Santos Andrés Kim Taegon, Pablo Chong
Hasang y compañeros, mártires
fecha: 20 de
septiembre
†: 1839-1867 - país: Corea
canonización: B: fechas varias - C: Juan Pablo II 6 may 1984
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: 1839-1867 - país: Corea
canonización: B: fechas varias - C: Juan Pablo II 6 may 1984
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Memoria de los
santos Andrés Kim Taegon, presbítero, Pablo Chong Hasang y compañeros, mártires
en Corea. Se veneran este día en común celebración todos los ciento tres
mártires que en aquel país testificaron intrépidamente la fe cristiana,
introducida fervientemente por algunos laicos, y después alimentada y
reafirmada por la predicación y celebración de los sacramentos por medio de los
misioneros. Todos estos atletas de Cristo -tres obispos, ocho presbíteros, y
los restantes, laicos, casados o no, ancianos, jóvenes y niños-, unidos en el
suplicio, consagraron con su sangre preciosa las primicias de la Iglesia en
Corea. Estos son sus nombres: santos Simeón Berneux, Antonio Daveluy, Lorenzo
Imbert, obispos; Justo Ranfer de Bretenières, Ludovico Beaulieu, Pedro Enrique
Doric, Padro Maubant, Jacobo Chastan, Pedro Aumaître, Martín Lucas Huin,
presbíteros; Juan Yi Yun-il, Andrés Chong Hwa-gyong, Esteban Min Kuk-ka, Pablo
Ho Hyob, Agustín Pak Chong-won, Pedro Hong Pyong-ju, Pablo Hong Yông-ju, José
Chang Chu-gi, Tomás Son Cha-son, Lucas Hwang Sok-tu, Damián Nam Myong-hyog,
Francisco Ch'oe Kyong-hwan, Carlos Hyon Song-mun, Lorenzo Han I-hyong, Pedro
Nam Kyong-mun, Agustín Yu Chin-gil, Pedro Yi Ho-yong, Pedro Son Son-ji,
Benedicta Hyon Kyongnyon, Pedro Ch'oe Ch'ang-hub, catequistas; Agueda Yi, María
Yi In-dog, Bárbara Yi, María Won Kwi-im, Teresa Kim Im-i, Columba Kim Hyo-im,
Magdalena Cho, Isabel Chong Chong-hye, vírgenes; Teresa Kim, Bárbara Kim,
Susana U Sur-im, Agueda Yi Kan-nan, Magdalena Pak Pong-son, Perpetua Hong
Kum-ju, Catalina Yi, Cecilia Yu So-sa, Bárbara Cho Chung-i, Magdalena Han
Yong-i, viudas; Magdalena Son So-byog, Águeda Yi Kyong-i, Águeda Kwon Chin-i,
Juan Yi Mun-u, Bárbara Ch'oe Yong-i, Pedro Yu Chong-nyul, Juan Bautista Nam
Chong-sam, Juan Bautista Chon Chang-un, Pedro Ch'oe Hyong, Marcos Chong Ui-bae,
Alejo U Se-yong, Antonio Kim Song-u, Protasio Chong Kuk-bo, Agustín Yi
Kwang-hon, Águeda Kim A-gi, Magdalena Kim O-bi, Bárbara Han A-gi, Ana Pak Ag-i,
Águeda Yi So-sa, Lucía Pak Hui-sun, Pedro Kwon Tu-gin, José Chang Song-jib,
Magdalena Yi Yong-hui, Teresa Yi Mae-im, Marta Kim Song-im, Lucía Kim, Rosa
Kim, Ana Kim Chang-gum, Juan Bautista Yi Kwang-nyol, Juan Pak Hu jae, María Pak
Kun-a-gi Hui-sun, Bárbara Kwon-hui, Bárbara Yi Chong-hui, María Yi Yon-hui,
Inés Kim Hyo-ju, Catalina Chong Ch'or-yom, José Im Ch'i-baeg, Sebastián Nam
I-gwan, Ignacio Kim Che-jun, Carlos Cho Shin-ch'ol, Julita Kim, Águeda Chon
Kyong-hyob, Magdalena Ho Kye-im, Lucía Kim, Pedro Yu Taech'ol, Pedro Cho
Hwa-so, Pedro Yi Myong-so, Bartolomé Chong Mun-ho, José Pedro Han Chae-kwon,
Pedro Chong Won-ji, José Cho Yun-ho, Bárbara Ko Sun-i y Magdalena Yi Yong-dog.
