Solemnidad de la Epifanía del Señor
fecha: 6 de enero
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Solemnidad de la Epifanía del Señor, en la que se recuerdan tres
manifestaciones del gran Dios y Señor nuestro Jesucristo: en Belén, Jesús niño,
al ser adorado por los magos; en el Jordán, bautizado por Juan, al ser ungido
por el Espíritu Santo y llamado Hijo por Dios Padre; y en Caná de Galilea,
donde manifestó su gloria transformando el agua en vino en unas bodas.
refieren a este santo: Traslación de
los tres magos
Oración: Señor, tú que en este día revelaste
a tu Hijo unigénito a los pueblos gentiles, por medio de una estrella, concede
a los que ya te conocemos por la fe poder contemplar un día, cara a cara, la
hermosura infinita de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos
de los siglos. Amén (oración litúrgica).
La Epifanía, que en griego significa
«aparición» o «revelación», es una fiesta destinada a celebrar principalmente
la revelación de Jesucristo a los Magos o Sabios de Oriente, los cuales, por
inspiración particular del Todopoderoso, fueron a adorarle, poco después de su
nacimiento. Sin embargo el carácter litúrgico del día conmemora igualmente -y
así lo recoge el Martirologio Romano- otras dos manifestaciones del Señor: la
primera es la de su bautismo, en el que el Espíritu Santo descendió sobre Él en
forma de paloma, al mismo tiempo que una voz del cielo decía: «Este es mi Hijo
muy amado, en el que tengo mis complacencias»; la segunda es la revelación de
su poder, en el primero de sus signos: la transformación del agua en vino, en
Caná, donde manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él. Por todo esto
la festividad merece respeto y reverencia, especialmente por parte de nosotros
los gentiles, que en tal fecha fuimos llamados a la fe y adoración del
verdadero Dios, en la persona de los Magos.
Sin decirnos cuántos eran, la Biblia llama
«magos» o «sabios» a los gentiles que acudieron a Belén a rendir homenaje al
Redentor del mundo, obedeciendo al divino llamado. La opinión común, apoyada
por la autoridad de San León, Cesario, Beda y otros, sostiene que eran tres. En
todo caso, el número era reducido en comparación con el de aquellos que vieron
la estrella y no le prestaron atención; admiraron su brillo extraordinario y
permanecieron sordos a su mensaje; esclavizados por su egoísmo y sus pasiones,
endurecieron sus corazones al llamamiento del Señor. Decididos a seguir el
divino llamamiento, a pesar de todos los peligros, los Magos se informaron en
Jerusalén y fueron hasta la misma corte del rey Herodes preguntando: «¿Dónde ha
nacido el Rey de los Judíos?» De acuerdo con las profecías de Jacob y David,
toda la nación judía estaba en espera del Mesías. Como las profecías detallaban
las circunstancias de su nacimiento, los Magos supieron pronto, por las
informaciones del Sanhedrín o gran Consejo de los judíos, que el profeta
Miqueas había predicho, muchos siglos antes, que el Mesías nacería en Belén.
Los Magos se pusieron inmediatamente en
camino, a pesar del mal ejemplo que les daban los miembros del Sanhedrín, ya
que ningún escriba, ni sacerdote se mostró dispuesto a acompañarles a buscar y
rendir homenaje a su propio Rey. Para fortalecer su fe, Dios hizo brillar
nuevamente la estrella en cuanto salieron de Jerusalén, y ésta los guió hasta
el sitio en que se hallaba el Salvador que venían a adorar. Deteniéndose sobre
la cueva, la estrella parecía decirles: «Aquí encontraréis al Rey que os ha
nacido». Los Magos penetraron en el pobre albergue, más lleno de gloria que
todos los palacios del mundo, donde encontraron al Niño con su Madre.
Postrándose, le adoraron y le entregaron sus corazones. San León celebra la fe
y devoción de los Magos con estas palabras: «La estrella los llevó a adorar a
Jesús; pero no encontraron a éste venciendo a los demonios, o resucitando a los
muertos, o dando vista a los ciegos y voz a los mudos. Jesús no hacía milagros.
