Post-Covid 19:
¿una 'nueva'
normalidad, o la radicalización de lo anterior? (II)
2020-05-17
Hay muchos analistas que predicen que la post-pandemia
podría significar una radicalización extrema de la situación anterior, un
retorno al sistema de capital y al neoliberalismo, buscando dominar el mundo
con el uso de la vigilancia digital (big data) sobre cada persona del
planeta, algo que ya está en marcha en China y en Estados Unidos. Ahí
entraríamos en la era de las tinieblas, con el riesgo, sugerido por Raquel
Carson, de nuestra autodestrucción. De ahí la exigencia de una conversión
ecológica radical, cuya centralidad debe ser ocupada por la Tierra, por la Vida
y por la civilización humana: una Biocivilización.
No
debemos sin embargo subestimar la fuerza de la violencia sistémica. Sigmund
Freud, al contestar una carta de Albert Einstein de 1932 en la que le
preguntaba si era posible superar la violencia y la guerra, dejaba una aporía.
Respondió, considerando que no podía decir qué instinto podría prevalecer: si
el instinto de muerte (thánatos) o el instinto de vida (eros).
Están siempre en tensión y no podemos estar seguros de cuál triunfará al final.
Terminaba resignado: “Hambrientos, pensamos en el molino que muele, tan
lentamente, que podemos morir de hambre antes de recibir la harina”.
Hay
una opinión nada optimista de uno de los más grandes intelectuales
estadounidenses, crítico severo del sistema imperialista, Noam Chomsky, que
dice: «El coronavirus es suficientemente grave, pero vale la pena recordar que
se está acercando algo mucho más terrible; estamos corriendo hacia el desastre,
hacia algo mucho peor que cualquier otra cosa que haya sucedido en la historia
humana, y Trump y sus lacayos están al frente de esto, en la carrera hacia el
abismo. Hay dos amenazas inmensas que estamos encarando. Una es la
creciente amenaza de la guerra nuclear, exacerbada por la tensión de los
regímenes militares, y la otra, por supuesto, es el calentamiento global. Las
dos pueden resolverse, pero no hay mucho tiempo. El coronavirus es terrible, y
puede tener terribles consecuencias, pero será superado, mientras que las otras
amenazas no lo serán. Si no resolvemos esto, estaremos condenados».
Chomsky
ha afirmado que el presidente Trump está lo suficientemente demente como para
desatar una guerra nuclear, sin importarle lo que le pueda pasar a toda la
humanidad.
No
obstante esta visión dramática del prestigioso lingüista y pensador, nuestra
esperanza es que si la humanidad corriera un grave peligro de destruirse
realmente, prevalecerá el instinto de vida. Pero a condición de que hayamos
construido una forma diferente de habitar la Casa Común, sobre otras bases que
no sean ni las del pasado ni las del presente.
Algunas buenas lecciones de la pandemia de Covid-19
De
todos modos, el coronavirus nos ha mostrado que no somos “pequeños dioses” que
pretenden poder todo; que somos frágiles y limitados; que la acumulación de
bienes materiales no salva la vida; que la globalización financiera sola, en el
molde competitivo del capitalismo, impide crear, como proponen los chinos, “una
comunidad de destino común para toda la humanidad”; que tenemos que crear
un centro global y plural para gestionar los problemas mundiales; que la
cooperación y la solidaridad de todos con todos y no el individualismo, son los
valores centrales de una geo-sociedad.
Que
se deben reconocer y respetar los límites del sistema-Tierra, que no tolera un
proyecto de crecimiento ilimitado. Que debemos cuidar la naturaleza como nos
cuidamos a nosotros mismos, porque somos parte de ella y nos proporciona todos
los bienes y servicios necesarios para la vida. Que debemos buscar una economía
“circular”, que cumpla las famosas tres “erres” : reducir, reutilizar y
reciclar todo lo que ha entrado en el proceso de producción.
Que
la economía ha de ser de subsistencia digna y universal, y no de acumulación de
algunos a expensas de todos los demás y de la naturaleza; que este tipo de
economía de subsistencia disminuye las necesidades para dar lugar a la
sobriedad y reducir así en gran medida las desigualdades sociales; que el nuevo
orden económico no habría de regirse por las ganancias, sino por la
racionalidad económica con un sentido social y ecológico.
Que
sería altamente racional y humanitario crear una renta mínima universal. Que la
atención médica es un derecho humano universal (One World-One Health)
que no podemos desatander. Que es importante garantizar un Estado que regule el
mercado, que promueva el desarrollo necesario, y esté equipado para satisfacer
las demandas colectivas, ya sean de salud o desastres naturales.
Que
debemos incentivar el capital humano-espiritual, siempre ilimitado, basado en
el amor, la solidaridad, la búsqueda de la justa medida, la fraternidad, la
compasión, el sentir el encanto del mundo, y en la búsqueda incansable de la
paz.
Un mapa para rescatar la vida: la Carta de la Tierra
Estas
son, entre otras, algunas de las lecciones que podemos sacar del coronavirus.
