San Bernardino de Siena, religioso presbítero
fecha: 20 de mayo
n.: 1380 - †: 1444 - país: Italia
canonización: C: Nicolás V 24 may 1450
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1380 - †: 1444 - país: Italia
canonización: C: Nicolás V 24 may 1450
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: San Bernardino de Siena, presbítero de la Orden de los Hermanos
Menores, quien, con la palabra y el ejemplo, fue evangelizando por pueblos y
ciudades a las gentes de Italia y difundió la devoción al Santísimo Nombre de
Jesús, perseverando infatigablemente en el oficio de la predicación, con gran
fruto para las almas, hasta el día de su muerte, que ocurrió en L’Aquila, del
Abruzo, en Italia.
Patronazgos: patrono de los tejedores de lana y los anunciantes publicitarios;
protector contra la ronquera, y las enfermedades de pecho, pulmonares, y
hemorragias.
refieren a este santo: Beato Antonio
Bonfadini, San Jacobo de la
Marca, San Juan de
Capistrano, Beato Tomás de
Florencia Bellaci
Oración: Señor Dios, que infundiste en el
corazón de san Bernardino de Siena un amor admirable al nombre de Jesús,
concédenos, por su intercesión y sus méritos, vivir siempre impulsados por el
espíritu de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén (oración litúrgica)
San Bernardino nació en la Massa Marittima
de Toscana, donde su padre, que pertenecía a la noble familia sienesa de los
Albizeschi, ejercía el cargo de gobernador. Bernardino quedó huérfano de padre
y madre antes de cumplir los siete años. Una tía materna de Bernardino, junto
con su hija, se encargó de su educación; ambas mujeres, que eran excelentes, le
educaron piadosamente y le quisieron como a un hijo. A los once o doce años,
Bernardino ingresó en una escuela de Siena, donde cursó brillantemente los
estudios que hacían en aquella época los jóvenes de su posición. Bernardino era
muy bien parecido y tan simpático, que todos estaban contentos en su compañía.
Pero no soportaba las blasfemias: en cuanto oía a cualquiera profanar el santo
Nombre de Dios, se le encendían las mejillas y reprendía implacablemente al
blasfemo. Cierta vez en la que un compañero suyo intentó inducirle al vicio,
Bernardino le golpeó violentamente en el rostro; en otra ocasión semejante,
incitó a sus compañeros a arrojar piedras y lodo al vicioso. Pero, fuera de
aquellas ocasiones en que se indignaba, Bernardino era pacífico y bondadoso y,
precisamente, durante toda su vida se distinguió por su afabilidad, paciencia y
cortesía.
A los diecisiete años, ingresó en una
cofradía de Nuestra Señora, cuyos miembros se comprometían a practicar ciertos
ejercicios de piedad y a cuidar a los enfermos. Desde entonces empezó a
practicar también severas mortificaciones corporales. En 1400, estalló en Siena
una violenta epidemia de peste. Entre doce y veinte personas morían diariamente
en el famoso hospital de Santa María della Scala y la mayor parte de los
enfermeros cayeron víctimas de la epidemia. Bernardino se ofreció entonces a tomar
la dirección del establecimiento, junto con otros jóvenes a los que había
convencido de que debían sacrificar la vida, si era necesario, para asistir a
los enfermos. La ciudad aceptó los servicios de los piadosos jóvenes, quienes
trabajaron incansablemente durante cuatro meses, día y noche, bajo la dirección
de Bernardino. El santo, que asistía personalmente a los enfermos y los
preparaba para la muerte, supervisaba también el trabajo de sus compañeros y
miraba por el orden y la limpieza del hospital. Varios de sus compañeros
murieron durante la epidemia; Bernardino escapó milagrosamente del contagio y
retornó a su casa cuando desapareció el mal; pero estaba tan agotado, que una
fiebre le clavó en el lecho durante varios meses.
