Nadie manda en el aire
El pasado martes, día 11 de
mayo de 2021, hubo Motu Proprio del Sumo Pontífice Francisco... A estas alturas
del fin de semana la noticia se conoce en medio mundo y en buena parte del otro
medio. Más de uno habrá exclamado "¡Por fin!". Ahora sólo deseo transcribir
dos citas textuales y casi nada más.
La primera cita es el
comienzo de la Carta apostólica: "El ministerio de Catequista en la
Iglesia es muy antiguo" (nº 1).
La segunda cita es un poco
más amplia y dice así al referirse a las personas de los Catequistas: "Se
requiere que sean fieles colaboradores de los sacerdotes y los diáconos,
dispuestos a ejercer el ministerio donde sea necesario, y animados por un
verdadero entusiasmo apostólico. En consecuencia, después de haber ponderado
cada aspecto, en virtud de la autoridad apostólica instituyo el
ministerio laical de Catequista. La Congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos se encargará en breve de publicar el Rito de
Institución del ministerio laical de Catequista" (nº 8).
Entiendo que está bien claro
que se trata de un 'ministerio' (en minúsculas, desde su origen latino del
'menos que') por estar a la orden y al servicio de un MAGISTERIO (en
mayúsculas, desde su origen latino del 'más que'). El Magisterio reside en el
sacerdocio y el diaconado; en cambio, el ministerio es lo propio y adecuado
para el laicado. ¿Pero no se nos ha dicho, y repetido hace nada, aquello
del 'TUTTI FRATERLLI'?
¡¡¡Seguimos anclados en los
dos párrafos de Lumen Gentium 9!!! En el primero de ellos todos somos
iguales desde el Bautismo. Pero inmediatamente, en el segundo párrafo, unos son
los que mandan, porque en ellos reside toda la autoridad y son pastores como el
Pastor único, y otros son los que obedecen para el buen funcionamiento de la
institución eclesial.
No hemos superado nada de
esta realidad. Parece que estamos acostumbrados al baile de las normales
rutinas de la autoridad romana vaticana: dos pasos hacia adelante y uno y medio
hacia atrás. Y creemos que progresamos adecuadamente. Pues ya se ve... Y que
cada mente aguante la realidad de sus preguntas y de sus propias respuestas.
Creo que así son estos datos. No voy a tratar de convertir, cambiar o
transfigurar nada, sólo trato de comprenderlo. Y me sigo diciendo muy
personalmente que 'Así, no'.
Y, por cierto, si el
ministerio de Catequista en la Iglesia es muy antiguo, ¿cómo se come
eso de que yo ahora y por mi autoridad instituyo... qué...? Me declaro
incompetente para armonizar tanta contradicción, y lo escribo.
El aire de pentecostés sopla
donde y como quiere. Y una cosa es cierta, sea como sea la realidad en
apariencia o en virtualidad, el aire no es patrimonio de nadie. Nadie manda en
el aire. Cuanto más aire 'se consume', qué insondable misterio, más aire
'existe y se mueve'. Lo que sí me sorprende es ¡lo tardo y lento que soy en
aprender!
Pero todo llegará, me siguen
aconsejando mis neuronas.
A continuación siguen los
comentarios del relato de Juan y otra sugerencia sobre 'La nariz del judío y
laico Jesús'.
En el archivo adjunto se
encuentran también estos mismos comentarios.
Domingo de
Pentecostés Ciclo B (23.05.2021): Juan 20,19-23. El aire es VIDA, es el espíritu. Me lo digo y lo escribo CONTIGO,
Después de celebrar la memoria de la Ascensión, se
nos propone en la Iglesia católica la celebración de la Bajada del Espíritu
desde lo alto hasta la tierra. Fiesta de Pentecostés. Según la tradición, es
tiempo de Confirmaciones en las diócesis eclesiásticas católicas. Y con este
sacramento, que suele celebrarse alrededor de los 18 años, se concluye el
tiempo de la ‘iniciación cristiana’. Primero fue el Bautismo y después la
Comunión-Eucaristía. No siempre fue así en nuestra Iglesia, pero así suele
celebrarse ahora.
Pentecostés
es el tiempo del Espíritu. ¿Se habrá elegido por este motivo la lectura de Juan
20,19-23? Sobre todo y especialmente por Jn 20,22: “Dicho esto,
sopló sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo”. Esto que se dice
de Jesús de Nazaret sucede, según este Evangelio, el primer día de la semana
por la tarde, cuando el día de aquella primavera de Jerusalén estaba dejando
paso a la llegada de la noche. Según este narrador de los hechos, la Bajada del
Espíritu no aconteció cincuenta días después de la resurrección, se la entienda
como se la desee entender.
En
este momento y según el Evangelista, las seguidoras y seguidores de aquel Jesús
de Nazaret estaban reunidos y compartían el miedo de ser identificados con el
condenado, ejecutado y sepultado Jesús de Nazaret. Quiero imaginar que para
este Evangelio estaban ahí el llamado discípulo amado, Pedro y María Magdalena.
Así lo comprendo después de haber leído Juan 20,1-18 donde se nos cuenta lo
sucedido en la mañana de aquel mismo día.
En
cambio, en aquel recinto cerrado a cal y canto no se encontraban dos de los
llamados DOCE seguidores. El uno, Judas el traidor. Y el otro ausente es Tomás.
Ni el uno ni el otro recibieron en aquella tarde-noche el soplo del Espíritu
Santo. Probablemente, Tomás lo debería haber recibido ocho días más tarde, pero
nada de esto se nos dice en Jn 20,24-29. Tal vez ésta pueda ser la razón
no confesada por la que ningún papa de la iglesia católica quiso adoptar el
nombre de Tomás.
