viernes, 23 de octubre de 2015

San Luigi de Giacomo - San Severino de Colonia - San Severino Boecio - San Juan de Siracusa 23102015


San Luigi de Giacomo

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Nació en diciembre de 1842, en Valle de San Giacomo, ubicado en la provincia de Como, en frontera entre Italia y Suiza. Tenía 12 hermanos. En su pueblito natal comenzó desde pequeño a cultivar el don de la fe. "En las tardes largas, especialmente las festivas, se leía la Santa Biblia y varias vidas de santos.
El rosario era además la oración que el papá Lorenzo y mamá María Bianchi recitaban junto con sus numerosos hijos", dice en su autobiografía.
Estudió en el colegio Galio de Como. Luego ingresó al seminario. Cuando volvía a su pueblo por las vacaciones aprovechaba para visitar a los pobres y campesinos que habitaban en los lugares de tránsito. Desde allí comenzó a florecer su aguda sensibilidad social.
Su acción pastoral también se desarrolló con fuerza en el contexto del movimiento de unificación de Italia y la dominación de Austria en el norte de su país.
Recibió la ordenación sacerdotal en 1866. Durante un año se fue a un pequeño pueblo ubicado cerca de Aquila donde enseñó a leer a varios de sus habitantes. Luego viajó a Turín y por tres años perteneció a la orden de San Juan Bosco, a quien conoció personalmente luego regresó a ser sacerdote diocesano. Constantemente se preocupaba por la fortaleza espiritual de sus feligreses y la atención hacia los más pobres.
"Tengo en el alma la caridad y la conciencia de que Dios nos ha enviado al mundo para construir una sociedad justa y convertirnos para estas personas en sus padres, madres o hermanos, y servir en esta alegría de vivir", decía el futuro santo.
"Su método pedagógico estaba inspirado en el "preventivo" que pretendía crear una sensibilidad en los educadores", explica el postulador para su causa de canonización, padre Mario Carrera.
Con un grupo de mujeres, Guanella se dedicó a sacar adelante una residencia de ancianos. Así comenzaba una nueva congregación: las Hijas de Santa María de la Providencia, de la cual nació también la rama masculina: la congregación de los Siervos de la Caridad.
Pero a don Guanella no se interesaba sólo por la pobreza material sino también por la espiritual. Uno de sus principales discípulos fue el famoso psicólogo Agostino Gemelli (1878-1959) quien nació y creció en el seno de una familia de librepensadores. Al conocer a este sacerdote su se convirtió al catolicismo y más tarde entró en la orden franciscana. "Aquello que la ciencia humana no podrá nunca hacer, lo ha hecho don Guanella con su fe y su capacidad de trabajar", decía.
En 1915 viajó a Marsica en Abruzzo donde fue a llevar auxilio a las víctimas de un terremoto que recientemente había devastado aquel lugar. Murió el mismo año en la población de Como y fue beatificado por Pablo VI en 1964.
Actualmente la Familia Guanelliana, compuesta por los Siervos de la Caridad e Hijas de Santa María de la Divina Providencia, y por varios colaboradores laicos se extiende en  varios países: Argentina, Chile, Paraguay, Brasil, Colombia, Guatemala, México, España, Estados Unidos, India, Filipinas, Ghana, Congo y Nigeria.
Canonizado el 23 octubre 2011 por el Papa Benedicto XVI.








Oremos

Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a San Luigi Guanella para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. 



San Severino de Colonia

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San Severino de Colonia, obispo
En la ciudad de Colonia, en Germania, conmemoración de san Severino, obispo, digno de alabanza por sus virtudes.
Como se señaló en el artículo del 21 de octubre sobre san Severino de Burdeos, hubo durante siglos una completa confusión entre aquel Severino y el de Colonia, muerto pocos años antes, hasta tal punto que se celebraban los dos como si fuera uno solo en la fecha del 23. En la actualidad, y luego de mucho sopesar documentación, se han inscripto dos memorias distintas en el Martirologio.

El que nos ocupa hoy fue el tercer obispo de Colonia, y se distinguió por su celo contra el arrianismo. San Gregorio de Tours lo menciona en suu obra sobre las virtudes de san Martín de Tours, cuenta que cuando san Martín murió, un domingo del año 397, estaba san Severino en su catedral con los miembros del cabildo, y oyó a la misma hora voces celestiales que recibían el alma de Martín en el cielo. Esta mención ayuda a poder separar las figuras de san Severino de Colonia y san Severino de Burdeos, ya que este último posiblemente no era aun obispo cuando ocurrió la muerte de san Martín.

Pero poco más se sabe de él. Una leyenda cuenta que cuando aun era sacerdote, se hallaba un día paseando por el campo, cuando oyó una voz que le decía: «Severino, vas a ser obispo de Colonia». Él sólo preguntó: «¿Cuándo?» «Cuando florezca tu báculo», fue la respuesta. Severino plantó su báculo, y éste echó raíces y floreció. Entonces, el santo fue elegido obispo de Colonia.

