La actual crisis político-social
reclama profetas
2019-02-24
El profetismo es un fenómeno
no solo bíblico. Consta su existencia en otras religiones como en Egipto, en
Mesopotamia, en Mari y en Caná, en todos los tiempos, también en los nuestros.
Hay varios tipos de profetas (comunidades proféticas, visionarios, profetas del
culto, de la corte, etc.) que no cabe analizar aquí. Son clásicos los profetas
del Primer Testamento (antes se decía Antiguo Testamento) que se mostraban
sensibles a las cuestiones sociales, como Oseas, Amós, Miqueas, Jeremías e
Isaías.
A
decir verdad, en todas las fases del cristianismo siempre ha estado presente el
espíritu profético, como entre nosotros innegablemente con Dom Hélder Câmara,
con el Cardenal Dom Paulo Evaristo Arns, con Dom Pedro Casaldáliga y otros, por
hablar sólo de Brasil.
El
profeta es un indignado. Su lucha es por el derecho y por la justicia,
especialmente en favor de los pobres, los débiles y las viudas, contra los
explotadores de los campesinos, contra los que falsifican pesos y medidas, y
contra el lujo de los palacios reales. Sienten una llamada dentro de sí,
interpretada en el código bíblico como una misión divina. Amós, que era un
simple vaquero, Miqueas, un pequeño colono, y Oseas, casado con una prostituta,
dejan sus quehaceres y van al patio del templo o delante del palacio real para
hacer sus denuncias. Pero no sólo denuncian. Anuncian catástrofes y después
anuncian una nueva esperanza, un comienzo nuevo y mejor.
Están
atentos a los acontecimientos históricos también a nivel internacional. Por
ejemplo, Miqueas increpa a Nínive, capital del imperio asirio: “Ay de la ciudad
sanguinaria, en ella todo es mentira. Está llena de robo, y no para de saquear.
Lanzaré sobre ti inmundicias” (3,1.6). Jeremías llama a Babilonia “la metrópoli
del terror”.
Debemos
entender correctamente las previsiones de los profetas. No es que predigan las
catástrofes, como si tuviesen acceso a un saber especial. El sentido es este:
si la situación actual persiste y no se cambia la explotación, las prácticas
contra los indefensos y el abandono de la relación reverente con Javé, entonces
va a suceder una desgracia.
Lógicamente
desagradan a los poderosos, a los reyes e incluso al pueblo. Se les llama
“perturbadores del orden”, “conspiradores contra la corte o el rey”. Por eso
los profetas son perseguidos, como Jeremías, que fue torturado y encarcelado;
otros fueron asesinados. Pocos profetas murieron de viejos, pero nadie les hizo
callar.
Evidentemente
hay falsos profetas, aquellos que viven en las cortes y son amigos de los
ricos. Anuncian sólo cosas agradables y hasta les pagan para eso. Hay un
verdadero conflicto entre los falsos y los verdaderos profetas. Señal de que un
profeta es verdadero es el valor de arriesgar la vida por la causa de los
humildes de la tierra, que siempre grita por la justicia y por el derecho y
que, incansablemente, defiende lo correcto y lo justo.
Los
profetas irrumpen en tiempos de crisis para denunciar proyectos ilusorios y
anunciar un camino que haga justicia al humillado y que genere una sociedad
agradable a Dios porque atiende a los ofendidos y a los que han sido
invisibilizados. La justicia y el derecho son las bases de la paz duradera: ése
es el mensaje central de los profetas.
En
nuestra realidad nacional y mundial vivimos hoy una grave crisis. Agrupaciones
de científicos y analistas del estado de la Tierra nos advierten que si
sigue la lógica de la acumulación ilimitada estamos preparando una grave
catástrofe ecológico-social. No vamos hacia el calentamiento global. Estamos ya
dentro de él y las señales son innegables.
Estas
voces, de las más autorizadas, no son oídas por los “decision makers” ni por
los hombres de dinero. En nuestro país, sumergido en una crisis sin
precedentes, gobernado caóticamente por personas incompetentes y hasta
ridículas, nos faltan profetas que denuncien y apunten caminos viables para
salir de este atolladero.
En
línea profética están las palabras de Márcio Pochmann: “Si se mantiene el
camino abierto por el neoliberalismo de Temer y ahora profundizado por el
ultraliberalismo que domina el confuso gobierno Bolsonaro, la evolución de
Brasil tenderá a ser la de Grecia, con cierre de empresas y quiebra de la
administración pública. Lo peor se aproxima rápidamente”. Otros van más allá: “si
se imponen las reformas político-sociales, conformes a la lógica del
mercado, meramente competitivo y nada cooperativo, Brasil podrá transformarse
en una nación de parias”. Necesitamos profetas, religiosos, civiles, hombres y
mujeres, o por lo menos que tengan actitudes proféticas, para denunciar que el
camino ya decidido será catastrófico.
Valgan
las palabras de Isaías: “El pueblo que vive en la oscuridad verá una gran luz.
A los que habitan en regiones áridas, una luz resplandecerá sobre ellos”
(9,1-2).
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