De nuevo es domingo. Para ti
y para mí
De nuevo estamos aquí. Tú y
yo.
De nuevo somos oyentes. De
la misma voz. Ahí y aquí. Desde donde sea.
Yo estoy amaneciendo, medio
dormido o despierto a medias.
Tú estás, que es lo más
importante.
A mí me toca enviarte las
letras que he afanado palabra a palabra en los últimos días para comentarte a
mi manera lo que leo en esas palabras de siempre que están ahí, hincadas en las
llanuras blancas de las páginas de tu biblia y de la mía.
¿No sería mejor dedicarnos a
otra cosa? Con toda seguridad, sí.
Existen cosas mucho más
importantes, relaciones mucho más enriquecedoras, emociones mucho más fuertes,
opciones mucho más decisivas, planes mucho más atractivos y educativos...
Sin embargo, estamos aquí. De
oyentes, tú y yo. Parados ante unos mensajes antiguos. Muy antiguos. Pero que
para nosotros, así lo espero y deseo, son mensajes nuevos. Como si fueran pan
recién horneado. Y me digo: Comer palabras no es saludable, al menos de manera
habitual. Tal vez llegue a serlo en algunos momentos.
Y no digo más ahora, aunque
tampoco haya dicho nada sabroso aún.
Te estará llegando ya una
página escrita sobre un texto que no necesita ninguna otra palabra más. ¡Es tan
claro, perfecto y definitivo que él solo es ya una biografía de aquel judío
llamado Jesús de Nazaret! Este texto del que hablo es 'Lucas quince' al que se
me ocurrió un día llamarlo también así: 'Denunciado por compartir mesa y
mantel'.
Tan definitiva y contundente,
me lo parece a mí, es la página de texto que se escribió el narrador Mateo en
el capítulo vigésimo tercero, completo, de su Evangelio. Mateo 23,1-39.
Después de leer tales cosas,
se llega a comprender por qué Jesús de Nazaret acabó sentenciado a muerte y
ejecutado. Este es el peligro que corre, también hoy entre nosotros, toda
aquella persona que se atreve a mirar a ese hombre cara a cara.
Hoy también se le puede mirar
así, porque ese tal Jesús está... ¡dentro de ti y de mí y del otro...! Y no sé
si en algún otro sitio más.
A continuación sigue el texto
de los comentarios. También te llega en el archivo adjunto.
Domingo 24º del T.O. Ciclo C (15.09.2019): Lucas
15,1-32.
‘Denunciado por compartir mesa y mantel’. Lo escribo CONTIGO:
El pasado día 31 de
marzo se celebró en nuestra Iglesia el cuarto domingo del tiempo de Cuaresma.
Con tal evento se nos propuso por parte de las autoridades de la liturgia la
lectura y meditación del texto de Lucas 15,1-3. 11-32. Es decir, de las
tres parábolas del relato de Lucas sólo se nos proclamó la tercera. Ahora, en
septiembre, al menos se nos propone la lectura completa del capítulo, al que seguiré
llamando ‘Lucas quince’. ¿Qué persona de iglesia no conoce en todos sus
detalles este capítulo que es en sí mismo todo un Evangelio?
Creo que me tendría
que callar, pero me niego a dejar de escribir. Me pregunto por qué las gentes
de la autoridad de la liturgia nos proponen en dos domingos que nos dejemos
iluminar por este mismo relato y se nos silencian otros textos de este mismo
Evangelio. ¿Por qué? Estaré muy equivocado, pero el asunto de los pecados y de
su perdón encandila al sacerdocio.
Es cierto que se
habla del perdón de pecados en tres momentos: en 15,7, en 15,10 y en 15,33. Me
gustaría que cada lector lo constatara en el texto de su biblia de consulta
habitual. Pero, me sigo preguntando, ¿de qué pecado se habla y quién es, por
tanto, el pecador? El pecado es comer con personas que no pertenecen a la
pureza y limpieza de la Ley por ser paganos extranjeros o desobedientes a las
normativas de la misma. Esto es lo que hace Jesús cuando come con publicanos y
pecadores (Lucas 15,1-2). El pecado es comer y Jesús es el pecador.
Por más que me
afano en leer las tres parábolas por ningún rincón del texto (Lc 15,3-32)
encuentro la más mínima referencia al perdón de pecados como un sacramento que
deben realizar personas varones célibes sacerdotes ordenados y consagrados para
la realización de rituales programados y rubricados.
En cambio, lo que
sí encuentro a manos llenas es la decisión de Jesús de compartir mesa mantel y
majares con los indeseables y manifestar ahí y así su experiencia de ser
persona que ama, cree y vive allí donde la religión de la Ley de las gentes de
su pueblo dice que hay rechazar, castigar e, incluso, matar.
