
de la cena de despedida de Jesús con los suyos.
Muy curiosamente
sorprendente, en esta cena del Jesús de Juan no se habla del pan y del vino,
como lo habían escrito los tres Evangelistas anteriores, sino de otro gesto tan
revolucionario como fue el lavar los pies de cuantas personas estaban a la mesa
y en la cena. Y tampoco los Evangelios sinópticos nos contaron nada de la
segunda parte de aquel ‘simposio’. El narrador Juan puso en boca de su Jesús
palabras tan revolucionarias como sus gestos. Ahí está escrito explícitamente
el único mandamiento de la propuesta de vida de Jesús: amaos unos a otros
(13,35). Y a este discurso pertenece el breve texto de la liturgia de este
domingo.
En realidad, el texto
que se nos leerá viene precedido de una pregunta que le propone Judas, no el
Iscariote, que ya no estaba en el dialogo de la sobrecena. Ésta fue: ¿Por qué te vas a manifestar sólo a nosotros
y no al mundo? (Jn 14,22). ¿Quién
recogió aquella pregunta tan precisa y se la guardó y de la que nadie supo nada
hasta que este Evangelio quedó escrito y publicado? ¿Sucedió así en aquel
simposio o se lo imaginó el atrevido narrador y creyente Juan? No lo sé. Leo,
pienso, medito, me callo. Y me quedo sólo con esto: amaos unos a otros.
Domingo 26º de Mateo (26.05.2019):
Mateo 14,13-36.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12)
A Herodes el títere, según vimos en
el comentario anterior, parece que no le interesó demasiado la persona y las
tareas de Jesús de Nazaret. Informado este Jesús de Mateo de cuanto le sucedió
a Juan, el perdona pecados, abandonó el lugar en el que se encontraban y, una
vez más, se retiró en barca hacia algún lugar solitario. Sin embargo, las
gentes saben qué hace y dónde va este Jesús que se preocupa de sus heridas,
dolores y enfermedades: “Sintió compasión
de ellos” (Mt 14,14).
Creo que ese Herodes es una de las
causas de tales sufrimientos. La presencia de este Herodes recuerda al lector
crítico la presencia deshumanizadora de aquellos faraones egipcios de los
tiempos de Moisés: Tiempos de esclavitud y de hambre, pero tiempos también de
esperanzas y de liberación. Y, ¿no es esto mismo lo que este Mateo cuenta de su
Jesús de Nazaret? Una comida multiplicada (14,15-21) y un nuevo paso del mar a
través de la tempestad calmada (14,22-33). Este Jesús de Mateo es un Moisés
liberador nuevo, humanizado y humanizador.
Este Evangelista nos relata aquí dos
acontecimientos de la evangelización de su Jesús de Nazaret en Galilea. Uno de
estos acontecimientos es la llamada ‘primera multiplicación de los panes’, que
parece que tuvo lugar en la orilla oriental del Lago-Mar de Genesaret, y el
otro acontecimiento es el apaciguamiento de este embravecido Mar que tanto me recuerda al mar Rojo de la
memoria de este pueblo de Jesús. A este conjunto de experiencias se le llamaba
en la tradición de Israel ‘la pascua judía’ con la que se inició el éxodo hacia
la tierra nueva donde alimentarse del pan de la libertad.
De este par de relatos tan
evocadores de la historia pasada y siempre actual de este pueblo me gustaría
subrayar dos expresiones en las que parece concentrarse la mejor semilla del
mensaje del narrador. “Dadles vosotros de
comer” (14,16), sería la primera frase. “¡Qué
poca fe!” (14,31), sería la segunda expresión.
Este espacio del comentario se
queda escuálido para tantas realidades de la vida y experiencia de Jesús y de
sus seguidores evocadas por la narración del autor y creyente que escribe unos
cuarenta años después de que viviera y muriera su protagonista Jesús, al que ya
se le comienza a divinizar muy descaradamente (Mt 14,33).
Sin embargo, ese ‘dadles vosotros
de comer’ y esa ‘qué poca fe’ nos están gritando que es posible ser, pensar,
decidir y actuar como lo hizo aquel Jesús sepultado y resucitado en los
adentros de las personas de los Doce que son, lo recordaré siempre, todas las
personas que entonces y siempre estuvieron al lado de este Jesús y en su
seguimiento. Estas personas de entonces
y de siempre conocemos a este Jesús porque nos hablaron de él. Y porque,
luego...
Luego ella, tú, él, yo...
(14,34-36) cada uno hemos llegado a tocar a este Jesús en nuestros adentros
donde quedó sembrado y vivo mientras nos atrevemos cada uno a ser como él fue: una persona liberada, de cualquier
hambre o tempestad, y liberadora...
de toda divinización. La tentación de sus seguidores de entonces fue divinizar
a Jesús... Y esta tentación sigue viva.
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