martes, 13 de octubre de 2015

¿Qué puede aportar la vida consagrada a la sociedad tecnológica?

¿Qué puede aportar la vida consagrada a la sociedad tecnológica?
queremos proponer al hombre de hoy que mire a la vida consagrada para que le sirva de ayuda en esa búsqueda de infinito y trascendencia que todo hombre, lleva en sí desde el momento de su entrada en este mundo


Por: Germán Sanchez Griese | Fuente: Catholic.net 




Introducción
El mundo de hoy se encuentra en un cambio de época. Ya no es posible definirlo simplemente como un período de grandes, significativos y profundos cambios1. Ellos han originado una nueva cultura en el que el hombre, sin perder su esencia, corre el riesgo de perder su identidad, de no saber ya más quien es él y correr en pos de metas sucedáneas que deberían ser medios que lo llevaran a su fin definitivo. En este cambio epocal, entrando de lleno en una nueva cultura que algunos llaman sociedad tecnolíquida o postmodernidad, el hombre sigue más que nunca necesitado de claves que le lleven a la felicidad plena. Se da cuenta que aún teniendo hoy más que nunca las herramientas para poder vivir feliz de acuerdo a los criterios de esta nueva sociedad, su vida muchas veces se desenvuelve en la penumbra de la vaciedad, de la aburrición, cuando no del desaliento, la desesperación o la misma pérdida del sentido de la vida. “En nuestros días, el género humano, admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se formula con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad”2.
Si muchas son las formas en que el hombre puede encontrar o re–encontrar el sentido de su existencia en medio de la técnica, el consumismo o la sociedad del bienestar, queremos proponer al hombre de hoy que mire a la vida consagrada para que le sirva de ayuda en esa búsqueda de infinito y trascendencia que todo hombre, por el hecho de pertenecer al género humano, lleva en sí desde el momento de su entrada en este mundo.
Ya en el pasado la vida consagrada ha hecho su parte al respecto cuando con la caída del Imperio Roma de Occidente impidió que tornase a la barbarie haciendo surgir una nueva cultura basada en los valores de la interioridad y la laboriosidad. Montecasino primero y Cluny posteriormente fueron modelos de abadías que se extendieron por toda Europa ayudando al mundo de aquella época a cimentarse en valores culturales propios del evangelio evitando caer nuevamente en la ley del más fuerte. El Derecho, la Universidad, los hospitales y la acogida de los peregrinos nacen precisamente del quehacer de la vida consagrada en aquella época.
El descubrimiento de América señala una época en que la vida consagrada se convierte en actor y artífice de una nueva cultura. No ya españoles, no ya indios, sino una nueva cultura mestiza que viene a cimentarse en los valores amasados por un evangelio vivido y transmitido por la vida consagrada.
Y más recientemente, en el siglo XIX, la floritura de órdenes religiosas, especialmente femeninas, dedicadas a las más variadas labores asistenciales, dieron origen a una valorización del genio femenino que antes quedaba relegada, según el viejo dicho alemán, al cuidado de los niños, la cocina y las cosas de la Iglesia (Kinder, Küche, Kirche).
Bien podemos afirmar, de acuerdo a los ejemplos históricos que hemos traído a colación, la labor que ha desarrollado la vida consagrada como impulsor de una cultura que ayudó al hombre a no desesperarse ni caer o volver nuevamente en la barbarie y le apoyó constantemente para que no perdiera de vista los ideales evangélicos humanos, por los que el hombre puede alcanzar su verdadera felicidad. Cabe por lo tanto preguntarnos si en nuestros días, ante el ímpetu arrollador de esta nueva cultura digital, tecnolíquida o postmoderna, la vida consagrada puede decir todavía algo y sobre todo, puede hacer algo por este hombre, adolescente o niño.

Para responder a esta pregunta será necesario entender lo que es la vida consagrada. No solo lo que hace la vida consagrada sino partir de su esencia, de su identidad. Nuestro mundo tiende mucho a valorar las cosas y la personas por lo que hacen y no por lo que son. Nosotros queremos romper este paradigma y queremos presentar primero lo que es la vida consagrada para entender lo que hace. No buscamos respuestas prácticas o recetas fáciles para que el hombre encuentre su identidad y su felicidad. La felicidad se encuentra solo a partir del vivir la propia identidad. Por eso comprenderemos primero qué es la vida consagrada para después así entender lo que hace la vida consagrada.
Un segundo momento de nuestro trabajo será el dar una mirada panorámica al mundo de hoy, sin pretender criticarlo, satanizarlo o enjuiciarlo. Queremos tan solo presentar al mundo en su estado actual, viendo sus luces y sus sombras, sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias3.
De esta manera, conociendo la situación del mundo podremos considerar cuáles pueden ser los aportes de la vida consagrada al mundo de hoy.

