San Policarpo de
Esmirna, obispo y
mártir
fecha: 23 de febrero
fecha en el calendario anterior: 26 de enero
†: c. 155 o 166 - país: Turquía
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 26 de enero
†: c. 155 o 166 - país: Turquía
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Memoria de san
Policarpo, obispo y mártir, discípulo de san Juan y el último de los testigos
de los acontecimientos apostólicos, que en tiempo de los emperadores Marco
Antonino y Lucio Aurelio Cómodo, cuando contaba ya casi noventa años, fue
quemado vivo en el anfiteatro de Esmirna, en Asia, en presencia del procónsul y
del pueblo, mientras daba gracias a Dios Padre por haberle contado entre los
mártires y permitido participar del cáliz de Cristo.
Patronazgos: protector contra
las enfermedades del oído.
refieren a este santo: San Aniceto, San Ignacio de Antioquía, San Ireneo de Lyon, Santos Rufo y Zósimo
Oración: «Oh, Señor, Dios
de los Ángeles y de los Arcángeles, nuestra resurrección y precio de nuestro
pecado, rector de todo el universo y amparo de los justos: gracias te doy
porque me has tenido por digno de padecer martirio por ti, para que de este
modo perciba mi corona y comience el martirio por Jesucristo en unidad del
Espíritu Santo; y así, acabado hoy mi sacrificio, veas cumplidas tus promesas.
Seas, pues bendito y eternamente glorificado por Jesucristo Pontífice
omnipotente y eterno, y todo os sea dado con él y el Espíritu Santo, por todos
los siglos de los siglos. Amén» (Oración del santo en el momento del martirio,
conforme la reproducen las Actas del martirio de san Policarpo)
San
Policarpo fue uno de los más famosos entre aquellos obispos de la Iglesia
primitiva, a quienes se les da el nombre de «Padres Apostólicos», por haber
sido discípulos de los Apóstoles y directamente instruidos por ellos. Policarpo
fue discípulo de san Juan Evangelista, y los fieles le profesaban una gran
veneración. Entre sus muchos adictos, discípulos y seguidores se
encontraban san Ireneo y san Papías. Cuando Florino, que había
visitado con frecuencia a san Policarpo, empezó a profesar ciertas herejías,
san Ireneo le escribió: «Esto no era lo que enseñaban los obispos, nuestros
predecesores. Yo te puedo mostrar el sitio en el que el bienaventurado
Policarpo acostumbraba sentarse a predicar. Todavía recuerdo la gravedad de su
porte, la santidad de su persona, la majestad de su rostro y de sus
movimientos, así como sus santas exhortaciones al pueblo. Todavía me parece oírle
contar cómo había conversado con Juan y con muchos otros que vieron a
Jesucristo, y repetir las palabras que había oído de ellos. Pues bien, puedo
jurar ante Dios que si el santo obispo hubiese oído tus errores, se habría
tapado las orejas y habría exclamado, según su costumbre: '¡Dios mío!, ¿por qué
me has hecho vivir hasta hoy para oír semejantes cosas?' Y al punto habría
huido del sitio en que se predicaba tal doctrina». La tradición cuenta que,
habiéndose encontrado san Policarpo con Marción en las calles de Roma, el
hereje le increpó, al ver que no parecía advertirle: «¿Qué, no me conoces?»
«Sí, -le respondió Policarpo-, sé que eres el primogénito de Satanás». El santo
obispo había heredado este aborrecimiento hacia los herejes, de su maestro san
Juan, quien salió huyendo de los baños, al ver a Cerinto.
San
Policarpo besó las cadenas de san Ignacio, cuando éste pasó por Esmirna,
camino del martirio, e Ignacio a su vez, le recomendó que velara por su lejana
Iglesia de Antioquía y le pidió que escribiera en su nombre a las Iglesias de
Asia, a las que él no había podido escribir. san Policarpo escribió poco
después a los Filipenses una carta que se conserva todavía y que alaban mucho
san Ireneo, san Jerónimo, Eusebio y otros. Dicha carta, que en tiempos de san
Jerónimo se leía públicamente en las iglesias, merece toda admiración por la
excelencia de sus consejos y la claridad de su estilo. Policarpo emprendió un
viaje a Roma para aclarar ciertos puntos con el papa san Aniceto, especialmente la cuestión de
la fecha de la Pascua, porque las Iglesias de Asia diferían de las otras en
este particular. Como Aniceto no pudiese convencer a Policarpo ni éste a aquél,
convinieron en que ambos conservarían sus propias costumbres y permanecerían
unidos por la caridad. Para mostrar su respeto por san Policarpo, Aniceto le
pidió que celebrara la Eucaristía en su Iglesia. A esto se reduce todo lo que
sabemos sobre san Policarpo, antes de su martirio.
