Santa Juana de Arco, virgen
fecha: 30 de mayo
n.: c. 1412 - †: 1431 - país: Francia
canonización: B: Pío X 11 april 1905 - C: Benedicto XV 16 may 1920
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: c. 1412 - †: 1431 - país: Francia
canonización: B: Pío X 11 april 1905 - C: Benedicto XV 16 may 1920
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Rouen, en la región de Normandía, en Francia, santa Juana de Arco,
virgen, conocida como la doncella de Orleans, que después de luchar firmemente
por su patria, al final fue entregada al poder de los enemigos, quienes la
condenaron en un juicio injusto a ser quemada en la hoguera.
Patronazgos: Patrona de Francia, de Orleans y Rouen, del telégrafo y la radio.
refieren a este santo: Santa Coleta
Boylet, Santa Marina o
Margarita
Santa Juana de Arco nació el día de la
Epifanía de 1412, en Domrémy, pequeño pueblecito de Champagne, a orillas del
Mosa. Su padre, Jacobo d'Arc, era un hacendado de cierta importancia, hombre
bueno, frugal y un tanto huraño. La madre de Juana, que amaba tiernamente a sus
cinco hijos, educó a sus dos hijas en los quehaceres domésticos. Juana declaró
más tarde: «Sé coser e hilar como cualquier mujer». Pero nunca aprendió a leer
ni a escribir. Los vecinos de la familia, en el proceso de rehabilitación de la
santa, dejaron testimonios conmovedores de la piedad y ejemplar conducta de la
joven. Tanto los sacerdotes que la conocieron como sus compañeros de juegos,
atestiguaron que gustaba de ir a orar en la iglesia, que recibía con frecuencia
los sacramentos, que se ocupaba de los enfermos y era particularmente bondadosa
con los peregrinos, a los que más de una vez cedió su lecho. Según uno de los
testigos, «era tan buena, que todo el pueblo la quería». A lo que parece, Juana
tuvo una infancia feliz, aunque un tanto turbada por los desastres que asolaban
el país y por el constante peligro de un ataque armado sobre la población de
Domrémy, situada en la frontera de Lorena. Antes de acometer su gran empresa,
Juana tuvo que huir, por lo menos una vez, con sus padres, a la población de
Neufchátel, a trece kilómetros de distancia, para escapar de las manos de los
piratas borgoñones que saquearon Domrémy.
Juana era todavía muy niña cuando Enrique
V de Inglaterra invadió Francia, asoló la Normandía y reclamó la corona de
Carlos VI. Francia se hallaba en aquel momento dividida por la guerra civil
entre los partidarios del duque de Borgoña y el duque de Orléans, de suerte que
no había podido organizar rápidamente la resistencia. Por otra parte, después
de que el duque de Borgoña fue traidoramente asesinado por los hombres del
delfín, los borgoñeses se aliaron con los ingleses, que apoyaban su causa. La
muerte de los monarcas rivales, ocurrida en 1422, no mejoró la situación de
Francia. El duque de Bedford, regente del monarca inglés, prosiguió
vigorosamente la campaña y las ciudades cayeron, una tras otra, en manos de los
aliados. Entre tanto, Carlos VII, o el delfín, como se insistía en llamarle,
consideraba la situación perdida sin remedio y se entregaba a frivolos
pasatiempos en su corte. A los catorce años de edad, santa Juana tuvo la
primera de las experiencias místicas que habían de conducirla por el camino del
patriotismo hasta la muerte en la hoguera. Primero oyó una voz, que parecía hablarle
de cerca, y vio un resplandor; más tarde, las voces se multiplicaron y la joven
empezó a ver a sus interlocutores, que eran, entre otros, san Miguel, santa
Catalina y santa Margarita. Poco a poco, los aparecidos explicaron la
abrumadora misión a que el cielo la tenía destinada: ¡Ella, una simple
campesina debía salvar a Francia! Para no despertar la cólera de su padre,
Juana mantuvo silencio. Pero, en mayo de 1428, las voces se hicieron imperiosas
y explícitas: la joven debía presentarse ante Roberto de Baudricourt,
comandante de las fuerzas reales, en la cercana población de Vaucouleurs. Juana
consiguió que un tío suyo que vivía en Vaucouleurs, la llevase consigo. Pero
Baudricourt se burló de sus palabras y despidió a la doncella, diciéndole que
lo que necesitaba era que su padre le diese unas buenas nalgadas.
