Leyente que esperas, te
llegan en este envío dos comentarios a dos textos del Evangelio. Este envío
viene a ser el quinientos y tantos. No llevo las cuentas claras, pero después
de diez años de semana tras semana creo que los cálculos pueden ser esos. Pero
no es la cantidad lo que cuenta, sino el gota a gota... Como hacen las propias
gotas cuando caen así sobre el granito... Parece que nunca sucede nada. Pero
hay paciencias que lo acaban transformando todo y sin estridencias.
Por fin se lee en el Evangelio
de Juan la clave de la evangelización de Jesús, al menos para este Evangelista.
Este Jesús de Juan, el del cuarto Evangelio, es un Jesús que merece la pena
leer, meditar y descubrir. El polvo de los siglos de la historia nos lo han
ocultado. Aquella vieja y antievangélica prohibición de leer la Biblia y los
Evangelios fue responsable del poder de la ignorancia, pero llegaron los días
de la lectura y de la lectura crítica. Afortunadamente, al menos para aquellos
creyentes en Jesús para quienes Juan escribe, todo el mensaje de Jesús cabe en
cuatro palabras. Contadas. Cuatro: amaos unos a otros. Y nada más. Esta iglesia
nuestra nos recuerda esto explícitamente una vez cada tres años cuando se nos
lee en un domingo de Pascua este texto de Juan 13,35. Si estoy equivocado, por
favor, que alguien me saque del error... Por favor...
El otro texto corresponde al
Evangelio de Mateo. Vengo comentando desde el primer domingo del pasado
diciembre y de forma seguida y completa este Evangelio. Mientras lo comento,
aprendo a leerlo de nuevo. Y confieso que me gusta saber cómo este Mateo ha ido
elaborando un rostro y un mensaje de su Jesús tan descaradamente humano. Más de
uno estará también en contra de esta apreciación. Pues si es así, que me lo
escriba y me lo envíe.
Es el mes de mayo y debería
decir algo de María. Dicen que es su mes. Pero confieso sin ostentación que a
María la
tengo presente día tras día
en la presencia de cada persona, porque ella fue persona y mujer de este mundo
y sigue viva y resucitada en cada persona resucitadora que la resucita... Tan
sencillo y tan complicado de asimilar...
Basta por ahora. En una
semana nos volvemos a compartir presencia, palabras y comentarios...
Comentarios que lees a continuación. Y también en el archivo adjunto...
Domingo 5º de Pascua en el Ciclo C (19.05.2019): Juan
13,31-35
“El amor es..., ¿brujo? Es amor”. Lo medito y escribo CONTIGO:
Este es el texto
completo del relato del Evangelio que se nos proclamará el día 19 de mayo de
este 2019: “Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: Ahora es
glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es
glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo
glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Amaos también entre vosotros como
yo os he amado. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos
será que os amáis unos a otros” (Jn 13,31-35). Preciso el mensaje.
Siempre me pareció este texto el centro de este Evangelio.
Por dos veces se
cita explícitamente el único mandamiento que este Evangelista pone en labios de
su Jesús de Nazaret: ‘que os améis unos a otros’. No existe
ninguna otra explicitación de este único mandamiento. Es la única condición
para pertenecer a Jesús, para ser como él. No es necesario ni un bautismo, ni
una confirmación, ni ningún otro sacramento, ni otro credo, ni una liturgia de
tales días, ritos, signos o expresiones. Nada. Solo esto: que os améis
unos a otros. Que nos amemos los unos a los otros. Es el Evangelio de
Jesús. Todo su Evangelio.
Y cuando me paro a
pensar en las comprometedoras consecuencias de esta tan peculiar religión de
Jesús me digo con cierto temor y temblor que este ‘amor de unos con
otros’ existió siempre desde que el mundo es mundo y los vivientes somos
mujeres y hombres. Desde siempre existió el amor de unos con los otros. Y me
digo que desde siempre existió esta propuesta de Jesús de Nazaret tal y como se
nos anuncia en este cuarto Evangelio, el de Juan.
Por esto entiendo
que el amor es amor. Sin otro calificativo como nos suele gustar decir en los
más diversos ámbitos de nuestra catolicidad: amor cristiano, amor oblativo,
amor divino, amor humano, amor sacrificial, amor primero, amor enamorado, amor
maduro, amor sacramental, amor fraterno, maternal, paternal, brujo, interesado,
desinteresado... El amor es amor y lo sabemos muy bien cada hombre y mujer que
aquí ha estado, estamos y seguirán estando.
Este único
mandamiento del amor nos lo ha contado este Evangelista en el mismo contexto en
el que nos lo cuentan también los otros tres Evangelistas. Me explico: los
cuatro Evangelios cuentan el dato de ‘el anuncio de la traición que llevará a
cabo Judas’. Y cuentan después el dato de ‘el anuncio de las negaciones de
Pedro’. Puede leerse esto en Juan 13,21-30, el anuncio de la tradición de
Judas; y en Juan 13,36-38, el anuncio de las negaciones de Pedro.