El martirio de
san Policarpo
El año
sexto de Marco Aurelio, según la narración de Eusebio, estalló una grave
persecución en Asia, en la que los cristianos dieron pruebas de un valor
heroico. Germánico, quien había sido llevado a Esmirna con otros once o doce
cristianos, se destacó entre todos, y animó a los pusilánimes a soportar el
martirio. En el anfiteatro, el procónsul le exhortó compasivamente a no
entregarse a la muerte en plena juventud, cuando la vida tenía tantas cosas que
ofrecerle, pero Germánico provocó a las fieras para que le arrebataran cuanto
antes la vida perecedera. Pero también hubo cobardes: un frigio, llamado
Quinto, consintió en hacer sacrificios a los dioses antes que morir. Los
autores de la carta de la que tomamos estos datos, condenan justamente la
presunción de los que se ofrecían espontáneamente al martirio, como lo había
hecho Germánico y explican que el martirio de san Policarpo fue realmente
evangélico, porque el santo no se entregó, sino que esperó a que le arrestaran
los perseguidores, siguiendo el ejemplo de Cristo. El extraordinario valor de
Germánico y sus compañeros no hizo más que aumentar la sed de sangre de los
espectadores. La multitud empezó a gritar: «¡Mueran los enemigos de los Dioses!
¡Muera Policarpo!» Los amigos del santo le habían persuadido de que se
escondiera, durante la persecución, en un pueblo vecino. Tres días antes de su
martirio tuvo una visión en la que aparecía su almohada envuelta en llamas; esto
fue para él una señal de que moriría quemado vivo como lo predijo a sus
compañeros. Cuando los perseguidores fueron a buscarle, cambió de refugio, pero
un esclavo, a quien habían amenazado con el potro si no le delataba, acabó por
entregarle.
Herodes,
el jefe de la policía, mandó por la noche a un piquete de caballería a que
rodeara la casa en que estaba escondido Policarpo; éste se hallaba en la cama,
y rehusó escapar, diciendo: «Hágase la voluntad de Dios». Descendió, pues,
hasta la puerta, ofreció de cenar a los soldados y les pidió únicamente que le
dejasen orar unos momentos. Habiéndosele concedido esta gracia, Policarpo oró
de pie durante dos horas, por sus propios cristianos y por toda la Iglesia.
Hizo esto con tal devoción, que algunos de los que habían venido a aprehenderle
se arrepintieron de haberlo hecho. Montado en un asno fue conducido a la
ciudad. En el camino se cruzó con Herodes y el padre de éste, Nicetas, quienes
le hicieron venir a su carruaje y trataron de persuadirle de que no exagerase
su cristianismo: «¿Qué mal hay -le decían- en decir Señor al César, o en
ofrecer un poco de incienso para escapar a la muerte?» Hay que notar que la
palabra «Señor» implicaba en aquellas circunstancias el reconocimiento de la
divinidad del César. El obispo permaneció callado al principio; pero, como sus
interlocutores le instaran a hablar, respondió firmemente: «Estoy decidido a no
hacer lo que me aconsejáis». Al oír esto, Herodes y Nicetas le arrojaron del
carruaje con tal violencia, que se fracturó una pierna.
El
santo se arrastró calladamente hasta el sitio en que se hallaba reunido el
pueblo. A la llegada de Policarpo, muchos oyeron una voz que decía: «Sé fuerte,
Policarpo, y muestra que eres hombre». El procónsul le exhortó a tener compasión
de su avanzada edad, a jurar por el César y a gritar: «¡Mueran los enemigos de
los dioses!» El santo, volviéndose hacia la multitud de paganos reunida en el
estadio, gritó: «¡Mueran los enemigos de Dios!» El procónsul repitió: «Jura por
el César y te dejaré libre; reniega de Cristo». «Durante ochenta y seis años he
servido a Cristo, y nunca me ha hecho ningún mal. ¿Cómo quieres que reniegue de
mi Dios y Salvador? Si lo que deseas es que jure por el César, he aquí mi
respuesta: Soy cristiano. Y si quieres saber lo que significa ser cristiano,
dame tiempo y escúchame». El procónsul dijo: «Convence al pueblo». El mártir
replicó: «Me estoy dirigiendo a ti, porque mi religión me enseña a respetar a
las autoridades si ese respeto no quebranta la ley de Dios. Pero esta
muchedumbre no es capaz de oír mi defensa». En efecto, la rabia que consumía a
la multitud le impedía prestar oídos al santo.
