sábado, 25 de mayo de 2019

‘¿Dónde está aquella comida compartida y dialogada?’ (Domingo 6º de Pascua en el Ciclo C (26.05.2019): Juan 14,23-29) y “Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12) (Domingo 26º de Mateo (26.05.2019): Mateo 14,13-36.)


El próximo domingo día 26 del mes de mayo concluye, propiamente hablando, en la vida eclesial el tiempo de la Pascua. A este tiempo van a seguir cuatro domingos especiales. Domingos del dogma, me atrevo a decir. Del dogma de la iglesia católica. Pero de esto, ya diré algo más tarde.

Ahora estamos en el punto y final de la Pascua. En buena lógica la Pascua, que significa pasar, no acaba nunca, porque estamos siempre en camino y en paso y de paso. Pasamos siempre y llegamos siempre y seguimos pasando y llegando. Alguien puede decir que 'esto es un no parar'. Más me gusta decir que 'esto es vivir'.

Pues para este vivir, constantemente en proceso de paso o pascual, los evangelios de este día de domingo, creo, son una luz encendida. O mejor, dos.

La primera luz corresponde al relato del Evangelio que nos han seleccionado las gentes de la 'oficialidad vaticana'. He titulado mi comentario a esta selección que se nos propone con un interrogante: ¿Dónde está aquella comida compartida y dialogada? Y hablo de esta comida compartida y dialogada porque así nos la ha contado el Evangelista Juan. Seguramente que no sucedió así como este Juan nos la contó, pero para aquellos seguidores de Jesús de finales del siglo primero sí sucedió como dice Juan. 

Si leemos esto en Juan, por un lado, y contemplamos, por otro, nuestras reuniones de cristianos entorno a la misa de unos o la eucaristía de otros no encontraremos puntos de semejanza se mire como se mire y se explique como se explique. Nuestras celebraciones de domingo tienen sus raíces más inamovibles en las decisiones del Concilio de Trento y no hay manera de realizar cambios de fondo. Tal vez, sólo se llega a cambiar algún decorado, sin más sentido que seguir celebrando de la misma manera. 

En cambio, todos hemos participado en auténticas comidas compartidas y dialogadas. Ahí sí hubo una celebración al estilo de la que leemos en Juan y en sus comunidades de los años 90 de nuestra historia.
¡Cuánto tendríamos que hablar de este asunto!... Hablar y decidir... Tenemos la vida por delante para hacerlo y sin cansarnos.

La otra luz que encendemos es la lectura del texto siguiente en el Evangelio de Mateo sobre su Jesús de Nazaret. Este narrador tan especial se atreve a presentar una vez más a su Jesús de Nazaret en paralelo con la persona de Moisés. Y al presentar así a ambos se atreve también a elegir. Y se queda con su Jesús. Ser como Jesús es la propuesta de este Evangelista. Y se puede ser, claro que sí. Tanto a su Jesús como a cada uno de nosotros nos toca decidir 'ser humano', 'persona' y atreverse un poquito a ponerse en el lugar de quien está un peldaño más abajo. Estas decisiones son luces encendidas...

Hasta dentro de unos días... y con siete nuevas lucecitas... ¡del Evangelio! 

    



‘¿Dónde está aquella comida compartida y dialogada?’ Me pregunto CONTIGO: 

Estamos ya en el sexto domingo después de la fiesta de la Pascua y espero que más de un crítico lector de los relatos evangélicos, propuestos en la liturgia, haya caído en la cuenta de un dato: todos estos relatos proclamados en las eucaristías pertenecían al Evangelio de Juan. Tres de ellos estuvieron tomados del capítulo vigésimo y vigésimo primero del cuarto Evangelio. Otro pertenecía al capítulo décimo; el quinto pertenecía al capítulo decimotercero y el sexto, el que se nos anunciará el día 26 de mayo, está tomado de Juan 14,23-29.

Con esta selección tan arbitraria o interesada de mensajes, ¿podrá una persona del pueblo hacerse una idea de qué es y de cómo está escrito el libro que llamamos Evangelio de Juan? La liturgia eclesiástica católica impide, al menos durante el largo tiempo pascual, que se conozca la identidad y el mensaje del Jesús de Nazaret en el que creían cristianos del siglo primero.

¿Por qué esta Iglesia no dedica los cincuenta y dos domingos de un año entero a enseñar a leer a sus seguidores el Evangelio de Juan? Espero que esto puedan ‘verlo’ aún mis oídos.

En la liturgia de nuestro domingo escucharemos el relato de Juan 14,23-29: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará... El Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os enseñe todo... para que sigáis creyendo.» Este breve mensaje forma parte de un todo. Este todo es el relato que este Evangelista inicia en Juan 13,31: “Cuando salió Judas, dijo Jesús...”,  y acaba en Juan 14,31: “Levantaos. Vámonos de aquí”.