En aquel momento, la posición militar del
rey era desesperada, pues los ingleses atacaban a Orléans, el último reducto de
la resistencia. Juana volvió a Domrémy, pero las voces no le dejaron descanso.
Cuando la joven respondió que era una campesina que no sabía ni montar a
caballo, ni hacer la guerra, las voces replicaron: «Dios te lo manda». Incapaz
de resistir a este llamamiento, Juana huyó de su casa y se dirigió nuevamente a
Vaucouleurs. El escepticismo de Baudricourt desapareció cuando recibió la
noticia oficial de una derrota que Juana había predicho; así pues, no sólo
consintió en mandarla a ver al rey, sino que le dio una escolta de tres
soldados. Juana pidió que le permitiesen vestirse de hombre para proteger su
virtud. Los viajeros llegaron a Chinon, donde se hallaba el monarca, el 6 de
marzo de 1429; pero Juana no consiguió verle sino hasta dos días después.
Carlos se había disfrazado para desconcertar a Juana; pero la doncella le reconoció
al punto por una señal secreta que le comunicaron las voces y que ella
transmitió sólo al rey. Ello bastó para persuadir a Carlos VII del carácter
sobrenatural de la misión de la doncella. Juana le pidió un regimiento para ir
a salvar Orléans. El favorito del rey, La Trémouille, y la mayor parte de la
corte, que consideraban a Juana como una visionaria o una impostora, se
opusieron a su petición. Para zanjar la cuestión, el rey decidió enviar a Juana
a Poitiers a que la examinara una comisión de sabios teólogos.
Al cabo de un interrogatorio que duró tres
semanas por lo menos, la comisión declaró que no encontraba nada que reprochar
a la joven y aconsejó al rey que se valiese, prudentemente, de sus servicios.
Juana volvió entonces a Chinon, donde se iniciaron los preparativos para la
expedición que ella debía encabezar. El estandarte que se confeccionó
especialmente para ella, tenía bordados los nombres de Jesús y María y una
imagen del Padre Eterno, a quien dos ángeles presentaban, de rodillas, una flor
de lis. La expedición partió de Blois, el 27 de abril. Juana iba a la cabeza,
revestida con una armadura blanca. A pesar de algunos contratiempos, el
ejército consiguió entrar en Orléans, el 29 de abril y su presencia obró
maravillas. Para el 8 de mayo, ya habían caído los fuertes ingleses que
rodeaban la ciudad y, al mismo tiempo, se levantó el sitio. Juana recibió una
herida de flecha bajo el hombro. Antes de la campaña, había profetizado todos
esos acontecimientos, con las fechas aproximadas. La doncella hubiese querido
continuar la guerra, pues las voces le habían asegurado que no viviría largo
tiempo. Pero La Trémouille y el arzobispo de Reims, que consideraban la
liberación de Orléans como obra de la buena suerte, se inclinaban a negociar
con los ingleses. Sin embargo, se permitió a Juana emprender una campaña en el
Loira con el duque de Alengon. La campaña fue muy breve y dio el triunfo
aplastante sobre las tropas de Sir John Fastolf, en Patay. Juana trató de
coronar inmediatamente al delfín. El camino a Reims estaba prácticamente
conquistado y el último obstáculo desapareció con la inesperada capitulación de
Troyes.
Los nobles franceses opusieron cierta
resistencia; sin embargo, acabaron por seguir a la santa a Reims, donde, el 17
de julio de 1429, Carlos VII fue solemnemente coronado. Durante la ceremonia,
santa Juana permaneció de pie con su estandarte, junto al rey. Con la
coronación de Carlos VII terminó la misión que las voces habían confiado a la
santa y también su carrera de triunfos militares. Juana se lanzó audazmente al
ataque de París, pero la empresa fracasó por la falta de los refuerzos que el
rey había prometido enviar y por la ausencia del monarca. La santa recibió una
herida en el muslo durante la batalla y, el duque de Alençon tuvo que retirarla
casi a rastras. La tregua del invierno que siguió, la pasó Juana en la corte,
donde los nobles la miraban con mal disimulado recelo. Cuando recomenzaron las
hostilidades, Juana acudió a socorrer la plaza de Compiégne, que resistía a los
borgoñones. El 23 de mayo de 1430, entró en la ciudad y ese mismo día organizó
un ataque que no tuvo éxito. A causa del pánico, o debido a un error de cálculo
del gobernador de la plaza, se levantó demasiado pronto el puente levadizo, y
Juana, con algunos de sus hombres, quedaron en el foso a merced del enemigo.
