Queridos amigos,
El tiempo va pasando y lo que parecía una pesadilla lejana va dejándonos doloridos, sin respiración y, a veces, con miedo. Así es este virus que se ha metido en nuestras familias, en nuestras ciudades y en nuestro país. Sin embargo, hoy me gustaría que pudierais saltar esa preocupación y ver conmigo a qué nos invita el Señor en este doloroso momento.
Este pequeño viaje lo haremos de la mano de la resurrección de Lázaro. Esa maravillosa página donde Jesús aparece más humano que nunca. Ahí, lo vemos temblando, llorando, moviéndose, gritando. El amor nos hace gesticular profundamente. Y uno descubre que cuando el ser humano ama lo hace con gestos de divinidad y cuando Dios ama lo hace con gestos humanos (E. Ronchi). Todo su llanto, su grito, su mirada al cielo es para decirnos que el amor vence a la muerte. Sí, vida y muerte son una unidad, pero sobre la soledad del dolor y de la muerte, el AMOR VENCE. A mi me estremece sentir lo que la gente decía al ver a Jesús: mirad cómo lo amaba. Eso mismo es lo que siente por cada uno de nosotros. Hoy llora, grita, ora porque nos AMA.
Estoy convencido de que la razón de la resurrección de Lázaro es el amor de Jesús, un amor lleno de lágrimas y de un grito, si cabe, arrogante: ¡sal! ¡Vive!
He aprendido de tantos cristianos perseguidos y cristianos necesitados que las lágrimas de los que aman son el mejor libro de la vida. Por eso, en este momento os invito a salir del dolor, a vivir como Jesús nos quiere. Para eso, debemos arrancar las piedras que nos paralizan y debemos perdonarnos, redescubrir el amor; después, debemos salir de nosotros mismos, de las decepciones y del dolor de mirarnos para decir cuánto amor estamos recibiendo y viviendo. No os quepa duda, quien ha sido amado no puede sino dar gracias, incluso en el miedo y en el silencio. Y, por último, dejemos partir, si llega el momento, a las manos enormes de Dios, esas manos que son la envoltura del vientre que da a luz la vida. La muerte no es el final de los nuestros, debemos darles la calle del amor único, ese amor que nos hace libres, y acompañarles sabiendo amar en la distancia. Aislados sí, solos no. El amor vence. Jesús no aceptó que el final de Lázaro, como tampoco lo acepta para nosotros, tenga que ser la nada de la muerte y nunca lo aceptará porque ÉL DIO LA VIDA PARA QUE NOSOTROS TENGAMOS VIDA. NO HAY MIEDO, EN LA VIDA Y EN LA MUERTE SOMOS DEL SEÑOR.
Feliz semana y mi oración por todos y cada uno. Dios os bendiga y os dé fortaleza cada día.
El tiempo va pasando y lo que parecía una pesadilla lejana va dejándonos doloridos, sin respiración y, a veces, con miedo. Así es este virus que se ha metido en nuestras familias, en nuestras ciudades y en nuestro país. Sin embargo, hoy me gustaría que pudierais saltar esa preocupación y ver conmigo a qué nos invita el Señor en este doloroso momento.
Este pequeño viaje lo haremos de la mano de la resurrección de Lázaro. Esa maravillosa página donde Jesús aparece más humano que nunca. Ahí, lo vemos temblando, llorando, moviéndose, gritando. El amor nos hace gesticular profundamente. Y uno descubre que cuando el ser humano ama lo hace con gestos de divinidad y cuando Dios ama lo hace con gestos humanos (E. Ronchi). Todo su llanto, su grito, su mirada al cielo es para decirnos que el amor vence a la muerte. Sí, vida y muerte son una unidad, pero sobre la soledad del dolor y de la muerte, el AMOR VENCE. A mi me estremece sentir lo que la gente decía al ver a Jesús: mirad cómo lo amaba. Eso mismo es lo que siente por cada uno de nosotros. Hoy llora, grita, ora porque nos AMA.
Estoy convencido de que la razón de la resurrección de Lázaro es el amor de Jesús, un amor lleno de lágrimas y de un grito, si cabe, arrogante: ¡sal! ¡Vive!
He aprendido de tantos cristianos perseguidos y cristianos necesitados que las lágrimas de los que aman son el mejor libro de la vida. Por eso, en este momento os invito a salir del dolor, a vivir como Jesús nos quiere. Para eso, debemos arrancar las piedras que nos paralizan y debemos perdonarnos, redescubrir el amor; después, debemos salir de nosotros mismos, de las decepciones y del dolor de mirarnos para decir cuánto amor estamos recibiendo y viviendo. No os quepa duda, quien ha sido amado no puede sino dar gracias, incluso en el miedo y en el silencio. Y, por último, dejemos partir, si llega el momento, a las manos enormes de Dios, esas manos que son la envoltura del vientre que da a luz la vida. La muerte no es el final de los nuestros, debemos darles la calle del amor único, ese amor que nos hace libres, y acompañarles sabiendo amar en la distancia. Aislados sí, solos no. El amor vence. Jesús no aceptó que el final de Lázaro, como tampoco lo acepta para nosotros, tenga que ser la nada de la muerte y nunca lo aceptará porque ÉL DIO LA VIDA PARA QUE NOSOTROS TENGAMOS VIDA. NO HAY MIEDO, EN LA VIDA Y EN LA MUERTE SOMOS DEL SEÑOR.
Feliz semana y mi oración por todos y cada uno. Dios os bendiga y os dé fortaleza cada día.
Mons. Jesús
Rodríguez Torrente
Asistente Espiritual
Asistente Espiritual
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