San Gregorio I Magno, papa y doctor de la Iglesia
fecha: 3 de septiembre
n.: c. 540 - †: 604 - país: Italia
otras formas del nombre: Gregorio Magno
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: c. 540 - †: 604 - país: Italia
otras formas del nombre: Gregorio Magno
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Memoria de san Gregorio Magno, papa y doctor de la Iglesia, que
siendo monje ejerció ya de legado pontificio en Constantinopla, y después, en
tal día, fue elegido Romano Pontífice. Resolvió problemas temporales y, como
siervo de los siervos, atendió a los valores espirituales, mostrándose como
verdadero pastor en el gobierno de la Iglesia, ayudando sobre manera a los
necesitados, fomentando la vida monástica y propagando y reafirmando la fe por
doquier, para lo cual escribió muchas y célebres obras sobre temas morales y
pastorales. Murió el doce de marzo.
Patronazgos: patrono del sistema educativo de la Iglesia, de los mineros, de los
coros y el canto coral, los estudiosos, profesores, alumnos, estudiantes,
cantantes, músicos, albañiles, fabricantes de botones; protector contra la gota
y la peste.
refieren a este santo: San Agustín de
Canterbury, Santa Emiliana, San Etelberto, San Eulogio de
Alejandría, San Honorio de
Canterbury, San Leandro de
Sevilla, San Melito de
Canterbury, San Paulino de
York, Beato Pedro
Diácono (o Levita), San Sérvulo, Santa Tarsila
Oración: Oh Dios, que cuidas a tu pueblo con
misericordia y lo gobiernas con amor, concede el don de sabiduría, por
intercesión del papa san Gregorio Magno, a quienes confiaste la misión del
gobierno de tu Iglesia, para que el progreso de los fieles sea el gozo eterno
de sus pastores. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén (oración litúrgica).
El papa Gregorio I, con más justicia
llamado «Magno» (es decir, «el Grande»), el primer papa que fue monje, ascendió
a la sede apostólica cuando Italia se hallaba en una condición deplorable, como
consecuencia de las luchas entre los ostrogodos y el emperador Justiniano, que
terminaron con la derrota y muerte de Totila, en el año 562. Roma era la que
más había sufrido: en siglo y medio fue saqueada cuatro veces y conquistada
otras tantas en veinte años, sin que nadie se hubiera ocupado en restaurar los
daños ocasionados por el pillaje, el fuego y los terremotos. San Gregorio escribió
sobre esta situación, hacia el año 593: «Nosotros vemos lo que ha llegado a ser
aquélla que antes fue señora del mundo. Abatida por las inmensas y múltiples
desgracias que ha sufrido... ruinas sobre ruinas por doquier... ¿Dónde está el
Senado?... ¿Dónde está el pueblo?... Nosotros, los pocos que hemos quedado,
estamos amenazados cada día por la espada e incontables pruebas... Roma
desierta está en llamas...»
La familia que ya había dado a la Iglesia
dos papas, Agapito I y Félix III, tatarabuelo de Gregorio, era una de las pocas
familias patricias que aún quedaban en Roma. Poco se sabe de Gordiano, el padre
de Gregorio, aparte de que poseía extensas propiedades en Sicilia, así como una
casa en la colina Coeli; a su esposa Silvia se
le reconoce como santa en el Martirologio Romano. Gregorio parece haber
recibido la mejor educación de ese tiempo, y haber escogido la carrera de
funcionario. En el año 568, una nueva calamidad cayó sobre Italia: la primera
invasión lombarda. Tres años después, las hordas bárbaras se acercaron a Roma y
cundió la alarma. Gregorio, a los treinta años de edad y con mucha de la
prudencia y energía que le caracterizaron, ejerció el cargo civil más
encumbrado: el de prefecto de la ciudad, un puesto en el que se ganó el respeto
y estimación de los romanos, desarrollando su aprecio por el orden en la
administración de los negocios. Aunque Gregorio cumplía fiel y honrosamente sus
funciones, desde hacía tiempo se sentía llamado a una vocación superior, hasta
que por fin resolvió apartarse del mundo y consagrarse al servicio de Dios. Era
uno de los hombres más ricos en Roma, pero lo dejó todo para recluirse en su
casa del distrito de Clivius Scauri, convirtiéndola en monasterio bajo el
patrocinio de San Andrés y poniéndola al cargo de un monje llamado Valentius, a
quien Gregorio calificó en sus escritos como «el superior de mi monasterio y de
mí mismo». Los pocos años que el santo pasó en su retiro fueron los más felices
de su vida, aunque el exceso de sus ayunos le acarreó complicaciones gástricas,
que originaron la dolencia que lo atormentó por el resto de su vida.
