Carnaval: celebrar la alegría de vivir
2019-03-02
Brasil está viviendo una de
las fases más tristes e incluso macabras de su historia. Se ha desenmascarado
la lógica de la corrupción, presente en toda nuestra historia, como parte de un
Estado patrimonialista (colonialista, esclavista, elitista y anti-popular) y
secuestrado durante siglos por las oligarquías del ser, del tener, del saber,
del dominar y del manipular a la opinión pública. Durante todo este tiempo ha
habido corrupción y no sólo, como se ha atribuido en los últimos años casi
exclusivamente al PT (es verdad que sus cúpulas fueron contaminadas),
convertido en chivo expiatorio para ocultar la corrupción de los privilegiados
de siempre.
Ha
surgido un nuevo “Collor” (“caza a los marajás”), el “mito” (Jair Bolsonaro)
que iba a exterminar la corrupción. Fueron suficientes 50 días de mandato para
identificar la corrupción también en sus propias huestes, hasta en su familia.
Muchos creyeron ingenuamente en la profusión de fake news y eslóganes de
sesgo nazi: “Brasil por encima de todo” (Deutchland über alles) y “Dios
por encima de todos”. ¿Qué Dios? ¿Aquel de los neopentecostales que promueve la
prosperidad material pero es sordo a la nefasta injusticia social y que da
mucho dinero a sus pastores, verdaderos lobos trasquilando a sus ovejas? No es
el Dios del Jesús pobre y amigo de los pobres, de quien decía Fernando Pessoa
“que no entendía nada de contabilidad y que no consta que tuviese biblioteca”.
Era un pobre que deambulaba por todos los lugares anunciando “una gran alegría
para todo el pueblo”,· como relatan los evangelios.
Dentro
de este cuadro siniestro se festeja el carnaval. No podría ser de otro modo,
pues es uno de los puntos álgidos de la vida de millones de brasileños. La
fiesta hace olvidar las decepciones y da espacio a las muchas rabias ahogadas
en la garganta (como los miles que gritaban indecentemente São Paulo: 'B. vete
a tomar por...'). La fiesta, por un momento, suspende la terrible cotidianidad
y el tiempo tedioso de los relojes. Es como si, durante un lapso de tiempo,
participáramos de la eternidad, pues en la fiesta el tiempo de los relojes
queda en suspenso. Pertenece a la fiesta el exceso, la ruptura de las normas
convencionales y de las formalidades sociales. Lógicamente, todo lo que está
sano puede enfermar, como el carácter orgiástico de algunas expresiones
carnavalescas. Pero esta no es la característica del carnaval.
La
fiesta es un fenómeno de riqueza. Aquí riqueza no significa tener dinero. La
riqueza de la fiesta es la riqueza de la razón cordial, de la alegría, de
mostrar un sueño de fraternidad ilimitada, gente de la favela con gente de la
ciudad organizada, todos disfrazados: niños, jóvenes, adultos, hombres y
mujeres y ancianos bailando, cantando, comiendo y bebiendo juntos. La fiesta es
la manifestación de que podemos estar alegres y felices incluso dentro de
desgracias colectivas.
Pensándolo
bien, la alegría del carnaval es una expresión de amor que es más que empatía.
Quien no ama nada o a nadie, no puede alegrarse, aunque suspire por ello
de forma angustiada. Un teólogo de la Iglesia Ortodoxa, del siglo V de la era
cristiana, San Juan Crisóstomo (de quien el Cardenal Paulo Evaristo Arns era
lector y gran entusiasta) lo escribió bien: ubi caritas gaudet, ibi est
festivitas: “Donde el amor se alegra, ahí se encuentra la fiesta”.
Ahora
un poco de reflexión. El tema de la fiesta se presenta como un fenómeno que ha
desafiado a grandes nombres del pensamiento como R. Caillois, J. Pieper, H.
Cox, J. Moltmann y el propio F. Nietzsche. Es que la fiesta revela lo que hay
aún de infantil y mítico en nosotros en medio de la madurez y del predominio de
la fría razón instrumental-analítica que rige nuestras sociedades.
La
fiesta reconcilia todas las cosas y nos devuelve la nostalgia del paraíso de
las delicias, que nunca se perdió totalmente. Platón decía con razón: “los
dioses hicieron las fiestas para que pudiésemos respirar un poco”. La fiesta no
es sólo un día que hicieron los hombres sino también “un día que hizo el
Señor”, como dice el Salmo 117,24. Efectivamente, si la vida es un camino
difícil, necesitamos a veces, parar para respirar y, renovados, seguir adelante
con alegría en el corazón. ¿De dónde brota la alegría de la fiesta? Fue
Nietszche quien encontró su mejor formulación: “para alegrarse de alguna cosa
hay que dar la bienvenida a todas las cosas”. Por lo tanto, para poder festejar
de verdad necesitamos afirmar positividad de todas las cosas. “Si podemos decir
«sí» a un solo momento entonces habremos dicho «sí» no sólo a nosotros mismos
sino a la totalidad de la existencia” (Der Wille zur Macht, libro IV: Zucht
und Züchtigung, n.102).
Este
«sí» subyace a nuestras decisiones cotidianas, en nuestro trabajo, en la
preocupación por la familia, por el empleo amenazado por las nuevas leyes
regresivas del actual gobierno, en la convivencia con amigos y colegas. La
fiesta es un “tiempo fuerte” en el que el sentido secreto de la vida es vivido
incluso inconscientemente. De la fiesta salimos más fuertes para enfrentar las
exigencias de la vida, para la mayoría llena de lucha siempre y sobrellevada a
duras penas.
Tenemos
buenas razones para festejar en este carnaval de 2019. Olvidemos por un momento
los sinsabores de un gobierno sin rumbo todavía, con ministros que nos
avergüenzan y con políticos que representan más a los grupos que los eligieron
que los verdaderos intereses del pueblo. A pesar de todo esto, debe predominar
la alegría.
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