Post-Covid 19: ¿qué virtudes asumir? (IV)
2020-05-22
Este modo de vida sostenible se traduce en prácticas
virtuosas que hacen real el modo sostenible de vivir. Son muchas las virtudes
para otro mundo posible. Seré breve, ya que publiqué tres volúmenes con este
mismo título "Virtudes para otro mundo posible" (Sal Terrae 2005-2006).
Enumero 10 sin detallar su contenido, lo que nos llevaría lejos.
La
primera es el cuidado esencial. Lo llamo esencial porque, según
una tradición filosófica que proviene de los romanos, cruzó los siglos y
adquirió su mejor forma con varios autores, especialmente en el núcleo central
de Ser y Tiempo de Heidegger. En él se considera el cuidado como la
esencia del ser humano. Es la condición previa para el conjunto de factores que
permiten el surgimiento de la Vida. Sin cuidado, la Vida nunca irrumpiría ni
podría sobrevivir. Algunos cosmólogos como Brian Swimme y Stephan Hawking
vieron el cuidado como la dinámica misma del universo. Si las cuatro energías
fundamentales no tuvieran el cuidado sutil de actuar sinérgicamente, no
tendríamos el mundo que tenemos. Todo ser vivo depende del cuidado. Si no
hubiésemos tenido el cuidado infinito de nuestras madres, no sabríamos cómo
salir de la cuna y buscar nuestro alimento, ya que somos seres biológicamente
carentes, sin ningún órgano especializado, necesitamos el cuidado de otros.
Todo lo que amamos también lo cuidamos, y todo lo que cuidamos, lo amamos. Con
respecto a la naturaleza significa una relación amistosa, no agresiva y
respetuosa de sus límites.
La
segunda virtud es el sentimiento de pertenencia a la Naturaleza, a la
Tierra y al Universo. Somos parte de un gran Todo que nos desborda por todos
los lados. Somos la parte consciente e inteligente de la naturaleza. Somos esa
parte de la Tierra que siente, piensa, ama y venera. Este sentimiento de
pertenencia nos llena de respeto, de asombro maravillado y de acogida.
La
tercera virtud es la solidaridad y la cooperación. Somos seres
sociales que no sólo viven, sino que conviven con otros. Sabemos por la
bioantropología que fue la solidaridad y la cooperación de nuestros antepasados
antropoides la que, al buscar alimentos y traerlos para el consumo colectivo,
les permitió dejar atrás la animalidad e inaugurar el mundo humano. Hoy, en el
caso del coronavirus, lo que nos está salvando es la solidaridad y la
cooperación de todos con todos. Esta solidaridad debe comenzar por los últimos
e invisibles, sin los cuales deja de ser inclusiva de todos.
La
cuarta virtud es la responsabilidad colectiva. Ya hemos expuesto su
significado más arriba. Es el momento de la conciencia en el que cada uno y
toda la sociedad se dan cuenta de los efectos buenos o malos de sus decisiones
y actos. Sería absolutamente irresponsable la deforestación descontrolada de la
Amazonia porque desequilibraría el régimen de lluvias de vastas regiones y
eliminaría la biodiversidad indispensable para el futuro de la vida. No
necesitamos referirnos a una guerra nuclear cuya letalidad eliminaría toda la
vida, especialmente la humana.
La
quinta virtud es la hospitalidad como deber y como derecho. El primero
en presentar la hospitalidad como un deber y un derecho fue Immanuel Kant en su
famoso texto "En vista de la paz perpetua" (1795). Entendía que la
Tierra es de todos, porque Dios no entregó propiedad de ninguna parte de ella a
nadie. Pertenece a todos sus habitantes, que pueden caminar por todas partes.
Cuando se encuentra a alguien, es el deber de todos ofrecer hospitalidad, como
signo de pertenencia común a la Tierra, y todos tenemos derecho a ser acogidos,
sin distinción alguna. Para Kant, la hospitalidad junto con el respeto de los
derechos humanos constituirían los pilares de una república mundial (Weltrepublik).
Este tema es de mucha actualidad, dado el número de refugiados y las muchas
discriminaciones de diferentes clases. Tal vez sea una de las virtudes más
urgentes en el proceso de planetización, aunque una de las menos vividas.
La
sexta virtud es la convivencia de todos con todos. La convivencia es un
hecho primario porque todos venimos de la convivencia que tuvieron nuestros
padres. Somos seres de relación, que es lo mismo que decir que no vivimos,
simplemente, sino que convivimos a lo largo del tiempo. Participamos de la vida
de los demás, de sus alegrías y angustias. Sin embargo es difícil para muchos
convivir con aquellos que son diferentes, ya sea de etnia, de religión, de
partido político. Lo importante es estar abiertos al intercambio. Lo diferente
siempre nos trae algo nuevo que nos enriquece o nos desafía. Lo que nunca
podemos hacer es convertir la diferencia en desigualdad. Podemos ser humanos de
muchas maneras diferentes, a la manera brasileña, italiana, japonesa, yanomami.
Cada manera es humana y tiene su dignidad. Hoy, a través de los medios de
comunicación cibernéticos, abrimos ventanas a todos los pueblos y culturas.
Saber convivir con estas diferencias abre nuevos horizontes y entramos en una
especie de comunión con todos. Esta convivencia implica también a la
naturaleza, convivir con los paisajes, con los bosques, con los pájaros y los
animales. No sólo para mirar el cielo estrellado, sino para entrar en comunión
con las estrellas, porque de ellas venimos, y formamos un gran Todo. En
definitiva, formamos una comunidad de destino común con toda la creación.