No era posible que un hombre con el
prestigio y el talento de san Gregorio permaneciera en la oscuridad en aquellos
tiempos agitados, y no tardaron en ordenarle séptimo diácono de la Iglesia
Romana para enviarle como "apocrisiarius" papal o embajador ante la
corte bizantina. El contraste entre la magnificencia de Constantinopla y la
condición miserable de Roma no podía dejar de impresionar al santo; pero
encontró la etiqueta de la corte fatigosa y las intrigas repugnantes. Tuvo la
gran desventaja de no saber griego y cada vez más se entregó a una vida de
retiro junto con varios monjes de San Andrés que la acompañaban. En
Constantinopla conoció a san Leandro,
obispo de Sevilla, con quien trabó una amistad de por vida y a cuya petición
comenzó un comentario sobre el Libro de Job, que más tarde terminó en Roma y
que generalmente se conoce como su «Moralia». La mayoría de las fechas en la
vida de San Gregorio son inciertas, pero probablemente fue a principios del año
586 cuando le llamó a Roma Pelagio II. Se reinstaló inmediatamente en su puesto
de diácono en su monasterio de San Andrés, del cual pronto se convirtió en
abad; parece ser que este período es al que se refiere la famosa historia que
cuenta el Venerable Beda, basado en una vieja tradición inglesa:
San Gregorio caminaba un día por el
mercado, cuando advirtió a tres niños de pelo rubio y tez blanca que se
exhibían para ser vendidos como esclavos. El santo se interesó por su
nacionalidad. «Son anglos (o angli)» fue la respuesta. «Su nombre es apropiado
-dijo el santo- porque tienen rostros de ángel y se necesita ser así para gozar
de la compañía de los ángeles en el cielo». Cuando supo que eran paganos, preguntó
de qué provincia venían. «Deira», le respondieron - «¡De ira!» exclamó san
Gregorio; «Sí; ciertamente han sido salvados de la ira de Dios y llamados a la
misericordia de Cristo. ¿Cómo se llama el rey de ese país?», «Aella», le
dijeron; «Entonces el aleluya debe cantarse en la tierra de Aella». Quedó tan
fuertemente impresionado por la belleza de las criaturas y tan conmovido por su
ignorancia de Cristo, que resolvió predicar el Evangelio en Bretaña y partió en
seguida con varios de sus monjes. Sin embargo, cuando el pueblo romano supo de
su partida, elevó tales protestas, que el papa Pelagio mandó enviados para
hacerlo regresar.
Todo el episodio ha sido declarado
apócrifio por los historiadores modernos, pues no se ha comprobado su
evidencia. Señalan que Gregorio nunca mencionó el incidente y, además, que aun
en sus escritos más triviales no se muestra afecto a juegos de palabras. Sin
embargo, la primera parte de la historia (la escena en el mercado) puede ser
cierta; la gente a veces hace juego de palabras en conversaciones familiares,
absteniéndose de esta práctica cuando escribe y, parece lógica la admiración de
san Gregorio por la tez blanca y el pelo rubio de los niños ingleses. En lo que
sí no puede haber discusión es en que Gregorio se interesó profundamente por la
misión de san Agustín en
Inglaterra.
Las Misas Gregorianas para difuntos tienen
su origen en este período. Justus, uno de los monjes que estaba enfermo,
confesó haber guardado tres coronas de oro y el abad prohibió severamente a los
hermanos tener contacto con él y visitarlo en su lecho de muerte. Cuando murió,
fue excluido del cementerio de los monjes y enterrado en un muladar junto con
las piezas de oro. Sin embargo, como murió arrepentido, el abad ordenó que se
ofrecieran misas durante treinta días para el reposo de su alma y se tiene el propio
testimonio de san Gregorio de que, al término de ese período, el alma del
difunto se le apareció a Copiosus, su hermano natural, asegurándole que había
estado atormentado, pero que ahora se encontraba libre.
