Memoria de san Basilio Magno y san Gregorio Nacianceno, obispos y doctores de la Iglesia. Basilio, obispo de Cesarea de Capadocia, apodado «Magno» por su doctrina y sabiduría, enseñó a los monjes la meditación de la Escritura, el trabajo en la obediencia y la caridad fraterna, ordenando su vida según las reglas que él mismo redactó. Con sus egregios escritos educó a los fieles y brilló por su trabajo pastoral en favor de los pobres y de los enfermos. Falleció el día uno de enero del año 379. Gregorio, amigo suyo, fue obispo de Sancina, en Constantinopla, y finalmente de Nacianzo. Defendió con vehemencia la divinidad del Verbo, y mereció por ello ser llamado «Teólogo». Murió el 25 de enero del año 390. La Iglesia se alegra de celebrar conjuntamente la memoria de tan grandes doctores.
En Roma, muerte de san Telesforo, papa, que, según recuerda san Ireneo, fue el séptimo sucesor de los apóstoles y sufrió un glorioso martirio.
En el territorio de Cori, a treinta miliarios de la ciudad de Roma, santos Argeo, Narciso y Marcelino, mártires.
En Marsella, ciudad de Provenza, en la Galia, san Teodoro, obispo, que, esforzándose en establecer la disciplina eclesiástica, fue objeto de persecución por parte de los reyes Childeberto y Guntramno, quienes le exiliaron por tres veces.
En el monasterio de Bobbio, en la región de la Emilia, san Bladulfo, presbítero y monje, discípulo de san Columbano.
En Milán, ciudad de Lombardía, san Juan Bueno, obispo, que restituyó a esta población la sede episcopal, anteriormente trasladada por causa de los lombardos a la ciudad de Génova. Por su fe y sus buenas costumbres fue grato a Dios y a los hombres.
En la región de Tulle, en Aquitania, san Vincenciano, eremita.
En Luimneach, ciudad de Hibernia, san Mainquino, celebrado como obispo.
En el monasterio de Corbie, en la Galia Ambianense, san Adalardo, abad, quien dispuso las cosas para que todos tuviesen lo necesario, de modo que nadie abundase en lo superfluo o pereciese por la miseria, y así dieran alabanza a Dios.
En Maurienne, en la Saboya, san Airaldo, obispo, que, tanto en la soledad de Portes como en la sede de Maurienne, supo conciliar la prudencia del pastor con la austeridad y las costumbres de los cartujos.
En Troina, en Sicilia, san Silvestre, abad, que vivió bajo la disciplina de los santos Padres de Oriente.
En Forlí, en la Emilia, beato Marcolino Amanni, presbítero de la Orden de Predicadores, que, en el silencio y la soledad, dedicó con gran sencillez toda su vida al servicio de los pobres y de los niños.
En Soncino, de la Lombardía, beata Estefanía Quinzani, virgen, de la Tercera Orden de Santo Domingo, dedicada enteramente a la contemplación de la Pasión del Señor y a la instrucción cristiana de las jóvenes.
En la ciudad de Angers, en Francia, beatos Guillermo Repin y Lorenzo Bâtard, presbíteros y mártires, que fueron guillotinados durante la Revolución Francesa por su fidelidad a la Iglesia.
En la ciudad de Lachine, en la provincia canadiense de Quebec, beata María Ana (María Stella) Soureau-Blondin, virgen, la cual, aunque analfabeta en su juventud, fundó la Congregación de las Hermanas de Santa Ana, para la educación de los hijos de los campesinos, y dio siempre muestras de un carisma extraordinario en favor de la enseñanza a los jóvenes.
En Novales (Cantabria), España, beatos Pedro (Jaime) Cortasa Monclús, Narciso (Baldomero) Arribas Arnáiz, Néstor Eugenio (Tesifonte) Ortega Villamudrio, Columbanus Paul (Henri) Oza Motinot, religiosos de los Hermanos Maristas, mártires de la persecución religiosa en época de la Guerra Civil.
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