Sacerdote y músico, él mismo vio esa influencia en sus composiciones
Licinio Refice, uno de los hombres de San Pío X para depurar la música litúrgica de toda profanidad
Este año es el 65º aniversario de la muerte del padre Licino Refice (1883-1954), que fue uno de los primeros músicos italianos que trabajó por la purificación de la música clásica de las contaminaciones profanas, según los principios definidos por el Papa Giuseppe Sarto (San Pío X) en el motu propio Tra le sollecitudini. Más allá de algunas obras bastante marcadas por la época en la que fueron escritas, hay mucho en el repertorio de Refice que merece ser descubierto y valorado en la liturgia, según expone Aurelio Porfiri en La Nuova Bussola Quotidiana:
Licinio Refice, la música sacra tras las huellas de San Pío X
Para entender algunas de las evoluciones en el ámbito de la música sacra hace falta mirar hacia atrás. El presente se comprende sólo sumergiéndose en el pasado e intentando unir los hilos que permiten entrever recorridos posibles, plausibles, tal vez no exclusivos. Podemos decir con el escritor Vittorio Arrigoni: "Al final, aunque la historia tenga pésimos alumnos, de alguna manera enseña".
Hablando de música sacra, puede ser útil recordar a un compositor importante, pero que cayó en el olvido vulgarmente en el tumulto de la furia destructora de las últimas décadas: Licinio Refice (1883-1954), del cual se cumple el 65º aniversario de su muerte este año. Una muerte aventurera en el fondo, un poco en la línea del personaje, ocurrida en el lejano Brasil, en Río de Janeiro, donde estaba para asistir a la representación de una de sus obras.
¿Qué queda de este sacerdote, músico y compositor? Nacido en Patrica, cerca de Frosinone, estudió en Roma, enseñó en el Pontificio Instituto de Música Sacra y fue maestro de capilla en la Basílica de Santa María la Mayor. Autor de numerosas composiciones de música sacra, tenía inspiración para la música de ópera, una elección difícil para un sacerdote. Pero también sus obras hablaban de su vocación religiosa; de todas la más conocida es Cecilia, dedicada a la santa mártir romana tan querida entre los músicos.
Licinio Refice murió repentinamente durante un ensayo matutino de Cecilia, que se representaba esa tarde en Río de Janeiro. La ópera, homenaje a Santa Cecilia (mártir del siglo III, patrona de la música y los músicos), fue compuesta en 1934 y ha sido representada más de un millar de veces. Ésta es una versión ofrecida en el Teatro Avenida de Buenos Aires en 2008, bajo la dirección de Giorgio Paganini. Interpreta a Santa Cecilia la soprano Adelaida Negri, fallecida el pasado 17 de agosto a los 75 años de edad.
La reforma de la música sacra, promovida ya en el siglo XIX y llevada adelante por el movimiento ceciliano o cecilianismo, tuvo como pilares el retorno al canto gregoriano"auténtico" (a través de la obra de los monjes de Solesmes) y el redescubrimiento de la polifonía renacentista.
El impulso fundamental para la reforma vino de San Pío X con su motu proprio Tra le sollecitudini del 22 de noviembre de 1903. Este se proponía "casi como un código jurídico" para la música sacra:
"Siendo, en verdad, nuestro vivísimo deseo que el verdadero espíritu cristiano vuelva a florecer en todo y que en todos los fieles se mantenga, lo primero es proveer a la santidad y dignidad del templo, donde los fieles se juntan precisamente para adquirir ese espíritu en su primer e insustituible manantial, que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la pública y solemne oración de la Iglesia.
»Y en vano será esperar que para tal fin descienda copiosa sobre nosotros la bendición del cielo, si nuestro obsequio al Altísimo no asciende en olor de suavidad; antes bien, pone en la mano del Señor el látigo con que el Salvador del mundo arrojó del templo a sus indignos profanadores.
»Con este motivo, y para que de hoy en adelante nadie alegue la excusa de no conocer claramente su obligación y quitar toda duda en la interpretación de algunas cosas que están mandadas, estimamos conveniente señalar con brevedad los principios que regulan la música sagrada en las solemnidades del culto y condensar al mismo tiempo, como en un cuadro, las principales prescripciones de la Iglesia contra los abusos más comunes que se cometen en esta materia".
En este documento del Papa Pío X se presentaron los principios para una purificación de la música de los usos profanos, es decir, de la influencia de la música de ópera que era muy fuerte en los últimos siglos. Hubo varios músicos que trabajaron para una efectiva implantación de estas directrices. En Italia lo hicieron, sobre todo, tres.
Los tres principales impulsores artísticos de la reforma musical de San Pío X: Lorenzo Perosi (1872-1956), Raffaele Casimiri (1880-1943) y Licinio Refice (1883-1954).