1. ¿Qué es la vida consagrada?
Para muchos, hoy en Occidente, especialmente en Europa la vida consagrada es solo una reminiscencia de un pasado ya superado. Si nos guiamos por lo que dicen las estadísticas nos damos cuenta efectivamente que en ciertas diócesis del Viejo Continente la vida consagrada no es más que un grupo de hombres y mujeres de adultos ancianos que quizás hicieron mucho por la sociedad en su tiempo, pero que ahora tienen poco o nada que hacer siendo que el Estado y la misma sociedad abarcan lo que ellos antes hacían. Además con las pocas fuerzas que les quedan debido a su avanzada edad, no es que se pueda esperar mucho de ellos.
En otros lugares, especialmente en Sudamérica y algunas regiones de África y Asia, la vida consagrada aún está presente y es motivo de un reconocimiento social por la labor que desarrollan a favor de los pobres, los marginados y los más oprimidos de la sociedad.
Ambas visones dejan de un lado lo que es la esencia de la vida consagrada y se concentran simplemente en lo que hacen. Es una forma de ver la vida muy propia de nuestra sociedad, la sociedad tecnolíquida en la que todas las relaciones que se establecen no toman en cuenta el sujeto en cuanto tal sino el objeto, es decir aquello que en la relación me puede beneficiar. Por ello, a partir de lo que vemos exteriormente, profundizaremos en lo qué es la vida consagrada.
Elegimos este camino fenomenológico porque de alguna manera es el que más conviene a la sociedad tecnolíquida, incapaz quizás de entender un discurso metafísico si antes no se empieza por un discurso físico. Lo que el hombre de nuestra época llega a ver de la vida consagrada, siempre con una visión utilitarística, es la de un grupo de hombres y mujeres que dedican su tiempo a una amplia serie de obras, que en el catálogo mental del postmoderno podrían encajar en obras filantrópicas y hasta cierto punto obras sagradas, entendiendo por sagrado lo que se refiere a misterio y no precisamente lo que el cristiano entiende por misterio. Sin embargo, cabe hacernos siempre la pregunta de cómo podemos catalogar, o en qué rubro debemos insertar al religioso o a la religiosa cunado “no hace nada”. Es la misma pregunta que podríamos hacer al hombre de hoy cuando no está desempeñando una función que la sociedad le ha asignado. Es la incapacidad de preguntarse por el ser de las personas la que lleva al hombre postmoderno a quedarse solo en el hacer, y por lo tanto, en la fragmentación de su ser. Se es en función de lo que se hace, dirá el postmoderno y no se hace en función de lo que se es, como dirían los filósofos clásicos griegos.
Para tranquilidad del postmoderno hemos de decir que también la persona consagrada, el consagrado, comparte o compartía hasta hace poco esta misma visión utilitarística. A partir de una concepción canonista de la Iglesia que veía a ésta como una sociedad perfecta4, la vida consagrada encajaba en esta sociedad perfecta como un estado de vida y un modo ascético de vivir la vida cristiana. Como estado de vida, era llamado el estado de perfección, en contraposición a los cristianos que se contentaban con vivir los mandamientos y poco más. Estos cristianos eran los laicos, hombres y mujeres que no pertenecían ni al estado clerical ni al estado religioso. La vida consagrada también estaba considerada como un modo de vida cristiano ascético, en dónde la ascesis se caracterizaba sobre todo por el hecho de que la vida quedaba regulada hasta el más mínimo detalle. Perfección y ascetismo coincidían por el hecho de que el religioso santo o la religiosa santa espritualmente y bueno o buena moralmente, era aquél que cumplía a la perfección con la Regla, los horarios y las indicaciones de los superiores. No en vano se cuenta que el Papa san Pío V, afirmaba: “Dadme un religioso fiel cumplidor de la Regla y sin más lo canonizo”.
Este esquema cambia con la llegada del Concilio Vaticano II, o mejor expresado, el Concilio Vaticano II viene a consolidar y lanzar los cambios que en la teología se venían dando y se adecuaban más a una visión más completa del hombre y de la Iglesia y más de acuerdo con los cambios que comenzaban a darse en la sociedad y en la cultura a gran velocidad. La Iglesia no es ya una sociedad perfecta sino que es Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, Templo del Espíritu5. La vida consagrada también se adapta a esta nueva visión que se tiene de la Iglesia y ya no se ve simplemente como un estado de perfección y una forma ascética de vivir la vida cristiana.
La vida consagrada forma parte de la vida de la Iglesia, si bien no forma parte de la jerarquía. No es un estado intermedio entre los sacerdotes y los laicos, sino que está conformado por miembros de uno y otro. Forma parte integrante de la Iglesia, si bien no pertenece a la jerarquía de ella. “Por consiguiente, el estado constituido por la profesión de los consejos evangélicos, aunque no pertenece a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo de manera indiscutible, a su vida y santidad”6.
Al hablar de estados de vida, debemos aclarar, para comprender mejor lo que es la vida consagrada, que en la Iglesia existen tres estados de vida, de acuerdo a la vocación a la que Dios llama a los hombres. Todos los hombres después del bautismo están llamados a acoger el Reino de los Cielos. Pero la forma en que viven los dones recibidos por el bautismo y los valores encerrados en el Reino de los Cielos es distinto. En referencia a esta forma de acoger, vivir y testimonia el Reino de los cielos, nos dice la Lumen gentium: “Pues los miembros del orden sagrado, aun cuando alguna vez pueden ocuparse de los asuntos seculares incluso ejerciendo una profesión secular, están destinados principal y expresamente al sagrado ministerio por razón de su particular vocación. En tanto que los religiosos, en virtud de su estado, proporcionan un preclaro e inestimable testimonio de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas. A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios”7. Y también la exhortación apostólica Vita consacrata explicitará la vocación de cada estado de vida al decir “Las vocaciones a la vida laical, al ministerio ordenado y a la vida consagrada se pueden considerar paradigmáticas, dado que todas las vocaciones particulares, bajo uno u otro aspecto, se refieren o se reconducen a ellas, consideradas separadamente o en conjunto, según la riqueza del don de Dios”8. Y más adelante “La consagración bautismal y crismal, común a todos los miembros del Pueblo de Dios, es fundamento adecuado de la misión de los laicos, de los que es propio «el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios». Los ministros ordenados, además de esta consagración fundamental, reciben la consagración en la Ordenación para continuar en el tiempo el ministerio apostólico. Las personas consagradas, que abrazan los consejos evangélicos, reciben una nueva y especial consagración que, sin ser sacramental, las compromete a abrazar —en el celibato, la pobreza y la obediencia— la forma de vida practicada personalmente por Jesús y propuesta por Él a los discípulos. Aunque estas diversas categorías son manifestaciones del único misterio de Cristo, los laicos tienen como aspecto peculiar, si bien no exclusivo, el carácter secular, los pastores el carácter ministerial y los consagrados la especial conformación con Cristo virgen, pobre y obediente”9.
Se nos presenta por tanto como puntos característicos de la vida consagrada el que ellas quieren vivir la pobreza, la castidad y la obediencia, de forma que con ese estilo de vida puedan seguir y copiar más de cerca la vida que Cristo llevo en esta tierra y propuso a sus discípulos. Si bien todos los cristianos debemos seguir e imitar a Cristo, Cristo en su vida terrena invitó a unos hombres y mujeres a un seguimiento especial, un discipulado específico en donde estas personas eran llamadas personalmente por Cristo a seguirlo en pobreza, castidad y obediencia, dando a significar que toda su vida la ponían al servicio único del Reino de los Cielos. Si es cierto también que todos los cristianos están llamados  a acoger en sus vidas el Reino de los Cielos, a algunas personas Cristo les hace el llamado de poner toda su vida, no solo su hacer, sino también su querer, en función del Reino de los Cielos. “El fundamento evangélico de la vida consagrada se debe buscar en la especial relación que Jesús, en su vida terrena, estableció con algunos de sus discípulos, invitándoles no sólo a acoger el Reino de Dios en la propia vida, sino a poner la propia existencia al servicio de esta causa, dejando todo e imitando de cerca su forma de vida. Tal existencia « cristiforme », propuesta a tantos bautizados a lo largo de la historia, es posible sólo desde una especial vocación y gracias a un don peculiar del Espíritu”10.
Nos acercamos poco a poco a entender en profundidad lo que es la vida consagrada a partir no de lo que hace, sino de lo que es. Hoy quizás la ceguera provocada por el eficientismo y el utlitarismo nos hace ver la utilidad y hasta la bondad de una persona por lo que hace y no por lo que es. El valor de una sonrisa, de una caricia, de un estar simplemente al lado de alguien, pierden importancia porque no propician nada material a la persona. Así, el valor de la vida consagrada se mide hoy día por lo que produce, por lo que aporta a la sociedad, y no por lo que es en profundidad.
Las realidades exteriores de las que está hecho el hombre, no dejan ver muchas veces su interior. Y es precisamente el interior de las personas, sus realidades espirituales más profundas las que hacen ser al hombre. La vida consagrada, va más allá de lo que hace, de lo que podemos ver que hace. Se basa en realidades internas muy profundas que de alguna manera queremos conocer.
3. Las realidades internas de la vida consagrada: su especial peculiaridad.
Hemos visto que la vida consagrada es seguir a Cristo más de cerca, a través de la profesión de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, de forma que la vida de Cristo pueda resplandecer más fuertemente en la vida de los religiosos y de las religiosas. Los religiosos y las religiosas, por la profesión de los consejos evangélicos pueden acoger más fácilmente en su corazón el Reino de los Cielos y hacer que éste llegue a todos los hombre, primero viviéndolo en su corazón y después ayudando con su testimonio a que otros lo vivan.
Tocamos ahora un elemento esencial de la vida consagrada que será clave para entender su misterio en profundidad y lo que puede aportar a la sociedad tecnolíquida de nuestros días. Nos referimos a su calidad de signo profético. Un signo es algo que está en lugar de una realidad. Por ejemplo, la luz roja del semáforo significa, es signo que debe hacerse alto total. El signo de una flecha a la derecha en una pista (carretera) significa que más adelante la pista no continua derecha, sino que gira hacia derecha o izquierda. De la misma manera, la vida consagrada, por el seguimiento más cercano de la vida de Cristo está en lugar de otras realidades. Estas realidades que quiere significar la vida consagrada son las siguientes: “La función de manifestar ante todos los fieles que los bienes celestiales se hallan ya presentes en este mundo, sea la de testimoniar la vida nueva y eterna conquistada por la redención de Cristo, sea la de prefigurar la futura resurrección y la gloria del reino celestial”11.
Estudiemos entonces cada uno de estos signos a los que está llamada la vida consagrada. Leamos lo que dice el documento Vita consecrata: “La función de signo, que el Concilio Vaticano II reconoce a la vida consagrada, se manifiesta en el testimonio profético de la primacía de Dios y de los valores evangélicos en la vida cristiana. En virtud de esta primacía no se puede anteponer nada al amor personal por Cristo y por los pobres en los que El vive”12.
Queremos decir que una persona consagrada está en lugar de un gran amor a Dios. Se nos podrá decir que todos los cristianos debemos tener a Dios Padre como único amor verdadero, pero bien sabemos y el mismo San Pablo nos lo dice, que las personas que se dedican a las cosas de este mundo, tienen su corazón dividido entre Dios y precisamente, las cosas del mundo. “Yo quiero que ustedes vivan sin inquietudes. El que no tiene mujer se preocupa de las cosas del Señor, buscando cómo agradar al Señor. En cambio, el que tienen mujer se preocupa de las cosas de este mundo, buscando cómo agradar a su mujer, y así su corazón está dividido” (1 Cor 7, 32 – 34). Y no está mal, ni significa que son cristianos de segunda clase. Tan solo que hay una vocación en la Iglesia que refleja mejor, es decir, que es signo de ese único amor a Dios, y esa vocación es la vida consagrada. Es decir, que toda la vida, no solo las obras, sino que todo el ser de las personas consagradas deberían expresar este único amor a Dios. Es lo que San Benito decía en su regla, que lo único que importaba para ser religioso era asegurarse que en todo se amaba a Dios. La primacía de Dios. Un corazón sin arrugas, porque está todo dedicado a Dios.
Otro de los signos de la vida consagrada y un poco come consecuencia de que tienen a Dios como su único amor, es la relación que tienen con los bienes de este mundo. Durante mucho tiempo y quizás como parte de esa mala vivencia de la vida consagrada como un estado de perfección, se veía a los religiosos y a las religiosas como esas personas que huían del mundo para refugiarse en los conventos. Y las personas consagradas vivían también con esa mentalidad. Las que entraban en la clausura no tenían ni querían tener ningún contacto con el mundo. Y las que desarrollaban su apostolado en el exterior, limitaban el contacto con el mundo a lo estrictamente necesario y regulado por normas que más tenían que ver con la cultura que con lo espiritual. Ahora se vive o se debe vivir la forma consagrada en forma diversa. El mundo no está hecho por el demonio ni es ocasión de pecado. El mundo es el lugar teológico de la presencia de Dios. Y la creación, las cosas creadas, los bienes de este mundo, también forman parte del Reino de los Cielos. “El universo no surgió como resultado de una omnipotencia arbitraria, de una demostración de fuerza o de un deseo de autoafirmación. La creación es del orden del amor. El amor de Dios es el móvil fundamental de todo lo creado: « Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste, porque, si algo odiaras, no lo habrías creado » (Sb 11,24)”13. Por lo tanto, la relación de una persona consagrada con el mundo, no debe ser de huída, sino de un saber que se está tratando con las cosas de Dios. Saber que todo puede ser transformado en su realidad última, es decir que todo lleva a instaurar el Reino de los Cielos en la tierra. El religioso y la consagrada son signo de esas realidades últimas. ES decir, su vida es como un signo de tráfico que nos dice: “miren… más allá de lo que estamos viendo, más allá de la riqueza, los coches, los lujos, la tecnología, está Dios y las realidades eternas. Y debemos usar bien de lo que tenemos, sin despreciarlo, para llegar a esas realidades eternas”. “Misión peculiar de la vida consagrada es mantener viva en los bautizados la conciencia de los valores fundamentales del Evangelio, dando «un testimonio magnífico y extraordinario de que sin el espíritu de las Bienaventuranzas no se puede transformar este mundo y ofrecerlo a Dios»”14.