Oración: Oh
Dios, creador y salvador de todos los hombres, que en Corea, de modo admirable,
llamaste a la fe católica a un pueblo de adopción y lo acrecentaste por la
gloriosa profesión de fe de los santos mártires Andrés, Pablo y sus compañeros,
concédenos, por su ejemplo e intercesión, perseverar también nosotros hasta la
muerte en el cumplimiento de tus mandatos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por
los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Ver más información en: 103 mártires de
la persecución en Corea (1839 - 1867)
Corea
es uno de los pocos países del mundo en donde el cristianismo fue introducido
por otros medios que el de los misioneros. Durante el siglo dieciocho se
difundieron por el país algunos libros cristianos escritos en chino, y uno de
los hombres que los leyeron, se las arregló para ingresar al servicio
diplomático del gobierno coreano ante el de Pekín, buscó en la capital de China
al obispo Mons. de Gouvea y de sus manos recibió el bautismo y algunas
instrucciones. Aquel hombre regresó a su tierra en 1784, y cuando un sacerdote
chino llegó a Corea, diez años más tarde, se encontró con que le estaban
esperando cuatro mil cristianos bien instruidos, pero sin bautizar. Aquel
sacerdote fue el único pastor del rebaño durante siete años, pero en 1801 fue
asesinado y, durante tres décadas, los cristianos de Corea estuvieron privados
de un ministro de su religión. Existe una carta escrita por los coreanos para
implorar al Papa Pío VII que enviase sacerdotes a aquella pequeña grey que, sin
embargo, ya había dado mártires a la Iglesia. En 1831 se creó el vicariato
apostólico de Corea, pero su primer vicario nunca llegó a ocupar su puesto. El
sucesor, Mons. Lorenzo José María Imbert, obispo titular de Capsa, miembro de
las Misiones Extranjeras de París y residente en China desde hacía doce años,
entró a Corea, disfrazado, a fines de 1837. Le habían precedido por poco
tiempo, san Pedro Filiberto Maubant y san Jacobo Honorato Chastan, sacerdotes
de la misma sociedad misionera.
El
cristianismo no había sido definitivamente proscrito en Corea y, durante el
transcurso de dos años, los misioneros realizaron su trabajo ocultamente, pero
sin ser molestados. Sobre las circunstancias y dificultades que debieron
afrontar, escribió Mons. Imbert: «Estoy abrumado de fatiga y en grave peligro.
Es necesario dejar el lecho a las dos y media de la madrugada, todos los días,
puesto que a las tres hay que congregar al pueblo en la casa para las
oraciones. A las tres y media, comienzo a desempeñar los deberes de mi
ministerio y debo bautizar si hay nuevos convertidos y también confirmar.
Después viene la misa, la comunión y la acción de gracias. De esta manera, las
quince o veinte personas que recibieron los sacramentos, pueden dispersarse al
amparo de las sombras, antes del alba. Pero durante las horas deT día llegan
otros tantos, uno por uno, en procura de confesión y ya no pueden irse hasta la
madrugada siguiente, después de la comunión. Yo me quedo dos días en cada una
de nuestras casas donde reúno a los cristianos y, antes del alba del tercer
día, me voy con ellos, en la oscuridad, a otra casa. Muchas veces he sufrido el
aguijonazo del hambre, porque no es cualquier cosa, en este clima frío y
húmedo, levantarse a las dos y media de la madrugada y permanecer en ayunas
hasta el medio día, cuando puedo comer algunos alimentos pobres e
insuficientes. Después de la comida, descanso un poco hasta que se presentan
mis alumnos de catecismo y, por fin, vuelvo al confesionario hasta que cae la
noche. A las nueve voy a dormir, sobre una estera, en el suelo y cubierto con
una manta de lana de los tártaros; no hay camas ni colchones en Corea. A pesar
de la debilidad de mi cuerpo y mi quebrantada salud, siempre he llevado una
vida dura y muy ocupada, pero me parece que aquí ya alcancé el último límite
del esfuerzo. Se puede comprender fácilmente que, en una existencia como la que
llevamos, apenas si tememos el golpe de espada que, en cualquier momento, puede
acabar con ella».