Los borgoñeses derribaron del caballo a la doncella entre una furiosa gritería
y la llevaron al campamento de Juan de Luxemburgo, pues uno de sus soldados la
había hecho prisionera. Desde entonces hasta bien entrado el otoño, la joven
estuvo presa en manos del duque de Borgoña. Ni el rey ni los compañeros de la
santa hicieron el menor esfuerzo por rescatarla, sino que la abandonaron a su
suerte. Pero, si los franceses la olvidaban, los ingleses en cambio se
interesaban por ella y la compraron, el 21 de noviembre, por una importante
suna de dinero. Una vez en manos de los ingleses, Juana estaba perdida. Estos
no podían condenarla a muerte por haberles derrotado, pero la acusaron de
hechicería y de herejía. Como la brujería estaba entonces a la orden del día,
la acusación no era extravagante. Además, es cierto que los ingleses y
borgoñeses habían atribuido sus derrotas a los conjuros mágicos de la santa
doncella.
Los ingleses la condujeron, dos días antes
de Navidad, al castillo de Rouen. Según se dice sin suficiente fundamento, la
encerraron, primero, en una jaula de acero, porque había intentado huir dos
veces; después la trasladaron a una celda, donde la encadenaron a un poyo de
piedra y la vigilaban día y noche. El 21 de febrero de 1431, la santa
compareció por primera vez ante un tribunal presidido por Pedro Cauchon, obispo
de Beauvais, un hombre sin escrúpulos, que esperaba conseguir la sede
archiepiscopal de Rouen con la ayuda de los ingleses. El tribunal,
cuidadosamente elegido por Cauchon, estaba compuesto de magistrados, doctores,
clérigos y empleados ordinarios. En seis sesiones públicas y nueve sesiones
privadas, el tribunal interrogó a la doncella acerca de sus visiones y «voces»,
de sus vestidos de hombre, de su fe y de sus disposiciones para someterse a la
Iglesia. Sola y sin defensa, la santa hizo frente a sus jueces valerosamente y
muchas veces los confundió con sus hábiles respuestas y su memoria exactísima.
Una vez terminadas las sesiones, se presentó a los jueces y a la Universidad de
París un resumen burdo e injusto de las declaraciones de la joven. En base a ello,
los jueces determinaron que las revelaciones habían sido diabólicas y la
Universidad la acusó en términos violentos.
En la deliberación final el tribunal
declaró que, si no se retractaba, debía ser entregada como hereje al brazo
secular. La santa se negó a retractarse, a pesar de las amenazas de tortura.
Pero, cuando se vio frente a una gran multitud en el cementerio de Saint-Ouen,
perdió valor e hizo una vaga retractación. Digamos, sin embargo, que no se
conservan los términos de su retractación y que se ha discutido mucho sobre el
hecho. La joven fue conducida nuevamente a la prisión, pero ese respiro no duró
mucho tiempo. Ya fuese por voluntad propia, ya por artimañas de los que
deseaban su muerte, lo cierto es que Juana volvió a vestirse de hombre, contra
la promesa que le habían arrancado sus enemigos. Cuando Cauchon y sus satélites
fueron a interrogarla en su celda sobre lo que ellos consideraban como una
infidelidad, Juana, que había recobrado todo su valor, declaró nuevamente que
Dios la había enviado y que las voces procedían de Dios. Según se dice, al
salir del castillo, Cauchon dijo al conde de Warwick: «Tened buen ánimo, que
pronto acabaremos con ella». El martes 29 de mayo de 1431, los jueces, después
de oír el informe de Cauchon, resolvieron entregar a la santa al brazo secular
como hereje renegada. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, Juana fue
conducida a la plaza del mercado de Rouen para ser quemada viva. La conducta de
la santa doncella en aquella ocasión fue conmovedora. Cuando los verdugos
encendieron la hoguera, Juana pidió a un fraile dominico que mantuviese una
cruz a la altura de sus ojos y murió invocando el nombre de Jesús.
