Evangelio del día: El camino de la vanidad y el orgullo es del
demonio.
Evangelio del día. AUDIO. Lucas 14,1.7-14 - XXII semana tiempo
ordinario: Esta es la vía de Dios, el camino de la humildad.
Evangelio del día: Lucas 14,1.7-11
Evangelio del día: (La verdadera humildad
cristiana: Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los
principales fariseos. Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros
puestos, les dijo esta parábola: "Si te invitan a un banquete de bodas, no
te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada
otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los
dos, tenga que decirte: "Déjale el sitio", y así, lleno de vergüenza,
tengas que ponerte en el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a
colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te
diga: "Amigo, acércate más", y así quedarás bien delante de todos los
invitados. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla
será enaltecido". Palabra
del Señor.
Reflexión del Papa Francisco
Esta es la vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino
de Jesús, no hay otro. Y no hay humildad sin humillación.
Al recorrer hasta el final este camino, el Hijo de Dios tomó la
condición de siervo. En efecto, humildad quiere decir también servicio,
significa dejar espacio a Dios negándose a uno mismo, despojándose, como dice
la Escritura. Esta – este vaciarse – es la humillación más grande.
Hay otra vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La
mundanidad nos ofrece el camino
de la vanidad, del orgullo, del éxito... Es la otra vía.
El maligno se la propuso también a Jesús durante cuarenta días
en el desierto. Pero Jesús la rechazó sin dudarlo. Y, con él, sólo con su
gracia, con su ayuda, también nosotros podemos vencer esta tentación de la
vanidad, de la mundanidad, no sólo en las grandes ocasiones, sino también en
las circunstancias ordinarias de la vida.
En esto, nos ayuda y nos conforta el ejemplo de muchos hombres y
mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para
servir a los demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona con
discapacidad, un sin techo...
Pensemos también en la humillación de los que, por mantenerse
fieles al Evangelio, son discriminados y sufren las consecuencias en su propia
carne.
Y pensemos en nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser
cristianos, los mártires de hoy – hay tantos – no reniegan de Jesús y soportan
con dignidad insultos y ultrajes. Lo siguen por su camino. Podemos hablar en
verdad de una nube de testigos: los mártires de hoy (Homilía en la Plaza de San
Pedro, 29 de marzo de 2015)
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