Pero el tener a Dios como único amor, el buscar en cada uno de los bienes de este mundo la instauración del Reino de los cielos, no hacen de las personas consagradas unos seres desencarnados, sin corazón y sin amor. Ellos, como todos los hombres y mujeres de este mundo están hechos para el amor y deben amar. El amor hacia Dios es el fruto de un amor a Cristo que descubre en ese hombre a Dios, como la experiencia de Pedro que se enamora de su maestro hasta exclamar: “Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo»” (Mt 16, 16). Quien ve a un religioso o religiosa debería ver a una persona que ama a Cristo apasionadamente, como cuando alguien ve a dos personas enamoradas que no pueden estar lejos la una de la otra. “Una experiencia singular de la luz que emana del Verbo encarnado es ciertamente la que tienen los llamados a la vida consagrada. En efecto, la profesión de los consejos evangélicos los presenta como signo y profecía para la comunidad de los hermanos y para el mundo; encuentran pues en ellos particular resonancia las palabras extasiadas de Pedro: « Bueno es estarnos aquí » (Mt 17, 4). Estas palabras muestran la orientación cristocéntrica de toda la vida cristiana. Sin embargo, expresan con particular elocuencia el carácter absoluto que constituye el dinamismo profundo de la vocación a la vida consagrada: ¡qué hermoso es estar contigo, dedicarnos a ti, concentrar de modo exclusivo nuestra existencia en ti! En efecto, quien ha recibido la gracia de esta especial comunión de amor con Cristo, se siente como seducido por su fulgor: Él es «el más hermoso de los hijos de Adán» (Sal 4544, 3), el Incomparable”15.
El amor único a Dios, la concreción de ese amor en Cristo y el señalar el Reino de los Cielos como algo inminente y real hace que los consagrados y las consagradas sean también profetas, es decir, anuncien lo que Dios les pide que anuncien. Un profeta no es el visionario que observa y escruta el futuro como el adivino en su bola de cristal. El profeta en el Antiguo Tesatmento es el que habla lo que Dios, a través del Espíritu,  le pide que hable. De la misma manera, el religioso y la religiosa es la persona que habla con su vida de aquellos que Dios le insinúa. Habla de las realidades de este mundo, pero desde el punto de vista de Dios, de lo que son esas realidades a los ojos de Dios. Habla de Dios, como el centro de toda vida, de su vida y la de todos los hombres, toda la creación. Habla de lo que no va de acuerdo con el Reino de los cielos y lo grita con su vida. Es la profecía del ejemplo de vida que a veces es silenciosa y a veces es violenta. La vida de los mártires de ayer y de hoy no es más que un signo de lo que Dios pide a los hombres que vivan. “La tradición patrística ha visto una figura de la vida religiosa monástica en Elías, profeta audaz y amigo de Dios. Vivía en su presencia y contemplaba en silencio su paso, intercedía por el pueblo y proclamaba con valentía su voluntad, defendía los derechos de Dios y se erguía en defensa de los pobres contra los poderosos del mundo (cf. 1 Re 18-19). En la historia de la Iglesia, junto con otros cristianos, no han faltado hombres y mujeres consagrados a Dios que, por un singular don del Espíritu, han ejercido un auténtico ministerio profético, hablando a todos en nombre de Dios, incluso a los Pastores de la Iglesia!”16.