La santa no había cumplido aún los veinte
años. Sus cenizas fueron arrojadas al Sena. Más de uno de los espectadores
debió hacer eco al comentario amargo de Juan Tressart, uno de los secretarios
del rey Enrique «Estamos perdidos! ¡Hemos quemado a una santa!» Veintitrés años
después de la muerte de Juana, su madre y dos de sus hermanos pidieron que se
examinase nuevamente el caso, y el Papa Calixto III nombró a una comisión
encargada de hacerlo. El 7 de julio de 1456, el veredicto de la comisión
rehabilitó plenamente a la santa. Más de cuatro siglos y medio después, el 16
de mayo de 1920, Juana de Arco fue solemnemente canonizada.
Con ocasión de la canonización, se
despertó de nuevo, lo mismo en Inglaterra que en otros países, el interés por
la santa. Inevitablemente, ese interés favoreció el desarrollo de las leyendas.
Tal, por ejemplo, la leyenda de la Juana de Arco «protestante», popularizada
por George Bernard Shaw, con un error excusable, porque el autor no conocía
suficientemente el catolicismo, pero no por ello deja de ser un error. Una
variante de esta leyenda es la santa Juana dramatizada, una figura en parte
atractiva y en parte sin relieve, pero de todos modos irreal. Existe también la
leyenda de la Juana de Arco «nacionalista». Es cierto que santa Juana fue una
gran patriota, pero en sus labios, la palabra «Francia» sólo significaba
«Justicia». Otra leyenda es la de la Juana de Arco "feminista", que
es sin duda la más absurda de todas, tanto desde el punto de vista histórico
como desde el punto de vista de los sentimientos de la santa. Naturalmente,
existe también la Juana de Arco de la estatuaria, de la que se puede dar como
ejemplo la estatua de la catedral de Winchester. Mencionemos, por último, el
error de los que creen que la Iglesia venera a la santa como mártir.
¿Cómo era en realidad Juana de Arco?
Simplemente una campesina bien dotada, desde el punto de vista humano, con
mucho sentido común y llena de la gracia de Dios. Como conocía bien la historia
de la Anunciación, cuando le fue revelada la voluntad de Dios -que debió
parecer menos extraordinaria a su sencillez de lo que parece a nuestra complicación-,
supo reconocerla inteligentemente y someterse a ella. Tal es la Juana de Arco
que revela cada una de las líneas de los documentos originales del juicio. De
esos documentos se desprenden también otras lecciones, de las que algunas no
nos hacen honor a los católicos. Cierto que el tribunal que condenó a la santa
no fue el de la Iglesia, pero entre los clérigos que apoyaron el veredicto
había varios personajes eclesiásticos de importancia, de los que unos eran
hombres de buena voluntad y otros no. La condenación de Juana de Arco es una
mancha indeleble en la historia de Inglaterra.
Imposible dar una bibliografía completa
sobre Santa Juana de Arco. La bibliografía del canónigo U. Chevalier (1906)
comprendía más de 1.500 títulos; y eso era antes de la canonización. De
entonces a acá, se han escrito innumerables libros y artículos. Las principales
fuentes fueron publicadas, por primera vez, por Quicherat, «Proces de
Condamnation et Réhabilitation», 5 vols. (1841-1849). En dicha obras, las
fuentes están en latín, pero hay varias traducciones, como la de Champion en
francés, y la de T. D. Murray en inglés. W. P. Barret tradujo exclusivamente
las actas del proceso (1931). También hay una enorme serie de documentos, la
mayor parte de ellos traducidos, en los cinco volúmenes del P. Ayroles.
N.ETF: he abreviado, reduciendo exclusivamente a las fuentes primarias, la extensísima bibliografía que trae el Butler. Al asunto del precio de venta de la santa, el artículo original dice literalmente «por una suma equivalente a 23.000 libras esterlinas actuales», sin embargo, las reediciones del Butler a lo largo del siglo XX han sido tantas, antes y después de la Segunda Guerra (la castellana es de 1964), que es imposible saber a qué se refiere con «actuales», concepto que lo cambia todo en décadas o inclusos lustros; la expresión de fondo se refería a que fue comprada por una suma importante de dinero, y así lo he consignado.
