sábado, 31 de octubre de 2015

Tiempos del Anticristo (Leonardo Boff)

Tiempos del Anticristo

2004-09-17


  Cuando nos enfrentamos a la suprema iniquidad, cuando se sobrepasa ese punto de perversidad ante el cual cesa hasta la razón y el sentido de humanidad desaparece totalmente, los cristianos recurren a dos expresiones bíblicas: la «abominación de la desolación» y la «parusía del Anticristo». Es lo que sentimos ante la masacre de los inocentes de Beslan.
«Abominación de la desolación» traduce una situación donde el mal irrumpe con tal virulencia que se nos desorbitan los ojos, se secan las lágrimas y las palabras se ahogan en la garganta. Así ocurrió con la gente de Beslan. Después, cuando enterraban a las víctimas, parecía oír las palabras de san Mateo cuando la matanza de los inocentes ordenada por Herodes: «En Ramá (Beslan) se oyó una voz, mucho llanto y grandes gemidos: son las madres que lloran a sus hijos y a sus hijas y no quieren ser consoladas por que los perdieron y nunca más volverán». Es el dolor infinito y el luto sin fin.
El «Anticristo» configura otra situación de extrema maldad, situación que puede tomar cuerpo en personas y movimientos. Él es el reverso del Cristo. Cristo no es originalmente una persona, en nuestro caso Jesús de Nazaret. Cristo es una dimensión, un modo de ser y un título para designar la historia del amor, de la bondad, de la donación, de la compasión y del perdón en el mundo desde el justo Abel hasta el último elegido. Esta dimensión-Cristo se encuentra presente en cada ser humano. En figuras seminales como Buda, Krishna, Miriam de Nazaret, Gandhi, Hélder Câmara o la Hermana Dulce se densificó de manera especial. Para los cristianos alcanzó su máxima expresión en Jesús de Nazaret. Por eso Jesús comenzó a ser llamado el Cristo. Pero bien entendido él no detenta el monopolio del "Cristo", que se realiza también en otras figuras históricas.
La dimensión-Anticristo se opone a la dimensión-Cristo. Ella representa la historia del odio, de la perversidad, de la inhumanidad, de la destructividad en el grado máximo. Puede expresarse en estructuras de gran injusticia, en ideologías que se proponen eliminar etnias y en políticas que optan por la truculencia como única forma de resolver problemas. Y también puede tomar cuerpo en figuras perversas, de las que el siglo XX nos proporcionó ejemplares aterradores.
El Anticristo hace uso de dos armas: la política y la religión. Por la política arrogante, bestial y tiránica, se impone a todos y sacrifica a los opositores. Por la religión, utiliza los símbolos sagrados y el nombre de Dios para seducir a su causa y conferir legitimidad última a su política perversa. Su mayor blasfemia reside, según san Pablo, en el hecho de «erguirse por encima de todo lo que se llama Dios».
La dimensión-Cristo y la dimensión-Anticristo se hacen presentes en nuestra vida, envolviéndonos a todos en enfrentamientos dramáticos. Hay momentos, como ahora, en que la dimensión-Anticristo parece triunfar. Irrumpe de forma tan aterradora que nos paraliza y casi roba la esperanza de los justos. En circunstancias así, el Maestro nos consuela: «Cristo aniquilará al Anticristo con un simple soplo de su boca». Pero ¿cuándo, Señor, cuándo?
La categoría Anticristo se ha esgrimido en la historia para que alguien satanice a otro. Debemos precavernos contra identificaciones fáciles, pero hay momentos como el actual en que la perversidad es tanta que debemos usarla como denuncia y profecía. El Anticristo está entre nosotros actuando en ambos lados. Los dos tienen en común el desprecio por la vida y la falta de piedad para con los inocentes. Y son asesinos fríos.


http://servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=082

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