San Cirilo, obispo y doctor de la Iglesia, que, elegido para ocupar la sede de Alejandría de Egipto, mostró singular solicitud por la integridad de la fe católica, y en el Concilio de Éfeso defendió el dogma de la unidad y unicidad de las personas en Cristo y de la divina maternidad de la Virgen María.
En Cartago, santa Gudena, mártir, la cual, por orden del prefecto Rufino, fue sometida por cuatro veces al suplicio del potro, lacerada con garfios, vejada en una sórdida cárcel y finalmente degollada.
En Córdoba, en la provincia hispánica de Bética, san Zoilo, mártir.
En Constantinopla, san Sansón, presbítero, que, refugio de los pobres, logró que edificase un hospital el emperador Justiniano, a quien había curado de una enfermedad.
En Chinon, en la Galia Turonense, san Juan, presbítero, nacido en Bretaña, que por el amor de Dios se escondía de la mirada de los hombres, recluido en una pequeña celda construida junto a la iglesia del lugar.
En Milán, de Lombardía, san Arialdo, diácono y mártir, que combatió esforzadamente las deplorables costumbres del clero simoníaco y depravado, y, por su celo en favor de la casa de Dios, fue asesinado cruelmente por dos clérigos tras atroces sufrimientos.
En Corneto, cerca de Bovino, en la Apulia, beato Bienvenido de Gubbio, religioso de la Orden de los Hermanos Menores, que se conformó con la vida de Cristo pobre por su humilde servicio a los enfermos.
En la ciudad de Nam Dinh, en Tonkín, santo Tomás Toán, mártir, el cual, siendo catequista y responsable de la misión de Trung Linh, en tiempo del emperador Minh Mang sufrió, por su fe en Cristo, nuevos y terribles suplicios en la cárcel, hasta que falleció de hambre y sed.
En el cantón de Friburgo, en Suiza, beata Margarita Bays, virgen, la cual, ejerciendo en familia el trabajo de modista, se esforzó en atender las múltiples necesidades del prójimo sin abandonar nunca la vida de oración.
En Moulins, en Francia, beata Luisa Teresa Montaignac de Chauvance, virgen, que fundó la Congregación de Oblatas del Sagrado Corazón de Jesús.
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