Este domingo, como los demás
domingos del año, comento contigo dos relatos, uno del evangelio de Mateo y
otro normalmente del Evangelio de Lucas. Éste, es el Evangelio que se propone
anunciar en cada una de las celebraciones de la eucaristía. En relación con
este texto propuesto por las autoridades romanas de la liturgia ya suelo
comentar que es la manera menos adecuada para comprender el mensaje de un
Evangelio tal como parece ser que lo pensó su autor o autores... Por esta
razón, y año tras año, y éste ya es el cuarto, nos hemos atrevido tú y yo, yo
porque escribo y tú porque me invitas a ello, a leer y comentar ordenadamente
los Evangelios de Juan, Marcos y Lucas en cincuenta y dos apartados, uno para
cada domingo de todo un año. Sabes muy bien que sueño con la posibilidad de que
muchísimas personas pudieran hacerlo en sus reuniones para la celebración del
domingo. Sueño y no acabo de ver que eso sea posible... Mientras el domingo sea
domingo, el templo sea templo, el sacerdote sea sacerdote, la misa sea misa o
eucaristía y el pueblo un pueblo... el sueño seguirá durmiendo...
Puedes
perdonarme la extensión de este primer párrafo del comentario. Puedes opinar lo
que más y mejor te guste de esta forma de pensar sobre las cosas de nuestra
casa como lo son la Biblia y esto que llamamos sacramentos...
Para
este domingo último de marzo el movimiento eclesiástico propone leer una parte
importante, no completa, del capítulo decimoquinto del evangelio de Lucas, el
Evangelista del toro. El domingo anterior leímos un relato breve en el capítulo
decimotercero y el próximo domingo, lo volveré a contar, se nos invitará a
irnos lejos y hasta el Evangelio de Juan. Comienza el tiempo en el que a estas
autoridades eclesiásticas les gusta empaparse de una especie de 'macedonia de
Evangelios'. Muy sabrosa, por cierto, pero una macedonia. Conviene saberlo para
que cada cual sepa siempre por donde se anda.
Y
este saber por donde se anda uno quiere decir que 'trata de saber quién es ese
tal Jesús de Nazaret en quien se dice que se cree'. Y tengo que apuntar, solo
apuntar otra vez, que cada uno solemos tener de este Jesús una visión a imagen
y semejanza de cada uno de nosotros. ¿Podría ser de otra manera? Podría, pero
suele ser así. Tal vez por costumbre...
¿En
qué Jesús creen mis adentros? En un judío, galileo y laico de Nazaret, en el
mejor de los humanos que haya pisado la tierra, en un Dios encarnado para...,
en un profeta que no se mordió nunca la lengua, en un predicador ambulante que
hablaba de asuntos religiosos como nadie lo había hecho, en un redentor de todo
pecado, en un salvador de todo poder inhumano, en la segunda persona de la
trinidad... en el cordero degollado,en el varón de dolores, en el corazón
sagrado, en el resucitado y resucitador... ¿Quién es éste? El Viviente que vive
siempre... El hijo único del único y verdadero Dios padre y madre... Él es la
Palabra, el Hijo de la voz, mi jardín interior, el Silencio de mi silencio...
El pan, el vino, la cruz... ¿Quién es Jesús de Nazaret?
Tú
y yo seguiremos buscando. Mejor leyendo y comentando, aquí. Y en el archivo
adjunto.
En
Los Evangelios de Lucas y Mateo...
Creo
que, con cierta seguridad no completa, él está dentro de ti. Ya. Siempre.
Permanece... ¿Es el aire? La música, la luz, el agua, la hostia consagrada, la
persona, una persona... ¿Jesucristo, el Señor y Dios?...
Domingo 4º de Cuaresma Ciclo C (31.03.2019):
Lucas 15,1-3. 11-32
Jesús comía con publicanos y pecadores. Lo escribo CONTIGO;
De este evangelio
del cuarto domingo de Cuaresma ya escribí el comentario (12.8.2018). Me lo he
releído y lo deseo compartir de nuevo: He llegado contigo a éste que yo llamo y
llamaré, siempre incorrectamente, ‘Lucas quince’. Es el relato del ‘hijo
pródigo’ que más de uno ha hecho ‘viral o famoso’ con su comentario y que
otros, más audaces, se lo creen, llaman el relato del ‘padre bueno’. Sé que a
más de uno le encantaría quedarse con la identidad del ‘hijo mayor’, EL MAYOR.
Esto no se suele decir y menos escribir, pero está en los adentros de muchos
creyentes que se creen ‘los buenos’.
A mí, me sorprende
el comienzo, el motivo por el que este Jesús de Lucas se inventa un nuevo
discurso que ningún otro Evangelista recordó de los días de misión
evangelizadora de este laico de Galilea. Este Lucas exagera hasta los límites
de la irracionalidad. Le gusta hablar de ‘todo y de todos’ y eso no fue posible
en la realidad de su Jesús. Copio el comienzo, que es el contexto social y
literario que permite centrar el mensaje de la palabra de Jesús (Lc
15,1): “Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para
oírle. Los fariseos y los escribas murmuraban: éste acoge a los pecadores y
come con ellos”. Conviene retener el gesto o gestos que hace este
hombre con unos y con otros. Acoge, escucha, habla y come con publicanos y
pecadores. Es decir, a la vista de todos este Jesús se hace publicano y
pecador. ¿Me quieren decir en qué escritos públicos eclesiásticos y de los
Catecismos oficiales de la Religión llamada Cristianismo se habla de un
Jesús-Cristo publicano y pecador?
