No se celebra hoy, porque hay una celebración de mayor rango (Lunes de la Octava de Pascua, solemnidad)
San Francisco de Paula, ermitaño, fundador de la Orden de los Mínimos en Calabria. Prescribió a sus discípulos que viviesen de limosnas, que no tuvieran propiedad ni tocasen nunca dinero, y que utilizasen sólo alimentos cuaresmales. Llamado a Francia, por el rey Luis XI, le asistió en el lecho de muerte, y, célebre por la austeridad de vida, murió a su vez en Plessis-les-Tours, junto a la ciudad francesa de Tours.
En Cesarea de Palestina, san Affiano o Anfiano, mártir, que, viendo cómo en tiempo del emperador Maximino se obligaba al pueblo a sacrificar públicamente a los dioses, se acercó intrépido al prefecto Urbano y, asiéndole por el brazo, quiso impedir el rito, por lo cual, con los pies envueltos en lino empapado con aceite, le prendieron fuego y, aún vivo, fue arrojado al mar por los soldados.
En la misma ciudad de Cesarea de Palestina, pasión de santa Teodora, virgen, natural de Tiro, que en la misma mencionada persecución, por haber saludado a los confesores de la fe que estaban de pie ante el tribunal, rogándoles que al llegar ante el Señor se acordasen de ella, fue detenida por los soldados y llevada ante el mismo prefecto, por mandato del cual fue torturada con atroces tormentos y arrojada finalmente al mar.
En Como, en la región italiana de Liguria, san Abundio, obispo, que enviado a Constantinopla por san León Magno, con gran celo defendió allí la fe ortodoxa.
En Capua, ciudad de Campania, también en Italia, san Víctor, obispo, conspicuo por su erudición y santidad.
En Lyon, en la Galia, san Nicecio, obispo, que se distinguió por su dedicación a los pobres y su benignidad para con los sencillos, y enseñó en esta Iglesia a seguir una norma en la recitación de la salmodia.
En el monasterio de Luxeuil, en Burgundia, san Eustasio, abad, discípulo de san Columbano, que fue padre de casi seiscientos monjes.
En Chelmsford, en Inglaterra, san Juan Payne, presbítero y mártir, que en tiempo de la reina Isabel I fue ahorcado, acusado falsamente de sedición.
En el pueblo de Tomhom, en la isla de Guam, en Oceanía, san Pedro Calungsod, catequista, y beato Diego Luis de San Vitores, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús, mártires, que por odio a la fe cristiana fueron cruelmente precipitados al mar por algunos apóstatas y nativos seguidores del paganismo.
En Spoleto, ciudad de Umbría, en Italia, beato Leopoldo de Gaiche, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que estableció el santuario de Monte Luco.
En el pueblo de Xuong Dien, en Tonkín, santo Domingo Tuoc, presbítero de la Orden de Predicadores, mártir en tiempo del emperador Minh Mang.
En Padua, en el territorio de Venecia, en Italia, beata Isabel Vendramini, virgen, que dedicó su vida a los pobres y, tras superar muchas adversidades, fundó el Instituto de Hermanas Terciarias Franciscanas Isabelinas de Padua.
En Vic, en la región de Cataluña, en España, san Francisco Coll, presbítero de la Orden de Predicadores, que al ser injustamente exclaustrado, prosiguió su firme vocación y anunció por toda la región el nombre del Señor Jesucristo.
En Gyór, en Hungría, beato Guillermo Apor, obispo y mártir, que en tiempo de guerra abrió su casa a unos trescientos prófugos, y por defender a unas muchachas de manos de los soldados, la tarde del Viernes Santo de la Pasión del Señor fue herido y tres días más tarde expiró.
En Lwiw, en Ucrania, beato Nicolás Carneckyj, obispo, que, ejerciendo como exarca apostólico de Volyn' y Pidljashja, en tiempo de persecución contra la fe siguió como pastor fiel las huellas de Cristo y, por su gracia, llegó al reino de los cielos.
En Maracay, población de Venezuela, beata María de San José (Laura) Alvarado, virgen, que fundó la Congregación de Hermanas Agustinas Recoletas del Sagrado Corazón de Jesús, siempre solícita en su caridad a favor de las jóvenes huérfanas, de los ancianos y de los pobres abandonados.
En Roma, en la basílica de San Pedro, san Juan Pablo II, papa, que gobernó la Iglesia por veintisiete años, llevando su presencia misionera a todos los puntos de la tierra, alimentando la doctrina con abundantes y esclarecidos documentos, y convocando a todos los hombres de nuestra época a abrir sus puertas al Redentor.
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