El
procónsul le amenazó: «Tengo fieras salvajes». «Hazlas venir -respondió
Policarpo-, porque estoy absolutamente resuelto a no convertirme del bien al
mal, pues sólo es justo convertirse del mal al bien». El procónsul replicó:
«Puesto que desprecias a las fieras te mandaré quemar vivo». Policarpo le dijo:
«Me amenazas con fuego que dura un momento y después se extingue; eso demuestra
que ignoras el juicio que nos espera y qué clase de fuego inextinguible aguarda
a los malvados. ¿Qué esperas? Dicta la sentencia que quieras».
Durante
estos discursos, el rostro del santo reflejaba tal gozo y confianza y su
actitud tenía tal gracia, que el mismo procónsul se sintió impresionado. Sin
embargo, ordenó que un heraldo gritara tres veces desde el centro del estadio:
«Policarpo se ha confesado cristiano». Al oír esto, la multitud exclamó: «¡Este
es el maestro de Asia, el padre de los cristianos, el enemigo de nuestros
dioses que enseña al pueblo a no sacrificarles ni adorarles!» Como la multitud
pidiera al procónsul que condenara a Policarpo a los leones, aquél respondió
que no podía hacerlo, porque los juegos habían sido ya clausurados. Entonces
gentiles y judíos pidieron que Policarpo fuera quemado vivo.
En
cuanto el procónsul accedió a su petición, todos se precipitaron a traer leña
de los hornos, de los baños y de los talleres. Al ver la hoguera preparada,
Policarpo se quitó los vestidos y las sandalias, cosa que no había hecho antes
porque los fieles se disputaban el privilegio de tocarle. Los verdugos querían
atarle, pero él les dijo: «Permitidme morir así. Aquél que me da su gracia para
soportar el fuego me la dará también para soportarlo inmóvil». Los verdugos se
contentaron pues, con atarle las manos a la espalda. Levantando los ojos al
cielo, Policarpo hizo la siguiente oración: «¡Señor Dios todopoderoso, Padre de
tu amado y bienaventurado Hijo, Jesucristo, por quien hemos venido en
conocimiento de Ti, Dios de los ángeles, de todas las fuerzas de la creación y
de toda la familia de los justos que viven en tu presencia! ¡Yo te bendigo
porque te has complacido en hacerme vivir estos momentos en que voy a ocupar un
sitio entre tus mártires y a participar del cáliz de tu Cristo, antes de
resucitar en alma y cuerpo para siempre en la inmortalidad del Espíritu Santo!
¡Concédeme que sea yo recibido hoy entre tus mártires, y que el sacrificio que
me has preparado Tú, Dios fiel y verdadero, te sea agradable! ¡Yo te alabo y te
bendigo y te glorifico por todo ello, por medio del Sacerdote Eterno,
Jesucristo, tu amado Hijo, con quien a Ti y al Espíritu Santo sea dada toda
gloria ahora y siempre! ¡Amén!»
No bien
había acabado de decir la última palabra, cuando la hoguera fue encendida.
«Pero he aquí que entonces aconteció un milagro ante nosotros, que fuimos
preservados para dar testimonio de ello - escriben los autores de esta carta-:
las llamas, encorvándose como las velas de un navío empujadas por el viento,
rodearon suavemente el cuerpo del mártir, que entre ellas parecía no tanto un
cuerpo devorado por el fuego, cuanto un pan o un metal precioso en el horno; y
un olor como de incienso perfumó el ambiente». Los verdugos recibieron la orden
de atravesar a Policarpo con una lanza; al hacerlo, brotó de su cuerpo una
paloma y tal cantidad de sangre, que la hoguera se apagó.
Nicetas
aconsejó al procónsul que no entregara el cuerpo a los cristianos, no fuera que
estos, abandonando al Crucificado, adorasen a Policarpo. Los judíos habían
sugerido esto a Nicetas, «sin saber -dicen los autores de la carta- que
nosotros no podemos abandonar a Jesucristo ni adorar a nadie más. Porque a Él
le adoramos como Hijo de Dios, y a los mártires les amamos simplemente como
discípulos e imitadores suyos, por el amor que muestran a su Rey y Maestro».
Viendo la discusión provocada por los judíos, el centurión redujo a cenizas el
cuerpo del mártir. «Más tarde -explican los autores de la carta- recogimos
nosotros los huesos, más preciosos que las más ricas joyas de oro, y los
depositamos en un sitio dónde Dios nos concedió reunirnos, gozosamente, para
celebrar el nacimiento de este mártir». Esto escribieron los discípulos y
testigos. Policarpo recibió el premio de sus trabajos, a las dos de la tarde
del 23 de febrero de 155, o 166, u otro año.