Cuando se rehizo, un deber de caridad le
esperaba en el seno de su familia. Una tía suya, llamada Bartolomea, había
perdido la vista y no podía levantarse de la cama. Bernardino se consagró a
cuidarla con el mismo celo que a las víctimas de la epidemia. Catorce meses más
tarde, Dios llamó a sí a la inválida, que murió en los brazos de su sobrino.
Libre ya de todos los lazos terrenos, Bernardino se entregó a la oración y el
ayuno para averiguar lo que Dios quería de él. Poco después tomó en Siena el
hábito franciscano. Pero, como sus amigos y conocidos insistiesen en ir a
visitarle al convento, el joven novicio recabó de sus superiores el permiso de
retirarse al convento de Colombaio, en las afueras de la ciudad, donde se
observaba la regla de San Francisco en todo su rigor. Ahí hizo sus votos, en
1403. Exactamente un año más tarde, el día de la Natividad de la Virgen, que
era también el aniversario de su propio nacimiento, de su bautismo y de su toma
de hábito, recibió la ordenación sacerdotal. Poco sabemos de la vida de
Bernardino durante los doce años siguientes. Predicaba de vez en cuando; pero
la mayor parte del tiempo vivía retirado. Dios le preparaba poco a poco para su
doble misión de apóstol y reformador. Cuando llegó la hora fijada por Dios,
Bernardino conoció la voluntad divina de un modo singular. Un novicio del
convento de Fiésole, en el que se hallaba Bernardino, le advirtió durante tres
días consecutivos al terminar los maitines: «Hermano Bernardino, no ocultes más
los dones que Dios te ha concedido. Ve a Lombardía, donde todos te esperan».
Tanto Bernardino como sus superiores vieron en aquello una señal de la voluntad
divina y obedecieron. El santo inició su carrera apostólica en Milán. Llegó ahí
a fines de 1417; aunque nadie le conocía en la ciudad, su elocuencia y su celo
empezaron pronto a reunir enormes multitudes. Cuando terminó de predicar la
cuaresma, el pueblo le exigió la promesa de que volvería, antes de dejarle
partir a predicar en otras regiones de Lombardía. Al principio, Bernardino
tenía cierta dificultad en hacerse oír desde el pulpito; pero su voz se hizo,
paulatinamente, más clara y penetrante gracias a la intercesión de la Santísima
Virgen, a quien Bernardino invocaba con fervor.
Resulta imposible seguir al santo en todas
sus misiones, ya que predicó en toda Italia, excepto en el reino de Nápoles.
Viajaba siempre a pie; con frecuencia predicaba durante varias horas seguidas y
pronunciaba varios sermones en un día. En las ciudades de cierta importancia
tenía que hablar al aire libre, pues no había iglesia con capacidad para las
multitudes que acudían a oírle. En todas partes aconsejaba la penitencia, ponía
al descubierto los vicios más difundidos y propagaba la devoción al Santo
Nombre de Jesús. Al terminar sus sermones, exponía a la veneración del pueblo un
cuadro en el que estaban pintadas las siglas I.H.S. rodeadas por rayos;
exhortaba al auditorio a implorar la misericordia divina y les daba la
bendición con el cuadro. En los sitios en que había pleitos reconciliaba a los
enemigos y los instaba a sustituir los escudos de los güelfos y de los
gibelinos, que se hallaban generalmente sobre las puertas de las casas, por las
iniciales del nombre de Jesús. En Bolonia, donde los juegos de azar se
practicaban con entusiasmo, el santo predicó con tal éxito, que los habitantes
renunciaron al juego y quemaron las cartas y los dados en público. Un
fabricante de barajas se quejó de que el santo le había privado de su único
medio de subsistencia; san Bernardino le aconsejó que fabricase estampas con
las siglas del nombre de Jesús y el comerciante hizo con ello más dinero que
con las barajas. En toda Italia se comentaba el éxito de las misiones de san
Bernardino y se hablaba de las conversiones, de las restituciones de bienes
robados, de la reparación de las injurias y de la reforma de las costumbres.
