Sepultados vivos
En una población de Sajonia (Alemania), llamada Ponikau, se hallaban dos hermanos haciendo excavaciones en un pozo. Cierto día, a causa de las muchas lluvias, hubo un desprendimiento de tierra y quedaron sepultados. Otro hermano suyo, que trabajaba allí cerca, acudió presuroso y empezó los trabajos de salvamento, con el ardor y ansia que es de suponer.
Al cabo de muy duras e infructuosas fatigas, creyendo, por el tiempo transcurrido y por no oír ningún rumor de vida, que sus pobres hermanos habían fallecido, se decidió a rellenar el pozo y a colocar una lápida en su memoria.
Al conocer la madre la resolución tomada, acudió al punto y con llantos y requerimientos, logró que se prosiguieran las excavaciones.
Todos consideraban inútiles los trabajos, por haber pasado ya ocho días; pero quisieron condescender con los anhelos de su madre, que deseaba ver siquiera los cadáveres de sus dos hijos. Al fin dieron con los infelices que se hallaban en un gran extremo de agotamiento; pero aún con vida. Decían haber oído indistintamente las voces y ruidos de los trabajos de salvamento; pero que como tenían el cuerpo tan exhausto y la voluntad tan rendida al desmayo, no acertaban a contestar.
Al ser interrogados sobre cómo habían podido resistir aquellos ochos días, comentaron que bebían el agua que rezumaban las paredes de su lóbrego encierro y mordisqueaban las correas y zapatos que llevaban. El amor de su madre los salvó.
Lo mismo acontece con muchos pecadores, hundidos en el fango de los vicios. Todas las fatigas de los hombres para conducirlos al buen camino, son vanas. Del fondo de la profunda sima en que cayeron no viene ya ningún rumor de vida; parecen muertos a la gracia para siempre.
Pero hay una Madre, que vela por ellos, y es la Virgen María. Si Ella intercede en su favor e implora de Jesucristo la salvación de aquellos hijos descarriados, se operará el milagro de los milagros: recobrarán la vida espiritual de la gracia, que les hará acreedores a la vida eterna de la gloria.
Web católico de Javier
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