Ver Butler-Guinea (1964) tomo IV pag. 183, Ekkart Sauser, Biographisch-Bibliographisches Kirchenlexikon, tomo IX (1995) cols. 1507-1510. Imagen: Robert Huber, estatua de madera, 1997, en la iglesia parroquial de San Severino, en Colonia-Lövenich


San Severino Boecio

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San Severino Boecio, mártir
En Pavía, en la Liguria, conmemoración de san Severino Boecio, mártir, insigne por su ciencia y sus escritos, que estando encarcelado compuso un tratado sobre la consolación de la filosofía, y sirvió a Dios con fidelidad hasta la muerte que le infligió el rey Teodorico.
Anicio Manlio Severino Boecio, nació hacia el año 480. Pertenecía a una de las más ilustres familias romanas, la «gens Anicia», de la que también descendía probablemente el papa san Gregorio Magno. Severino, que perdió muy joven a sus padres, quedó al cuidado de Aurelio Símaco, de quien llegó a ser íntimo amigo y con cuya hija, Rusticiana, contrajo matrimonio. A esto se reduce cuanto sabemos acerca de su juventud. Debía ser sin duda muy estudioso, pues antes de cumplir treinta años era ya famoso por su erudición. Severino Boecio emprendió la traducción al latín de todas las obras de Platón y Aristóteles, cuya armonía fundamental quería demostrar. Desgraciadamente, no consiguió terminar esta tarea; sin embargo, Casiodoro observa que, gracias a sus traducciones, los italianos conocieron no sólo a Platón y Aristóteles, sino también «al músico Pitágoras, al astrónomo Tolomeo, al matemático Nicómaco, el geómetra Euclides... y al físico Arquímedes.» Ello nos da una idea de la multiplicidad de los talentos e intereses de Boecio, quien además hizo aportaciones personales en materia de lógica, matemáticas, geometría y música. Por otra parte, no carecía de talento práctico, ya que Casiodoro le pide en una carta que construya un reloj de agua y un reloj de sol para el rey de Borgoña. Boecio era también teólogo (la familia de los Anicios era cristiana desde la época de Constantino) y se conservan varios tratados suyos en particular uno sobre la Santísima Trinidad. Las obras de Boecio ejercieron gran influencia en la Edad Media, sobre todo en el desarrollo de la lógica. No en vano se le ha llamado «el último de los filósofos romanos y el primero de los teólogos escolásticos». Sus traducciones fueron durante mucho tiempo la base del estudio de la filosofía griega en Occidente.

Boecio nació poco después de que Rómulo «Augústulo», el último de los emperadores romanos de Occidente, entregara el poder al bárbaro Odoacro. Cuando éste fue asesinado y el patricio Teodorico asumió el poder en Italia, Boecio tenía unos trece años. El padre de Boecio había aceptado el nuevo estado de cosas, y Odoacro le había confiado un cargo de importancia. Boecio siguió su ejemplo y entró en la vida pública, no obstante su amor por la escolástica. Él mismo explica que le movió a ello la doctrina de Platón, según la cual «las naciones serían felices si los filósofos las gobernasen, o si tuviesen la suerte de que sus gobernantes se convirtiesen en filósofos». Teodorico le nombró cónsul el año 510. Doce años más tarde, Boecio llegó a lo que él calificó de «momento más brillante de su vida», pues sus dos hijos fueron nombrados cónsules y él pronunció ante ellos un discurso de alabanza a Teodorico. Poco después el rey le nombró «maestro de oficios», que era uno de los cargos más importantes y de mayor responsabilidad. Pero su caída estaba muy próxima.

El anciano Teodorico entró en sospechas de que ciertos miembros del senado romano estaban conspirando en Constantinopla con el emperador Justino para arrojar a los ostrogodos de Italia. El ex-cónsul Albino fue acusado de participar en la conspiración y Boecio subió a la tribuna a defenderle. No sabemos con certeza si tal conspiración existió o no; en todo caso, parece cierto que Boecio no tomó parte en ella. Sin embargo, fue encarcelado en la prisión de Ticinum (Pavía). Se le acusaba no sólo de traición, sino también de sacrilegio, es decir de haber empleado las matemáticas y la astronomía para fines impíos. Los jueces fallaron en su contra y Boecio pronunció un discurso amargamente despectivo contra el senado, ya que sólo Símaco, su suegro, había salido a defenderle.