Entre ambos datos,
este narrador Juan nos ha dejado escrito el dato del único mandamiento (Juan
13,31-35). El primer Evangelista que fue Marcos (o María Magdalena) nos dejó
escrito el dato de la cena con la presencia del pan y del vino (Mc 14,17-31).
El Evangelista Mateo sigue casi al pie de la letra a Marcos (Mt 26,20-35). Por
fin, el informadísimo Lucas no sitúa entre ambos datos ninguna
cena, sino el enfrentamiento más encarnizado entre los seguidores de Jesús a
propósito de la autoridad de los unos frente a los otros (Lc 22,21-34). Cuando
medito en estos datos me acabo diciendo, tal vez equivocadamente o tal vez no,
que el amaos unos a otros de Juan es tan igual como el servicio al otro de
Lucas, y tan igual con ‘este pan es mi cuerpo’- ‘este vino es mi sangre’ que
escribieron Marcos y Mateo. Cuatro eucaristías idénticas.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 25º de Mateo (19.05.2019): Mateo 14,1-12.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los
demás” (Mateo
7,12)
Después de la
preciosa narración, en forma de palindromía en torno a las parábolas, sobre ‘la
familia del Reino’ este narrador Mateo cambia de asunto con esta expresión tan
sencilla como una puntada bien dada: “Por aquel entonces” (Mt
14,1). El asunto nuevo, en realidad, no lo es tanto. El narrador cuenta que su
Jesús de Nazaret sigue evangelizando por la región de su Galilea y sigue
despertando la sorpresa de quienes le escuchan directa o indirectamente.
Uno de estos
audientes de los hechos y dichos sobre Jesús es una autoridad judía. Tetrarca
dicen unos o virrey, dicen otros. Esta autoridad es, sea lo que sea el cargo,
una persona y se llamaba Herodes. No se trata del famoso Herodes judío que
vivió en el siglo anterior y al que se le identificaba como Herodes el Grande.
Este virrey Herodes está presentado por el redactor Mateo como una autoridad
títere. Actúa según el aire que más le importa.
Frente a esta
autoridad tan corrompida o deshumanizada se va a comprender en toda su estatura
humana la personalidad tanto de Juan, el bautizador, como del propio Jesús de
Nazaret. Este Herodes títere acabará con la vida de Juan. Y no mucho más tarde
en el tiempo, otra autoridad romana llamada Pilato aprobará la muerte en una
cruz de Jesús de Nazaret. Tanto de Juan (Mt 14,5), como de Jesús se dirá que
fueron condenados y ejecutados por actuar como el ‘profeta’ denunciador de la
autoridad, religiosa o política, deshumanizadora.
Cuando aquel títere
virrey Herodes oye hablar de cuanto hace y enseña Jesús de Nazaret por las
tierras de su Galilea se dice para sus adentros que este Jesús es aquel Juan
que bautizaba y que había resucitado. El muerto y enterrado Juan (14,12) había
resucitado en la persona del propio Jesús de Nazaret. Dicho al revés y para que
lo entendamos bien: aquel Herodes llegó a justificar sus decisiones diciéndose
que Jesús resucitó a Juan, el perdona pecados bautizador.
Los anuncios y las
denuncias de un profeta, sea en aquel Israel del siglo primero o sea en
cualquier otro rincón de este mundo, siempre trae como consecuencia la
represión ejercida por la autoridad -política, religiosa, económica,
empresarial, ideológica, médica o educativa-. Al poder de la autoridad solo le
ocupa y preocupa la obediencia, la sumisión y el halago... ¿...?
Por hablar, este
Juan fue atrapado y encarcelado y decapitado... Una vez más se cumple aquello
tan deshumanizado de que el mejor enemigo es el enemigo muerto. Cuando leemos
esta secuencia de hechos en la historia y en la persona de Juan el Bautista,
todo lector está imaginándose que al profeta Jesús le sucederá algo
semejante. Juan y Jesús de nuevo unidos.
El mensaje de Mateo
14,12 me sorprende por la intensidad de la pena y de la ternura al mismo
tiempo: “Llegaron después sus discípulos, recogieron el cadáver y lo
sepultaron y fueron a informar a Jesús”. Con esta sorpresa de las emociones
me he leído muy despacio el relato de Mateo 27,57-61. La persona matada ahora
es el propio Jesús de Nazaret, el profeta hablador. Y el discípulo sepultador
es un hombre de Arimatea llamado José. Y alguien más. Dos mujeres: “Estaban
allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro”. ¿Por
qué Mateo las coloca siempre tan cerca de Jesús y la Iglesia sigue teniendo
miedo de su voz y de su voto?
Carmelo Bueno Heras
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