Beata Piedad de la Cruz Ortiz Real, virgen y fundadora
fecha: 26 de febrero
n.: 1842 - †: 1916 - país: España
canonización: B: Juan Pablo II 21 mar 2004
hagiografía: Vaticano
n.: 1842 - †: 1916 - país: España
canonización: B: Juan Pablo II 21 mar 2004
hagiografía: Vaticano
Elogio: En Alcantarilla, cerca de Murcia, en
España, beata Piedad de la Cruz (Tomasa) Ortiz Real, virgen, que por amor de
Dios se dedicó con celo a la educación y la catequesis de los pobres, y fundó
la Congregación de las Hermanas Salesianas del Sagrado Corazón de Jesús.
Piedad de la Cruz Ortiz Real, hija de José
y de Tomasa, nació en Bocairent (Valencia, España), el 12 de noviembre de 1842,
siendo bautizada al día siguiente con el nombre de Tomasa. Ocupaba el quinto
lugar entre ocho hermanos. En la escuela se distinguió por la piedad, la
constancia y el talento en la música, en el bordado y en la recitación. A los
diez años hizo su primera Comunión. Con mirada retrospectiva ella misma narra
así sus sentimientos: «Cuando recibí por primera vez la Sagrada Comunión, quedé
como anonadada y experimenté que Jesús me llamaba a la vida religiosa». Este
encuentro con Cristo en la Eucaristía la marcó para siempre. Tomasa querrá ser
del Señor y vivir para Él. Completó su formación humana y espiritual en el
Colegio de Loreto que las Religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos tenían en
Valencia. Cuando pidió ingresar en el noviciado de ese Instituto, su padre,
considerando la situación política de la época y la juventud de Tomasa, la
obligó a volver a casa.
Tres aspectos caracterizaron esta etapa de
su vida en Bocairent: el espíritu de piedad y oración, su dedicación a hacer el
bien a los niños pobres, los ancianos y enfermos, y el tesón en dar una
respuesta a aquello que sintió en su interior el día de la primera Comunión.
Por fin, Tomasa, parece que podría realizar el sueño de su vida: Consagrarse al
Señor en un convento de Carmelitas de clausura en Valencia, pero una enfermedad,
la obligó a abandonar el noviciado y volver a la casa paterna. Una vez
recuperada, hizo un nuevo intento de ingresar en un convento de clausura y otra
vez ocurrió lo mismo. A través de estos acontecimientos, Tomasa descubrió que
Dios no la quería por ese camino. Ella le pedía ver claro cuál era su voluntad,
y su oración era ésta: «Tuya, Jesús mío, tuya quiero ser, pero díme dónde».
Con la certeza de sentirse llamada a una
vida de especial consagración, pero con la duda de dónde la quería Dios, Tomasa
se dirigió a Barcelona. Allí, después de muchas dificultades, el Señor
respondió a la búsqueda vocacional de Tomasa haciéndola vivir una profunda
experiencia mística, en la que el Corazón de Jesús, mostrándole su hombro
izquierdo ensangrentado, le dijo: «Mira cómo me han puesto los hombres con sus
ingratitudes, ¿quieres tú ayudarme a llevar esta cruz?». A lo que Tomasa
respondió: «Señor, si necesitas una víctima y me quieres a mí, aquí estoy,
Señor». Entonces, el Redentor le dijo: «Funda, hija mía, que de ti y de tu
Congregación siempre tendré misericordia». Esta Experiencia fue crucial para
Tomasa, le dio tal certeza, que jamás se borraría de su mente y de su corazón.
Desde ese momento, comprendió que Dios le pedía dar vida a un nuevo Instituto.
