Hoy el Señor nos llama a un cuidado de la vida en todas sus expresiones.
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato |
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato |
Tobías: 3, 1-11. 16-17: “El Dios de la gloria escuchó las súplicas de Sara y Tobit”
Salmo 24: “A ti, Señor, levanto mi alma”
San Marcos 12, 18-27: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”
¿Nos gustaría a nosotros hacerle a Jesús la misma pregunta que le hacen los saduceos? Tenemos muchas dudas sobre lo que hay “más allá, después de la muerte”. Y por más que muchos ahora digan que le hablan a los muertos o que tienen comunicación con los espíritus, siempre quedamos en la ignorancia, sobre lo que hay más allá. Cristo mismo nos asegura que hay resurrección pero no tenemos claro qué podremos encontrar. Nuestras pobres inteligencias se niegan a concebir una vida nueva, diferente, y queremos encasillar la resurrección como en un continuo revivir, reencarnarse, que al final terminaría en una vida monótona, sin novedad. Cristo nos dice que tendremos vida en plenitud, no que viviremos como cadáveres. Habrá una comunicación con nuestro Dios y una participación de su amor que nos hará vivir a todos como hermanos.
Si ya desde el Antiguo Testamento se vislumbraba esta vida en el más allá, como nos lo muestra el pasaje de Tobías que busca respeto para los muertos, con la propuesta de Jesús aparece más claro. Esta enseñanza de ningún modo nos debe excusar de un trabajo serio y comprometido con la realidad, sino todo lo contrario: quien tiene fe en la Resurrección de Jesús, se une íntimamente a Él, y se compromete seriamente por la vida en todos sus sentidos. Es triste el ambiente de muerte que propiciamos al destruir la naturaleza; es increíble la dureza del corazón que debemos tener, cuando somos capaces de destruir la vida desde el vientre, o en la ancianidad, con el pretexto de que “estorban o no son productivos”. Hoy el Señor nos llama a un cuidado de la vida en todas sus expresiones.
La vida en tu persona que no debes destruir con el alcohol, con las drogas, con los excesos; la vida de los demás que debes cuidar y preservar; la vida de la naturaleza que al final de cuentas da vida al hombre. ¿Somos cuidadores de la vida o somos pregoneros de muerte?
San Marcos 12, 18-27: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”
¿Nos gustaría a nosotros hacerle a Jesús la misma pregunta que le hacen los saduceos? Tenemos muchas dudas sobre lo que hay “más allá, después de la muerte”. Y por más que muchos ahora digan que le hablan a los muertos o que tienen comunicación con los espíritus, siempre quedamos en la ignorancia, sobre lo que hay más allá. Cristo mismo nos asegura que hay resurrección pero no tenemos claro qué podremos encontrar. Nuestras pobres inteligencias se niegan a concebir una vida nueva, diferente, y queremos encasillar la resurrección como en un continuo revivir, reencarnarse, que al final terminaría en una vida monótona, sin novedad. Cristo nos dice que tendremos vida en plenitud, no que viviremos como cadáveres. Habrá una comunicación con nuestro Dios y una participación de su amor que nos hará vivir a todos como hermanos.
Si ya desde el Antiguo Testamento se vislumbraba esta vida en el más allá, como nos lo muestra el pasaje de Tobías que busca respeto para los muertos, con la propuesta de Jesús aparece más claro. Esta enseñanza de ningún modo nos debe excusar de un trabajo serio y comprometido con la realidad, sino todo lo contrario: quien tiene fe en la Resurrección de Jesús, se une íntimamente a Él, y se compromete seriamente por la vida en todos sus sentidos. Es triste el ambiente de muerte que propiciamos al destruir la naturaleza; es increíble la dureza del corazón que debemos tener, cuando somos capaces de destruir la vida desde el vientre, o en la ancianidad, con el pretexto de que “estorban o no son productivos”. Hoy el Señor nos llama a un cuidado de la vida en todas sus expresiones.
La vida en tu persona que no debes destruir con el alcohol, con las drogas, con los excesos; la vida de los demás que debes cuidar y preservar; la vida de la naturaleza que al final de cuentas da vida al hombre. ¿Somos cuidadores de la vida o somos pregoneros de muerte?
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