Podríamos seguir hablando,
inolvidable Leyente, del BALANCE, o del Año Nuevo, o de las Cabalgatas de los
Magos y de las Magas... O, incluso, del Gobierno... Pero ya que el río pasa por
aquí cerquita, hablaré del agua. El agua del bautismo, claro.
Algún día podré hablar de
otras aguas. Hoy me pido hablar del agua del bautismo. Es decir, del
bautismo o del Bautismo.
No tengo ni idea aproximada
de cómo van las estadísticas de los bautismos desde el año 1919, por ejemplo,
hasta este año 2020, tan guapo. No me interesan los números, sino los
contenidos.
Tampoco sé muy bien qué se
piensa a tu alrededor, inolvidable Leyente, de este tema del Bautismo.
Seguramente que este asunto ocupará el puesto nonagésimo noveno en los
intereses del pueblo, por poner algo aproximado. Puesto que interesa tan poco,
a ver si con estas líneas se revaloriza y avanzamos en el ranking del
empoderamiento o de la excelencia. ¡Qué palabras tan empingorotadas!
Suelen decir los críticos más
rigurosos en los estudios de los Evangelios que Jesús de Nazaret nunca
institucionalizó un Bautismo y, menos aún, un sacramento del Bautismo para
perdonar un pecado original inexistente ni para abrirse la puerta de entrada en
una institución posterior que se llamó ‘iglesia’. Es muy posible que los críticos
y más yo mismo estemos muy equivocados. Pero lo dejo escrito para que cada cual
se lo medite más de una vez en esta semana.
En los Evangelios se habla de
un judío llamado Juan el Bautista, porque bautizaba. Y lo hacía con agua, la
del río Jordán. Y lo hacía así y allí para perdonar los pecados de las gentes
de la religión judía que no deseaban gastarse sus dineros para comprar
sacrificios para el Templo de Jerusalén y de sus Sacerdotes. Juan bautizaba y
perdonaba pecados gratis.
En los Evangelios se habla de
otro judío, galileo y laico, llamado Jesús de Nazaret que fue a ver a Juan y se
bautizó con el bautismo de Juan. No sabemos si Jesús necesitaba perdón de algún
pecado y bautismo. Sabemos que se bautizó. Y sabemos también que él no se dedicó
a bautizar para perdonar pecados como Juan. Jesús perdonaba pecados sin
bautismos...
¿Por qué, pues, apareció el
bautismo y apareció como un sacramento? Porque después de Jesús apareció la
iglesia y comenzó pronto a bautizar para separar a los que entraban de los que
no entraban en la iglesia. Y, tal vez, por asegurar pronto la pertenencia a esa
iglesia se comenzó a bautizar a los niños y se justificaba diciendo que así se
les perdonaba un tremendo pecado original con el que morían todas las personas
que no se bautizaban. Y según este bautismo se ordenaba también la vida no sólo
del más acá, sino lo que era peor, también en el más allá eternamente
definitivo.
Y por ahora ya no me alargo
más. Otro día continuaré, porque este asunto tiene un larguísimo recorrido. Por
ahora me quiero quedar con esto que comparto: Como Jesús fue a bautizarse con
Juan siendo ya de unos treinta años, sería deseable empezar por bautizarse
siendo ya un adulto, libre y responsable. Es decir, nunca antes de los
dieciocho años. Y a ser posible bastante más tarde. Para comenzar la reforma ya
es bastante con este primer paso... Continuará.
Tienes
los comentarios aquí mismo. También en el archivo adjunto.
Hasta
dentro de unos días...
Domingo del Bautismo del Señor
(12.01.2020): Mateo 3,13-17
Bautizarse es decidir ser humano. Lo medito y lo escribo CONTIGO,
Después de celebrar
la fiesta de Reyes, la Iglesia nos propone la celebración y recuerdo del
acontecimiento del Bautismo de Jesús de Nazaret. Es decir, debemos saber todos
que Jesús se bautizó y debemos ser conscientes de qué significa ser o estar
bautizado. Quiero decir de entrada que con la institucionalización del
‘Bautismo de niños’ se perdió para siempre el mensaje evangélico a propósito
del bautismo de Jesús. El sacramento se comió al evangelio.
En este domingo
segundo del nuevo año 2020 tengo una vez más la oportunidad de mirar y escuchar
al Evangelio para seguir olvidando lo que se me fue pegando en los adentros
sobre el sacramento. Todavía siguen mis oídos sorprendiéndose de que en la
Iglesia vaticana que se dice de Jesús se afirme sin rubor alguno que por el
sacramento del bautismo se empieza a ser hijo de Dios. Si alguno se atreve a
contradecirme, que preste atención en el próximo funeral.
Los datos de los
cuatro Evangelios sobre el Bautismo de Jesús son muy claros. La idea de
bautizar nació con la decisión de un judío llamado Juan que se atrevió a
perdonar los pecados de los hombres y mujeres de Israel como lo hacían los
sacerdotes en el templo de Jerusalén por medio de la ofrenda a Yavé Dios de
sacrificios regulados por la Ley de Moisés o de su interpretación por medio de
los Maestros (rabinos) de esa misma Ley. Aquel judío llamado Juan perdonaba los
pecados por medio de un bautismo en el río Jordán y sin necesidad alguna de
ofrendas o sacrificios. Las autoridades religiosas del Templo y de Israel
condenaron a Juan.