4. El hombre de hoy
Iniciamos este pequeño artículo afirmando que el hombre está viviendo un cambio de época. Que no se puede hablar ya de simples cambios, sino de  una verdadera transformación del hombre. No es el objetivo de este escrito pretender abarcar ni todos los campos de este cambio en el hombre ni tampoco el conocer todas las causas que han originado este cambio. Para fines de nuestro estudio nos circunscribiremos a analizar las causas profundas que más tienen que ver con el ser del hombre y haremos también una descripción fenomenológica de los cambios más profundos en su ser.
El cambio de época no se generó de la noche a la mañana, fue una sucesión de eventos que se vinieron dando a partir del iluminismo. Sin ser simplistas, pero con el afán de abreviar lo más posible esta parte de las causas del cambio epocal en el que vivimos, bien podemos señalar que son tres los fenómenos que han originado la sociedad en la que hoy vivimos y a la que, siguiendo al filósofo Bauman, muchos llaman “tecno – líquida”.
El primer evento es, como señalábamos, el Iluminismo y el positivismo. En el siglo de las luces, el hombre se erige como el centro del Universo y Dios es desplazado a un lado, no negado. En el positivismo nos encontramos que las realidades del espíritu quedan relegadas a un plano personal, no ya social. De estos dos movimientos, sacamos una conclusión que estamos viviendo ahora: si Dios existe, existe dentro del interior de cada persona, pero no tiene nada que ver con la sociedad, con el mundo, con el existir.
El segundo evento importante es la revolución cultural de 1968, el así llamado ’68. Un movimiento que está fundamentado en el subjetivismo y que da origen al relativismo. Es el subjetivismo rampante en donde cada persona es el centro del universo y que origina un olvido o desplazamiento del bien y el mal objetivos. “Nada es verdad, nada es mentira, todo depende del color del cristal con el que se mira”. Los principios objetivos son cuestionados porque el hombre no se pregunta si puede alcanzar la verdad, sino que cuestiona el hecho mismo de que exista dicha verdad.
El tercer movimiento lo encontramos en la caída del muro de Berlín en 1989. Se pensaba que después de la caída de la cortina de acero, la gente regresaría casi en masa a la religión, sin embargo el proceso se llevó a cabo hacia otra dirección. Muy pronto todas esas sociedades que durante casi 3 décadas vivieron bao el régimen comunista, en pocos años pasaron a formar parte de una economía capitalista basada en el consumo.
Tenemos por tanto una mezcla en nuestra cultura actual que es el producto de estos tres movimientos. El Iluminismo y el positivismo han hecho que el mundo se olvide Dios o lo tenga como algo muy personal, sin ejercer una influencia decisiva en las decisiones personales o sociales. A este olvido se le une el olvido de los principios, de los valores. Siendo el relativismo la ley fundamental que aportó la revolución del ’68, la sociedad se olvida de fundamentar su ser y su quehacer en principios únicos y fundamentales. Por último la caída del muro de Berlín ha aportado al hombre de hoy un nuevo concepto de felicidad en el consumismo. Tenemos por tanto, como producto de estos movimientos una sociedad líquida porque no hay nada sólido en la cual quede fundamentada: ni Dios, ni principios, ni felicidad.
El cambio de época al que hemos aludido al principio de este capítulo ha originado un modo de comprender la vida muy distinto del que hasta ahora tenía la humanidad. Es lo que el Papa Francisco llama el paradigma tecnoeconómico: “Hay un modo de entender la vida y la acción humana que se ha desviado y que contradice la realidad hasta dañarla”17. En este paradigma la ciencia y la tecnología no están ya más al servicio del hombre, sino que el hombre está al servicio de la tecnología. Sin Dios, sin principios y sin una ética que lo lleve a la felicidad, el hombre se encuentra a merced de las fuerzas externas que lo llevan con engaños a pensar lo que es Dios, sus principios y su felicidad. Tal parece que el modelo cultural del hombre que rinde pleitesía a las fuerzas de la naturaleza porque nos las puede dominar, ahora se ha cambiado hacia la tecnología. Si antes el hombre se servía de la naturaleza y aprovechaba lo que ésta le brindaba, ahora, con la ayuda de la tecnología violenta a la naturaleza, manipulándola hasta obtener lo que el hombre quiere18. Así hablamos de fecundación asistida, modificación de ciclos biológicos y otros muchos fenómenos que tan solo resaltan como el hombre ha puesto su felicidad en el poder que la tecnología puede darle. Es como si el hombre pensase que la ciencia, la tecnología pudiesen brindarle automáticamente la felicidad. Olvida que él como criatura no es ilimitado y se olvida que lo creado por él, también tiene límites. Asistimos por tanto a una consecuencia del mundo relativo, que es la pérdida del saber que existen los límites en la realidad y que el hombre no es el centro del universo, sino una criatura, la más excelsa, pero criatura al fin y al cabo que no se ha determinado a sí mismo y que como criatura posee unas leyes que tiene que respetar y seguir. “ El ser humano no es plenamente autónomo. Su libertad se enferma cuando se entrega a las fuerzas ciegas del inconsciente, de las necesidades inmediatas, del egoísmo, de la violencia. En ese sentido, está desnudo y expuesto frente a su propio poder, que sigue creciendo, sin tener los elementos para controlarlo. Puede disponer de mecanismos superficiales, pero podemos sostener que le falta una ética sólida, una cultura y una espiritualidad que realmente lo limiten y lo contengan en una lúcida abnegación”19.
El producto de todos estos cambios que el hombre ha hecho del uso inadecuado de la tecnología es un hombre que se ha erigido como centro de sí mismo. “ Cuando el ser humano se coloca a sí mismo en el centro, termina dando prioridad absoluta a sus conveniencias circunstanciales, y todo lo demás se vuelve relativo. Por eso no debería llamar la atención que, junto con la omnipresencia del paradigma tecnoeconómico y la adoración del poder humano sin límites, se desarrolle en los sujetos este relativismo donde todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses inmediatos”20. Todo es irrelevante en el hombre mientras no sirve para satisfacer sus propios intereses.

5. Aspecto fenomeológicos del antropocentrismo desviado por el paradigma tecnoeconómico.
De los aspectos caracterizantes del hombre que vive el paradigma tecnoc´ratico, es decir, en la sociedad tecnolíquida, elegiremos los más representativos y que mayormente pueden estar influyendo en la estructura del ser humano.
El hombre del momento. Para el hombre tecnolíquido lo único que cuenta es lo que puede aprovechar más en el momento presente. Ha cortado todo vínculo con el pasado y no existe un horizonte futuro, puesto que para él la realidad es lo que cambia. Y como lo que cambia es actual, nunca pasado o nunca futuros, queda inmerso, diríamos atrapado, en el momento presente. De ahí su miedo a establecer vínculos con el pasado y con el futuro. Con el pasado, puesto que no reconoce ningún vínculo cultural o familiar. Y con el futuro, ya que no establece vínculos de adhesión a largo plazo. De ahí que el hombre tecnolíquido vive el presente como el momento fugaz en dónde hay que aprovecharlo al máximo. No hay raíces y no hay futuro. No hay compromisos que lo liguen ni al pasado ni al futuro: Es un ser del “aquí y ahora”, con todas las consecuencias negativas que ello acarrea. Al perder sus vínculos con el pasado el hombre está condenado a replantearse su identidad constantemente, cambiándola según el capricho de sus sentimientos, la moda o la opinión pública.
El hombre de las emociones. Dado que es un ser que vive de y sólo para el momento presente, sin poder renunciar a su naturaleza humana que le pide una esperanza una razón por la que vivir, el hombre tecnolíquido pone su esperanza en aquello que lo haga sentir vivo. Para ello busca en las emociones los sucedáneos de la esperanza, es decir, de aquellos motivos por los que vale la pena seguir viviendo. La búsqueda de las emociones pueden abarcar un arco de enromes posibilidades. Desde las emociones de una fiesta o las de aquellas de deportes extremos o juegos mortales. Lo que el hombre tecnolíquido busca en esas actividades es el provocar una emoción tal de hacerlo sentir vivo, de hacerlo sentir que tiene un ligamen fuerte con el momento presente, que para él es el único que cuenta.

