miércoles, 28 de octubre de 2015

San Zenobio de Sidón - San Abrahán de Edessa - San Teodario de Vienne - San Dodón de Moutiers 29102015

San Zenobio de Sidón

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San Zenobio, presbítero y mártir
En Sidón, de Fenicia, san Zenobio, presbítero, que durante la durísima persecución bajo el emperador Diocleciano animó a otros al martirio, y finalmente también él fue coronado con la muerte.
Los hechos que leeremos en la narración de Eusebio de Cesarea ocurrieron en el año 304, en la ciudad de Tiro; de ellos el propio Eusebio fue testigo, y lo cuenta de primera mano. Sin embargo, esta persecución, en conjunto, duró varios años, y tenemos mártires vinculados a los mismos hechos desde el 304 hasta el 311.

-El primer grupo es el de los cinco mártires de Tiro, celebrados el 20 de febrero, martirio que ocurrió el 304.
-El mismo 20 de febrero, pero por entrada aparte, al corresponder a un martirio del año 311, celebramos a san Tiranión de Tiro. Tiranión había presenciado los martirios del 304 y alentado a los mártires, pero recién seis años después le tomaron preso y le condujeron, junto con san Zenobio de Tiro, a Antioquía de Siria, y tras hacerle sufrir crueles torturas, fue arrojado al río Orontes.
-A san Zenobio de Tiro, médico y sacerdote de la ciudad de Sidón, lo celebramos el 29 de octubre. Él padeció las torturas junto con Tiranión, pero murió en el potro.
-Durante el reinado de Maximino, san Silvano, obispo de Emesa de Fenicia fue devorado por las fieras en su propia ciudad, hacia el 310, y lo celebramos el 6 de febrero.
-En fecha desconocida, pero que celebramos el 4 de mayo, san Silvano, obispo de Gaza, fue condenado a trabajar en las minas de Fennes, cerca de Petra, en Arabia y más tarde fue decapitado allí, con otros treinta y nueve compañeros.
-Posiblemente pertenezcan al mismo conjunto (pero les hemos puesto noticia aparte) los sacerdotes egipcios Peleo, Nilo y sus compañeros, que muerieron en Palestina en el 310, y celebramos el 19 de septiembre.
Eusebio narra en los siguientes términos el martirio que presenció:
Varios cristianos egipcios que se habían establecido en Palestina y otros en Tiro, dieron pruebas de su paciencia y de su constancia en la fe. Después de haber sido golpeados innumerables veces, cosa que soportaron con gran paciencia, fueron arrojados a los leopardos, osos salvajes, jabalíes y toros. Yo estaba presente cuando esas bestias, sedientas de sangre humana, hicieron su aparición en la arena; pero, en vez de devorar o destrozar a los mártires, se mantuvieron a distancia de ellos, sin tocarles, y se volvieron en cambio contra los domadores y cuantos se hallaban cerca; sólo respetaron a los soldados de Cristo, a pesar de que éstos obedeciendo a las órdenes recibidas, agitaban los brazos para provocar a las fieras. Algunas veces, éstas se lanzaron sobre ellos con su habitual ferocidad, pero volvían siempre atrás, como movidas por una fuerza sobrenatural. El hecho se repitió varias veces, con gran admiración de los espectadores. Los verdugos reemplazaron dos veces a las fieras, pero fue en vano. Los mártires permanecían impasibles.
Entre ellos se hallaba un joven de menos de veinte años, que no se movía de su sitio y conservaba una serenidad absoluta; con los ojos elevados al cielo y los brazos en cruz, en tanto que los osos y los leopardos con las fauces abiertas amenazaban con devorarle de un momento a otro; sólo por un milagro de Dios se explica que no le tocasen. Otros mártires se hallaban expuestos a los ataques de un toro furioso, que ya había herido y golpeado a varios domadores, y dejándolos medio muertos; pero el toro no atacó a los mártires; aunque parecía que iba a lanzarse sobre ellos: sus pezuñas rascaban furiosamente el suelo y agitaba la cornamenta en todas direcciones, pero sin llegar a embestir a los mártires, a pesar de que los verdugos lo incitaban con capas rojas. Después de varios intentos inútiles con diferentes fieras, los santos fueron finalmente decapitados y sus cuerpos arrojados al mar. Otros que se negaron a ofrecer sacrificios a los dioses, murieron apaleados, quemados y también ejecutados en distintas formas.»
Eusebio, Hist. Eccles., vol. VIII, cap. 13, es la mejor de las autoridades a este respecto, pero el Acta Sanctorum y el Oriens Christianus de Le Quien, proporcionan otros datos, discusiones y detalles geográficos.


fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



San Abrahán de Edessa

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San Abrahán, eremita
En Edessa, de Osrhoene, en Mesopotamia, san Abrahán, anacoreta, cuya vida fue escrita por san Efrén, diácono.
San Abraham nació cerca de Edesa, Mesopotamia, donde sus padres ocupaban una importante posición y eran dueños de grandes riquezas. Aunque él se sentía atraído hacia la vida de celibato, no se atrevió a oponerse a los deseos de sus padres, cuando éstos escogieron a su futura esposa. Era costumbre de aquel lugar llevar al cabo unas festividades durante los siete días precedentes al matrimonio. El último día de la celebración, Abraham huyó y se ocultó en el desierto. Habiéndose llevado al cabo la búsqueda del fugitivo, se le encontró absorto en oración. Todos los ruegos y súplicas de sus amigos por hacerle desistir de su idea fallaron; así, Abraham se retiró a su celda, cuya puerta atrancó, dejando sólo una pequeña ventana por donde le pudieran pasar la comida. Cuando sus padres murieron, encargó a un amigo la distribución de su herencia entre los pobres. Sus pertenencias consistían en una capa, un abrigo de piel de cabra, una jofaina para el agua y comida y una esterilla de junco en la que dormía. «Nunca se le vio sonreír -dice su biógrafo-, consideraba cada día como el último de su existencia». Se veía fresco, vigoroso y sano, aunque era de naturaleza delicada, como si no llevase vida de penitencia... «Lo más sorprendente de todo fue que, en cincuenta años, nunca se quitó el abrigo de piel de cabra, el que fue usado por otros, después de su muerte».

No lejos de la celda de Abraham, había una colonia de idólatras que hasta entonces habíanse resistido violentamente a todos los intentos de evangelización y quienes eran motivo de aflicción para el obispo de Edesa. El obispo le pidió a Abraham que dejase la vida de ermitaño y fuera a predicar entre esas gentes. Aunque se mostraba renuente a ello, permitió que le ordenasen sacerdote para cumplir con lo que se le mandaba. Al llegar a Beth-Kiduna, encontró a la gente decidida a no escucharle. Por doquier había signos de idolatría y espantosa aberración. San Abraham pidió al obispo le edificase una iglesia en el centro mismo del poblado y, cuando ésta estuvo construida, supo que su hora había llegado. Después de orar fervorosamente, salió y destruyó todos los altares e ídolos que encontró. Los enfurecidos aldeanos, acometieron contra él, le pegaron y le echaron del pueblo. Por la noche regresó y, al día siguiente lo encontraron rezando en la iglesia. Salió a las calles y arengó a las gentes, incitándolas a terminar con la superstición; esta vez, los aldeanos lo golpearon y apedrearon hasta darlo por muerto. Una vez recuperado el sentido, Abraham siguió predicando a pesar de los insultos, malos tratos y ataques de la gente, por tres años consecutivos y sin ningún resultado aparente. Un buen día, las cosas cambiaron, la paciencia, mansedumbre y docilidad del santo convencieron a la gente y ésta empezó a escucharle: «Viéndolos al fin tan bien dispuestos, bautizó a cerca de mil, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; y de ahí en adelante, les leyó las Sagradas Escrituras asiduamente, mientras los instruía en los principios de la justicia y caridad cristianas». Durante un año entero siguió trabajando entre sus conversos y luego, temiendo absorberse demasiado en las cosas terrenales, dejó su obra a cargo de otros y se internó nuevamente en el desierto. San Abraham vivió hasta la edad de setenta años. Cuando se supo que estaba gravemente enfermo, sus fieles acudieron a pedirle sus bendiciones y, después de su muerte, cada quien procuró quedarse con un pedacito de sus ropas.

A la historia de Abraham, que en su esencia puede ser auténtica, se liga siempre la leyenda de su sobrina María. A la forma narrativa de este relato se debe probablemente la gran popularidad de que ambos gozan, tanto en Oriente como en Occidente: Se dice que María contaba solamente siete años de edad cuando quedó huérfana. El único pariente que tenía era su tío y con él se fue a vivir. Abraham construyó para ella una celda cerca de la suya y se encargó de sus estudios y educación, hasta que María cumplió veinte años. Un falso monje, que llegó fingiendo querer recibir instrucciones de Abraham, la sedujo, entonces ella abandonó secretamente su celda y huyó a la ciudad de Troas, donde se dedicó a la prostitución. Su tío, no sabiendo qué había sido de ella, no cesó de llorar y pedir por la joven durante dos largos años. Abraham pidió prestado un caballo y, disfrazado de soldado, salió en su búsqueda. Al enterarse al fin de la verdad fue en busca de la oveja perdida para conducirla a la nueva vida, si esto era posible. Al saber donde vivía, sin descubrir su identidad, le envió una invitación para cenar con él. Aunque María no reconoció a su tío, se sintió avergonzada en su presencia. Cuando terminaron de cenar, quitándose el disfraz, la tomó de la mano y le habló hasta que ella se sintió arrepentida. Entonces lleno de esperanza y regocijo la confortó y prometió tomar sobre él todos sus pecados, si ella volvía a la vida santa que había llevado en otros tiempos. María prometió en adelante obedecerlo en todo. Dice la leyenda que después de tres años Dios demostró haberla perdonado, haciéndole el regalo de curar y obrar milagros.