En tiempos de
Jesús, todo pecado se debía perdonar en el Templo de Jerusalén y por medio de
ofrendas y sacrificios ofrecidos a Yavé su Dios por medio de sacerdotes y
rituales establecidos. Este Jesús de su tiempo aprendió de Juan el Bautizador a
romper estas normativas de la RELIGION de Israel. ¿Será un atrevimiento
blasfemo decir que compartir la mesa y el pan es el Nuevo Contexto del
Aprendizaje de la fe que nos dejó aquel laico de Galilea llamado Jesús de
Nazaret a quien no escucharon ni acogieron ni siguieron los poderes del Templo
y del Palacio?
Algún lector de
estas líneas podrá acusarme de no haberme dedicado ahora a comentar el relato
-cálido, brillante y luminoso- de este Evangelista Lucas. Si es así, sugiero
que se relea lo escrito en aquel domingo 31 de marzo de 2019. Jesús y sus
acompañantes siguen caminando hacia Jerusalén y al parecer están por Samaría,
la tierra pagana para aquel Israel del siglo primero. También hoy hay tierras
samaritanas por las que pasa aquel Jesús con tantísimos seguidores y
seguidoras, como tú y yo. ¿Alguien nos denunció por compartir mesa y mantel?
Carmelo Bueno Heras
Domingo 42º de Mateo (15.09.2019): Mateo 23,1-39.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los
demás” (Mateo
7,12)
El capítulo
vigésimo tercero del Evangelio de Mateo es una unidad literaria y por esto
conviene leérsela siempre completa. Y por ello, cada uno de los elementos de
esta unidad deben también considerarse como partes de un todo. Esta unidad
completa y acaba la narración que Mateo nos ha ofrecido sobre la estancia y
evangelización de su Jesús de Nazaret en el Templo de Jerusalén, que según este
relato ha durado un par de días (Mt 21,1 hasta 23,39).
La unidad narrativa
comienza así: “Entonces Jesús, dirigiéndose a la gente y a sus
discípulos, les dijo” (Mt 23,1). Todo el mensaje de Jesús deben oírlo
todos sus oyentes, sean gentes del pueblo, personas vinculadas con el Templo o
seguidores del galileo, sean hombres o mujeres. Todos deben oírlo todo. ¡Cuánto
me recuerda esto a aquello otro que ya quedó contado en Mateo 4,23-25! Los
oyentes de entonces y de ahora son todas las gentes del pueblo judío, en
tiempos del siglo primero, cuando muere Jesús y al escribir Mt unos cuarenta
años más tarde.
Mi lectura detenida
de todo el relato de Mt 23,1-39 me dice que existen cuatro apartados en este
preciso, precioso y clarificador texto literario y, sobre todo, teológico que
el Evangelista se atrevió a colocar en boca de su Jesús de Nazaret, el profeta
de Galilea.
El primer apartado
es Mateo 23,2-7. El
narrador cuenta, por si aún no hubiera quedado bien clarito, quiénes eran los
maestros de la Ley de Moisés y los fariseos, qué hacían, qué enseñaban, cómo
vivían... La denuncia de su identidad y misión es tan radical que sonroja
leerla, escucharla e interiorizarla: “No hacen lo que dicen”. En
cambio, el Jesús del Evangelista decía (Mt 5-7) y así hacía (Mt 8-9).
El segundo apartado
es Mateo 23,8-12.
Frente a esta denuncia tan de raíz, este laico de Galilea anuncia otra manera
de ser, creer, enseñar y vivir: “El mayor entre vosotros, el servidor”.
Servir, no servirse. Mirar hacia abajo, no hacia arriba para ‘medrar’. Mirar al
caído, no al encumbrado... Es tan sencillo lo uno como lo otro, pero es... ¡tan
distinto y opuesto!
El tercer apartado
es Mateo 23,13-36.
Siete acusaciones o malaventuranzas directas y frontales contra los maestros de
la Ley y los fariseos hipócritas. Todo un lujo de calificativos
deshumanizadores. Escandalosamente deshumanizadores. Este Jesús de Mateo se
cultivó bien su sentencia de muerte en el corazón de la Religión de Yavé Dios.
Nadie encontrará en los Evangelios un lenguaje tan proféticamente denunciador.
Siete ayes con su coda final, demoledora (Mt 23, 34-36). ¿Qué dicen las
ostentaciones religiosas que esto leen? Se callan.
Y el cuarto apartado
es Mateo 23,37-39.
Todo está dicho ya por parte de este Jesús de Mateo, pero le falta aún esa
pizca final, guinda del pastel dirían muchos, irrebatible, acusadora y situada
donde ciertamente duele: “Jerusalén, Jerusalén, matas a los profetas...
Tu Templo quedará desierto”. Es muy probable que cuando este narrador Mateo
cuenta estas cosas es que ‘estas cosas’ ya están sucediendo o ya han sucedido
en la década de los años setenta del siglo uno. Aquí, y de manera tan
enfrentada, acaba la presencia de Jesús en el Templo de su RELIGION: “Jesús
salió del Templo”, pero esto es otro contexto del Evangelista en Mateo
24,1.
Carmelo Bueno Heras
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