El hombre Proteico. Es aquel que puede cambiar de formas, aquel que cambia su identidad de acuerdo a las circunstancias que la vida le va presentando. Como el hombre tecnolíquido no tiene pasado ni futuro, es un ser mutante. Esto no significa que se adapta a las circunstancias, lo cual es una cualidad, sino más bien que por carecer de una fuerte identidad, quiere encontrarla en cualquier circunstancia nueva y adapta su identidad, es decir, cambia su identidad de acuerdo a la circunstancia que se le va presentando. De ahí la necesidad de estar constantemente justificando con argumentos racionales y científicos los cambios de identidad en el hombre que mejor se adapten a las exigencias del mercado, de la técnica, de la economía del consumo. Así, para justificar el aborto, el hobre teconlíquido utiliza y esgrime el argumento de la libertad o de la revisión del estatuto del embrión como ser viviente o como una criatura portadora de una futura vida humana. O también, mas recientemente la justificación de los matrimonios homosexuales o la pedofilia como una orientación sexual más al lado de la heterosexualidad, la bisexualidad o la homosexualidad.

El hombre que compromete su libertad. Si por un lado el hombre postmoderno cree lograrlo todo con la técnica y la ciencia, por otro lado él mismo se ve esclavo de esa ciencia y esa técnica en la forma de seguridad y máximo beneficio21. El hombre postmoderno tiene a estos medios como sus fines y a ellos sacrifica todo su ser. Con tal de maximizar los beneficios es capaz de suprimir los más elementales derechos humanos y con tal de lograr su propia seguridad orilla a los otros a vivir como seres desechables. “Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»”22. De ahí que el hombre postmoderbno, porque compromete su libertad a favor de su propia ganancia y de su propia seguridad, ve al otro como el enemigo del que debe defenderse. Y de esa manera nacen los nuevos desechos de la sociedad que no son ya explotados, sino olvidados. Así tenemos a los niños no nacidos, los débiles, los ancianos, los que son improductivos en esta sociedad de la opulencia.

El hombre postmoderno se cree  ilimitado. Es el que vive en un constante video juego, es el que piensa que la vida es una novela de ciencia ficción en dónde él es siempre él bueno, porque para él la bondad se identifica con lo que puede hacer. El poder ilimitado que le da ciencia según así piensa, le permite alcanzar todas las metas, porque olvida la realidad que tiene delante de sí. Y como la realidad tiene unos límites, cuando choca con ellos, los desconoce y trata de superarlos, porque se siente omnipotente. Ese afán de superar lo insuperable lo lleva a desgastar vanamente la realidad que lo envuelve y así tenemos que poco a poco va acabando con los recursos naturales. Observamos también como esta falsa creencia de no límites lo lleva a encerrarse en una autorreferencialidad en un plano individual y social. En el plano individual la autorreferencialidad no permite que el hombre se inserte en ningún proyecto de solidaridad, ya que según él, la sociedad por sí misma es capaz de superar todos los problemas y si no lo hace, hay que revisar la falla en la aplicación de la técnica. En el plano social, la autorreferencialidad se refleja en los cada vez más frecuentes caso de intolerancia política, económica o social, en dónde el pensamiento y la opinión de unos pocos se debe imponer a la realidad llegándose a establecer ideologías. Éstas, al no respetar la realidad, imponen a ella sus puntos de vista llegando a crear  sociedades guiadas por ka conveniencia de los grupos de poder, que enmascaran la mentira a través de la manipulación. En nuestro caso nos encontramos con ideologías fundamentalistas que imponen su visión de la verdad sobre la verdad misma.

El hombre postmoderno se hace indiferente a las diferencias. Guiado por el desarrollo económico como único factor dirigente de la sociedad, el hombre postmoderno cree que el bienestar económico es la meta que se debe alcanzar para obtener la verdadera felicidad. Y cree fielmente que las fuerzas del mercado pueden alcanzar por sí solas un nivel de desarrollo alto y sostenido. Estas mismas fuerzas de mercado harán posible que sectores no desarrollados lleguen a desarrollarse. De esta manera evita realizar ninguna intervención sobre esos sectores marginales, en la seguridad que las fuerzas del mercado lo harán por sí solas originando una indiferencia por la situación del prójimo. El hombre postmoderno, con esta convicción de que todo llegará a través del mercado no mira ya a las situaciones de pobreza como situaciones humanas, sino como situaciones económicas de falla del mercado. Con esta visión se hace indiferente y de ahí que nazcan las grandes diferencias entre un desarrollo económico desenfrenado tanto a nivel individual como global en dónde,, por resumir, diremos que unos pocos tienen mucho y muchos tienen pocos. La vida se ha convertido en un abandonarse a la técnica, entendida como el único recurso que nos permite interpretar la existencia23. El aforisma “tanto tienes, tanto vales” se ha convertido en ley de vida.

El hombre postmoderno es un narcisista. Según la teoría psicológica freudiana el narcisista es aquella persona que necesita de los otros para sostener su propia personalidad.


6. Los aportes de la vida consagrada al paradigma tecnoeconómico.

Hemos hecho un recorrido más bien somero y rápido del paradigma tecnoeconómico en el que vive el hombre de hoy, así como algunas de las peculiaridades más características de la vida consagrada.  Ahora, nuestro objetivo es presentar la forma en que dichas peculiaridades pueden ayudar a resolver o por lo menos a aliviar el paradigma tecnoeconómico en el que vive sumido el hombre. No pretendemos hacer una forzadura intelectual buscando que a cada manifestación del paradigma tecnoeconómico corresponda una peculiaridad que pueda resolverla. Más bien partimos de la esencia de la vida consagrada como un nuevo paradigma que puede iluminar y aliviar el paradigma tecnoeconómico. Y esto lo hacemos porque la vida consagrada, como dice Juan Pablo II, “(…) no se debe olvidar que los consagrados reciben también del testimonio propio de las demás vocaciones una ayuda para vivir íntegramente la adhesión al misterio de Cristo y de la Iglesia en sus múltiples dimensiones. En virtud de este enriquecimiento recíproco, se hace más elocuente y eficaz la misión de la vida consagrada: señalar como meta a los demás hermanos y hermanas, fijando la mirada en la paz futura, la felicidad definitiva que está en Dios”24.

