domingo, 22 de marzo de 2020

Domingo 4º de Cuaresma A (22.03.2020): Juan 9,1-41 (El Profeta enseña a abrir los ojos). y Domingo 17º de ‘Los Hechos de los Apóstoles’ (22.03.2020): Hch 11,1-18 “Ellos sí escucharán” (Hechos 28,28-29)


La presentación de los comentarios de este domingo cuarto de Cuaresma lleva por título 'Tu profeta del amanecer' y está escrita en 'Cien palabras' que me pertenecen, más o menos, porque ya empiezan a ser tuyas también. 

"Aquel o aquello me abrió los ojos. Yo no era ciego, pero no veía. Alguien me miró o me tocó o me escuchó o me habló. Aquello estaba allí, pero solo entonces lo vi.
Cuando esto pasa, casi se te escapa la redundancia ‘lo vi con mis propios ojos’. Por fin. Y te alegras como nunca te había ocurrido.
Nos ha pasado a todos y sabemos cuándo, dónde, con quién y hasta el por qué. No veías y ahora ves. Seguro que lo vas contar o escribir, porque en tus adentros ahora brilla otra luz. Ella, tu profeta del amanecer".
Los comentarios los puedes leer a continuación. También están en el archivo adjunto.
Domingo 4º de Cuaresma A (22.03.2020): Juan 9,1-41
El Profeta enseña a abrir los ojos. Yo lo escribo CONTIGO,

Vamos de relato en relato de los Evangelios como el que salta de piedra en piedra hasta que resbala y se cae en el camino que se recorre o en el río que se atraviesa. El domingo pasado estuvimos de encuentro con Jesús y la mujer samaritana y en este cuarto domingo de la Cuaresma acompañamos a Jesús en la fiesta de ‘Las Tiendas’ que se celebra en Jerusalén en los días finales del verano en memoria de los años del desierto que les liberó de la esclavitud.

Y desierto deshumanizador debe de ser ‘sentirse ciego o enceguecido’. Desde el comienzo del relato, el Evangelista nos alerta sobre la realidad del ciego y de su ceguera: “Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: Maestro, ¿quién pecó para que este hombre naciera ciego? ¿Él o sus padres?” (Juan 9,1-2). En la Religión del tiempo de Jesús los judíos pensaban que la enfermedad era el castigo de Dios por algún pecado cometido por la persona enferma. En este caso presente, el castigo es la ceguera permanente.

El Evangelista Juan despeja en un instante la manera de pensar y de creer de su Jesús de Nazaret. El Jesús del Evangelista Mateo hubiera escrito ante esta situación algo semejante a esto: ‘Habéis oído que se dijo desde antiguo que toda ceguera es un castigo que Dios envía al pecador por su pecado, sin embargo yo os digo que este hombre no ha pecado y sus padres tampoco. Dios no castiga. Cura. Yo soy la luz’.

Cuando llegamos al final del relato nos sorprendemos por constatar que lo que pudiera decir Mateo es lo que nos comunica el propio Jesús de Juan que se atreve a llamar ‘ciegos’ a quienes se creen que ‘ven’ por seguir siendo, en apariencia, buenos cumplidores de las orientaciones de la Ley. Esta Ley de Moisés era ‘la luz’. Pero para Jesús esta luz se apagó porque dejó de humanizar, de curar, de iluminar: “Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado permanece” (Juan 9,41). En nuestra sabiduría popular se diría que ‘no hay peor ciego que quien no quiere ver’.

Entre la situación del comienzo del relato y la situación final, el Evangelista nos va colocando como en un espejo las decisiones que cada quien va tomando ante las palabras y la presencia de Jesús de Nazaret. Sólo el ciego confió en Jesús: “Él me dijo: vete a Siloé y lávate. Yo fui, me lavé y veo”  (Juan 9,11-12). A los vecinos sólo les interesa saber lo que pasa, están al margen. Los fariseos están divididos ante el actuar blasfemo de Jesús que no ‘cumple la Ley del sábado’. Los padres del ciego están llenos de miedo y no desean abandonar la sinagoga. Y los llamados judíos, las autoridades de la Religión, están declaradamente en contra del hablar y del hacer del judío Jesús, el laico de Galilea.

