viernes 20
Marzo 2015
San Martín Dumiense
Confesor Dumio, situado geográficamente
cerca de Braga - la capital del reino de los suevos-, distingue del otro Martín
de Francia a nuestro Martín. Fue el apóstol de los suevos a los que convirtió
al catolicismo. San Martín Dumiense, según conocemos por el
epitafio de su tumba que escribió él mismo, era oriundo de Panonia, en la
actual Hungría. Debió nacer entre el 510 y el 520.
Quiso vivir el don de la fe en las mismas fuentes.
Peregrina a Palestina con la avidez de conocer, pisar, besar y tocar la tierra
de Cristo; allí aprovecha su tiempo entre oración, mortificación, y el estudio
del griego que le contacta con los santos Padres primeros. Luego pasa por Roma,
donde murió y vive Pedro. Atraviesa el reino de los francos donde se encuentra
con los suevos y aprovecha la oportunidad de hacer apostolado con este pueblo.
Karriarico, rey suevo arriano -habían caído los suevos en el arrianismo por la
actividad del gálata Ayax, enviado por Teodorico- mandó embajada noble para
pedir en la afamada y milagrosa tumba de san Martín de Tours el portento de la
curación de su hijo.
Era ya la segunda vez que lo hacía, la primera misión
no dio el resultado apetecido; ahora manda la ofrenda del peso de su hijo en
oro y plata y presenta la promesa de conversión si obtiene del santo de Tours
lo que humildemente pide. Y se cura el vástago del rey suevo. Es la ocasión
para dejar el arrianismo. San Gregorio de Tours narrará, como testigo
presencial, -dejando en el relato el polvo de la leyenda- el ruego de la doble
embajada y la posterior conversión del bravo pueblo suevo.
Contribuyó a la conversión de los suevos al
catolicismo. En el concilio de Braga del 561 -como un precursor de san
Ildefonso en el III de Toledo- se ha logrado la conversión del rey y del
pueblo, se establece la unidad y se tiene el gozo de escuchar la fórmula del
bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo”. Murió en el año 580.
Oremos
Señor, Dios todopoderoso, que de entre tus fieles
elegiste a San Martín Dumiense, para que manifestara a sus hermanos el camino
que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo,
nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros
hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Calendario de Fiestas Marianas: Nuestra
Señora de Calevourt, cerca de Bruselas, Bélgica, (1454)
Santa María Josefa del Corazón de Jesús
|
|
María Josefa Sancho de Guerra
dedicó su vida entera a cuidar a los enfermos y a asistir a los pobres,
inclinación característica de su infancia junto a la devoción por la
Eucaristía y por la Virgen María. Como es propio de los santos, la clave
de su acción fue el amor a Cristo, a quien veía en su prójimo. Desde esta
cátedra inigualable de la caridad dispensó a cada uno el trato preciso. Supo
acoger y comprender a todos en sus limitaciones sin exclusión. Porque
solo Él, «Varón de dolores», puede mostrar cómo ha de procederse cuando
más descarnada se muestra la fragilidad del ser humano que yace atrapado por
la enfermedad, y tal vez estremecido por la angustia ante la muerte. En un
momento dado, esta fundadora advirtió a sus hijas: «La asistencia no consiste solo en dar
las medicinas y los alimentos al enfermo; hay otra clase de asistencia, y es
la del corazón, procurando acomodarse a la persona que sufre».
Natural de Vitoria, España, nació el 7
de septiembre de 1842. Perdió a su padre cuando tenía 6 años. Era la mayor de
tres hermanas. A los 15 años se trasladó a Madrid con objeto de completar la
educación que venía recibiendo. Y a los 18, teniendo clara vocación, no dudó
de que su futuro debía transcurrir al abrigo de un claustro, algo que
realmente le atraía. Años más tarde, mirando atrás retrospectivamente,
diría: «Nací
con la vocación religiosa». El
convento de las concepcionistas de Aranjuez fue el lugar en el que pensó
ingresar en 1860. Entonces contrajo el tifus y se frustraron sus sueños de
convertirse en contemplativa. El trasfondo de la enfermedad, más allá del
ámbito físico, era netamente espiritual. Ella, como le ha sucedido a tantos
otros, tenía trazada de antemano una misión para la que había sido elegida
por Dios. Y la inoportuna lesión no hacía más que señalarle otro camino.