Hemos dicho que la vida consagrada se caracteriza por una doble peculiaridad: la de ser signo. Un signo, bien lo sabemos por la semiótica, está en lugar de aquello que representa. Así, un signo en la carretera en forma de flecha hacia la izquierda quiere decir que en poco tiempo encontraremos una curva hacia la derecha. E signo representa la curva, está en lugar de la curva. Y mientras más fidedigno sea el signo, mejor representará el objeto que quiere significar. La vida consagrada como signo está en lugar de dos realidades, como anunciaba Juan Pablo II en Vita consacrata, en una cita que ya hemos anotado, pero que vale la pena traerla nuevamente a colación. “La función de signo, que el Concilio Vaticano II reconoce a la vida consagrada, se manifiesta en el testimonio profético de la primacía de Dios y de los valores evangélicos en la vida cristiana. En virtud de esta primacía no se puede anteponer nada al amor personal por Cristo y por los pobres en los que El vive”25. La vida consagrada está en lugar de la profecía de poner a Dios en el primer lugar y en vivir en la vida, o al menos esforzarse en vivir, los valores evangélicos. Esto, lejos de ser un programa de vida, bien lo podemos llamar el paradigma de la vida cristiana.
Analicemos por un momento en qué consiste este paradigma para darnos cuenta la fuerza que contiene en sí mismo y la forma en  que puede iluminar el paradigma tecnoeconómico en el que la cultura de nuestros días se encuentra sumergida, según apuntaba Juan Pablo II.
Un paradigma es una forma a la que responde todo un sistema de cultura y sus valores correspondientes. Hemos visto como el paradigma cultural tecnoeconómico responde a una forma de ver la vida en la que se sirve a la tecnología. El hombre no utiliza ya más la tecnología para alcanzar sus fines, sino que se ha dejado alcanzar por la tecnología, hasta le grado de erigirla como diosa a la  cual debe sacrificar todo su ser, si quiere alcanzar la felicidad o por lo menos, si quiere vivir de acuerdo a un estilo de vida que no desentone con los demás. En este paradigma, en esta nueva forma de entender la vida, se siguen ideologías, puesto que la realidad es suplantada por una idea. La idea de que todo lo que pueda proporcionarme la tecnología, es bueno y deseable para la persona, simplemente por el hecho de que lo ha alcanzado la tecnología. De esta manera el ethos, o camino hacia la perfección ha sido cambiado por el tecnos. Lo que importa al hombre no es el saber, sino la utilización indiscriminada del saber. Ya no más es el homo sapiens quien guía al hombre, sino el homo faber.
Frente a este paradigma queremos contraponer el paradigma de la vida consagrada, vivido no solo por las personas consagradas, sino también compartido por aquellos que pueden y quieren romper el paradigma tecnoeconómico apenas mencionado. En el paradigma de la vida consagrada la profecía de la primacía de Dios y de los valores evangélicos se erige como motor y medida de toda la vida. Poner a Dios en primer lugar significa en nuestros días una revolución copernicana. Es dejar de pensar que Dios está bien en las capillas de los conventos o en la casa del cura o del Arzobispo y que puede significar algo en a vida. Es pasar de un mundo en que las relaciones se miden solo por lo que pueden aportar en el aspecto material: dinero, bienestar, poder. Tal como lo ha descrito el Papa Francisco en Laudato sí. Un mundo en dónde la palabra amor tiene valor mientras  se pueda comerciar con él, ganar dinero, fama o poder con él. Porque precisamente el amor está al centro del otro paradigma, del paradigma de la vida consagrada. Poner al amor de Dios sobre todas las cosas, significa valorar las cosas no por lo que puedan proporcionar materialmente, lo que la tecnología gusta de hacer, sino en su relación que tiene con Dios. Y si Dios es puesto en el primer lugar, entonces todas las cosas se subordinan a él y a ese amor.
Aquí encontramos una revolución copernicana del paradigma de la vida consagrada. Poner a Dios en primer lugar no significa sacrificar todo por él. Significa en primer lugar experimentar quien es él, en todo. Y ponerlo a él en la relación de todo. Es quizás algo muy similar a lo que mencionaba el Papa Benedicto XVI cuando en Deus caritas est decía que Dios es una relación, antes que una idea. Y la vida consagrada está precisamente enamorada de esa persona y todo en su vida gira en torno a ella.
La relación es la forma en que un ser expresa su identidad. La forma en la que se relacionan los seres vivos nos da a entender cómo son, cuál es su naturaleza. No tenemos que hace grandes esfuerzos para comprender la naturaleza de un niño cuando se confía en las fuertes manos de su padre cuando ve el peligro acercarse, como un perro que ladra, o ruidos extraños en la noche. Y qué decir de una madre cuando acude premurosa a la cama de su hijo enfermo. La relación de uno y otro con su padre y con su madre nos da a conocer la naturaleza de los niños.
De la misma manera el hombre entabla en su  vida una serie de relaciones que demuestran su naturaleza. Pero toda esa serie de relaciones que forman una intricada red se tejen ellas en torno a un ser que será el eje y el centro de todas ellas. En el paradigma tecnoeconómico es la técnica el eje que teje las relaciones. En el paradigma de la vida consagrada lo será Dios, como persona.
Este es quizás la primera aportación que nos puede dar la vida consagrada en los tiempos de la sociedad teconolíquida: poner a Dios en primer lugar. Lo que San Benito decía ya desde hace casi 1,500 años en su regla, pidiendo que el maestro de novicios se asegurase tan solo que los candidatos a la vida consagrada tuviesen a Dios como lo primero en la vida. Lo que puede parecer poesía, idealismo, utopía o una buena idea, es sin embargo realidad en cada uno de los consagrados que pueblan este mundo. O al menos, así debería de serlo. El hecho de que un hombre o una mujer siga hoy dejando casa, madre, padre, renuncie a formar una familia, a crearse un nombre… es algo que o se explica poniendo a Dios en primer lugar, o no tiene razón de ser. La enseñanza entonces es clara. Es posible aún en este mundo vivir teniendo a Dios como amante, como persona en torno a al cual establezco todas mis relaciones. Y eso es lo que hace, o intenta hacer la vida consagrada. Poner a Dios en el centro de la vida.
No significa tan solo, aunque es importante, dedicar una buena parte de la jornada a la oración. Es l oración precisamente la fuente de la relación única entre Dios y la persona consagrada, de ahí se nutre para tener solo a Dios como referente único de su vida. Quien ora, reconoce la relación que existe entre Dios y él y entre Dios y todas las cosas. La persona consagrada es una sola con Dios, se convierte en uno con Dios, en la manera en  que establece esa relación amorosa con él. Decía Marcel el filósofo que quien ama se convierte en la persona que ama. No en vano los Padres griego acuñaron  la palabra monje (del griego μονυς = uno) para designar aquella persona que se hacía uno con Dios. Y hoy podemos decir que la persona consagrada es la que se hace uno con Dios y cuyas relaciones las establece a partir de la única relación que tiene con Dios.
Esto no quiere decir que la persona consagrada es la que reza todo el día, la que solo se dedica a los enfermos, niños, ancianos o catequesis, porque no tenía nada que hacer en la vida o nadie que amar en la vida y porque así se merece, aún todavía en algunos países de Occidente, el respeto de otros. No. La persona consagrada es la que con ese corazón que tiene para amar nos enseña como se pueden canalizar todas las energías afectivas y dirigirlas a un solo amor que es Dios, y a partir de ese amor establecer todas las relaciones posibles sin dejar de ahorrar nada de ese corazón que está hecho para amar.
La sociedad tecnolíquida puede aprender de la vida consagrada ensayando nuevamente las relaciones a partir solo de Dios. Y aún es tiempo. En muchas sociedades de Occidente Dios aún forma parte del paisaje cultural, especialmente en la religiosidad popular. Pienso que como dice el documento de Aparecida, a partir de la religiosidad popular se puede recuperar el verdadero sentido de Dios. Muchos hombres y mujeres aún rezan antes de salir de casa por las mañanas. Muchos aún tienen como centro de su existencia los eventos religiosos. Sería conveniente una catequesis ejemplicativa a partir de lo que es la profecía que sigue la vida consagrada al poner a Dios como centro de todas sus relaciones. Si bien es cierto que no todo es buen ejemplo, los casos positivos son mayoría, si bien, la publicidad nos ha hecho ver que hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece.
Esta relación con Dios se materializa en los consagrados en los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. Es la manera en que el consagrado expresa esa relación única con Dios y esas expresiones pueden romper el paradigma tecnoeconómico.

