Leyente consciente...
Muy buena hora en la que te
dispones a leer esta presentación de los comentarios del Evangelio para el
tercer domingo de la Cuaresma de este año dosmildiecinueve. Sabes que te llegan
dos comentarios. El primero es el correspondiente al texto oficial que se nos
lee en la liturgia de este domingo. Y el otro comentario corresponde al texto
del Evangelio de Mateo que voy meditando contigo de manera ordenada y seguida.
Pero en esta hora me nacen de
dentro otras referencias. Este domingo de marzo será el día 24. Justo justo
nueve meses antes de la Nochebuena. La noche del nacimiento que conmemoraremos.
Jesús de Nazaret concebido y, nueve meses después, nacido. Un nuevo ser humano
en este mundo. Llegó como todos llegamos. Se encarnó como nos encarnamos todos
los humanos. Todos, sin excepción.
Nació, vivió y murió. Y de
ello se habla en las historias de los humanos que le recordamos, desde sus
seguidores, sus familiares, los Evangelistas (oficiales y los menos
oficiales)... ¿Quién se atreve a hacer un cálculo estimativo del número de
mujeres y de hombres, creyentes todos, simpatizantes, conocedores y hasta
curiosos y de enemigos a lo largo de los veinte siglos más uno que llevamos de
memoria resucitadora?
Creo que este día 24 de marzo
me quedaré colgado de este hilo del nacer y del vivir de toda persona, porque
entiendo que no existe nada que tenga más valor y sentido que una
persona.
Y cuando escribo esto,
recuerdo que hace cuarenta años, menos uno, caía un hombre asesinado mientras
el día 24 de marzo amanecía. Para todas aquellas gentes (porque no fue obra de
uno solo) que participaron en aquel asesinato no era cierto que 'no existe nada
que tenga más valor y sentido que una persona'.
Hay muchas gentes, en muchos
ámbitos, para quienes no es cierto que 'no existe nada que tenga más valor y
sentido que una persona'.
Lo repetiré una vez más:
"No existe nada que tenga más valor y sentido que una persona". Una
persona. Sea quien sea.
En este 24 de marzo me
quedaré con el hilo de la concepción y el nacimiento de una persona llamada
Jesús de Nazaret, que acabó su vida aquí crucificado públicamente y fuera de
las murallas de la ciudad de Jerusalén. Y me quedaré también con el hilo del
asesinato de una persona llamada y apellidada Óscar Arnulfo Romero y Galdámez.
Ellos me susurran a gritos que "no
existe nada que tenga más valor y sentido que una persona".
A continuación puedes leer
aquí los dos comentarios.
Domingo
3º de Cuaresma Ciclo C (24.03.2019): Lucas 13,1-9
¿Todo Templo es una higuera seca? Medito... y lo escribo
CONTIGO,
Desde el capítulo
noveno del Evangelio de Lucas, del pasado domingo, hasta este capítulo decimotercero,
de la tercera semana de Cuaresma, hay un salto de texto que es casi imposible
de amortiguar en el aterrizaje. De la transfiguración en un monte se nos
propone contemplar la entrevista de unos, que así les llamo ahora, periodistas
con el Jesús del que nos habla Lucas en 13,1-9. Esta entrevista que
se nos leerá está fuera de todo contexto. ¡Qué inmenso peligro!
“En aquel
momento...” (13,1),
escribe Lucas para iniciar el relato del nuevo acontecimiento que vive su Jesús
de Nazaret mientras recorre con los suyos el camino hacia Jerusalén que ha
iniciado en Galilea, según podemos leer en 9,51, en 9,57 y en 10,38: “...
llegaron unos a contarle a Jesús lo de aquellos galileos a
quienes Pilato había ordenado matar”. Ningún otro Evangelista recuerda este
suceso en la vida de Jesús. Y este Lucas se había informado (1,1-5).
¿Quiénes son estos
‘unos’?, me pregunto. Y, ¿por qué se acercan a Jesús? ¿Desean tentarlo?
¿Acusarlo? ¿Ansían saber qué piensa? En la sabiduría de las gentes de mi tierra
hay un dicho que viene a sintetizar las intenciones del narrador del suceso:
Aquellos ‘unos’ fueron por lana y regresaron trasquilados. Creo
que los tales ‘unos’ eran periodistas de la oficialidad religiosa, espiritual y
pastoral del Templo de Jerusalén y de su sagrado Sacerdocio.
Estos periodistas
de ‘ideología nacionalista religiosa judía’ creen que tanto los galileos
asesinados, como Pilato el profanador del altar del Templo de Yavé Dios y como
también las dieciocho personas aplastadas por la caída de la Torre de Siloé
fueron merecedores de tales castigos por haber sido pecadores, según el credo,
el dogma y la tradición de la Ley de Moisés.
Lo que ha sucedido
es un par de muy lamentables e irreparables desgracias humanas. Pero lo que sí
tiene enmienda es la manera de pensar, de creer, de sentir, de relacionarse y
de convivir. Y es urgente cambiar estos adentros de cada uno. Y nadie es
responsable de tal cambio, sino uno mismo. Porque es ahí y así como se siembra
y se arraiga la semilla del reino o reinado de Dios. Y es también ahí donde se
seca y acaba para siempre esa semilla (Lc 17,21).