El interrogante ahora era dónde fundar,
dónde dar respuesta positiva a la invitación de Cristo a llevar la cruz de los
más pobres, de los que menos cuentan para este mundo. El Obispo D. Jaime Catalá
fue quien le indicó que le abriera el corazón a su confesor y que hiciera lo
que él le indicaba. Las inundaciones del río Segura que en 1884 habían
destrozado la huerta murciana y la escasez de Congregaciones religiosas en esta
zona, hizo que la orientara hacia esos lugares de mayor necesidad. En el mes de
marzo, Tomasa, acompañada de tres postulantes, salió de Barcelona camino de
Puebla de Soto, a 1 km. de Alcantarilla, para fundar allí, con la autorización
del Obispo de Cartagena-Murcia, la primera Comunidad de Terciarias de la Virgen
del Carmen. Los habitantes de la huerta murciana aún no se habían repuesto de
la tragedia de las inundaciones de 1884, cuando apareció el cólera. Tomasa -que
por entonces había tomado el nombre de Piedad de la Cruz- y sus hijas se
multiplicaban en el cuidado a los enfermos y a las niñas huérfanas en un
hospitalillo que ella llamó de «La Providencia».
Iban llegando otras jóvenes, atraídas por
el modo de vivir de aquellas primeras Terciarias Carmelitas. La Casa se quedó
pequeña, hubo que comprar la de Alcantarilla. También se estableció una nueva
Comunidad en Caudete... Todo hacía pensar que al fin, Tomasa había encontrado
el lugar donde llevar a cabo su vocación. Sin embargo... de nuevo la cruz. Era
el signo que ella había pedido para saber que todo aquello era de Dios: «Fundar
en tribulación» y el Corazón de Jesús se lo concedió con creces. Aunque la
Virgen María ocupó un lugar muy importante en el corazón y en la vida de
Tomasa, su Carisma estaba centrado en el Corazón de Cristo. Y... ¡designios de
Dios! Aparecieron algunas tensiones entre las Comunidades de Alcantarilla y
Caudete, ya que la Congregación no tenía aún la aprobación diocesana.
En el mes de agosto, las Hermanas de
Caudete se dirigeron a Alcantarilla y se llevaron las novicias, dejando a Madre
Piedad sola con Sor Alfonsa. Fueron días de mucho dolor. La Fundadora, como
siempre, se refugió en la oración, se postró ante el Cristo del Consuelo y allí
permaneció horas y horas clavada a sus pies. Sufre, pero no se rompe, porque la
barquilla de su vida estaba bien anclada en el Señor. Una vez más acudió a la
jerarquía eclesiástica en busca de orientación y de luz. Será el Obispo Bryan y
Livermore quien envíe a Tomasa y a su fiel compañera, Sor Alfonsa, al Convento
de la Visitación de las Salesas Reales en Orihuela para hacer un mes de
ejercicios espirituales y para proyectar una nueva Fundación, tomando como
protector a un santo Obispo. Es aquí, donde el Espíritu Santo iluminó vivamente
a M. Piedad, al tiempo que la llenaba de fuerza profética, le mostraba su
verdadero Carisma, y el título de su Congregación, que estaría bajo el
patrocinio de San Francisco de Sales.
Era el 8 de septiembre de 1890. Nacía en
la Iglesia, después de muchas dificultades y tribulaciones, la Congregación de
Hermanas Salesianas del Sagrado Corazón de Jesús, una congregación donde el
Corazón de Cristo quiere ser amado, servido y desagraviado de las ofensas que
recibe de los hombres. Y al amar, servir y desagraviar, ver el rostro del Señor
en las niñas huérfanas, en las jóvenes obreras, en los enfermos, en los
ancianos abandonados... y ayudarles a llevar la cruz. Aunque toda la vida de
Madre Piedad fue una renuncia al mundo, no por eso había «huido» del mundo,
sino que seguía en él haciendo el bien y luchando contra el mal. Testigos de
ello fueron tantos matrimonios rotos o a punto de romperse, tantas jóvenes a
las que iba a buscar a las fábricas para formarlas en la escuela dominical,
niñas sin hogar a las que amó entrañablemente, ancianos solos, enfermos. Vivió
pobre y murió pobre, sentada en un sillón, porque «Aquel -decía señalando el
Crucifijo- murió en la cruz y yo no debo morir en la cama, sino en el suelo».
Expiró con el crucifijo en los labios y en la santa paz de Dios. Era el sábado
26 de febrero de 1916. Fue beatificada en Roma el 21 de marzo del 2004.
fuente: Vaticano
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