7.¿De qué pueden servir en la sociedad tecnoeconómica los votos de la vida consagrada?
La mentalidad que genera el paradigma tecnoeconómico es la de un eficientismo y materialismo que tiende a medir todo en base a la satisfacción que puedan proporcionar. Las personas, las relaciones, los bienes materiales, la misma naturaleza vale en cuanto proporcionan una satisfacción inmediata. Satisfacción de una necesidad que ha generado el paradigma tecnoeconómico. Las dimensiones humanas del placer/amor, del tener y del dominio, afectadas por este paradigma teconoeconómico, trastocan el bienestar normal que dichas dimensiones generan en el hombre.
El voto de castidad.
Por la dimensión del placer/amor el hombre tiende a buscar amar y sentirse amado. Busca darse y donarse al otro, porque antes otros se han dado y donado a él. De la seguridad que tiene de sentirse y saberse amado por alguien, surge su deseo comunicativo de amar a los demás. La familia, las relaciones familiares y sociales tienen su fundamento en este doble dinamismo del sentirse amado para poder amar. El hombre que se siente amado es una persona segura en sí misma pues no busca satisfactores sustitutivos al amor. Al haber experimentado el amor en sí mismo conoce por experiencia propia su significado y su dinamismo y es capaz de generar amor porque ha vivido el amor. Y todo este dinamismo se establece en la más pura gratuidad. Se ama porque se quiere amar, no porque se deba amar.
El paradigma  tecnoeconómico propone el amor en forma diversa. Se ama porque se obtiene algo de la persona amada. No existe la donación gratuita. Todo deber ser pesado y medido por la balanza de la satisfacción personal. El matrimonio no es la apasionada de entrega de dos seres que se aman, sino el círculo vicioso de dos seres encerrados en su egoísmo que se necesitan uno al otro para ser admirados, tenidos en cuenta, satisfechos. El hijo no es producto del amor, sino de un deseo egoísta de satisfacer una necesidad. De ahí el deshecho de aquellos seres que no cumplan los requisitos exigidos por los padres, como el sexo o el color de los ojos.
El paradigma de la vida consagrada en su voto de castidad, proclama como único amor gratuito a Dios mismo. Se ama a él porque él nos ha amado ya primero. Y la respuesta a ese amor es el mismo amor dirigido a Dios y a los hombres. Sin esperar nada a cambio, nada en recompensa, ninguna satisfacción personal, salvo la de saber que se está amando a Dios y a los hombres.
Ese amor puede enseñar a los hombres y mujeres que viven en el paradigma de la tecnoeconomía, que las verdaderas relaciones no se establecen en base a las satisfacciones que dichas relaciones pueden proporcionar al hombre. Las relaciones tecnoeconómicas son volátiles y cambiantes, porque volátiles y cambiantes son las exigencias que va imponiendo la técnica y la economía, y el hombre cae en el ansia si no llega a satisfacer prontamente esas exigencias que impone el mercado, generando un consumismo exarcebado e ilimitado.
El amor que es generado libremente, sin presiones, sin buscar satisfactores inmediatos por el amor que se otorga, genera libertad al no estar sujeto a buscar medios para satisfacer la necesidad del amor. Ese amor puede enseñar devolver la libertad a las personas que han caído en la dependencia de amar algo o alguien por la satisfacción personal que genera. El amor del consagrado enseña al hombre de hoy a vivir lo esencial del amor, es decir, la donación gratuita, sin esperar nada a cambio. No hay que hacer grandes discursos filosóficos para entenderlo. Basta ver la entrega de las personas consagradas en sus comunidades y en sus apostolados para entender que el motivo porque lo hacen es el simple amor a Dios y  a los hermanos. Bien valdría la pena el que se pudiera dar a conocer este tipo de amor, como terapia al mal del amor – egoísta que ha generado el paradigma tecnoeconómico.
El voto de pobreza.
La segunda dimensión del hombre es la de la posesión. Una dimensión que le permite asegurarse los medios de subsistencia necesarios para él y para los suyos y que genera una sana actividad con el fin de asegurarse esos medios de subsistencia. Una dimensión que el paradigma tecnoeconómico ha trastocado enormemente al poner las relaciones económicas como el centro de las relaciones del hombre. “Tanto tienes, tanto vales” es un aforismo que se cumple plenamente en esta sociedad y que hoy está generando hombres y mujeres ávidos cada día por tener más bienes, sin importar si ellos satisfacen o no sus necesidades básicas. La posesión, dimensión natural y normal en el hombre, tiene un límite. Se posee para proveerse de aquellos bienes que permitan el desarrollo normal del hombre. La satisfacción del desarrollo pone un límite a la dimensión de la posesión. Se poseen los bienes necesarios para la satisfacción del desarrollo normal de las personas. No más.
El paradigma tecnoeconómico propone una posesión ilimitada porque fuerza al hombre a satisfacer necesidades que se proponen constantemente y que nunca llegan a tener un límite. Los avances tecnológicos no se proponen ya como un medio para que el hombre pueda satisfacer sus más diversas necesidades, sino como una exigencia. Lo que era antes un medio, ahora es un fin en sí mismo. Lo que era opcional y subordinado al hombre, ahora se ha hecho indispensable y está por encima del hombre. Si no se posee la última innovación tecnológica, si no se tiene la última moda en el vestir, el hombre no vale nada, entra en ansia y cae irremediablemente en la depresión. La publicidad se ha encargado de agigantar esos deseos constantes de posesión al proponer siempre más y más modelos de vida inalcanzables que solo generan tensión, angustia y deseos compulsivos de poseer lo que ahí se propone. Al final, el hombre del paradigma tecnoeconómico cae en una crisis de identidad porque basa su ser en lo que posee y no en lo que es.
Con el voto de pobreza el paradigma de la vida consagrada propone un estilo de vida basado en la Providencia, es decir en aquellos bienes que Dios proporciona al hombre, seguro que no le faltará lo indispensable para su desarrollo. Es una posesión ordenada a la adquisición aquellos bienes que pueden satisfacer los naturales deseos del desarrollo del hombre. Por el voto de pobreza el consagrado vive con lo estrictamente necesario, haciéndose hasta cierto punto refractario a las normas y gustos dictadas por la técnica y la economía. Le basta y le alcanza con aquello que Dios le proporciona por las manos de sus superiores. Es romper definitivamente con la esclavitud del tener por el hecho de tener. Y es también apostarlo todo por la Providencia, sabiendo que ella nunca ha de faltar prodigando los bienes necesarios para el desarrollo de la persona.
El voto de pobreza puede no ser entendido en un primer momento, ya que parecería antinatural al dejar el hombre de esforzarse por buscar los medios que puedan proporcionarle su subsistencia. Sin embargo la persona consagrada no renuncia a la actividad por la subsistencia, sino que la pone en un segundo plano. Mientras que el paradigma tecnoeconómico empuja hacia una posesión de los bienes sin límites, porque no se basa en un desarrollo natural de las personas, el paradigma de la vida consagrada fija un límite normal y natural a la posesión. Se posee tanto en cuanto se necesita para el desarrollo personal.
El hombre de hoy podría aprender de la vida consagrada el saber utilizar de la mejor manera los medios que la naturaleza pone a su disposición, y no el vivir pendiente de producir aquello que no le proporciona un normal desarrollo, sino la satisfacción de necesidades creadas artificialmente por el mismo paradigma tecoeconómico.
El voto de obediencia.
La tercera dimensión del hombre es el dominio. Es una dimensión que le permite la autoconservación. No busca tanto dominar a los otros, sino el tener un espacio vital que le permita desarrollarse como persona. El dominio se establece en función de aquellas relaciones que le permitan desarrollarse como persona.
Dentro del paradigma tecnoeconómico la dimensión del dominio viene regenteada por las relaciones económicas de forma que se desconoce el elemento humano que se convierte tan solo en un mediador de todas las relaciones cuyo fin es únicamente el de una ganancia económica o un beneficio personal. Ante tal panorama, el dominio se presenta como un afán desmedido de ejercer un control que permita maximizar las ganancias o los beneficios personales. El valor de la persona viene aquilatado en función de aquello que produce económica, política o socialmente. Los intereses sociales, la solidaridad pasa a un segundo plano, siempre detrás de los intereses personales.
El voto de obediencia del paradigma consagrado no es una pérdida de la capacidad del dominio, sino un  adecuado ordenamiento y saneamiento de dicha dimensión. Propone una escucha de Dios como el ser único al que se obedece, estableciendo una relación única con él, en base a la cual se establecen todas las otras relaciones. No se busca que el beneficio económico o personal sea el patrón por el cual se midan todas las relaciones. Lo que se busca es más bien que todas las relaciones se establezcan en torno a Dios al cual se le pone al centro de las relaciones. El dominio ya no es sobre otros, sino que se canaliza hacia la consecución de la voluntad de Dios. Al poner a Dios como centro de todas las relaciones, no se busca imponer el propio juicio o la propia voluntad, sino que se utiliza el juicio y la voluntad para seguir la voluntad de Dios. Las relaciones se sanean en base a este criterio que es objetivo porque la voluntad de Dios no se presenta como algo meramente subjetivo o intangible. Esta voluntad de Dios que es el centro del voto de la obediencia, es conocida bajo un proceso de discernimiento personal y comunitario, lo cual permite encauzar la dimensión del dominio hacia el cumplimiento de dicha voluntad de Dios.
El voto de pobreza
El paradigma de la vida consagrada con el voto de pobreza enseña al hombre tecnoeconómico la posibilidad de ordenar las relaciones bajo el dominio de una voluntad común que beneficie a todos. Esta voluntad común, que se identifica necesariamente con Dios, puede materializarse en el bien común, en los proyectos de una empresa o en las decisiones que se tomen en familia, o en el centro de trabajo o de estudio. El hombre tecnoeconómico está olvidando la solidaridad porque busca solo su propio interés. Con el voto de obediencia, al obedecer a un proyecto común como es lo normal en la vida consagrada, el hombre puede recuperar la posibilidad de ordenarse su actuar en base a un proyecto común que beneficie a todos. La mano invisible del capitalismo sugerido por Adam Smith no existe. Es necesario que un proyecto común, conocido y consensuado por todos, sea el que aglutine las voluntades. Algo que la vida consagrada ha venido haciendo desde así casi dos mil años.
No es fácil cambiar la voluntad de una persona que bajo el paradigma tecno económico ha hecho de su vida un consumir las cosas sin tener necesidad de ello. Si además asumimos que es ya una cultura que adhiere a este principio, la dificultad es casi imposible de superar. Pero no debemos olvidar que el hombre vive de la esperanza ultraterrena y aunque trate de llenas su esperanza con cosas terrenales, le queda siempre la nostalgia por algo que los bienes terrenales no pueden llenar. Es ahí en dónde las personas consagradas con su pobreza, pueden enseñar a otros a llenar su vida con lo estrictamente necesario, para hacer espacio a los bienes espirituales, como los verdaderos que llenan la vida.
8. Conclusión.
Si la vida consagrada aún tiene una palabra que aportar al mundo de hoy depende de la radicalidad con la que vive su consagración. Si hemos visto que los consejos evangélicos son de verdad actuales y ayudan al hombre de hoy a superar los escollos de vacío existencial en los que ha caído, mucho depende de la veracidad y la valentía con la que vivan su vida consagrada.
Y no es que todo sea fácil para la vida consagrada. La reforma de la Curia romana que ha iniciado el Papa Francisco y que seguramente extenderá a todas las diócesis es indicativa de una corrupción vivida en la misma vida consagrada. La recuperación es positiva mientras se quiera vivir de acuerdo a la inspiración evangélica de la vida consagrada. Fuera de eso, la vida consagrada es una pantomima que solo causa risa o tristeza a quien la observa.