Entre tanto, en Roma se sucedían las
calamidades: a las frecuentes inundaciones causadas por el desbordamiento del
Tíber, siguió una terrible epidemia de peste que diezmó a la población y, en el
año 590, arrebató la vida al papa Pelagio. El pueblo escogió a Gregorio como
nuevo Pontífice y el santo, como primera medida para acabar con la peste,
organizó una grandiosa procesión litúrgica por las calles de Roma. De siete
iglesias de la ciudad salieron las gentes para reunirse en Santa María Mayor.
San Gregorio de Tours, basado en los informes de un testigo, describió así la
procesión: «Había sido organizada para que durara el día miércoles, pero se
prolongó durante tres días sucesivos: las columnas caminaban por las calles,
cantando el Kyrie eleison, en tanto que la peste seguía en su
apogeo; mientras caminaba la gente había unos que caían muertos. Gregorio les
infundía valor, hablándoles sin cesar para pedirles que no dejaran de orar». La
fe de la población se vio recompensada, porque después de aquel acto, la plaga
disminuyó rápidamente, hasta desaparecer. Así nos lo informan los escritores
contemporáneos, pero ningún historiador menciona la aparición del arcángel
Miguel blandiendo su espada en la cima del mausoleo de Adrián, mientras pasaba
la procesión, como lo afirma la leyenda. Sin embargo, esta fábula fue tomando
fuerza creciente y el pueblo llegó a aceptar el hecho como real, hasta el punto
de que para conmemorarlo, erigieron sobre el mausoleo de Adrián, la estatua del
Arcángel que, hasta nuestros días remata la torre del castillo de Sant´Angelo,
nombrado así en honor de San Miguel, desde el siglo X.
Aunque Gregorio desde entonces se dedicó a
asistir a sus conciudadanos, sus inclinaciones seguían la dirección de una vida
de contemplación y no tenía ninguna intención de ser papa, si lo podía evitar: le
escribió al emperador Mauricio pidiéndole que no confirmara la elección; pero
según nos cuenta Gregorio de Tours: «Mientras estaba preparándose para huir y
esconderse, fue detenido y llevado a la Basílica de San Pedro y allí se le
consagró para el cargo pontificio; fue presentado como papa al público que lo
aclamaba». Lo anterior tuvo lugar el 3 de septiembre de 590.
La correspondencia cruzada con Juan,
arzobispo de Ravena, quien modestamente lo censuró por tratar de evadir el
cargo, originó que Gregorio escribiera la Regula Pastorelis, un libro sobre las
funciones episcopales. En él reconoce al obispo como el primero y principal
doctor de almas, cuyas obligaciones primordiales son las de catequizar y hacer
cumplir la disciplina. La obra obtuvo éxito inmediato y el emperador Mauricio
mandó que fuera traducida al griego por Anastasio, patriarca de Antioquía. Más
tarde, San Agustín la llevó a Inglaterra, donde 300 años después fue traducida
por el rey Alfredo; en los concilios convocados por Carlomagno, el estudio del
libro se hizo obligatorio para todos los obispos, quienes recibían un ejemplar
al ser consagrados. Los ideales de Gregorio fueron en adelante los del clero de
occidente y han seguido inculcándose a los obispos en los tiempos modernos.
Desde el momento en que asumió el cargo de
papa, se impuso el doble deber de catequizar y cumplir con la disciplina.
Rápidamente destituyó al archidiácono Laurencio, el eclesiástico más importante
de Roma, «cuyo orgullo y mal comportamiento sería mejor mantener en silencio»,
como dice la antigua crónica. En su lugar, designó un «vice dominus» para
vigilar los asuntos seculares de la casa papal, ordenó que sólo se designaran
clérigos para el servicio del papa, prohibió el cobro injusto de primas por
entierros en iglesias, por ordenaciones o por conferir el palio y no permitió a
los diáconos dirigir la parte cantada de la misa, a menos que fueran escogidos
por sus voces más que por su carácter. También como predicador se destacó san
Gregorio. Gustaba de predicar durante la misa, escogiendo de preferencia temas
del Evangelio del día y, hasta nosotros han llegado algunas de sus homilías,
llenas de elocuencia y sentido común, terminadas con una enseñanza moral que
podía adaptarse a cada caso.