La invitación de
este ‘entrevistado’ Jesús de Nazaret es tan concisa, tan clara y tan exigente
que no se la impone a nadie, sino que la cuenta en una parábola espléndida,
abierta y definitiva: “Si no os convertís, pereceréis también. Y les
propuso esta parábola: un hombre plantó una higuera en su viña” (13,5-6).
¡Me digo que este hombre es Salomón, el del Templo!
Esta parábola está
muy estrechamente relacionada con la parábola de la viña que cuenta este
mismo Evangelista en los diálogos de su Jesús con las autoridades del Templo
(ver Lucas 2,41-52 y sobre todo en 20,1-19). Y también conviene leerse, para
estar bien documentado, Marcos 12,1-12 y Mateo 21,23-32.
Después de una
atenta lectura crítica, ¿no puede concluirse que la viña de esta parábola de parábolas
es el pueblo judío y la higuera en medio de la viña es el Templo de Jerusalén
con su sacerdocio y sus religiosas tradiciones populares? Sí, de aquel Templo
y ¡también de los otros!
Carmelo Bueno Heras
Domingo 17º de Mateo (24.03.2019): Mateo 11,1-19
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los
demás” (Mateo
7,12)
Copio aquí el
versículo primero de una larga narración de las actividades que el Evangelista
Mateo atribuye a su Jesús de Nazaret:“Cuando Jesús acabó de dar
instrucciones a sus doce discípulos, se fue a enseñar y a proclamar el mensaje
en los pueblos de la región” (Mt 11,1). ¿Qué ha hecho este Jesús de
Mateo hasta ahora? Enseñar y proclamar, según ya he leído desde 4,23 hasta 9,35
donde me he encontrado con ‘los dichos y los hechos’ de este hombre.
Sin embargo, lo que
encuentro ‘novedoso’ en ese frontispicio narrativo de Mateo es esta matización: “En
los pueblos de la región”. Y esta región de la que se habla es Galilea, la
región del norte y la más alejada de la capital, Jerusalén, y de su Templo.
Creo que ésta es la razón por la que tantos estudiosos de Jesús y de su vida
entre nosotros dicen que fue ‘un profeta ambulante’. Y que a mí me encanta
llamarlo, por ser un dato tan humanísimo, laico y galileo.
¿Qué enseñaba y
proclamaba este hombre en los poblados de su región de Galilea? Para saberlo,
tendré que esperar un poco y seguir leyendo, porque a quien recuerda ahora el
narrador Mateo es a Juan el bautizador que perdonaba pecados tal como ya contó
en el pasado capítulo tercero completo. Por tercera vez volverá este
Evangelista a escribir de ambos personajes cuando su Jesús de Nazaret
llegue a Jerusalén, según leeremos en todo el capítulo vigésimo primero
completo.
Este Juan el
Bautista y Jesús de Nazaret se presentan como dos judíos inolvidables. Con Juan
se va acabando la presencia de aquel viejo Israel que parece ser que fue
inaugurado con Moisés. Con Jesús está despertando una manera de ser y de vivir
como judío en todos sus aspectos: “Vino Juan que no comía ni bebía y
decían de él que estaba endemoniado. Y viene ahora este hombre llamado Jesús
que come y bebe y dicen de él que es un comilón y un borracho, amigo de
recaudadores de impuestos y de pecadores” (11,18-19).
Al Evangelista
Lucas le debió de parecer luminosa esta manera de escribir sobre Jesús y se la
apropió. Basta leerse el capítulo decimoquinto de su Evangelio para caer en la
cuenta de este dato y valorar en toda su dimensión lo que aquí cuenta Mateo y
lo que cuenta Lucas cuando nos regala el tesoro de aquellas tres parábolas que
se suelen llamar de ‘la misericordia’. Ellas son una revolucionaria declaración
social, política y religiosa en toda su extensión.
En este Mateo
11,1-19,
el narrador se atrevió a poner en boca de su Jesús una alabanza agradecida de
este Juan que perdonaba pecados en Israel. Esta tarea sólo podía realizarse, en
exclusiva, en el templo y por medio de sus clérigos sacerdotes y a través de la
ofrenda de sacrificios. Jesús está alabando aquí la tarea blasfema y herética
de un judío a quien se atreve a calificarlo de ‘profeta’. Tan profeta como el
gran Isaías (de quien se cita su texto de 35,5-6) o como el último de ellos,
Malaquías (de quien se cita su texto de 3,1).
Esta unidad
narrativa que Mateo dedica a ensalzar a dos judíos heréticos y blasfemos, según
la Ley del Israel de Moisés, acaba con una afirmación tan nítida como
definitiva: En las obras de Juan y de Jesús se ha encarnado la
sabiduría (Mt 11,19). Además de profetas, fueron sabios.
Carmelo Bueno Heras
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