NOTAS

1 “El género humano se halla en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero”. CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 7.12.1965, n. 4.
2 Ibídem. n. 3.
3 Ibídem., n. 1.
4 “La noción de «sociedad» y de «sociedad perfecta» estaba presente en la teoría política griega. Tal como se desarrolló en la eclesiología, una sociedad perfecta tenía dentro de sí todo lo que necesitaba para conseguir sus fines. Una familia o una ciudad, por tanto, no son sociedades perfectas, ya que dependen de otras para la consecución de sus fines. Había, según este análisis, dos sociedades perfectas: la Iglesia y el Estado, ya que ambas contaban con todos los medios que necesitaban. Santo Tomás conocía la teoría de la sociedad perfecta, pero no la aplicó a la Iglesia.
Esta empezó a introducirse en la eclesiología de manera discreta a partir aproximadamente de los tiempos de >Roberto Belarmino. En el siglo XIX estaba bien asentada y pasó al magisterio. En un esquema sobre la Iglesia que nunca llegó a discutirse en el Vaticano 1, se reconocía a la Iglesia como sociedad perfecta. Se preparó un canon en el que se afirmaba que la Iglesia tenía plena potestad judicial y coercitiva. La enseñanza pasó a la doctrina papal y se hizo frecuente en las encíclicas de >León XIII. Aparece en la primera frase de la constitución apostólica con la que Benedicto XIII promulga el Código de Derecho canónico de 1917”. http://www.mercaba.org/DicEC/S/sociedad_y_sociedad_perfecta.htm (20.6.2015).
5 Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 21.11.1964.
6 Ibídem., n. 44.
7 Ibídem., n. 31
8 JUAN PABLO II, Vita consecrata, 25.3.1996, n. 31.
9 Ibídem. n. 31.
10 Ibídem., n. 14.
11 CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 21.11.1964, n. 44.
12 JUAN PABLO II, Vita consecrata, 25.3.1996, n. 84.
13 FRANCISCO, Laudato sí, 24.05.2015, n. 77.
14 JUAN PABLO II, Vita consecrata, 25.3.1996, n. 33.
15 Ibídem., n. 15.
16 Ibídem., n. 84
17 FRANCISCO, Laudato sí, 24.05.2015, n. 101
18 “La intervención humana en la naturaleza siempre ha acontecido, pero durante mucho tiempo tuvo la característica de acompañar, de plegarse a las posibilidades que ofrecen las cosas mismas. Se trataba de recibir lo que la realidad natural de suyo permite, como tendiendo la mano. En cambio ahora lo que interesa es extraer todo lo posible de las cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a ignorar u olvidar la realidad misma de lo que tiene delante. Por eso, el ser humano y las cosas han dejado de tenderse amigablemente la mano para pasar a estar enfrentados”. Ibídem.,  n. 106.
19 Ibídem., n. 105
20 Ibídem., n. 122.
21 “ (El hombre) no está «sometido a norma alguna reguladora de la libertad, sino únicamente a los supuestos imperativos de la utilidad y de la seguridad»”. Ibídem., n. 105
22 FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 24.11.2013, n. 53
23 FRANCISCO, Laudato sí, 24.05.2015, n. 110.
24 JUAN PABLO II, Vita consecrata, 25.3.1996, n. 33.
25 Ibídem, n. 84.


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