Durante los nueve meses que pasó preso, Boecio escribió la «Consolación de la Filosofía», que es la más famosa de sus obras. Se trata de un diálogo interrumpido por varios poemas, entre el autor y la Filosofía. Ésta consuela a Boecio al mostrarle la vanidad de los efímeros éxitos terrenos y el valor eterno de la ideas: la desgracia no afecta a quienes saben apreciar la divina sabiduría, el gobierno del universo es justo y equitativo a pesar de las apariencias. El autor no habla de la fe cristiana, pero trata numerosos problemas de metafísica y ética, La «Consolación de la Filosofía» llegó a ser una de las obras más populares en la Edad Media, no sólo entre los filósofos y teólogos. Fue uno de los libros que tradujo al inglés el rey Alfredo el Grande.

La prisión de Boecio terminó con el asesinato. Según se dice, fue brutalmente torturado. Fue sepultado en la antigua catedral de Ticinum. Sus reliquias se encuentran actualmente en la iglesia de San Pedro in Ciel d'Oro, en Pavía. A lo que parece, todo el mundo consideró a Boecio como mártir. La influencia y popularidad de sus obras en la Edad Media se debió, en parte, a que había muerto por la fe. Sin embargo, todas las pruebas indican más bien que murió por razones políticas. Cierto que Teodorico era arriano, pero ese elemento no intervino en la condenación de su antiguo ministro de Estado. No es imposible que la idea del martirio de Boecio haya procedido de la convicción popular de que había sido condenado «injustamente», ya que en la antigüedad se confundía fácilmente el martirio con la condenación injusta, aunque no interviniese el odio a la fe. En la actualidad no s elo considera mártir.

Desde el siglo XVIII, se ha planteado un problema aún más fundamental: ¿Boecio practicaba realmente el cristianismo en la época de su muerte? Está fuera de duda que durante mucho tiempo fue cristiano y practicó su religión. En efecto, en 1877, se descubrió una nueva prueba para confirmar que Boecio fue realmente el autor de los tratados teológicos que se le atribuyen. Pero la dificultad es la siguiente: ¿Cómo es posible que un cristiano que había escrito tratados en defensa de la fe, se haya contentado, bajo el peso de una acusación injusta y hallándose amenazado de muerte, con escribir una obra para propio consuelo, en la que no hay nada de propiamente cristiano, excepto una o dos citas indirectas de la Biblia? Según Boswell, el historiador Johnson formulaba así el problema en 1770: «Es sorprendente, dado el tema de la obra y la situación en que se hallaba Boecio, que haya sido 'magis philosophus quam christianus' (más filósofo que cristiano)».

Es imposible ignorar tal problema, por más que nadie lo haya planteado en la Edad Media. Baste con decir que, cuando se planteó por primera vez, los principales eruditos optaron más bien por «descristianizar» a Boecio; pero, poco a poco, la teoría opuesta fue tomando fuerza, y actualmente se cree que Boecio permaneció cristiano hasta el fin de su vida. Citemos simplemente a dos eruditos, un protestante y un católico: «El viejo problema de la posición religiosa de Boecio carece de sentido... Un teólogo cristiano pudo muy bien escribir la 'Consolación', no para exponer su propio punto de vista, sino para ver en cuanto filósofo los principales problemas del pensamiento»1. La Consolación de la Filosofía es «una obra maestra. A pesar de su actitud deliberadamente reticente, constituye una expresión perfecta de la fusión del espíritu cristiano con la tradición clásica»2.

En Pavía y en la iglesia de Santa María in Portico de Roma se celebra la fiesta de San Severino Boecio. Podría pensarse que la confirmación de su culto, llevada a cabo por León XIII en 1883, zanjó definitivamente los problemas de la religión de Boecio. Pero una confirmación de culto, aunque exija el mayor respeto, no es un acto en el que el Pontífice ejerce su infalibilidad. La confirmación del culto permite simplemente que se siga venerando a un personaje y no siempre va precedida de un examen a fondo de los problemas históricos relacionados con ese personaje.

1: E. K., en Harvard Studies in Classical Philology, vol. XI, pte. I
2: Christopher Dawson, en The Making of Europe, p. 51
Naturalmente, cualquier obra dedicada a la patrística o a la filosofía medieval trata el tema de Boecio, y la «cuestión boeciana», es decir, la de la fe de Boecio, que expone suscintamente el Butler. Puede leerse un resumen de su vida e introducción a sus obras, con amplia y actualizada bibliografía, en Patrología IV, de Quasten-Di Berardino, pág 251ss. En «A Filosofia na Edade Media», pág 159ss. E. Gilson traaza un cuadro de una época signada por Boecio y Gregorio Magno (hay también edición castellana). También el Diccionario de Filosofía de Ferrater-Mora (s.v. Boecio) tiene un interesante resumen, con amplio catálogo bibliográfico.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI




San Juan de Siracusa

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En Siracusa, ciudad de Sicilia, san Juan, obispo, de quien el papa san Gregorio I Magno alabó las costumbres, la justicia, la sabiduría, el modo de aconsejar y el cuidado de los bienes de la Iglesia.


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