San Carlos Eugenio de Mazenod, obispo y fundador
fecha: 21 de mayo
n.: 1782 - †: 1861 - país: Francia
canonización: B: Pablo VI 19 oct 1975 - C: Juan Pablo II 3 dic 1995
hagiografía: Vaticano
n.: 1782 - †: 1861 - país: Francia
canonización: B: Pablo VI 19 oct 1975 - C: Juan Pablo II 3 dic 1995
hagiografía: Vaticano
Elogio: En Marsella, ciudad de Provenza, también en Francia, san Carlos
Eugenio de Mazenod, obispo, que fundó los Misioneros Oblatos de María
Inmaculada, para evangelizar a los pobres, y durante cerca de veinticinco años
ilustró infatigablemente a la Iglesia con sus virtudes, su labor, sus sermones
y sus escritos.
refieren a este santo: Santa Emilia de
Vialar
Carlos José Eugenio de Mazenod llegó a un
mundo que estaba llamado a cambiar muy rápidamente. Nacido en Aix de Provenza
al sur de Francia, el 1 de agosto de 1782, parecía tener asegurada una buena
posición y riqueza en su familia, que era de la nobleza menor. Sin embargo, los
disturbios de la Revolución francesa cambiaron todo esto para siempre. Cuando
Eugerio tenía 8 años su familia huyó de Francia, dejando sus propiedades tras
de sí, y comenzó un largo y cada vez más difícil destierro de 11 años de
duración. Como refugiados políticos, pasaron por varias ciudades de Italia. Su
padre, que había sido Presidente del Tribunal de Cuentas, Ayuda y Finanzas de
Aix, se vio forzado a dedicarse al comercio para mantener su familia. Intentó
ser un pequeño hombre de negocios, y a medida que los años iban pasando la
familia cayó casi en la miseria. Eugenio estudió, durante un corto período, en
el Colegio de Nobles de Turín, pero al tener que partir para Venecia, abandonó
la escuela formal. Don Bartolo Zinelli, vecino sacerdote, se preocupó por la
educación del joven emigrante francés. Don Bartolo dio a Eugenio una educación
fundamental, con un sentido de Dios duradero y un régimen de piedad que iba a
acompañarle para siempre, a pesar de los altos y bajos de su vida. El cambio
posterior a Nápoles, a causa de problemas económicos, le llevó a una etapa de
aburrimiento y abandono. La familia se trasladó de nuevo, esta vez hacia
Palermo, donde gracias a la bondad del Duque y la Duquesa de Cannizzaro,
Eugenio tuvo su primera experiencia de vivir «a lo noble», y le agradó mucho.
Tomó el título de «Conde» de Mazenod, siguió la vida cortesana y soñó con tener
futuro.
En 1802, a la edad de 20 años, Eugenio
pudo volver a su tierra natal y todos sus sueños e ilusiones se vinieron abajo
rápidamente. Era simplemente el «Ciudadano» de Mazenod, Francia había cambiado;
sus padres estaban separados, su madre luchaba por recuperar las propiedades de
la familia. También había planeado el matrimonio de Eugenio con una posible
heredera rica. Él cayó en la depresión, viendo poco futuro real para sí. Pero
la fe cultivada en Venecia comenzó a afirmarse en él. Se vio profundamente
afectado por la situación desastrosa de la Iglesia de Francia, que había sido
ridiculizada, atacada y diezmada por la Revolución.
Él llamado al sacerdocio comenzó a
manifestársele y Eugenio respondió a este llamado. A pesar de la oposición de
su madre, entró en el seminario San Sulpicio de París, y el 21 de diciembre de
1811 era ordenado sacerdote en Amiens. Al volver a Aix de Provenza, no aceptó
un nombramiento normal en una parroquia, sino que comenzó a ejercer su
sacerdocio atendiendo a los que tenían mayor necesidad espiritual: los
prisioneros, los jóvenes, las domésticas y los campesinos. Buscó pronto otros
sacerdotes igualmente celosos que se prepararían para marchar fuera de las
estructuras acostumbradas y aún poco habituales. Eugenio y sus hombres
predicaban en Provenzal, la lengua de la gente sencilla, y no el francés culto.
Iban de aldea en aldea, instruyendo en el nivel popular y pasando muchas horas
en el confesonario. Entre unas misiones y otras, el grupo se reunía en una vida
comunitaria intensa de oración, estudio y amistad. Se llamaban a sí mismos
«Misioneros de Provenza».
Sin embargo, para asegurar la continuidad
en el trabajo, Eugenio tomó la intrépida decisión de ir directamente al Papa
para pedirle el reconocimiento oficial de su grupo como una congregación
religiosa de derecho pontificio. Su fe y su perseverancia no cejaron y, el 17
de febrero de 1826, el papa León XII aprobaba la nueva Congregación de los
«Misioneros Oblatos de María Inmaculada». Eugenio fue elegido Superior General,
y continuó inspirando y guiando a sus hombres durante 35 años, hasta su muerte.
Insitió en una formación espiritual profunda y en la vida comunitaria, al mismo
tiempo que en el desarrollo de los esfuerzos apostólicos: predicación, trabajo
con jóvenes, atención de los santuarios, capellanías de prisiones, confesiones,
dirección de seminarios, parroquias. Era un hombre apasionado por Cristo y
nunca se opuso a aceptar un nuevo apostolado, si lo veía como una respuesta a
las necesidades de la Iglesia. «La gloria de Dios, el bien de la Iglesia y la
santificación de las almas» fueron las tres fuerzas que lo impulsaron.
La diócesis de Marsella había sido
suprimida durante la Revolución francesa, y la Iglesia local estaba en un
estado lamentable. Cuando fue restablecida, el anciano tío de Eugenio,
Fortunato de Mazenod, fue nombrado Obispo. Él nombró a Eugenio inmediatamente
como Vicario General, y la mayor parte del trabajo de reconstruir la diócesis
recayó sobre él. En pocos años, en 1832, Eugenio mismo fue nombrado Obispo
auxiliar. Su ordenación episcopal tuvo lugar en Roma, desafiando la pretensión
del gobierno francés que se consideraba con derecho a intervenir en tales
nombramientos. Esto causó una amarga lucha diplomática y Eugenio cayó en medio
de ella con acusaciones, incomprensiones, amenazas y recriminaciones sobre él.
A pesar de ello, Eugenio siguió adelante resueltamente, y la crisis llegó a su
fin. Cinco años más tarde, al morir el Obispo Fortunato, fue nombrado él mismo
como Obispo de Marsella.
Sin dejar la actividad misionera, Eugenio
se destacó como un excelente pastor de la Iglesia de Marsella, buscando una
buena formación para sus sacerdotes, estableciendo nuevas parroquias,
construyendo la Catedral de la ciudad y el espectacular santuario de Nuestra
Señora de la Guardia en lo alto de la ciudad, animando a sus sacerdotes a vivir
la santidad, introduciendo muchas Congregaciones Religiosas nuevas para
trabajar en su diócesis, liderando a sus colegas Obispos en el apoyo a los
derechos del Papa. Su figura descolló en la Iglesia de Francia. En 1856,
Napoleón III lo nombró Senador, y a su muerte, era decano de los Obispos de
Francia. El 21 de mayo de 1861 vio a Eugenio de Mazenod volviendo hacia Dios, a
la edad de 79 años, después de una vida coronada de frutos, muchos de los cuales
nacieron del sufrimiento. Fue canonizado por SS Juan Pablo II el 3 de diciembre
de 1995 en la basílica de San Pedro.
fuente: Vaticano
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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