Existe
una muy vasta literatura sobre san Policarpo y todo lo relacionado con él. Los
principales puntos de discusión que pueden interesarnos son los siguientes:
1) la autenticidad de la carta que describe su martirio, escrita en nombre de la Iglesia de Esmirna:
2) la autenticidad de la carta de san Ignacio de Antioquía a san Policarpo;
3) la autenticidad de la carta de san Policarpo a los filipenses;
4) el valor de las informaciones que san Ireneo y otros autores primitivos nos dan sobre las relaciones de san Policarpo con el apóstol san Juan;
5) la fecha del martirio;
6) el valor de la Vida de Policarpo atribuida a Pionio.
Por lo que toca a los cuatro primeros puntos, se puede decir que los especialistas sobre la Iglesia primitiva, se declaran casi unánimemente en favor de la tradición ortodoxa. Las conclusiones a las que llegaron tan laboriosamente, Lightfoot y Funk han sido finalmente aceptadas casi por unanimidad. Por consiguiente, dichos documentos pueden considerarse entre los más preciosos recuerdos que han llegado hasta nosotros sobre los primeros pasos en la vida de la Iglesia. En cuanto a la fecha del martirio, los escritores primitivos, basándose en la Crónica de Eusebio, aceptaban sin discusión que san Policarpo había muerto el año 166; pero los críticos actuales sitúan el martirio en los años 155 o 156. Por lo que se refiere al sexto punto, es decir la biografía de Pionio, según la cual Policarpo había sido un esclavo rescatado por una piadosa dama, los críticos están actualmente de acuerdo en afirmar que se trata de una obra de imaginación, escrita tal vez en el último decenio del siglo IV.
1) la autenticidad de la carta que describe su martirio, escrita en nombre de la Iglesia de Esmirna:
2) la autenticidad de la carta de san Ignacio de Antioquía a san Policarpo;
3) la autenticidad de la carta de san Policarpo a los filipenses;
4) el valor de las informaciones que san Ireneo y otros autores primitivos nos dan sobre las relaciones de san Policarpo con el apóstol san Juan;
5) la fecha del martirio;
6) el valor de la Vida de Policarpo atribuida a Pionio.
Por lo que toca a los cuatro primeros puntos, se puede decir que los especialistas sobre la Iglesia primitiva, se declaran casi unánimemente en favor de la tradición ortodoxa. Las conclusiones a las que llegaron tan laboriosamente, Lightfoot y Funk han sido finalmente aceptadas casi por unanimidad. Por consiguiente, dichos documentos pueden considerarse entre los más preciosos recuerdos que han llegado hasta nosotros sobre los primeros pasos en la vida de la Iglesia. En cuanto a la fecha del martirio, los escritores primitivos, basándose en la Crónica de Eusebio, aceptaban sin discusión que san Policarpo había muerto el año 166; pero los críticos actuales sitúan el martirio en los años 155 o 156. Por lo que se refiere al sexto punto, es decir la biografía de Pionio, según la cual Policarpo había sido un esclavo rescatado por una piadosa dama, los críticos están actualmente de acuerdo en afirmar que se trata de una obra de imaginación, escrita tal vez en el último decenio del siglo IV.
Los
documentos se encuentran reunidos en la obra inapreciable de Lightfoot, The
Apostolic Fathers, Ignatius and Polycarp, 3 vols., y en la edición abreviada en
un solo volumen de J. R. Harmer, The Apostolic Fathers (1891). En cuanto a la
fecha, J. Chapman en la Revue Bénédictine, vol. XIX, pp. 145 ss., expone los
motivos por los que prefiere el año 166; H. Grégoire, en Analecta Bollandiana,
vol. LXIX (1951), pp. 1-38, arguye largamente en favor del año 177. P. Corssen
y E. Schwartz han intentado demostrar que la Vida de Policarpo es una obra
auténtica del mártir san Pionio, quien murió en los años 180 o 250; pero
Delehaye refutó ampliamente esta teoría en Les passions des martyrs et les
genres littéraires (1921), pp. 11-59. Hay un excelente artículo sobre san
Policarpo, escrito por H. T. Andrews, en la Encyclopaedia Britannica, undécima
edición. Kirsopp Lake, en Loeb Classical Library, The Apostolic Fathers, vol.
II, presenta el texto y la traducción del martirio; en la serie Ancient
Christian Writers se encuentra sólo la traducción (vol. VI). Sobre la fecha del
martirio, ver H. I. Marrou, en Analecta Bollandiana, vol. LXXI (1953), pp.
5-20.
Nota de ETF: Aquí puede leerse la Carta de san Policarpo de Esmirna a los Filipenses, reputada unánimemente como auténtica, en una buena edición castellana.
Nota de ETF: Aquí puede leerse la Carta de san Policarpo de Esmirna a los Filipenses, reputada unánimemente como auténtica, en una buena edición castellana.
fuente: «Vidas de los
santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de
santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta
ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y
servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta
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