De acuerdo con el Martirologio Romano, Alban Butler y uno o dos escritores modernos, especialmente Mons. Lami, se dice que san Efrén es el autor de esta narración. Otros rechazan esta opinión, y colocan al santo en el siglo sexto. Ver el Acta Sanctorum, marzo, vol. II. La Analecta Bollandiana, vol. X (1891) pp. 5-49, donde se encuentra el texto siriaco y vol. XXVI (1907), pp. 468-469; Delehaye Synax. Const, octubre 29; Dictionnaire d'Histoire et de Géographie ecclésiastiques, vol. I, pp. 175-177. A Wilmart en la versión latina de Revue Bénédictine vol. I (1938) pp. 222-245; y especialmente E. de Stoop en el Musée belge, vol. XV, pp. 297-312.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



San Teodario de Vienne

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San Teodario, abad
En el territorio de Vienne, en la Galia, san Teodario, abad, el cual, discípulo de san Cesáreo de Arlés, estableció unas celdas para monjes y fue designado por el obispo como intercesor ante Dios y presbítero penitenciario para todos los habitantes de la ciudad.
San Teodario nació en Arcisia (Saint-Chef d'Arcisse), del Delfinado. Después de haber practicado la vida monástica en Lérida y de haber recibido la ordenación sacerdotal de manos de san Cesario de Arles, regresó a su ciudad natal. Allí se le unieron varios discípulos, para quienes construyó primero una serie de celdas y más tarde un monasterio, cerca de Vienne.

Desde antiguo existía allí la costumbre de elegir a uno de los monjes más santos para que llevase voluntariamente vida de recluso. El elegido se retiraba a una celda, en la que pasaba el tiempo orando y ayunando para obtener la divina misericordia sobre el pueblo y sobre él. Tal práctica habría constituido una superstición y un abuso, si las gentes hubiesen abandonado la oración y la penitencia so pretexto de que otro las practicaba en su favor. El pueblo eligió a san Teodario para ese estado de penitencia. El santo aceptó gozosamente y pasó los últimos doce años de su vida en la iglesia de San Lorenzo, cumpliendo fervorosamente su obligación. Dios le concedió un extraordinario don de milagros que le hizo muy famoso. Murió alrededor del año 575.

B. Krusch, en Monumenta Germaniae Historica, Scriptores Merov., vol. III, pp. 526-530, hizo una nueva edición de la biografía publicada anteriormente por Mabillon y los bolandistas. El autor de dicha biografía fue Adón (siglo IX) y su obra no merece gran crédito; sin embargo, es falso que Adón haya introducido en su martirologio el nombre de Teodario. Cf. Quentin, Martyrologes historiques, p. 477.
La imagen muestra un fresco del siglo XII del santo entrando a la Jerusalén celestial, en la iglesia de Saint-Chef d'Arcisse (Saint-Chef es una deformación del nombre del mismo Teodario).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

San Colmán de Kilmacduagh

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San Colmán de Kilmacduagh, obispo
En Kilmacduagh (Galway), de Hibernia, san Colmán, obispo.
San Colman Mac Duagh, obispo y patrono de Kilmacduagh (el nombre significa, precisamente: «Iglesia de Mac Duagh»), nació en Kiltartan, aproximadamente en el 560. Vivió durante muchos años como ermitaño en Arranmore, donde construyó dos iglesias, ambas forman el grupo actual de ruinas de Kilmurvy. Desde allí buscó mayor aislamiento en los bosques de Burren, en el 592, y al fin, en el 610, fundó un monasterio, que se convirtió en el centro de la Diócesis de Aidhne, prácticamente coextensiva con la actual sede de Kilmacduagh. Aunque el «Martirologio de Donegal» asigna su fiesta el 2 de febrero, sin embargo, el peso de la evidencia y la tradición de la diócesis apuntan al 29 de octubre, como fecha de su muerte. Ese mismo día tiene lugar su fiesta, que se mantiene desde tiempos inmemoriales, y que ha quedado fijada por un rescripto papal de Benedicto XIV, en 1747. El santo falleció el 29 de octubre del 632.

Estos son los pocos datos biográficos que podemos considerar bien establecidos sobre nuestro santo. Sigue siendo muy venerado en su diócesis, y circulan sobre él, naturalmente, leyendas y tradiciones. Puede verse, en inglés, una interesante web con todo el itinerario de Colman, desde su nacimiento y «milagroso bautismo» hasta su muerte, con fotos de los lugares mencionados en su leyenda, y los vestigios de las construcciones realizadas.

 Catholic Enciclopedia, s.v. St. Colman, artículo por William Grattan-Flood.

San Dodón de Moutiers

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En Moutiers-en-Fagne, cerca de Cambrai, en Neustria, san Dodón, abad, que, presidiendo el monasterio de Wallers, prefirió retirarse a la vida eremítica.

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