Naturalmente, desconocía este extremo, aunque pronto se le iba a desvelar.
Urgida por religioso empeño, acudió al instituto de las Siervas de María. A
punto de profesar, se presentaron las dudas. Tenía 22 años cuando surgió el
recelo: ¿debía comprometerse con una Orden de vida activa?
Abrió su corazón sucesivamente a la
maestra de novicias santa Soledad Torres Acosta, y a san Antonio María
Claret. Ambos la ayudaron a dilucidar su camino, juzgando que hasta entonces
había errado en el que debía materializar su vocación. Llevada de la mano del
santo, después de haberlo meditado durante tres días ofreciendo la Eucaristía
al Espíritu Santo por indicación suya, no necesitó más. Comprendió que,
efectivamente, tal como este fundador le había advertido, estaba llamada a
poner en marcha otra Obra. Aunque los temores volvieron a asaltarla en otros
momentos, con la venia del cardenal arzobispo de Toledo, que la alentó, en
1871 dejó a las Siervas de María y se dispuso a fundar en Bilbao el Instituto
de las Hermanas Siervas de Jesús dedicado a la asistencia de los enfermos.
Espiritualmente, el viaje, cuyo destino primero había sido Barcelona,
constituyó para ella una dura prueba. Echando mano de la confianza en medio
de la oscuridad que se cernió sobre su espíritu, junto al consuelo de las
cuatro religiosas que le acompañaban, consiguió proseguir adelante y
fortalecerse para nuevas dificultades. Tuvo que vencer suspicacias desde el
primer momento hasta de personas que después iban a serle de gran ayuda, como
le sucedió inicialmente con el bondadoso sacerdote Mariano José de
Ibargoingotia. Las vocaciones florecían. Y el Instituto, que instituyó no sin
ciertas penalidades y sacrificios, se fue extendiendo dentro y fuera de
España. Recibió aprobación diocesana en 1874 y obtuvo la pontificia en 1886.
Al profesar María Josefa tomó el nombre
de sor Corazón de Jesús. Fue superiora de la congregación de forma
ininterrumpida durante cuarenta y dos años, poniendo de relieve la
autenticidad de sus palabras: «Mi vida está en Dios y es para Dios». En esas décadas tuvo que lidiar con las
guerras carlistas y diversos asedios sufridos por la ciudad de Bilbao.
Después de intricados viajes para visitar las diversas comunidades, un grave
problema cardíaco, que luego se complicó con una lesión pulmonar, en 1911 la
dejó completamente mermada. Solo podía permanecer acostada o sentada en una
butaca. Así fue siguiendo el devenir de las fundaciones, atrapada
físicamente, pero lúcida y capaz de escribir a sus hijas numerosas cartas. En
ellas plasmó su rica espiritualidad concretada en su gran amor a la
Eucaristía y al Sagrado Corazón, la vocación a abrazarse a la cruz
participando en el dolor Redentor de Cristo, y la plena dedicación al
servicio de los enfermos encarnada en un espíritu contemplativo. Hizo notar:
«La caridad y el amor
mutuo, forman aún en esta vida el cielo de las comunidades. Sin cruz no hemos
de estar, dondequiera que vayamos, la vida religiosa es vida de sacrificio y
de abnegación. El fundamento de la mayor perfección es la caridad fraterna». Encomendaba a sus hijas: «Sean compasivas con los enfermos, en el
lecho del dolor, todos son igualmente necesitados». Al final, postrada, como se hallaban tantos en
los que pensó al poner en marcha la fundación y a los que había dedicado su
vida, al sentir el afecto y delicadeza de sus hermanas pedía que no le
dispensaran un trato deferente:«Dejadme morir como una pobre religiosa… Tratadme
como a los pobres, quiero morir como he vivido…». Falleció en Bilbao el 20 de marzo de 1912
diciendo: «Ya
está todo».El carisma que había amasado sobre
el «amor
y sacrificio» era una espléndida realidad.Dejaba 42 casas abiertas y más de un millar de
religiosas. Juan Pablo II la beatificó el 27 de septiembre de 1992. Él mismo
la canonizó el 1 de octubre del año 2000.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario