Hoy voy a comenzar por
citarme. Tal cual y así de claro. Que cada lector valore el dato como mejor le
siente en sus adentros. El título que vas a leer como 'frontis' del primer
comentario del Evangelio, del relato del Evangelio que se nos propone para este
domingo tercero de la Cuaresma, ese título me pertenece y está publicado en una
revista de unos cinco mil ejemplares de tirada en su día y de unos tres mil en
la actualidad. 'Los maridos de la samaritana tienen nombre propio' está
publicado en la penúltima página de Educar hoy, del mes de marzo del año 1991.
Casi treinta años. Esos cinco nombres nunca me los he aprendido de memoria y
eso que sólo son cinco. Cuando alguien me los pregunta siempre le digo lo
mismo: se me han olvidado, pero los puedes encontrar en tal sitio. Vete, busca
y lee. Cuando leas el comentario de ese evangelio tan conocido de 'La
samaritana" constatarás la identidad de los nombres de los maridos y
a partir de ese dato puedes hilvanar tu propio comentario interpretativo. Sólo
quiero decirte que en ese diálogo de Jesús y la samaritana se llega a un punto
de encuentro revolucionario. Tan revolucionario que aún sigue siendo un motivo
de búsqueda y de encuentro, de trabajo compartido. El Jesús de Nazaret y la
mujer samaritana del Evangelio de Juan llegan a la conclusión de que no se
necesita ni templo ni religión ni sacerdocio, ni liturgias, ni tradiciones...
No hay otra religión que la del abrazo, que la del amarse unos a otros.
Cuando escribo esta
presentación reconozco que estamos en días de esa 'reivindicación del lugar de
la mujer en la iglesia, el asunto del sacerdocio, la cuestión de la eucaristía
que se empeña en consagrar de tal modo o manera, y... el no menos importante
asunto de 'la mujer trabajadora'. El Jesús de Juan y su mujer de Samaría lo
arreglaron en una mañana de encuentro junto a un pozo con agua y con un abrazo,
inmenso, entrañable, sacramental y plenamente humano. Más de uno de los
lectores afirmará que el hecho así nunca tuvo lugar. Pero nunca dejaré de
preguntarme por qué nos lo escribió así aquel cronista de Jesús que se llamaba
Juan y que nunca fue aquel discípulo del propio Jesús y con el mismo nombre.
¿Que me quiso contar este narrador creyente de su Jesús de Nazaret que nos
habla aquí, junto al pozo de Samaría, de un laico de Galilea 'que pasa de toda
expresión o tradición o institucionalización religiosa que no sea la de
humanizarse como personas para saborear el gusto de la convivencia plena? Este
Jesús del capítulo cuarto de Juan no inició ninguna religión. Ni la cristiana
ni la católica.
Y, para no alargarme
más, me callo sobre el otro comentario,
el del Libro de los Hechos. Ya tendremos otra oportunidad...
A continuación, los
comentarios.
Domingo
3º de Cuaresma A (15.03.2020): Juan 4,5-42
Los maridos de la samaritana tienen nombre
propio. Los
escribo CONTIGO,
El relato del
Evangelio que se nos propone para el tercer domingo de la Cuaresma del Ciclo A
lo encontramos en el texto de Juan 4,5-42. He escrito
intencionadamente la expresión ‘lo encontramos’, porque deseo que cada lector
se tome la molestia de buscarlo y leerlo en su propia Biblia. Propongo este
ejercicio para facilitar la comprensión de un relato que necesitaría un buen
puñado de páginas como ésta para agotar el agua de vida que almacena en su
pozo.
Cuenta este
narrador que Jesús de Nazaret “abandonó Judea y regresó a Galilea. En
su viaje a través de Samaría llegó a un pueblo llamado Sicar... Allí estaba el
pozo de Jacob... y fatigado por la caminata se sentó junto al pozo. Era casi
mediodía” (Juan 4,4-6).
Y todo lector
recuerda, con estas pistas iniciales, el encuentro a solas de este Jesús de
Nazaret con la mujer samaritana que llegó a sacar agua, como era su
costumbre, de aquel pozo. Y en el diálogo entre ambos, solo entre ambos,
porque nadie más estuvo presente, salió a relucir el dato de ‘los cinco
maridos’ de la mujer samaritana. En principio eran cinco. Luego fueron seis.
Suelo comentar que
mientras no se sepan los nombres de estos ‘cinco maridos’ no se llegará a
atisbar el verdadero alcance de esta narración, mito o midrás del Evangelista.
Por ahorrar tiempo y espacio voy a escribir aquí estos nombres y pido perdón
por su rareza en la pronunciación: Sucot Benot (uno), Nergal (dos), Asimá (tres), Nibjaz
Tartac (cuatro) y Adramelec Anamelec (cinco). Estos
se encuentran citados en el 2º Libro de los Reyes 17,29-31.