Este judío Jesús
escucha, ¿desde la corta distancia o solo de oídas?, las murmuraciones de las
gentes de bien, según la Ley de Moisés, que son los fariseos y los expertos de
la Tradición y de sus aplicaciones actualizadas (como alguno diría hoy desde
las nuevas tecnologías). ¿Cuántas veces han aparecido ya en este relato de
Lucas estos ‘maestros de másteres’ en judaísmo? A estos creyentes judíos, que
se lo creen y se apropian de los derechos de su fe, no les molestan las
blasfemias verbales o dogmáticas del laico de Galilea. Estos fieles cumplidores
de la ley no soportan que un judío acoja, se siente, se toque y coma con los
publicanos y pecadores. Sentarse y comer con ‘TODOS’ los publicanos y
pecadores era insoportable. Así actúa Jesús.
Y, para que todo
quede en su sitio y bien explicado, el narrador Lucas nos cuenta el
porqué Jesús actúa como actúa con unos y con los otros, que ambos son
irreconciliables: “Entonces, Jesús les dijo esta parábola”. Ésta.
En singular. Una. Y el lector que somos tú y yo, leemos a continuación tres
parábolas. ¿Tres parábolas distintas pero que son una y la misma? Eso creo.
A los fariseos y
escribas,
que escuchen o lean, les digo que son las noventa y nueve ovejas del rebaño del
pastor, las nueve monedas del tesoro de una mujer de su casa y el hijo mayor y
heredero del patrimonio de un padre. Por entonces, sólo heredaba del padre el
primogénito. A los publicanos y pecadores, que escuchen o lean, les
digo que son la oveja que se margina del rebaño, la moneda que se le pierde a
la mujer entre los ‘alamares’ de la vida y el hijo menor que se va de la casa
del padre con su herencia como si ya estuviera muerto y hubiera un testamento.
Ahora que ya ‘todo’ quedó claro, que cada leyente-persona, hombre o mujer,
creyente o ateo, protestante o católico, laico o clérigo... acoja a ‘su Jesús’
y se quede con él.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 18º de Mateo (31.03.2019): Mateo 11,20-30
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los
demás” (Mateo
7,12)
El Evangelista
Mateo sigue contando en su relato la tarea de su Jesús de Nazaret por las
tierras de su región de Galilea. Recuerdo que ya había descrito muy
gráficamente la situación en la que se encontraba la inmensidad de la sociedad
de entonces: “Jesús sintió compasión de la gente porque estaban vejados
y abatidos”. Esto lo he acabado de leer en Mt 9,36-38. Y lo vuelvo a leer
ahora mismo de esta manera: “Venid a mí todos los que estáis fatigados
y sobrecargados” (Mt 11,28).
¿Por qué las
personas de aquella Galilea donde vivía Jesús en los años iniciales del siglo
primero se encontraban tan despersonalizadas? Seguramente que las causas eran
muchas, pero la razón de más peso está apuntada en el propio texto del
Evangelista. Éste escribe en parábolas o en imágenes fácilmente comprensibles.
Aquellas gentes eran y estaban como ovejas sin pastores. Aquellas gentes
soportaban, como bestias de carga, un pesado yugo. Por eso, se atreve Mateo a
presentar a su Jesús como un pastor comprensivo y bueno que regala a quienes le
escuchan o le siguen una carga ligera y suave.
¿A qué se está
refiriendo explícitamente aquí este Evangelista? Al yugo de la Ley de Moisés
que los escribas y maestros de ella imponen a todo el pueblo de Yavé Dios como
ellos lo llaman. Frente a esta manera de comprender y vivir la religión judía,
Mateo ya puso en boca de Jesús su propuesta alternativa en el primero de sus
discursos: “Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás.
Ésta es la Ley y los Profetas” (Mt 7,12). No hay otro yugo que tus
deseos. No hay otra religión. No hay otro camino, ni ley, ni credo, ni dogma,
ni catecismo.
En este breve
relato de Mateo 11,20-30 encontramos dos apartados literarios
y teológicos. El primero es 11,20-24: Entonces, Jesús se
puso a maldecir a las ciudades”. Se trata de una maldición. Y el
segundo es 11,25-30: “En aquel tiempo, Jesús dijo: yo te bendigo”.
Se trata de una bendición. Para este Evangelista es maldito todo cuanto se
encuentra bajo el yugo de la judía Ley de la Religión del Templo y de su
Sacerdocio. En cambio, será bendito todo aquello que respira y vive alentado
por la confianza en el seguimiento de su Jesús de Nazaret.
No dejaré de
recordar que nuestro narrador Mateo escribe unos cincuenta años, más o menos,
después de que Jesús fuera condenado, ejecutado, muerto y sepultado. Por eso,
no nos extraña que esté relacionando la actividad explícita de su Jesús de
Nazaret del año treinta con las actividades evangelizadoras de sus seguidores a
lo largo de esos cincuenta primeros años de evangelización sin la presencia
histórica de Jesús.
En este contexto es
dónde se puede comprender a qué se refiere el Evangelista cuando pone en boca
de Jesús una expresión tan general e imprecisa como ‘estas cosas’ (Mt
11,25). ¿Qué cosas son las que, al parecer de Jesús de Nazaret, el Dios Yavé
oculta a los sabios y entendidos y, en cambio, se las manifiesta a los
pequeños? Quiero no equivocarme si digo que, en aquellos tiempos, los grandes y
sabios e inteligentes eran las autoridades sacerdotes del Templo. Es decir: la
Ley y los Profetas. Todo cuanto estaba fuera de esta realidad, ¿era pequeño?
Sí. Entonces, ¿comprendo a Jesús si digo que ‘la grandeza es
ser-hacerse pequeño’?
Carmelo Bueno Heras
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