Sin embargo, no faltaba quien se opusiera
a la predicación del santo y se le acusaba de fomentar las prácticas
supersticiosas. Sus enemigos llegaron a acusarle ante el papa Martín V, quien
le prohibió predicar temporalmente. Pero, después de un detenido examen de la
doctrina y conducta de Bernardino, el mismo Pontífice le autorizó a predicar en
todas partes. En 1427, Martín V propuso a san Bernardino la sede de Siena; pero
el santo se negó a aceptarla y lo mismo hizo, más tarde, con las diócesis de
Ferrara y Urbino. Para excusarse de aceptar, alegó que si se limitaba a una
sola diócesis, tendría que abandonar a muchas almas. Sin embargo, en 1430, tuvo
que dejar el trabajo misional, al ser nombrado vicario general de los frailes de
la estricta observancia. Dicho movimiento de la Orden de San Francisco había
comenzado a mediados del siglo XIV en el convento de Brogliano, entre Camerino
y Asís, pero no logró imponerse sino hasta la época de san Bernardino, quien
fue su segundo fundador y organizador. Cuando éste tomó el hábito, sólo había
en Italia unos trescientos frailes de la observancia; cuando murió, había ya
más de cuatro mil. En todas las misiones del santo se le reunía un grupo de
jóvenes que le pedían la admisión en su Orden, y se le hacían ofrecimientos
para la fundación de conventos de la observancia. Por consiguiente, nada tenía
de extraño que la Orden hubiese confiado oficialmente al santo la tarea de
consolidar la reforma. San Bernardino desempeñó su oficio con tal prudencia y
tacto, que muchas comunidades de la rama conventual se adhirieron
espontáneamente a la rama de la observancia. Los primeros observantes
despreciaban la ciencia y las riquezas; pero san Bernardino, que no ignoraba
los peligros de la incultura, especialmente en una época en que se solicitaba a
los observantes para que actuasen como confesores, les impuso la obligación de
seguir un curso regular de teología y derecho canónico. El santo poseía una
cultura considerable, como se ve por los sermones latinos que compuso en
Capriola y por el hecho de que, en el Concilio de Florencia, habló a los
delegados griegos en su idioma.
Por importante que fuese la tarea que se
le había canfiado, san Bernardino añoraba el trabajo apostólico directo, que
consideraba como su verdadera vocación. Finalmente, en 1442, obtuvo del Papa la
autorización de renunciar al oficio de vicario general. Inmediatamente empezó a
misioner en Romaña, Ferrara y Lombardía. El santo, cuya salud se había
debilitado mucho, parecía un cadáver; sin embargo, el único lujo que se
permitió fue el de emplear un borrico para sus viajes. En 1444, predicó en
Massa Marittima durante cincuenta días consecutivos una misión cuaresmal para
exhortar a sus compatriotas a conservar la paz en la ciudad. También aprovechó
la ocasión para despedirse de su pueblo natal. Aunque estaba ya moribundo,
continuó su trabajo apostólico y emprendió un viaje a Nápoles, sin dejar de
predicar en el camino. Al llegar a Aquila, estaba ya exhausto. Ahí murió en el
claustro de los conventuales, el 20 de mayo de 1444, víspera de la Ascensión.
Estaba a punto de cumplir sesenta y cuatro años, de los cuales había pasado
cuarenta y dos en religión. Fue sepultado en Aquila, y Dios honró su tumba con
numerosos milagros. Fue canonizado seis años después de su muerte.
Existen muchas biografías latinas antiguas
de san Bernardino; se hallan enumeradas en detalle en BHL., nn. 1188-1201. En
Acta Sanctorum, mayo, vol. V, están publicadas algunas de ellas y hay extractos
de otras. También los estudios modernos sobre la vida y la obra de san
Bernardino son muy numerosos. En Analecta Bollandiana, vol. LXX (1953), pp.
282-322, hay una biografía. NdR: he suprimido parte de la extensa bibliografía
del Butler.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Estas biografías de santo son propiedad de
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