El personaje de la santa interesó abundantemente a la literatura desde diversos ángulos -la santa, la política, la perseguida por el «establischment» político-religioso, etc-, sólo mencionaré las obras más conocidas de diversas extracciones religiosas e ideológicas: Voltaire, «La Pucelle d’Orléans», poema burlesco (1762); Friedrich von Schiller: «Die Jungfrau von Orleans». Drama teatral (1802); George Bernard Shaw: «Saint Joan». Crónica dramática (1924); Bertolt Brecht: «Die heilige Johanna der Schlachthöfe», drama (1932); Hillare Belloc: «Joan of Arc», ensayo histórico (1930).
Hay dos películas sobre la santa que son verdaderamente recomendables; no se trata de biografías, ni vidas noveladas, sino dos «lecturas» filmográficas del proceso de la santa, una debida a Carl Theodor Dreyer, de 1928, película muda: «La passion de Jeanne d'Arc», y otra, posiblemente de mayor densidad religiosa, de Robert Bresson, «Le Procès de Jeanne d'Arc», de 1962, siguiendo a la letra las actas del proceso. Las dos son clásicos del cine y se consiguen en cinetecas, colecciones, e incluso por internet. SS Benedicto XVI dedicó una catequesis a la santa el 26 de enero del 2011.
Imágenes: la iconografía sobre la santa es inmensa, y de todas las variantes, desde estampas devocionales hasta cuadros de autor; he seleccionado dos: el bellísimo «Juana en la coronación de Carlos VII», de Dominique Ingres (1780-1867); la «Captura de Juana de Arco», de Adolphe-Alexandre Dillens (óleo de hacia 1850); y como curiosidad un ridículo planfleto belicista del Tesoro de los EEUU en la Segunda Guerra Mundial, el texto dice «Juana salvó a Francia. Mujer americana, salva a tu país, compra sellos de ahorro de la guerra».
N.ETF: he abreviado, reduciendo exclusivamente a las fuentes primarias, la extensísima bibliografía que trae el Butler. Al asunto del precio de venta de la santa, el artículo original dice literalmente «por una suma equivalente a 23.000 libras esterlinas actuales», sin embargo, las reediciones del Butler a lo largo del siglo XX han sido tantas, antes y después de la Segunda Guerra (la castellana es de 1964), que es imposible saber a qué se refiere con «actuales», concepto que lo cambia todo en décadas o inclusos lustros; la expresión de fondo se refería a que fue comprada por una suma importante de dinero, y así lo he consignado.
El personaje de la santa interesó abundantemente a la literatura desde diversos ángulos -la santa, la política, la perseguida por el «establischment» político-religioso, etc-, sólo mencionaré las obras más conocidas de diversas extracciones religiosas e ideológicas: Voltaire, «La Pucelle d’Orléans», poema burlesco (1762); Friedrich von Schiller: «Die Jungfrau von Orleans». Drama teatral (1802); George Bernard Shaw: «Saint Joan». Crónica dramática (1924); Bertolt Brecht: «Die heilige Johanna der Schlachthöfe», drama (1932); Hillare Belloc: «Joan of Arc», ensayo histórico (1930).
Hay dos películas sobre la santa que son verdaderamente recomendables; no se trata de biografías, ni vidas noveladas, sino dos «lecturas» filmográficas del proceso de la santa, una debida a Carl Theodor Dreyer, de 1928, película muda: «La passion de Jeanne d'Arc», y otra, posiblemente de mayor densidad religiosa, de Robert Bresson, «Le Procès de Jeanne d'Arc», de 1962, siguiendo a la letra las actas del proceso. Las dos son clásicos del cine y se consiguen en cinetecas, colecciones, e incluso por internet. SS Benedicto XVI dedicó una catequesis a la santa el 26 de enero del 2011.
Imágenes: la iconografía sobre la santa es inmensa, y de todas las variantes, desde estampas devocionales hasta cuadros de autor; he seleccionado dos: el bellísimo «Juana en la coronación de Carlos VII», de Dominique Ingres (1780-1867); la «Captura de Juana de Arco», de Adolphe-Alexandre Dillens (óleo de hacia 1850); y como curiosidad un ridículo planfleto belicista del Tesoro de los EEUU en la Segunda Guerra Mundial, el texto dice «Juana salvó a Francia. Mujer americana, salva a tu país, compra sellos de ahorro de la guerra».
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
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