San Aníbal María Di Francia, presbítero y fundador
fecha: 1 de junio
n.: 1851 - †: 1927 - país: Italia
canonización: B: Juan Pablo II 7 oct 1990 - C: Juan Pablo II 16 may 2004
hagiografía: Vaticano
n.: 1851 - †: 1927 - país: Italia
canonización: B: Juan Pablo II 7 oct 1990 - C: Juan Pablo II 16 may 2004
hagiografía: Vaticano
Elogio: En Mesina, ciudad de Sicilia, de nuevo en Italia, san Aníbal María Di
Francia, presbítero, que fundó la Congregación de Padres Rogacionistas del
Corazón de Jesús y la de Hijas del Divino Celo, para rogar al Señor santos
sacerdotes para su Iglesia y cuidar a huérfanos sin recursos.
Oración: Señor Dios todopoderoso, que nos has
revelado que el amor a Dios y al prójimo es el compendio de toda tu ley, haz
que, imitando la caridad de San Aníbal María di Francia, seamos contados un día
entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Aníbal María Di Francia nació en Messina
el 5 de julio de 1851 de la noble señora Anna Toscano y del caballero Francisco,
marqués de S. Caterina dello Ionio, Vicecónsul Pontificio y Capitán Honorario
de la Marina. Tercero de cuatro hijos, Aníbal quedó huérfano, tan sólo a los
quince meses por la muerte prematura del padre. Esta amarga experiencia
infundió en su ánimo la particular ternura y el especial amor a los huérfanos,
que caracterizó su vida y su sistema educativo.
Desarrolló un grande amor hacia la
Eucaristía, tanto que recibió el permiso, excepcional para aquellos tiempos, de
acercarse cotidianamente a la Santa Comunión. Jovencísimo, delante del
Santísimo Sacramento solemnemente expuesto, recibió lo que se puede definir
«inteligencia del Rogate»: es decir, descubrió la necesidad de la oración por
las vocaciones, que, más tarde, encontró expresada en el versículo del
Evangelio: «La mies es mucha pero los obreros son pocos. Rogad (Rogate) pues al
dueño de la mies, para que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38: Lc 10, 2). Estas
palabras del Evangelio constituyeron la intuición fundamental a la que dedicó
toda su existencia.
De ingenio alegre y de notables
capacidades literarias, apenas sintió la llamada del Señor, respondió
generosamente, adaptando estos talentos a su ministerio. Terminados los
estudios, el 16 de marzo de 1878 fue ordenado sacerdote. Algún mes antes, un
encuentro «providencial» con un mendigo casi ciego lo puso en contacto con la
triste realidad social y moral del barrio periférico más pobre de Messina, las
llamadas Casas de Avignone y le abrió el camino de aquel ilimitado amor hacia
los pobres y los huérfanos, que llegará a ser una característica fundamental de
su vida.
Con el consentimiento de su Obispo, fue a
habitar en aquel «gueto» y se comprometió con todas sus fuerzas en la redención
de aquellos infelices, que, se presentaban, ante su vista, según la imagen
evangélica, como «ovejas sin pastor». Fue una experiencia marcada por fuertes
incomprensiones, dificultades y hostilidades de todo tipo, que él superó con
grande fe, viendo en los humildes y marginados al mismo Jesucristo y realizando
lo que definía: «Espíritu de doble caridad: la evangelización y la ayuda a los
pobres».
En 1882 dio inicio a sus orfanatos, que
fueron llamados antonianos porque estaban puestos bajo la protección de San
Antonio de Padua. Su preocupación no sólo fue la de dar pan y trabajo, sino y,
sobre todo, la de educar de forma integral a la persona teniendo en cuenta el
aspecto moral y religioso, ofreciendo a los asistidos un verdadero clima de
familia, que favorece el proceso formativo para hacerles descubrir y seguir el
proyecto de Dios. Hubiera querido abrazar a los huérfanos y a los pobres de
todo el mundo con espíritu misionero. Pero, ?cómo hacerlo? La palabra del
Rogate le abría esta posibilidad. Por eso escribió: « ¿Qué son estos pocos
huérfanos que se salvan y estos pocos pobres que se evangelizan frente a
millones que se pierden y están abandonados como rebaño sin pastor?... Buscaba
un camino de salida y lo encontré amplio, inmenso en aquellas adorables
palabras de nuestro Señor Jesucristo: Rogate ergo... Entonces me pareció haber
hallado el secreto de todas las obras buenas y de la salvación de todas las
almas».