Por
aquellos medios heroicos aumentó el número de los cristianos en Corea de 6000 a
9000, en menos de dos años. Fue entonces cuando se descubrieron sus actividades
y se emitió un decreto para el exterminio de los fieles. Como un ejemplo de los
horrores que tuvieron lugar entonces, basta citar lo que le sucedió a santa
Agata Kim, una de la mártires. Se le preguntó a la infortunada mujer si era
cierto que practicaba la religión cristiana «Conozco a Jesús y a María»,
respondió con absoluta sencillez; «pero no conozco nada más». «Si te
torturamos, te olvidarás de tu Jesús y tu María», le dijeron. «¡Aunque tenga
que morir, no los olvidaré!» Fue cruelmente atormentada y, por fin, se la
condenó a morir. En el travesaño de una alta cruz sujeta a una carreta fue
colgada Agata por sus muñecas y por su cabellera. La carreta fue conducida
hasta la cumbre de una cuesta pedregosa y, desde ahí se azuzó a los bueyes para
que arrastrasen a la carreta cuesta abajo, entre brincos y zarandeos y, a cada
movimiento, la infeliz mujer, sujeta por los cabellos y los puños, se sacudía
violentamente. Al término de aquella carrera, fue descolgada, se le arrancaron
las vestiduras hasta dejarla desnuda; uno de los verdugos le sujetó la cabeza
contra una piedra y otro se la cortó con un golpe de espada. San Juan Ri
escribía desde la prisión: «Transcurrieron dos o tres meses antes de que el
juez mandara por mí y, en ese tiempo, estuve triste e inquieto. Los pecados de
mi vida entera, en la que tantas veces ofendí a Dios por pura maldad, parecían
pesar sobre mí como una montaña; de continuo me preguntaba: ¿Cuál será el fin
de todo esto? Sin embargo, nunca perdía la esperanza. Al décimo día de la
décima segunda luna, fui llevado ante el juez, quien ordenó que fuera apaleado.
¿Cómo hubiera podido resistirlo tan sólo con mis propias fuerzas? Pero la
fuerza del Señor, las plegarias de María y de los santos y de nuestros
mártires, me sostuvieron tan bien, que ahora me parece que apenas si sufrí. Yo
no puedo pagar tan grande misericordia y ofrecer mi vida es justo».
A
fin de evitar una matanza general y el posible peligro de la apostasía, Mons.
Imbert se entregó, después de recomendar a los padres Maubant y Chastan, que
hicieran lo mismo. Estos se pusieron a escribir una carta a Roma para dar
cuenta de su actitud y del estado en que dejaban la misión y se entregaron. Los
tres recibieron su ración de bastonazos. Atados a unos bancos con respaldo,
fueron conducidos a las orillas del río que corre cerca de Seul, donde los
tres, siempre sobre los bancos, fueron atados juntos a un grueso poste, contra
el cual el verdugo les cortó la cabeza. El triple martirio ocurrió el 21 de
septiembre de 1839. En el año de 1904, las reliquias de ochenta y un mártires
de Corea fueron trasladadas a la iglesia episcopal del vicario apostólico en
Seul y, en 1925, fueron beatificados Mons. Lorenzo Imbert y sus compañeros. El
primer sacerdote coreano martirizado, fue san Andrés Kim, en 1846. El 6 de mayo
de 1984, el papa Juan Pablo II celebró la canonización de 103 beatos mártires
de Corea, en la propia Seúl, primera vez que, en los últimos siglos, se
realizaba una canonización fuera de Roma. La semblanza de cada uno de los
mártires, en la medida en que hemos podido conseguirla, se puede leer en el día
respectivo de cada martirio.
En
L'Histoire de l'Eglise de Corée (1874), de C. Dallet, especialmente en el vol.
u, pp. 118-185, se relatan con detalle, las vidas y sufrimientos de estos
mártires. Ver también Les Missionnaires Francais en Corée (1895) de A. Launay y
Martyrs francais el coréens (1925) y The Golden Legend Overseas (1931), de E.
Baumann. De Vérinaud, J., Lumiere sur la Coree: les 103 martyrs (París 1984).
Ver también el artículo de Lamberto de Echeverría (Año cristiano) al que deriva
el link de la biografía de grupo.
fuente: «Vidas
de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_4823
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