Tanto el ciego de nacimiento como Jesús se encuentran, se reconocen y se identifican. Qué iluminador es el diálogo final de ambos en los versículos 35 a 39 de este capítulo noveno. Cuando me leo despacio y contemplo el ‘abrazo final del ciego con Jesús’ me pregunto: ¿Quién es este hombre que pasó por esta tierra abriendo los ojos de las neuronas hasta provocar en cada persona las decisiones que humanizan o que alteran los órdenes establecidos? Este hombre es un profeta, me dice el ciego: me enseñó a ver que es pensar, tocar, decidir y amar.
Carmelo Bueno Heras

Domingo 17º de ‘Los Hechos de los Apóstoles’ (22.03.2020): Hch 11,1-18
“Ellos sí escucharán” (Hechos 28,28-29)

Una vez que se despidieron de Cornelio y de su familia, Pedro y sus acompañantes regresaron a Jerusalén, a su grupo de los DOCE. Y según este relato de Lucas en Hechos 11,1-18, no tuvieron una cordial y entrañable acogida. Más bien todo lo contrario: “Los apóstoles y los judeocristianos se enteraron de que también los gentiles había recibido la Palabra de Dios. Cuando Pedro subió a Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le reprocharon que había entrado en casa de incircuncisos  y había comido con ellos (Hch 11,1-3).

A partir de este momento, nuestro narrador Lucas pone en boca de Pedro un largo parlamento en el que trata de contar los hechos y las razones por las que fue tomando, una tras otra, las decisiones que le habían llevado a este momento (Hch 11,4-17). Este Pedro reconoce que estuvo en Jafa, pero en ningún momento indica que se hubiera alojado en casa de Simón el curtidor y junto al Mar. En su momento, Pedro decidió alojarse en esta casa y no en otro lugar. Y ahora decide no comentar nada sobre este dato.

Los judeocristianos del grupo de los DOCE, en el que Pedro ocupa una posición de autoridad, le acaban de acusar de romper una normativa religiosa y ética en relación con el lugar en el que se reside o acepta alojarse ‘un buen judío’. Quienes piensan y creen en esta práctica de la Ley, ¿qué habían comprendido del mensaje de Jesús  sobre este asunto? ¿Tan pronto se habían olvidado de la práctica encarnada por Jesús cuando llega a Jericó y decide entrar en casa del acaudalado Zaqueo el recaudador?

Mientras se saborea críticamente la lectura de este discurso de Pedro conviene tener entre las manos o delante de los ojos el relato de este encuentro, que sólo nos ha contado Lucas sin saber muy bien si se trataba de un hecho real o tan solo de una parábola, de Jesús con Zaqueo en Lucas 19,1-10.

Y ya puestos en la tarea de la lectura en paralelo o sinóptica hay que añadir la lectura del discurso de Pedro en este Libro de los Hechos en 15,7-12. El contexto es la llamada ‘Asamblea de Jerusalén’ y en ella sostiene Pedro que no se debe imponer a quien desee seguir a Jesús la práctica de la circuncisión. No es necesario que un gentil y extranjero deba hacerse primero judío y luego cristiano. Esta aparición en público de Pedro será la última en este Libro.

Y esto quiere decir que Pedro ya había llegado a comprender que ser de Jesús no es pertenecer al grupo de los DOCE, sino aceptar que debemos sentarnos en la misma mesa y compartir el mismo pan. ¿Qué compartieron Jesús y Zaqueo en Jericó, sino de la casa, la mesa y el comer juntos? ¿Qué compartió Pedro en casa de Cornelio en Cesarea del Mar, sino la casa, la mesa y el comer juntos? ¿De qué discrepaban tan acaloradamente en la Asamblea de Jerusalén, sino de la mesa y la comida compartida entre las personas fueran de la raza, religión o condición que fueran? ¿Existe distinción alguna entre ellos (gentiles) y nosotros (judíos)? No.

El verso de Hechos 11,18 parece decirnos que todo quedó comprendido y aceptado después de oír a Pedro, pero no fue así. Las abiertas heridas por acoger a los gentiles siguieron abiertas.
Carmelo Bueno Heras

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