Estaba allí como un recién nacido, sin palabra y totalmente dependiente de su
Madre. Su poder estaba oculto y su único milagro era la humildad». Los Magos
ofrecieron a Jesús los más ricos productos de sus tierras: oro, incienso y
mirra. El oro, para manifestar que reconocían su dignidad real; el incienso,
como una confesión de su divinidad; la mirra, como símbolo de que se había
hecho hombre para redimir al mundo. Pero sus más ricos regalos fueron las
disposiciones en que se hallaban: su ardiente caridad, simbolizada en el oro;
su devoción, figurada por el incienso, y la total entrega, representada por la
mirra.
La más antigua mención de la celebración
de una fiesta cristiana el 6 de enero, parece ser la de los «Stromata» (1:21)
de Clemente de Alejandría, quien murió antes del año 216. Dicho autor afirma
que la secta de los Basilianos celebraba la conmemoración del Bautismo del
Señor con gran solemnidad, en fechas que parecen corresponder al 10 y al 6 de
enero. Esto tendría en sí mismo poca importancia, si no existieran abundantes
pruebas de que en los dos siglos siguientes, el 6 de enero se convirtió en una
festividad principal en la Iglesia de Oriente, y que tal festividad estaba
estrechamente relacionada con el Bautismo del Señor. En un documento conocido
con el nombre de «Cánones de Atanasio», cuyo texto pertenece básicamente a la
época de san Atanasio, digamos hacia el año 370, el autor nos dice que las tres
fiestas más importantes del año eran Pascua, Pentecostés y Epifanía. El mismo
documento prescribe a los obispos que reúnan a los pobres en las ocasiones
solemnes, particularmente «en la gran fiesta del Señor» (Pascua), en
Pentecostés, «cuando el Espíritu Santo descendió sobre su Iglesia», y en «la
fiesta de la Epifanía del Señor en el mes de Tubi, es decir, la fiesta de su
Bautismo» (canon 16). El canon 66 repite: «la fiesta de la Pascua, la fiesta de
Pentecostés y la fiesta de la Epifanía, que es el decimoprimero día del mes de
Tubi.»
Según las ideas del Oriente, la primera
manifestación del Salvador a los gentiles coincide con las divinas palabras:
«Este es mi Hijo muy amado, en el que tengo mis complacencias». Los Padres
griegos opinan que la Epifanía, llamada también por ellos «Teofanía»
(«Manifestación de Dios») e «Iluminación», se identificaba originalmente con la
escena del Jordán. En un sermón predicado en Antioquía, el año 386, san Juan
Crisóstomo se pregunta: «¿Por qué se llama Epifanía, no al día del nacimiento
del Señor sino al día de su Bautismo?» Y, después de discutir algunos detalles
de la observancia litúrgica, especialmente el agua bendita que los fieles
llevaban a sus casas y conservaban todo el año (el santo se inclina a pensar
que el hecho de que el agua no se corrompa es un milagro), responde a su propia
pregunta: «Llamamos Epifanía al día del Bautismo del Señor, porque al nacer no
se manifestó a todos, como lo hizo en el Bautismo. Hasta ese momento había
permanecido oculto al pueblo». También san Jerónimo, que vivía cerca de
Jerusalén, testifica que la única fiesta que se celebraba entonces allí era la
del 6 de enero, para conmemorar el nacimiento y el Bautismo de Jesús. A
continuación explica que la idea de «manifestación» no se aplica propiamente al
nacimiento, «porque Jesús permaneció entonces oculto y no se reveló», sino más
bien al Bautismo en el Jordán, «cuando el cielo se abrió sobre Cristo».
Fuera de Jerusalén, donde, según nos dice
Egeria (c. 395), cuyo testimonio concuerda con el de san Jerónimo, la fiesta de
la Navidad y la Epifanía se celebraban el mismo día (6 de enero). La costumbre
occidental de celebrar por separado la Navidad el 25 de diciembre se impuso en
el siglo IV, y se difundió rápidamente, desde Roma a todo el Oriente cristiano.