En las instrucciones a su vicario en
Sicilia y a los supervisores de su patrimonio, Gregorio insistía constantemente
en un trato más liberal hacia sus vasallos y campesinos; aconsejaba que se les
facilitara dinero a los que estuvieran en dificultades. Por cierto que fue un excelente
administrador de la Sede Pontificia: todos los súbditos estaban contentos con
lo que les tocaba en la distribución de bienes y aún entraba dinero a la
tesorería. Después de su muerte, lo culparon de haber dejado las arcas vacías a
sus sucesores, pero sus generosas caridades -que llegaron a tomar la forma de
una asistencia estatal- salvaron tal vez del hambre a miles en aquel período de
tanta pobreza. Utilizó fuertes sumas para rescatar prisioneros de los
lombardos; alabó la actitud del obispo de Fano que arrancó las láminas de oro
de los altares para venderlas y obtener dinero para los rescates y recomendó a
los demás prelados que hicieran lo mismo. Ante la amenaza de escasez de trigo,
llenó los graneros de Roma y llevó una lista regular de los pobres a quienes se
les entregaba periódicamente el grano. A las «damas en decadencia» les
dispensaba una consideración especial. Su sentido de justicia se mostró en su
trato suave hacia los judíos, a quienes protegía de los ataques personales o
contra sus sinagogas. Declaró que no debía obligárseles, sino ganárselos por la
humildad y la caridad. Cuando los hebreos de Caguán, en Cerdeña, se quejaron de
que su sinagoga había sido ocupada por un judío converso que la transformó en
iglesia, san Gregorio ordenó que fuera restituida a sus legítimos propietarios.
Desde el comienzo de su pontificado, el
santo tuvo que enfrentarse a las agresiones de los lombardos, quienes desde
Pavía, Spoleto y Benevento hicieron incursiones a diversas partes de Italia. No
podía obtenerse ayuda alguna de Constantinopla o del exarca de Ravena y recayó
sobre Gregorio, el hombre fuerte, no solamente organizar la defensa de Roma,
sino prestar ayuda a otras ciudades. Cuando en 593 Agilulfo apareció ante los
muros de Roma con un ejército lombardo, provocando el pánico general, no salió
a entrevistar al rey lombardo únicamente el prefecto civil o el jefe militar,
sino también el Vicario de Cristo. Tanto por su personalidad y prestigio, como
por la promesa que hizo de pagar un tributo anual, Gregorio indujo al rey
lombardo a retirar su ejército y dejar en paz a la ciudad. Durante nueve años
luchó en vano para llegar a un arreglo entre el emperador bizantino y los
lombardos; Gregorio procedió entonces por su cuenta a negociar un tratado con
el rey Agilulfo, y obtuvo un armisticio especial para Roma y sus distritos
circundantes. Pero solamente los últimos días en la vida de san Gregorio fueron
alegrados por las noticias del restablecimiento de la paz. Sin duda que fue un
alivio para el santo poder apartar su pensamiento del ajetreado mundo para
concentrarlo en sus escritos. Hacia fines de 593, publicó sus célebres
«Diálogos», uno de los libros más leídos en la Edad Media. Es una colección de
relatos, profecías y milagros, extraídos de la tradición y expuestos en tal
forma, que muestran los esfuerzos de los fieles italianos por alcanzar la
santidad. Las historias eran las que transmitían de boca en boca las gentes
que, en muchos casos, fueron testigos de los hechos ocurridos. Los métodos de
san Gregorio no son críticos y el lector actual frecuentemente se siente
desilusionado por lo que respecta a credibilidad de los informes. Los
escritores modernos se han preguntado si los Diálogos podrían ser obra de una
persona tan equilibrada como san Gregorio, pero la evidencia en favor del autor
parece concluyente; además debemos recordar que era aquella una época de
credulidad y que cualquier cosa extraordinaria era inmediatamente elevada al
nivel sobrenatural.
De toda su labor religiosa en occidente,
la que estaba más cercana a su corazón era la conversión de Inglaterra y el
éxito que coronó sus esfuerzos, encaminados hacia esta dirección fue para él,
como necesariamente lo es para los ingleses, el mayor triunfo de su vida.