Aníbal había intuido que el Rogate no era
una simple recomendación del Señor, sino un mandado explícito y un «remedio
inefable». Motivo por el cual su carisma es de valorar como el principio
animador de una fundación providencial en la Iglesia. Otro aspecto importante
para hacer resaltar es que él precede a los tiempos en el considerar vocaciones
también aquellas de los laicos comprometidos: padres, maestros y hasta buenos
gobernantes.
Para realizar en la Iglesia y en el mundo
sus ideales apostólicos, fundó dos nuevas familias religiosas: en 1887 la
Congregación de las Hijas del Divino Celo y diez años después la Congregación
de los Rogacionistas. Quiso que los miembros de los dos Institutos, aprobados
canónicamente el 6 de agosto de 1926, se comprometieran a vivir el Rogate con
un cuarto voto. Tanto que el Di Francia escribió en una súplica del 1909 a S.
Pío X: «Me he dedicado desde mi primera juventud a aquella santa Palabra del
Evangelio: Rogate ergo. En mis mínimos Institutos de beneficencia se eleva una
oración incesante, cotidiana de los huérfanos, de los pobres, de los
sacerdotes, de las sagradas vírgenes, con la que se suplican a los Corazones
Santísimos de Jesús y María, al Patriarca S. José y a los Santos Apóstoles para
que quieran proveer abundantemente a la Iglesia de sacerdotes elegidos y
santos, de obreros evangélicos de la mística mies de las almas».
Para difundir la oración por las
vocaciones promovió numerosas iniciativas, tuvo contactos epistolares y
personales con los Sumos Pontífices de su tiempo; instituyó la Sagrada Alianza
para el clero y la Pía Unión de la Rogación Evangélica para todos los fieles.
Creó el periódico con el significativo título «Dios y el Prójimo» para implicar
a los fieles a vivir los mismos ideales. «Es toda la Iglesia -escribe- que
oficialmente tiene que rezar por este fin, ya que la misión de la oración para
obtener buenos obreros es tal que ha de interesar vivamente a cada fiel, a todo
cristiano, que le preocupe el bien de todas las almas, pero en particular a los
obispos, los pastores del místico rebaño, a los cuales fueron confiadas las
almas y que son los apóstoles vivientes de Jesucristo».
Grande fue el amor que tuvo por el
sacerdocio, convencido que sólo mediante la obra de los sacerdotes numerosos y
santos es posible salvar a la humanidad. Se comprometió fuertemente en la
formación espiritual de los seminaristas, que el arzobispo de Messina confió a
sus cuidados. A menudo repetía que sin una sólida formación espiritual, sin
oración, «todos los esfuerzos de los obispos y de los rectores de los
seminarios se reducen generalmente a una cultura artificial de sacerdotes...».
Fue él mismo, el primero, en ser buen obrero del Evangelio y sacerdote según el
corazón de Dios. Su caridad, definida «sin cálculos y sin límites», se
manifestó con connotaciones particulares también hacia los sacerdotes en
dificultad y las monjas de clausura.
Ya durante su existencia terrenal fue
acompañado por una clara y genuina fama de santidad, difundida a todos los
niveles, tanto que cuando el 1 de junio de 1927 falleció en Messina, confortado
por la presencia de María Santísima, que tanto había amado durante su vida
terrenal, la gente decía: «Vamos a ver el santo que duerme». La santidad y la
misión de Padre Aníbal, declarado «insigne apóstol de la oración por las
vocaciones», son hoy profundamente apreciadas por quienes se han compenetrado
de las necesidades vocacionales de la Iglesia. Fue beatificado por SS Juan
Pablo II en 1990 y canonizado por el mismo pontífice el 16 de mayo de 2004.
fuente: Vaticano
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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