El primero de todos fue Lorenzo Perosi, el más conocido y de fama internacional, llamado para la dirección de la Capilla Sixtina y gran consejero de San Pío X, su protector (consejero importante de Giuseppe Sarto fue también el jesuita Angelo De Santi, fundador del Pontificio Instituto de Musica Sacra). El otro músico que ciertamente hay que recordar es Raffaele Casimiri, no tanto como compositor -porque no estaba al nivel de los demás de los que estamos hablando, aunque sí ciertamente estaba dotado para el trabajo-, sino como excelente musicólogo y escritor, a la altura de cumplir trabajos importantes en el campo de los estudios de la musica renacentista. Y después nuestro Licinio Refice, del cual queda hoy muy poco en los programas de conciertos (y, naturalmente, casi nada en los litúrgicos), pero que verdaderamente se merecería un redescubrimiento.
A este compositor también me une un motivo personal, dada la unión con dos estudiosos que han dedicado muchísimos recursos para mantener viva la memoria de su música. Uno fue Giuseppe Marchetti, tenor que dedicó muchos años de su vida para escribir la biografía de Refice.
El otro es el padre Michele Colagiovanni, que también escribió mucho sobre nuestro compositor y que trabajó mucho para su redescubrimiento.
Después, tengo que recordar mi cercanía con Ornello Ghelli, baritono que conocí cuando ya era muy anciano y que vivía a pocos pasos de donde aún vivo. Él, que fue una especie de secretario de Refice, me contaba cosas sobre ese hombre, un gran músico, cierto, pero también con carácter de artista, del cual poseía el temperamento.
Entre las composiciones litúrgicas de Refice podemos recordar la Missa in honorem Sancti Eduardi Regis, composición intensa y en la cual se encuentran las características de nuestro compositor, como la atención por la armonía de tipo más moderno pero templada por el uso de las escalas modales típicas de la música eclesiástica y por su naturaleza casi exclusivamente diatomea.
Recordamos también la Missa choralis, trabajo en el cual el autor, décadas antes del Concilio (la Misa se compuso en 1916), intenta involucrar también a la asamblea en las partes del Ordinarium Missae junto a la Schola Cantorum. El título completo, de hecho, decía así: Missa choralis tribus vocibus aequalibus concinenda, organo comitante et alternante cantu populari.
Partiendo de las premisas hechas sobre el movimiento ceciliano y San Pío X, podemos intentar hacer un discurso general sobre nuestro compositor. A los compositores se les prefiguraban dos caminos: el de la atención por los modelos supremos de la música eclesiástica (canto gregoriano y polifonía), o el de hacer que su vida artística se insertara en el flujo de lenguajes armónicos y estéticos de la modernidad. Ahora bien, los compositores de música sacra tienen que tener cuidado de no verse atrapados en el uso de lenguajes que puedan oscurecer su misión, porque pueden verse demasiado influenciados por el uso de lo profano. No se trata solo de la profanación de la liturgia con la música pop a la que asistimos hoy en día, sino también al uso de lenguajes musicales más nobles y elevados pero que contrastan con la naturaleza casta del canto litúrgico.
Según la opinión de algunos, Refice fue ciertamente un compositor técnicamente combativo, tal vez el más preparado en este sentido; pero su lenguaje estaba tal vez influenciado por un cierto sinfonismo tardo-romántico alemán, que fuerza el canto litúrgico con manifestaciones de un cierto tipo de emoción, no siempre apropiada en la música sacra. El cromatismo, si bien usado como refuerzo de las tendencias ya inherentes en la música tonal (que era el lenguaje base que usaba Refice), se convierte en un medio de agitación, extenuante espiritualmente.
Dicho esto, no se pueden negar la gran destreza y las capacidades musicales de nuestro compositor, tal vez más evidentes en las obras cortas que en las obras en las que el ejército de las dinámicas grandilocuentes esconde a veces la sustancia musical. Pensemos en su Berceuse (que se puede ejecutar en piano y en órgano y de la cual existe una versión orquestal), composición en la que las influencias de la música francesa de la primera mitad del siglo XX son fuertes, pero que mantiene una cierta castidad y pureza.
Hay que precisar que un compositor de música sacra tiene que poder usar todo lo bueno que existe en los lenguajes musicales de su tiempo, prestando atención a que el elemento profano, a través de estos lenguajes, no suplante la finalidad sagrada (como advertía el Concilio de Trento). Recordemos que la Iglesia en el pasado ha estado a la vanguardia de la creación artística y nunca ha tenido miedo de innovar, es más, siempre se ha introducido en el flujo vital de una tradición: apuntando a una evolución, no a una revolución. Algunas composiciones de nuestro Licinio Refice están probablemente muy marcadas por la época en la que fueron escritas; sin embargo, hay mucho en su repertorio que merece ser redescubierto y valorado en la liturgia.
Traducido por Elena Faccia Serrano.
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