Cualquiera que sea la verdad de los anglos y su historia, parece más probable
que el primer intento de enviar una misión provino de Inglaterra misma. Esto se
infiere en las dos cartas de san Gregorio que aún se conservan. Al escribir a
los reyes franceses Thierry y Teodeberto, dice: «Tenemos noticias de que la
nación de los anglos desea ardientemente ser convertida a la fe; pero los
obispos de las comarcas vecinas no hacen caso (a su deseo piadoso) y se niegan
a secundarlo enviando sacerdotes». A Brunilda le escribió casi en los mismos
términos. Los obispos aludidos eran probablemente los del norte de Francia y no
los ingleses galeses o escoceses. Respecto a este problema, la primera medida
del papa fue la de ordenar la compra de varios esclavos ingleses, sobre todo,
jóvenes de 17 o 18 años, con objeto de educarlos cristianamente para el
servicio de Dios. Aún así, no eran ellos a quienes quería encomendar en
principio la labor de conversión. De su propio monasterio de San Andrés,
seleccionó un grupo de cuarenta misioneros, a quienes puso a las órdenes de
Agustín. No es necesario volver a referirnos a la historia de esta misión, pues
se tratará de ella el 26 de mayo. Podemos decir, junto con el Venerable Beda:
«Si Gregorio no es apóstol de los demás, lo es para nosotros, puesto que somos
su sello de apostolado ante el Señor».
Durante casi todo su pontificado, san
Gregorio estuvo en conflicto con Constantinopla, a veces con el emperador,
otras con el patriarca y ocasionalmente con ambos. Protestó siempre contra los
tributos injustos de los funcionarios bizantinos, cuyas despiadadas extorsiones
redujeron a los campesinos italianos a la miseria; protestó también ante el
emperador, por un edicto que prohibía a los soldados abrazar la vida religiosa.
Con Juan el Abstemio, patriarca de Constantinopla, sostuvo una correspondencia
mordaz sobre el título de ecuménico o universal que se había otorgado el
jerarca. Sólo significaba una autoridad general o superior de un arzobispo
sobre muchos, pero el uso del título «Patriarca Euménico» parecía dar lugar a
la arrogancia y Gregorio lo resentía. Por su parte, aunque era uno de los más
activos defensores de la dignidad papal, prefería asignarse el orgullosamente
humilde título de «Servus Servorum Dei» (Siervo de los siervos de Dios, un
título que aún ostentan sus sucesores). En 602, el emperador Mauricio fue
depuesto por una revuelta militar capitaneada por Focas, quien asesinó al
anciano emperador y a su familia. Haber escrito una carta, en términos
diplomáticos a este cruel usurpador, fue el único acto que expuso al papa a
críticas hostiles. La carta habla principalmente de la esperanza de que la paz
quede asegurada. Por el interés de su pueblo indefenso, a Gregorio no le
convenía lanzar acusaciones. En sus trece años de pontificado, Gregorio realizó
el trabajo de toda una vida. Su diácono, Pedro, aseguró que nunca descansaba y
por cierto que no se cuidaba, aunque sufría de una gastritis crónica que le
hacia padecer mucho y le dejó en los huesos; pero el papa no se concedía reposo
y, pese a sus males, siguió dictando cartas y atendiendo los asuntos de la
Iglesia hasta el fin. Una de sus últimas acciones fue la de enviar una gruesa
manta a un obispo pobre que sufría de un catarro. San Gregorio fue enterrado en
San Pedro y el epitafio en su tumba dice así: «Después de haber llevado al cabo
sus acciones, conforme a sus doctrinas, el gran cónsul de Dios fue a gozar de
sus triunfos eternos».
Se le reconoce a san Gregorio la
compilación del Antiphonario, la revisión y reestructuración del sistema de
música sacra, la fundación de la famosa Schola cantorum de Roma y la
composición de varios himnos muy conocidos. Aunque esos derechos le han sido
discutidos, ciertamente que tuvo una influencia considerable en la liturgia
romana. Pero su verdadera obra se proyecta en otras direcciones. Se le venera
como el cuarto Doctor de la Iglesia Latina, por haber dado una clara expresión
a ciertas doctrinas religiosas que aún no habían sido bien definidas. Por
varios siglos, la última palabra en teología era la suya, aunque más que
teólogo era un predicador popular, catequista y moralista. Quizá su mayor labor
fue el fortalecimiento de la Sede Romana. Como escribe el anglicano Milman en
su «History of Latín Christianity»: «Es imposible concebir cuál sería la
confusión, la falta de leyes, el estado caótico de la Edad Media sin el papado
de esa época y, de éste, el verdadero padre es Gregorio Magno». No sin razón la
Iglesia le asignó el título, raras veces otorgado, de Magnus, »Magno».