Citando la Carta de la Tierra (UNESCO), uno de los documentos oficiales más
inspiradores para la transformación de nuestra forma de estar en el planeta
Tierra, «se necesitan cambios fundamentales en nuestros valores, instituciones
y formas de vida... Nuestros desafíos ambientales, económicos, políticos,
sociales y espirituales están interconectados y juntos podemos forjar
soluciones inclusivas» (Preámbulo c).
¿Qué visión del mundo y qué valores incluir?
Saber,
y tener conocimiento de los datos de la realidad, no es todavía hacer. ¿Qué nos
impulsa a actuar? ¿Qué visión del mundo y qué valores deberíamos incluir? Nos
orienta un texto importante de la parte final de la Carta de la Tierra, en cuya
redacción también participé.
Como
nunca antes en la historia, el destino común nos llama a buscar un nuevo
comienzo. Esto requiere un cambio de mentalidad y de corazón. Exige un nuevo
sentido de interdependencia global y de responsabilidad universal. Debemos
desarrollar y aplicar con imaginación la visión de un modo de vida sostenible a
nivel local, nacional, regional y mundial (El camino por delante).
Observemos
que no se trata sólo de mejorar el camino andado. Este nos llevará a las crisis
cíclicas que ya conocemos, y eventualmente al desastre. Se trata de “buscar
un nuevo comienzo”. Se nos reta a reconstruir la “Tierra, nuestro hogar,
que está viva, como una Comunidad de Vida única” (CT, Preámbulo a). Sería
engañoso cubrir las heridas de la Tierra con venditas, pensando que podemos
curarla. Tenemos que revitalizarla y rehacerla para que sea la Casa Común.
“Esto
requiere un cambio de mente”. Cambio de mente significa nueva mirada
sobre la Tierra, tal como la nueva cosmología y biología la presentan. La
Tierra es un momento del proceso evolutivo que tiene ya 13.700 millones de
años, y la Tierra 4.300 millones de años. Después del big bang, todos
los elementos físico-químicos se forjaron durante más de tres mil millones de
años en el corazón de las grandes estrellas rojas. Al explotar, lanzaron en
todas las direcciones estos elementos que formaron la galaxia, las estrellas
como el Sol, los planetas y la Tierra.
Está
viva, con una vida que irrumpió hace 3.800 millones de año. Un superorganismo
sistémico que se autoorganiza y se autocrea continuamente. En un momento
avanzado de su complejidad, hace unos 8-10 millones de años, una parte de ella
comenzó a sentir, pensar, amar y adorar. Surgió el ser humano, hombre y mujer.
Es la Tierra misma, consciente e inteligente ahora, por eso se llama homo,
hecho de humus.
Esta
cosmovisión cambia nuestra concepción de la Tierra. La ONU, el 22 de abril de
2009, la reconoció oficialmente como la Madre Tierra porque genera y nos da
todo. Por eso la Carta de la Tierra dice: “Respetar la Tierra y la vida en toda
su diversidad y cuidar de la comunidad de la vida con comprensión, compasión y
amor" (CT 1 y 2). La Tierra como suelo la podemos comprar y vender. A la
Madre, sin embargo, no la compramos ni vendemos; la amamos y la veneramos.
Tales actitudes deben ser transferidas a la Tierra, nuestra Madre. Esta es la
nueva mente que tenemos que hacer nuestra.
“Requiere
un cambio de corazón”. El corazón es la dimensión del sentimiento
profundo, de la sensibilidad, el amor, la compasión y los valores que guían
nuestra vida. Especialmente en el corazón se encuentra el cuidado, que es una
forma amistosa y afectuosa de relacionarse con la naturaleza y sus seres. Tiene
que ver con la razón sensible o cordial, con el cerebro límbico, que surgió
hace 220 millones de años cuando los mamíferos irrumpieron en la evolución.
Todos ellos, como el ser humano, tienen sentimientos, amor y cuidado a sus
crías. Eso es el pathos, la capacidad de afectar y ser afectado, la dimensión
más profunda del ser humano.
La
razón (el logos), la mente a la cual nos hemos referido anteriormente,
apareció hace sólo 8-10 millones de años con el cerebro neocortical y en la
forma avanzada como homo sapiens (el hombre actual) hace unos cien mil
años. Éste, en la modernidad, se ha expandido exponencialmente, dominando
nuestras sociedades y creando la tecnociencia, los grandes instrumentos de
dominación y transformación de la faz de la Tierra, creando inclusive una
máquina de muerte, con armas nucleares, y otras, que pueden acabar con la vida
humana y la de la naturaleza.
La
inflación de la razón, el racionalismo, ha creado una especie de lobotomía: el
ser humano tiene dificultad para sentir al otro y su sufrimiento. Necesitamos
completar la inteligencia racional, necesaria para resolver las necesidades de
supervivencia de nuestra vida, pero hay que completarla con inteligencia
emocional y sensible para que seamos más completos y asumamos con pasión la
defensa de la Tierra y de la Vida.
Necesitamos el corazón, para que nos lleve a escuchar tanto
el grito de la Tierra como el grito del pobre, y a forjar, como dice el Primer
Ministro chino Xi Jinping: “una sociedad moderadamente abastecida”, o como
decimos nosotros: una sociedad con un consumo sobrio, frugal y solidario.
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