No
deseo que se olvide que el autor de estas noticias escribe en la última década
del siglo primero de la historia. Más de sesenta años después de que estos
supuestos acontecimientos hubieran sucedido. Ninguno de los tres Evangelista
anteriores nos cuenta estas cosas del primer día de la semana de esta manera.
Por más que un investigador concienzudo pretenda encajar las piezas de los
hechos sobre los cien primeros días después de la muerte de Jesús, por poner un
tiempo estimado razonable, jamás conseguirá componer la cuadratura de este
círculo.
En
medio de tanta inseguridad incierta ante lo que sucedió o no sucedió me seguiré
preguntando por la presencia del Espíritu, sea de Dios, sea de Jesús o sea de
todo ser que respira. ¿Será el Espíritu aquello que los sabios judíos llamaban
‘ruaj’, vocablo femenino, soplo, aliento, aire, brisa o vendaval?
¿Será
el Espíritu aquello que los sabios griegos llamaban ‘pneuma’, también aire,
aliento, viento? ¿Será, por fin, o también, el Espíritu la tercera persona de
la trinidad divina que los sabios cristianos se atrevieron a simbolizar en una
paloma que recordaría siempre aquella paloma mediterránea del arca de Noé que
sobrevoló las aguas del universal diluvio?
Y
con estas preguntas en mis entrañas, la imaginación de mis neuronas sólo
alcanza en cada reflexión que me hago sobre el Espíritu que éste no es otra
realidad que el aire que tú y yo respiramos. O que él nos respira. ¿Respirar no
es vivir? El aire se nos hizo casi grito en el nacer. El aire nos mantiene, es
abundante, es gratis, está siempre. Es VIDA, es el espíritu. Carmelo
Bueno Heras
CINCO
MINUTOS con la Biblia entre las manos. Domingo 26º: 23.05.2021.
Después de comentar los cuatro Evangelios y Hechos ¡completos!...
LA NARIZ DE JESÚS
Después de evocar en esta página bíblica el
asunto de las manos, la boca, los oídos y los ojos de Jesús, imagino que los
lectores asiduos esperan que escriba sobre el quinto sentido de Jesús, para
completar los modestos apuntes de una sugerente Cristología a la vez corporal,
existencial y humana. ¿Cómo era la nariz de Jesús? Tal vez tengamos que
preguntárselo a los artistas que se atrevieron, en la historia de la expresión
plástica religiosa, a inmortalizar la nariz de Jesús. La contemplación de sus
múltiples obras no nos disipará las dudas: seguramente habrá tantas narices
como pintores, grabadores o escultores. Quizá, como alternativa, sea bueno observar
a cuantas personas judías se crucen por el camino de nuestra vida para
catalogar sus distintos tipos de nariz. Intuyo que esta exhaustiva
investigación nos aportará un elevado número de dudas sobre la nariz de Jesús.
Ciertamente, la nariz de Jesús era judía.
Los relatos evangélicos tampoco clarifican la
respuesta, porque sus autores nunca se plantearon tal pregunta. Sin embargo, la
lectura de estos relatos nos descubre al menos dos datos relacionados con esta
curiosa cuestión de la nariz de Jesús. Su capacidad olfativa se vio alterada
por la fragancia de un fino perfume valiosísimo y por el hedor irrespirable de
la descomposición de la vida. El primer dato está presente en las cuatro
tradiciones evangélicas (Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; Lucas 7,36-50; Jn 12,1-11). El
segundo, sólo se puede encontrar en el texto del cuarto Evangelio (Jn
11,32-42).
Sí, la nariz de Jesús percibió el irrespirable
hedor de la descomposición de la vida en la figura de Lázaro. Ante este hecho,
Jesús lloró y cuantos lo vieron comentaban lo mucho que le amaba. Si Lázaro
hubiera sido una persona de “carne y hueso” devuelta a la vida después de su
muerte, ¿los evangelios sinópticos no nos habrían contado tan sorprendente
acontecimiento? Lázaro es, según los investigadores de las cuestiones bíblicas,
símbolo del Israel que rechaza la vida que es Jesús, que rechaza el pan, la
luz, el agua y el templo de Dios que es Jesús y por eso, irremediablemente
muere. Rechazar a Jesús es rechazar también al Dios Padre de todos en quien
cree. Pero, no todo el pueblo es así. Ahí están Marta y María, hermanas del
muerto, que acogen a Jesús y confiesan su fe en la luz y en la vida que él
encarna. El hedor de la descomposición de la vida no es otra cosa que el
rechazo de la persona de Jesús y de su Dios. Ante estas actitudes, Jesús se
siente siempre profundamente conmovido y por eso actúa.
También la nariz de Jesús se alteró al verse
impregnado por las esencias de un perfume derramado sobre él por María, según
Juan, o por una desconocida mujer, según los sinópticos. Tales mujeres sabían
bien lo que su gesto representaba: le estaban proclamando el “Mesías-Cristo” de
Dios. Esta confesión de fe, esta acogida de Jesús y esta confianza puesta en él
eran, según el judaísmo de entonces, una blasfemia. Con este gesto simbólico
estaban firmando su propia sentencia de muerte y la de Jesús (Éxodo 30,22-33).
Ante estas actitudes, también Jesús se siente conmovido y recomienda que este
gesto sea siempre recordado allí donde se anuncie la Buena Noticia de Dios.
La nariz de Jesús era judía. Por eso conoció el
aroma de aquella religiosidad que conducía a la descomposición de la vida. Ante
todo esto, la nariz de Jesús exhaló e inhaló el perfume alternativo de su Buena
Noticia, que unas mujeres acertaron a percibir y a difundir. Carmelo
Bueno Heras. Educar hoy 101 (febrero.2006).
No hay comentarios:
Publicar un comentario