Como ya se dijo, el rey Alfredo Magno hizo
una traducción de la Regula Pastoralis y dio un ejemplar a cada uno de sus
obispos; le agregó un prefacio y un epílogo escritos por él, así como unos
versos anglo-sajones de los cuales puede darse una idea con la siguiente
traducción en prosa:
Este mensaje lo trajo Agustín a través del salado mar, desde el sur a las islas, tal como el papa de Roma, el Campeón del Señor, lo decretó previamente. El sabio Gregorio era versado en muchas doctrinas verdaderas, mediante la sabiduría de su mente y su tesoro de meditaciones continuas. Porque sobresalió de entre los hombres hasta alcanzar al guardián del cielo (San Pedro); fue el mejor de los romanos, el más sabio de todos, el más gloriosamente famoso. Posteriormente, el rey Alfredo tradujo cada palabra al inglés y me envió a sus amanuenses del sur y del norte, y ordenó traer aun más ejemplares, después del primero, para enviárselos a sus obispos, pues muchos que sabían poco latín lo necesitaban.
Las propias cartas y escritos de San
Gregorio son las fuentes de información más fidedignas para la historia de su
vida, pero además tenemos una breve biografía en latín de un monje de Whitby,
que probablemente data de principios del siglo VIII; otra del diácono Paulo, de
fines del mismo siglo y una tercera del diácono Juan, escrita entre el 872 y el
882. Tenemos también noticias valiosas en Gregorio de Tours, Beda y otros
historiadores, especialmente en el Líber Pontificalis. Para las cartas de San
Gregorio debe consultarse la edición del P. Ewald y L. M. Hartmann en MGH. Una
biografía moderna y valiosa, dentro de una pequeña edición es la de Mons.
Batiffol en la serie Les Saints. Ver también el Acta Sanctorum, marzo, vol. II; Lives of the Popes, vol. I, de Mann; Life of St. Gregory the Great, de
Snow; Histoire de l'Eglise, vol. V, (1938), de Fliche y Martín; y, entre los escritores anglicanos, el
cuidadoso trabajo del Dr. J. H. Dudden St. Gregory the Great (1905). La
literatura sobre el particular es muy vasta.
Imágenes:
-Registrum gregorii, «San Gregorio Magno ispirato dalla colomba», miniatura del 983, Biblioteca del Estado de Tréveris, 19,8 x 27 cm.
-Carlo Saraceni: «Gregorio», c.1610, Galleria Nazionale d'Arte Antica en Roma (nótese que es la misma escena que en la miniatura anterior vista 6 siglos más tarde).
-Rafael: «Disputa del Sacramento», 1510-11, fresco (ancho de la base 7,7 m), Stanza della Segnatura, Palazzi Pontifici, Vaticano. Uno de los más célebres frescos de Rafael, donde aparecen todos los grandes teólogos de la Iglesia desde sus inicios hasta la propia época del pintor; san Gregorio Magno es el único con tiara a la izquierda (visto desde el espectador) del altar (ver detalle). El fresco puede visitarse virtualmente, al igual que el resto de la «stanza».
Imágenes:
-Registrum gregorii, «San Gregorio Magno ispirato dalla colomba», miniatura del 983, Biblioteca del Estado de Tréveris, 19,8 x 27 cm.
-Carlo Saraceni: «Gregorio», c.1610, Galleria Nazionale d'Arte Antica en Roma (nótese que es la misma escena que en la miniatura anterior vista 6 siglos más tarde).
-Rafael: «Disputa del Sacramento», 1510-11, fresco (ancho de la base 7,7 m), Stanza della Segnatura, Palazzi Pontifici, Vaticano. Uno de los más célebres frescos de Rafael, donde aparecen todos los grandes teólogos de la Iglesia desde sus inicios hasta la propia época del pintor; san Gregorio Magno es el único con tiara a la izquierda (visto desde el espectador) del altar (ver detalle). El fresco puede visitarse virtualmente, al igual que el resto de la «stanza».
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 10537 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_3162
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