La
séptima virtud es el respeto incondicional. Cada ser, por pequeño que
sea, tiene valor en sí mismo, independientemente del uso humano. Albert
Schweitzer, gran médico suizo que fue a Gabón, África, para atender a los
hansenianos, desarrolló el tema en profundidad. Para él el respeto es la base
más importante de la ética, porque incluye la acogida, la solidaridad y el
amor. Debemos empezar por el respeto a nosotros mismos, manteniendo actitudes
dignas y formas que despierten el respeto de los demás. Es importante respetar
a todos los seres de la creación, porque ellos valen por sí mismos; existen o
viven y merecen existir o vivir. Es especialmente valioso el respeto ante toda
persona humana, pues es portadora de dignidad, de sacralidad y de derechos
inalienables, sin importar de dónde provenga. Debemos un respeto supremo a lo
sagrado y a Dios, el misterio íntimo de todas las cosas. Sólo ante Él podemos
arrodillarnos y venerar, pues sólo ante Ella cabe esta actitud.
La
octava virtud es la justicia social y la igualdad fundamental de
todos. Justicia es más que dar a cada uno lo que es suyo: entre los
humanos, la justicia es el amor y el mínimo respeto que debemos dedicar a los
demás. La justicia social es garantizar lo mínimo a todas las personas, no
crear privilegios, y respetar sus derechos en pie de igualdad, porque todos
somos humanos y merecemos ser tratados humanamente. La desigualdad social
significa injusticia social y, teológicamente, es una ofensa al Creador y a sus
hijos e hijas. Tal vez la mayor perversidad que existe hoy en día sea la que
deja a millones de personas en la miseria, condenadas a morir antes de tiempo.
En este tiempo de coronavirus, se ha demostrado la violencia de la desigualdad
social y la injusticia. Mientras algunos pueden vivir en cuarentena en casas o
apartamentos adecuados, la gran mayoría de los pobres están expuestos a la
contaminación y a menudo a la muerte.
La
novena virtud es la búsqueda incansable de la paz. La paz es uno de los
bienes más ansiados, porque, por el tipo de sociedad que construimos, vivimos
en permanente competencia, con llamadas al consumo y a la exaltación de la
productividad. La paz no existe en sí misma; es la consecuencia de valores que
deben ser vividos previamente, los que dan como resultado esa paz. Una de las
formas más acertadas de comprender la paz nos viene de la Carta de la Tierra,
donde se dice: «La paz es la plenitud que resulta de las relaciones
correctas con uno mismo, con otras personas, con otras culturas, con otras
vidas, con la Tierra y con el Gran Todo del cual somos parte» (nº 16f). Como
se puede ver, la paz es la consecuencia de relaciones adecuadas y el fruto de
la justicia social. Sin estas relaciones y esta justicia sólo conoceremos una
tregua, nunca una paz permanente.
La
décima virtud es el cultivo del sentido espiritual de la vida. El ser
humano tiene una exterioridad corporal mediante la cual nos relacionamos
con el mundo y con las personas y tenemos también una interioridad psíquica
donde se anidan, en la estructura del deseo, nuestras pasiones, los grandes
sueños, y nuestros ángeles y demonios. Debemos controlar estos últimos y
cultivar amorosamente los primeros. Sólo así podremos disfrutar del equilibrio
necesario para la vida.
Pero
también poseemos una profundidad, esa dimensión en la que residen los
grandes interrogantes de la vida: ¿quiénes somos, de dónde venimos, a dónde
vamos, qué podemos esperar después de esta vida terrenal? ¿Cuál es la Energía
Suprema que sostiene el firmamento y mantiene nuestra Casa Común
alrededor del Sol y la mantiene siempre viva para permitirnos vivir? Es la
dimensión espiritual del ser humano, hecha de valores intangibles como el amor
incondicional, la confianza en la vida, el coraje para enfrentar las
inevitables dificultades. Nos damos cuenta de que el mundo está lleno de
sentidos, que las cosas son más que cosas, son mensajes, y tienen otro lado
invisible. Intuimos que hay una Presencia misteriosa que impregna todas las
cosas. Las tradiciones religiosas y espirituales han llamado a esta Presencia
con mil nombres, sin poder sin embargo descifrarla totalmente. Es el misterio
del mundo que se remite al Misterio Abisal que hace que sea todo lo que es.
Cultivar este espacio nos humaniza, nos hace más humildes y nos arraiga en una
realidad trascendente, adecuada a nuestro deseo infinito.
Conclusión: ser simplemente humanos
La
conclusión que sacamos de estas largas reflexiones sobre el coronavirus 19 es:
debemos ser simplemente humanos, vulnerables, humildes, conectados entre sí,
parte de la naturaleza y la porción consciente y espiritual de la Tierra con la
misión de cuidar la herencia sagrada que hemos recibido, la Madre Tierra, para
nosotros y para las generaciones futuras.
Son inspiradoras las últimas frases de la Carta de la
Tierra: «Que nuestro tiempo sea recordado por el despertar de una nueva
reverencia ante la vida, por el firme compromiso de alcanzar la sostenibilidad
e intensificar la lucha por la justicia y la paz, y por la alegre celebración
de la vida».
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