La presentación de los
comentarios de este domingo cuarto de Cuaresma lleva por título 'Tu profeta del
amanecer' y
está escrita en 'Cien palabras' que me pertenecen, más o menos, porque ya
empiezan a ser tuyas también.
"Aquel
o aquello me abrió los ojos. Yo no era ciego, pero no veía. Alguien me miró o me tocó o me escuchó o me
habló. Aquello estaba allí, pero solo entonces lo vi.
Cuando
esto pasa, casi se te escapa la redundancia ‘lo vi con mis propios ojos’. Por
fin. Y te alegras como nunca te había ocurrido.
Nos
ha pasado a todos y sabemos cuándo, dónde, con quién y hasta el por qué. No
veías y ahora ves. Seguro que lo vas contar o escribir, porque en tus adentros
ahora brilla otra luz. Ella, tu profeta del amanecer".
Los
comentarios los puedes leer a continuación. También están en el archivo
adjunto.
Domingo
4º de Cuaresma A (22.03.2020): Juan 9,1-41
El
Profeta enseña a abrir los ojos. Yo
lo escribo CONTIGO,
Vamos
de relato en relato de los Evangelios como el que salta de piedra en piedra
hasta que resbala y se cae en el camino que se recorre o en el río que se
atraviesa. El domingo pasado estuvimos de encuentro con Jesús y la mujer
samaritana y en este cuarto domingo de la Cuaresma acompañamos a Jesús en la
fiesta de ‘Las Tiendas’ que se celebra en Jerusalén en los días finales del
verano en memoria de los años del desierto que les liberó de la esclavitud.
Y
desierto deshumanizador debe de ser ‘sentirse ciego o enceguecido’. Desde el
comienzo del relato, el Evangelista nos alerta sobre la realidad del ciego y de
su ceguera: “Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le
preguntaron: Maestro, ¿quién pecó para que este hombre naciera ciego? ¿Él o sus
padres?” (Juan 9,1-2). En la Religión del tiempo de Jesús los judíos
pensaban que la enfermedad era el castigo de Dios por algún pecado cometido por
la persona enferma. En este caso presente, el castigo es la ceguera permanente.
El
Evangelista Juan despeja en un instante la manera de pensar y de creer de su
Jesús de Nazaret. El Jesús del Evangelista Mateo hubiera escrito ante esta
situación algo semejante a esto: ‘Habéis oído que se dijo desde
antiguo que toda ceguera es un castigo que Dios envía al pecador por su pecado,
sin embargo yo os digo que este hombre no ha pecado y sus padres
tampoco. Dios no castiga. Cura. Yo soy la luz’.
Cuando
llegamos al final del relato nos sorprendemos por constatar que lo que pudiera
decir Mateo es lo que nos comunica el propio Jesús de Juan que se atreve a
llamar ‘ciegos’ a quienes se creen que ‘ven’ por seguir siendo, en apariencia,
buenos cumplidores de las orientaciones de la Ley. Esta Ley de Moisés era ‘la
luz’. Pero para Jesús esta luz se apagó porque dejó de humanizar, de curar, de
iluminar: “Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis,
vuestro pecado permanece” (Juan 9,41). En nuestra sabiduría popular se
diría que ‘no hay peor ciego que quien no quiere ver’.
Entre
la situación del comienzo del relato y la situación final, el Evangelista nos
va colocando como en un espejo las decisiones que cada quien va tomando ante
las palabras y la presencia de Jesús de Nazaret. Sólo el ciego confió en
Jesús: “Él me dijo: vete a Siloé y lávate. Yo fui, me lavé y veo” (Juan
9,11-12). A los vecinos sólo les interesa saber lo que pasa, están al
margen. Los fariseos están divididos ante el actuar blasfemo de Jesús que no
‘cumple la Ley del sábado’. Los padres del ciego están llenos de miedo y
no desean abandonar la sinagoga. Y los llamados judíos, las autoridades
de la Religión, están declaradamente en contra del hablar y del hacer del judío
Jesús, el laico de Galilea.
Tanto
el ciego de nacimiento como Jesús se encuentran, se reconocen y se identifican.