Esta información
debe de estar anunciada explícitamente en algún lugar del capítulo cuarto del
Evangelio de Juan en su propia Biblia. Si no fuera así, le recomiendo cambiar
de Biblia. Y aunque sea sólo por pura curiosidad sugiero que debe de leerse
todo el capítulo decimoséptimo del segundo Libro de los Reyes. Los cinco
primeros maridos de la samaritana fueron los cinco dioses de los cinco pueblos
del imperio asirio que tuvo su capital en Nínive. El sexto marido de la mujer
samaritana es el dios al que obedecen y adoran los samaritanos del tiempo de
Jesús, los herederos de aquel imperio asirio. Y había samaritanos buenos
(Lc 10,25).
Por estas razones,
entre otras muchas más, el asunto central del relato del cuarto Evangelio de
Juan 4,4-42 no es una cuestión de relaciones matrimoniales de hombre y mujer,
sino de cuestiones de política internacional (conquistas
imperiales, sometimientos de pueblos, ocupación de tierras, deportaciones de
personas y temas semejantes) y de cuestiones de Religión (templos,
sacerdocios, dogmas, credos, ritos, tradiciones). Cuestiones de política y de
religión como siempre han existido entre pueblos de esta madre nuestra que es
la tierra.
Y en estas
cuestiones, siempre actuales, de política y de religión la propuesta del Jesús
de Nazaret del Evangelista Juan es muy clara, y tan evidente como el sentido
común: “Ha llegado la hora en que la persona de verdad, los hombres y
las mujeres, ateos o creyentes, seguidores de Jesús, conscientes o no,
católicos vaticanos, cristianos por lo social, conservadores o progresistas...
ha llegado la hora de que... nos amemos unos a otros”. Creo que así
transcribo con fidelidad a este Jn 4,17-26 y a este
mismo Jn 13,35. No hay otra política ni otra religión.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 16º de ‘Los Hechos de los
Apóstoles’ (15.03.2020): Hch 10,19-48
“Ellos sí escucharán” (Hechos 28,28-29)
En el comentario
anterior dejamos a Pedro, el cabeza del grupo de los DOCE, confuso y confundido
ante las voces de sus visiones. Y así nos lo recuerda el Evangelista Lucas
mientras imaginamos que este hombre permanece en la azotea de la casa de Simón
el curtidor en Jafa y a orillas del Mar Mediterráneo: “Pedro seguía
dándole vueltas a la visión” (Hch 10,19). Esto va a resultar ser
el comienzo de una etapa nueva y definitiva en la vida de este judío de
Galilea.
Constatamos que
esto es así por una razón: el narrador que lo sabe todo nos dice a los lectores
que ‘aquí y ahora’, en la confusión de Pedro, habla el Espíritu. El mismo del
que nos habló el Resucitado en Hechos 1,8. Para este Lucas, los susurros de su
Espíritu acaban siempre alterando los adentros de sus escuchadores. Quien
escucha, aunque esté confundido, decide: “Hay unos hombres que te
buscan. Date prisa. Baja. Y vete con ellos... los he enviado yo”.
Una vez más me
sorprende la habilidad narrativa de este Evangelizador Lucas. ¿Cuándo tuvo la
oportunidad de entrevistarse con Pedro para que le confesara tales y tan
profundas intimidades? Siempre he pensado que esto sólo sucedió en el
imaginario literario y teológico de las neuronas de Lucas.
Aceptado esto y,
sobre todo, decidido Pedro a ponerse en manos de aquellos hombres paganos que
le buscan, la narración de los hechos fluye de la pluma del escritor como
un río de aguas vivas, cristalinas, abundantes e incontenibles. Desde Jafa y acompañado,
Pedro llega hasta la puerta de la casa de Cornelio en Cesarea (Hch 10,20-26).
Ahora sabemos que tanto Pedro como Cornelio, al margen de cualquier otra
identidad, son personas. Dos hombres.
En Hechos
10,27-33, se nos da cuenta con todo detalle de las finalidades del
encuentro de ambas personas y cuantas otras más les acompañan, tanto a Pedro
como a Cornelio. Y deseo destacar estas palabras que pone Lucas en labios de su
evangelizador Pedro que ya está comenzando a dejarse evangelizar. ¿Cómo no
percibir la distancia de los mensajes de Pedro cuando habló en Hch 10,14-15 y
lo que proclama en Hch 10,28?
Las gentes no
judías van a escuchar la Buena Noticia del Evangelio. Y..., ¡éstas sí
escucharán!
Este anuncio del
Evangelio lo está realizando Pedro, un judío de Galilea y ‘todavía’ la cabeza
visible y audible del reconocido como grupo de los judeocristianos entorno a
los DOCE. Creo que impresiona imaginarse a este Pedro hablar de Jesús de
Nazaret como lo hace aquí, según las palabras que Lucas puso en su boca: Hechos
10,34-44.
En Hechos
10,45-48, el narrador pone punto final a la evangelización realizada por
Pedro en aquellas tierras alejadas de Jerusalén y Judea donde se había sembrado
el Evangelio por los creyentes del grupo de los SIETE, de Felipe y Esteban...
La siembra está realizada, pero que nadie olvide que “los creyentes
circuncidados (judeocristianos) se sorprendieron de que el
Espíritu Santo habitase también en los adentros de los gentiles (no
judíos o extranjeros)”. ¡Qué distinto es este Pedro de casa de
Cornelio de aquel otro del día de Galilea según Lc 9,18-21!
Carmelo Bueno Heras
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