Sin embargo, otro
judío como Jesús de Nazaret de Galilea fue a ver y a conocer el actuar de este
Juan que llegó a llamarse ‘el Bautista o el Bautizador’. Jesús comprendió y
aceptó esta manera de actuar y decidió bautizarse. Sólo el Evangelista Lucas
(3,21-23) nos dice que Jesús tenía, precisamente, unos treinta años cuando se
acercó a ser bautizado por Juan. Los demás Evangelista no precisan la edad del
bautismo de Jesús, pero en todos está clarito que Jesús de Nazaret bautizado
por Juan era un judío adulto, libre y responsable. Jesús decidió bautizarse.
Cada uno de los
cuatro Evangelistas cuenta a su modo el hecho del Bautismo de Jesús por Juan.
En cada uno de estos modos peculiares su narrador señala o subraya los aspectos
que le interesan de su Jesús de Nazaret.
Entre otras muchas
más cuestiones, me gustaría ahora subrayar un aspecto que los tres Evangelios
Sinópticos (Mt 3,16; Mc 1,10 y Lc 3,21) nos comentan. Se trata de un dato que
no es histórico, sino simbólico y teológico. Con esto no estoy diciendo que
este dato sea una mentira, sino que hay que aplicarse con atención a descubrir
la verdad que se nos desea compartir. Este dato es ‘el rompimiento de los
cielos por donde aparece una paloma y desde donde se oye una voz’. Esto parece
suceder únicamente porque los cielos estaban cerrados.
En esos cielos cerrados
habitaban los dioses que los humanos nos hemos ido creando a nuestra imagen y
semejanza. Al abrirse esos cielos los dioses pudieron compartir sus vidas con
los humanos. Y se rompieron las distancias y ya sólo hubo una casa para todos.
La casa común de este mundo y de esta vida. Con este Jesús abridor de los
cielos aprendemos a ser humanos.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 7º de ‘Los Hechos de los
Apóstoles’ (12.01.2020): Hch 6,1-15
“Ellos sí escucharán” (Hechos 28,28-29)
Nos había advertido
el narrador de este Libro de los Hechos de los Apóstoles que el grupo de los
seguidores de Jesús se convirtió muy pronto de doce en ciento veinte (1,15) y
poco tiempo después en tres mil (2,41). Parece ser que la evangelización de los
Doce daba pronto sus frutos. Pero también, nos lo cuenta con precisión el
Evangelista, comenzaron sin saberse muy bien cómo los problemas internos. No es
extraño que esto suceda en un colectivo tan extenso. ¿No fue corrupción
consciente de valores lo que se nos ha contado en 5,1-11?
Esta realidad es la
que se me dibuja al comenzar la lectura del capítulo sexto: “Al crecer
el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de
lengua hebrea” (6,1). ¿Era un problema de lengua? ¿Era un enfrentamiento
de razas? ¿No había solucionado ya estos asuntos de las lenguas y las razas la
venida y presencia del Espíritu Santo (Hch 2,1-12)?
Este capítulo sexto
de los Hechos conviene leérselo completo muchas veces y atreverse a guardarlo
fresco y activo en las neuronas evangélicas de la memoria: Hechos
6,1-15. Enseguida se apreciarán bien inter-relacionados los dos apartados
de este breve relato.
En los versos
6,1-7 se
nos presenta el problema que los Doce no fueron capaces de ‘ver, ni de
comprender, ni de solucionar’. Parece que decidieron nombrar ‘una comisión que
estudiara y solucionara al asunto’. ‘Los Doce’ se quedaron tan a gusto con solo
seguir atendiendo a ‘su’ ‘peculiar pastoral de la palabra’. En cambio los demás
seguidores, representados en ‘Los Siete’, se dedicaron a la atención diaria de
las personas más abandonadas y necesitadas que eran las viudas. Sobre todo, las
viudas procedentes de la migración griega y extranjera.
Nada sabíamos de
esta realidad de los seguidores de Jesús que aquí recibe el nombre de ‘Los
Siete’. Llamo la atención sobre este grupo porque a partir de ahora la memoria
de Jesús de Nazaret estará más viva y activa en éstos que en los Doce. ¿Por qué
la tradición de la Iglesia recordó siempre la referencia a los DOCE y dejó
olvidados en el silencio a estos ‘SIETE’?
En los versos
6,8-15 se
nos presenta la tarea evangelizadora, en hechos y dichos, de los SIETE y en
particular de ‘su cabeza y palabra visible’ que tenía por nombre ESTEBAN. Nada
se sabe de su procedencia que, tal vez, le interesó poco o nada al narrador. Me
guardo para mi alimento esta información: “Esteban, lleno de talento y
talante, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo... Unas
cuantas personas de la Sinagoga... aseguraban haberle oído palabras
blasfemas contra Moisés... Alborotaron al pueblo... y afirmaban que este
individuo no paraba de hablar contra el Templo y la Ley”.
Esteban realizaba
signos y denunciaba la autoridad de la Ley, el Templo y su Sacerdocio. Este
actuar de Esteban desencadenó su caza y captura por parte de los partidarios de
la Sinagoga. ¿Por qué estos importante de la Sinagoga y del Templo no hicieron
otro tanto con Pedro y Los Doce? Cuando leo, escucho, medito y me callo voy
comprendiendo que aquel judaísmo del siglo primero que enmudeció al laico y
galileo Jesús de Nazaret hizo otro tanto con ‘otro Jesús de Nazaret’ llamado
Esteban, pero no sucedió así con Pedro o Santiago o el grupo de los DOCE.
Carmelo Bueno Heras
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