Qué iluminador es el diálogo final de ambos en los versículos 35 a 39 de este
capítulo noveno. Cuando me leo despacio y contemplo el ‘abrazo final del ciego
con Jesús’ me pregunto: ¿Quién es este hombre que pasó por esta tierra abriendo
los ojos de las neuronas hasta provocar en cada persona las decisiones que
humanizan o que alteran los órdenes establecidos? Este hombre es un profeta, me
dice el ciego: me enseñó a ver que es pensar, tocar, decidir y amar.
Carmelo
Bueno Heras
Domingo 17º de ‘Los Hechos de los
Apóstoles’ (22.03.2020): Hch 11,1-18
“Ellos sí escucharán” (Hechos 28,28-29)
Una
vez que se despidieron de Cornelio y de su familia, Pedro y sus acompañantes
regresaron a Jerusalén, a su grupo de los DOCE. Y según este relato de Lucas en
Hechos 11,1-18, no tuvieron una cordial y entrañable acogida. Más bien todo lo
contrario: “Los apóstoles y los judeocristianos se enteraron de que también
los gentiles había recibido la Palabra de Dios. Cuando Pedro subió a Jerusalén,
los partidarios de la circuncisión le reprocharon que había entrado en casa
de incircuncisos y había comido con ellos” (Hch 11,1-3).
A
partir de este momento, nuestro narrador Lucas pone en boca de Pedro un largo
parlamento en el que trata de contar los hechos y las razones por las que fue
tomando, una tras otra, las decisiones que le habían llevado a este momento
(Hch 11,4-17). Este Pedro reconoce que estuvo en Jafa, pero en ningún momento
indica que se hubiera alojado en casa de Simón el curtidor y junto al Mar. En
su momento, Pedro decidió alojarse en esta casa y no en otro lugar. Y ahora
decide no comentar nada sobre este dato.
Los
judeocristianos del grupo de los DOCE, en el que Pedro ocupa una posición de
autoridad, le acaban de acusar de romper una normativa religiosa y ética en
relación con el lugar en el que se reside o acepta alojarse ‘un buen judío’.
Quienes piensan y creen en esta práctica de la Ley, ¿qué habían comprendido del
mensaje de Jesús sobre este asunto? ¿Tan pronto se habían olvidado de la
práctica encarnada por Jesús cuando llega a Jericó y decide entrar en casa del
acaudalado Zaqueo el recaudador?
Mientras
se saborea críticamente la lectura de este discurso de Pedro conviene tener
entre las manos o delante de los ojos el relato de este encuentro, que sólo nos
ha contado Lucas sin saber muy bien si se trataba de un hecho real o tan solo
de una parábola, de Jesús con Zaqueo en Lucas 19,1-10.
Y
ya puestos en la tarea de la lectura en paralelo o sinóptica hay que añadir la
lectura del discurso de Pedro en este Libro de los Hechos en 15,7-12. El
contexto es la llamada ‘Asamblea de Jerusalén’ y en ella sostiene Pedro que no
se debe imponer a quien desee seguir a Jesús la práctica de la circuncisión. No
es necesario que un gentil y extranjero deba hacerse primero judío y luego
cristiano. Esta aparición en público de Pedro será la última en este Libro.
Y
esto quiere decir que Pedro ya había llegado a comprender que ser de Jesús no
es pertenecer al grupo de los DOCE, sino aceptar que debemos sentarnos en la
misma mesa y compartir el mismo pan. ¿Qué compartieron Jesús y Zaqueo en
Jericó, sino de la casa, la mesa y el comer juntos? ¿Qué compartió Pedro en
casa de Cornelio en Cesarea del Mar, sino la casa, la mesa y el comer juntos?
¿De qué discrepaban tan acaloradamente en la Asamblea de Jerusalén, sino de la
mesa y la comida compartida entre las personas fueran de la raza, religión o
condición que fueran? ¿Existe distinción alguna entre ellos (gentiles) y
nosotros (judíos)? No.
El
verso de Hechos 11,18 parece decirnos que todo quedó comprendido y
aceptado después de oír a Pedro, pero no fue así. Las abiertas heridas por
acoger a los gentiles siguieron abiertas.
Carmelo
Bueno Heras
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