miércoles, 18 de marzo de 2020
Coronavirus: ¿reacción y represalia de Gaia? 13032020
Coronavirus: ¿reacción y represalia
de Gaia?
2020-03-13
Todo está relacionado
con todo: es hoy un dato de la conciencia colectiva de los que cultivan una
ecología integral, como Brian Swimme y tantos otros científicos y el Papa
Francisco en su encíclica “Sobre el cuidado de la Casa Común”. Todos los seres
del universo y de la Tierra, también nosotros, los seres humanos, estamos
envueltos en intrincadas redes de relaciones en todas las direcciones, de
suerte que no existe nada fuera de la relación. Esta es también la tesis básica
de la física cuántica de Werner Heisenberg y de Niels Bohr.
Eso lo sabían los pueblos originarios, como lo expresan las
sabias palabras del cacique Seattle en 1856: “De una cosa estamos seguros: la
Tierra no pertenece al hombre. Es el hombre quien pertenece a la Tierra. Todas
las cosas están interligadas como la sangre que une a una familia; todo está
relacionado entre sí. Lo que hiere a la Tierra hiere también a los hijos e
hijas de la Tierra. No fue el hombre quien tejió la trama de la vida: él es
meramente un hilo de la misma. Todo lo que haga a la trama, se lo hará a sí
mismo”. Es decir, hay una íntima conexión entre la Tierra y el ser humano. Si
agredimos a la Tierra, nos agredimos también a nosotros mismos y viceversa.
Es la misma percepción que tuvieron los astronautas desde
sus naves espaciales y desde la Luna: Tierra y humanidad son una misma y única
entidad. Bien lo declaró Isaac Asimov en 1982 cuando, a petición del New York
Times, hizo un balance de los 25 años de la era espacial: “El legado es la
constatación de que, en la perspectiva de las naves espaciales, la Tierra y la
humanidad forman una única entidad (New York Times, 9 de octubre de
1982)”. Nosotros somos Tierra. Hombre viene de húmus, tierra fértil, el Adán
bíblico significa hijo e hija de la Tierra fecunda. Después de esta
constatación, nunca más ha apartado de nuestra conciencia que el destino de la
Tierra y el de la humanidad están indisociablemente unidos.
Desafortunadamente ocurre aquello que el Papa lamenta en su
encíclica ecológica: “nunca hemos maltratado y herido tanto a nuestra Casa
Común como en los dos últimos siglos” (nº 53). La voracidad del modo de
acumulación de la riqueza es tan devastadora que hemos inaugurado, dicen
algunos científicos, una nueva era geológica: la del antropoceno. Es
decir, quien amenaza la vida y acelera la sexta extinción masiva, dentro de la
cual estamos ya, es el mismo ser humano. La agresión es tan violenta que más de
mil especies de seres vivos desaparecen cada año, dando paso a algo peor que el
antropoceno, el necroceno: la era de la producción en masa de la muerte.
Como la Tierra y la humanidad están interconectadas, la muerte se produce
masivamente no solo en la naturaleza sino también en la humanidad misma.
Millones de personas mueren de hambre, de sed, víctimas de la guerra o de la
violencia social en todas partes del mundo. E insensibles, no hacemos nada.
No sin razón James Lovelock, el formulador de la teoría de
la Tierra como un superorganismo vivo que se autorregula, Gaia, escribió un
libro titulado La venganza de Gaia (Planeta 2006). Calculo que las
enfermedades actuales como el dengue, el chikungunya, el virus zica, el sars,
el ébola, el sarampión, el coronavirus actual y la degradación generalizada en
las relaciones humanas, marcadas por una profunda desigualdad/injusticia social
y la falta de una solidaridad mínima, son una represalia de Gaia por las
ofensas que le infligimos continuamente. No diría como J. Lovelock que es “la
venganza de Gaia”, ya que ella, como Gran Madre que es, no se venga, sino que
nos da graves señales de que está enferma (tifones, derretimiento de casquetes
polares, sequías e inundaciones, etc.); y, al límite, porque no aprendemos la
lección, toma represalias como las enfermedades mencionadas.
Recuerdo el libro-testamento de Théodore Monod, tal vez el
único gran naturalista contemporáneo, Y si la aventura humana fallase
(París, Grasset 2000): «somos capaces de una conducta insensata y demente; a
partir de ahora se puede temer todo, realmente todo, inclusive la aniquilación
de la raza humana; sería el precio justo de nuestras locuras y crueldades»
(p.246).
Esto no significa que los gobiernos de todo el mundo,
resignados, dejen de combatir el coronavirus y de proteger a las poblaciones ni
de buscar urgentemente una vacuna para combatirlo, a pesar de sus constantes
mutaciones. Además de un desastre económico-financiero puede significar una
tragedia humana, con un número incalculable de víctimas. Pero la Tierra no se
contentará con estas pequeñas contrapartidas. Suplica una actitud diferente
hacia ella: de respeto a sus ritmos y límites, de cuidado a su sostenibilidad y
de sentirnos, más que hijos e hijas de la Madre Tierra, la Tierra misma que
siente, piensa, ama, venera y cuida. Así como nos cuidamos, debemos cuidar de
ella. La Tierra no nos necesita. Nosotros la necesitamos. Puede que ya no nos
quiera sobre su faz y siga girando por el espacio sideral pero sin nosotros,
porque fuimos ecocidas y geocidas.
Como somos seres de inteligencia y amantes de la vida
podemos cambiar el rumbo de nuestro destino. Que el Espíritu Creador nos
fortalezca en este propósito.
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