San Juan Crisóstomo nos informa que el 25 de diciembre fue celebrado por
primera vez en Antioquía, hacia el año 376. Constantinopla adoptó dicha fiesta,
dos o tres años más tarde, y san Gregorio de Nissa, en la oración fúnebre por
su hermano san Basilio, explica que la Capadocia adoptó la costumbre hacia la
misma época. Por otra parte, la festividad del 6 de enero, de origen oriental
indudablemente, se convirtió en fiesta de la Iglesia de Occidente, como una
especie de compensación, antes de la muerte de san Agustín. La encontramos
registrada por primera vez en Vienne, en la Galia. El historiador pagano Amiano
Marcelino, describiendo la visita del emperador Juliano a las iglesias, habla
de «la fiesta de enero que los cristianos llaman Epifanía». San Agustín acusa a
los donatistas de no haber adoptado, como los católicos, la nueva festividad de
la Epifanía. Alrededor del año 380 se celebraba ya dicha festividad en
Zaragoza, y en el año 400 era una de las fiestas en que estaban prohibidos los
juegos del circo.
Sin embargo, aunque el día de la
celebración era el mismo, el carácter de la fiesta de la Epifanía en Oriente y
Occidente era distinto. En Oriente, el motivo principal de la fiesta sigue
siendo hasta el día de hoy el Bautismo del Señor, y la gran bendición del agua
es uno de los ritos principales. En Occidente, por el contrario, se hace
hincapié en el viaje y la adoración de los magos. Así sucedía ya desde la
antigüedad, como lo demuestran los sermones de san Agustín y san León. Cierto
que el Bautismo del Señor y el milagro de Caná están incluidos también en la
fiesta; pero, aunque encontramos en san Paulino de Nola (principios del siglo
V), y un poco después en san Máximo de Turín, alusiones muy claras a estos dos
hechos en su interpretación de las solemnidades del día, hay que reconocer que
en la práctica la Iglesia de Occidente sólo celebra la revelación del Señor a
los gentiles, representados por los Magos.
Ver H. Leclercq, Dictionnaire
d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. V, pp. 197-201: Vacandard, Etudes
de critique et d´histoire religieuse, vol. III, pp. 1-56;
Hugo Kehrer, Die heiligen drei Könige (1908), vol. I, pp. 46-52 y 21-31;
Duchense, Christian Worship, pp. 257-265; Usener-Lietzmann, Religionsgeschichtlche
Untersuchungen, pt. I; Kellner, Heortology, pp. 166-173; G. Morin, en Revue
Bénédictine, vol. V (1888), pp. 257-264; F. C. Conybeare, en Rituale Armenorum, pp. 165-190;
especialmente Dom de Puniet, en Rasegna Gregoriana, vol. V (1906), pp. 497-514.
Ver también Riedel y Crum, The Canons of Athanasius, pp. 27, 131; Anécdota
Maredsolana, vol. III, pp. 396-397; Rasegna Gregoriana, vol. X (1911), pp.
51-58; y Migne, PG., vol. XLIX, p. 366 (Crisóstomo), y PL., vol. XXV, cc. 18-19
(Jerónimo), vol. XXXVIII, c. 1033 (Agustín).
Cuadros:
-Adoración de los Magos, panel central del tríptico, de Hieronymus Bosch, aprox. 1510, óleo sobre madera, 138 x 72 cm, Museo del Prado, Madrid.
-Las bodas de Caná, de Marten de Vos, de 1596, óleo sobre panel, 268 x 235 cm, Vrouwekathedraal, Amberes.
-Adoración de los Magos, panel central del tríptico, de Hieronymus Bosch, aprox. 1510, óleo sobre madera, 138 x 72 cm, Museo del Prado, Madrid.
-Las bodas de Caná, de Marten de Vos, de 1596, óleo sobre panel, 268 x 235 cm, Vrouwekathedraal, Amberes.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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