San Pelagio (o Pelayo), mártir, que a los trece años, por querer conservar su fe en Cristo y su castidad ante las costumbres deshonestas de Abd ar-Rahmán III, califa de los musulmanes, consumó en Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, su glorioso martirio, al ser despedazado con tenazas.
En Roma, conmemoración de los santos Juan y Pablo, a los que se dedicó una basílica en el monte Celio, en el Clivo de Scauro, en las propiedades del senador Pammaquio.
En Trento, en el territorio de Venecia, san Vigilio, obispo, que, habiendo recibido de san Ambrosio de Milán las insignias de su cometido y una instrucción pastoral, se esforzó por consolidar en su región la tarea de evangelización y por extirpar a fondo lo que quedaba de idolatría. Se asegura que consumó su martirio por el nombre de Cristo, golpeado a muerte por hombres crueles.
En Nola, de la Campania, san Deodato, obispo, sucesor de san Paulino.
En la región de Poitiers, en Aquitania, san Majencio, abad, insigne por su virtud.
En Tesalónica, de Macedonia, san David, eremita, que pasó casi ochenta años recluido en una pequeña celda, fuera de los muros de la ciudad.
Cerca de Valenciennes, en Austrasia, santos Salvio, obispo, y su discípulo, que llegaron a esta región procedentes de Auvernia, y fueron asesinados bajo Winegardo, señor del lugar.
En Gubbio, lugar de Umbría, san Radulfo, obispo, que se dedicó sin descanso a la predicación y distribuyó con gran prodigalidad entre los pobres todo cuanto pudo sustraer de sus expensas domésticas.
En Belley, en Saboya, actual Francia, san Antelmo, obispo, monje de la Gran Cartuja, que restauró los edificios destruidos por una gran nevada. Elegido después prior, convocó el Capítulo general, y designado más tarde obispo, se distinguió por su aplicación firme y decidida en la corrección de los clérigos y en la reforma de las costumbres.
En una nave anclada ante el puerto de Rochefort, en Francia, beato Raimundo Petiniaud de Jourgnac, presbítero y mártir, arcediano de Limoges, que en tiempo de la Revolución Francesa, por ser sacerdote, fue encarcelado en condiciones atroces y, víctima de las enfermedades, consumó su martirio.
En Cambrai, de nuevo en Francia, beatas Magdalena Fontaine, Francisca Lanel, Teresa Fantou y Juana Gérard, vírgenes y mártires, de la Compañía de Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, que durante la Revolución Francesa fueron condenadas a muerte y conducidas al suplicio coronadas a modo de burla con el Rosario.
En el territorio de Qianshengzhuang, cerca de la ciudad de Liushuitao, en la provincia de Hebei, en China, san José Ma Taishun, mártir, el cual, siendo médico y catequista, pese a que durante la persecución llevada a cabo por la secta de los Yihetuan todos los miembros de su familia renegaron de la fe, él prefirió dar testimonio de Cristo derramando su sangre.
En los alrededores de Guadalajara, en el estado de Jalisco, en México, san José María Robles Hurtado, presbítero y mártir, que, durante la persecución contra la Iglesia en tiempo de la Revolución Mexicana, fue colgado de un árbol.
En Treviso, en Italia, beato Andrés Jacinto Longhin, obispo, que, en las dificultades de la guerra, acudió generoso a las necesidades de los prófugos y cautivos, y en medio de la agitación de su tiempo, con singular solicitud defendió los derechos de los obreros, de los agricultores y de todos los necesitados.
En los bosques de Birok, cerca de Stradch, en la región de Lviv, en Ucrania, beatos Nicolás Konrad, presbítero, y Vladimiro Pryjma, que, bajo un régimen contrario a Dios, dieron testimonio de la esperanza en la resurrección de Cristo, sin ningún temor a la muerte.
En la aldea de Sykhiv, también en la región de Lviv, en Ucrania, beato Andrés Iscak, presbítero y mártir, que en la misma persecución fue fusilado por su fe en Cristo.
En Beirut, en el Líbano, beato Santiago Ghazir Haddad, presbítero y fundador.
En Roma, san Josemaría Escrivá de Balaguer, presbítero, fundador del Opus Dei y de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.
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