Este ‘todo’ es la serena sobrecena de la fiesta de pascua que celebran Jesús y cuantas personas le acompañan, hombres y mujeres. Tanto esta cena (Juan 13,1-30) como la larga sobrecena posterior (Juan 13,31-14,31) constituyen lo que los griegos de entonces llamaban ‘simposio’. Es decir, una comida compartida y dialogada. Así es como este cuarto Evangelista imaginó hacia finales del siglo primero la celebración de la cena de despedida de Jesús con los suyos.

Muy curiosamente sorprendente, en esta cena del Jesús de Juan no se habla del pan y del vino, como lo habían escrito los tres Evangelistas anteriores, sino de otro gesto tan revolucionario como fue el lavar los pies de cuantas personas estaban a la mesa y en la cena. Y tampoco los Evangelios sinópticos nos contaron nada de la segunda parte de aquel ‘simposio’. El narrador Juan puso en boca de su Jesús palabras tan revolucionarias como sus gestos. Ahí está escrito explícitamente el único mandamiento de la propuesta de vida de Jesús: amaos unos a otros (13,35). Y a este discurso pertenece el breve texto de la liturgia de este domingo.

En realidad, el texto que se nos leerá viene precedido de una pregunta que le propone Judas, no el Iscariote, que ya no estaba en el dialogo de la sobrecena. Ésta fue: ¿Por qué te vas a manifestar sólo a nosotros y no al mundo?  (Jn 14,22). ¿Quién recogió aquella pregunta tan precisa y se la guardó y de la que nadie supo nada hasta que este Evangelio quedó escrito y publicado? ¿Sucedió así en aquel simposio o se lo imaginó el atrevido narrador y creyente Juan? No lo sé. Leo, pienso, medito, me callo. Y me quedo sólo con esto: amaos unos a otros.
Domingo 26º de Mateo (26.05.2019): Mateo 14,13-36.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12)

A Herodes el títere, según vimos en el comentario anterior, parece que no le interesó demasiado la persona y las tareas de Jesús de Nazaret. Informado este Jesús de Mateo de cuanto le sucedió a Juan, el perdona pecados, abandonó el lugar en el que se encontraban y, una vez más, se retiró en barca hacia algún lugar solitario. Sin embargo, las gentes saben qué hace y dónde va este Jesús que se preocupa de sus heridas, dolores y enfermedades: “Sintió compasión de ellos” (Mt 14,14).

Creo que ese Herodes es una de las causas de tales sufrimientos. La presencia de este Herodes recuerda al lector crítico la presencia deshumanizadora de aquellos faraones egipcios de los tiempos de Moisés: Tiempos de esclavitud y de hambre, pero tiempos también de esperanzas y de liberación. Y, ¿no es esto mismo lo que este Mateo cuenta de su Jesús de Nazaret? Una comida multiplicada (14,15-21) y un nuevo paso del mar a través de la tempestad calmada (14,22-33). Este Jesús de Mateo es un Moisés liberador nuevo, humanizado y humanizador.

Este Evangelista nos relata aquí dos acontecimientos de la evangelización de su Jesús de Nazaret en Galilea. Uno de estos acontecimientos es la llamada ‘primera multiplicación de los panes’, que parece que tuvo lugar en la orilla oriental del Lago-Mar de Genesaret, y el otro acontecimiento es el apaciguamiento de este embravecido Mar  que tanto me recuerda al mar Rojo de la memoria de este pueblo de Jesús. A este conjunto de experiencias se le llamaba en la tradición de Israel ‘la pascua judía’ con la que se inició el éxodo hacia la tierra nueva donde alimentarse del pan de la libertad.

De este par de relatos tan evocadores de la historia pasada y siempre actual de este pueblo me gustaría subrayar dos expresiones en las que parece concentrarse la mejor semilla del mensaje del narrador. “Dadles vosotros de comer” (14,16), sería la primera frase. “¡Qué poca fe!” (14,31), sería la segunda expresión.

Este espacio del comentario se queda escuálido para tantas realidades de la vida y experiencia de Jesús y de sus seguidores evocadas por la narración del autor y creyente que escribe unos cuarenta años después de que viviera y muriera su protagonista Jesús, al que ya se le comienza a divinizar muy descaradamente (Mt 14,33).

Sin embargo, ese ‘dadles vosotros de comer’ y esa ‘qué poca fe’ nos están gritando que es posible ser, pensar, decidir y actuar como lo hizo aquel Jesús sepultado y resucitado en los adentros de las personas de los Doce que son, lo recordaré siempre, todas las personas que entonces y siempre estuvieron al lado de este Jesús y en su seguimiento.  Estas personas de entonces y de siempre conocemos a este Jesús porque nos hablaron de él. Y porque, luego...

Luego ella, tú, él, yo... (14,34-36) cada uno hemos llegado a tocar a este Jesús en nuestros adentros donde quedó sembrado y vivo mientras nos atrevemos cada uno a ser como él fue: una persona liberada, de cualquier hambre o tempestad, y liberadora... de toda divinización. La tentación de sus seguidores de entonces fue divinizar a Jesús... Y esta tentación sigue viva.

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