Santa Cunegunda, viuda y fundadora
fecha: 3 de marzo
n.: c. 980 - †: 1033/1039 - país: Alemania
otras formas del nombre: Kunigunde, Cunegundis
canonización: C: Inocencio III 3 abr 1200
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: c. 980 - †: 1033/1039 - país: Alemania
otras formas del nombre: Kunigunde, Cunegundis
canonización: C: Inocencio III 3 abr 1200
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En el monasterio de Oberkaufungen, en Hesse, santa Cunegunda, que
aportó muchos beneficios a la Iglesia junto con su cónyuge, el emperador san
Enrique, y que, tras la muerte de éste, abrazó la vida cenobítica en el
monasterio donde se había retirado. Al morir, hizo a Cristo heredero de todos
sus bienes, y su cuerpo fue colocado junto a los restos de su esposo, en
Bamberg.
Patronazgos: patrona de las mujeres embarazadas y protectora de los niños
enfermos.
refieren a este santo: Santa Emma, San Enrique II

Santa Cunegunda era hija de Sigfrido de
Luxemburgo y de su santa esposa, Eduviges, quienes la educaron piadosamente.
Cunegunda se casó con el duque Enrique de Baviera (el futuro emperador san Enrique II).
Este le regaló un crucifijo oriental, idéntico, según parece, al que se halla
actualmente en Munich. Algunos autores posteriores afirman que ambos esposos
hicieron voto de virginidad el día de su matrimonio; pero los historiadores
actuales niegan que haya pruebas suficientes en favor de esa tesis. El cardenal
Humberto, que escribió a mediados del siglo XI, no menciona dicho voto y
atribuye la esterilidad del matrimonio a un castigo de Dios por las exacciones
que Enrique cometió contra la Iglesia. A la muerte del emperador Otón III,
Enrique fue elegido rey de los romanos: Wiligio le coronó en Mainz y santa
Cunegunda fue coronada como reina dos meses después, en Paderborn. En 1013,
fueron juntos a Roma para recibir la corona imperial de manos del Papa
Benedicto VIII.
Según cuentan los hagiógrafos de épocas
posteriores, santa Cunegunda fue víctima de las malas lenguas, a pesar de la
santa vida que llevaba, y hasta su mismo esposo dudó de ella alguna vez.
Comprendiendo que su posición exigía la reivindicación de su fama, la
emperatriz decidió someterse a la prueba del fuego y atravesó ilesa una cama de
carbones ardientes. Enrique le pidió perdón por haber dudado de ella y, a
partir de entonces vivieron estrechamente unidos, promoviendo de todas las
maneras posibles la gloria de Dios y el progreso de la religión. Pero debe
advertirse que no existen pruebas suficientes de esta leyenda.

Cediendo, en parte, a los ruegos de santa
Cunegunda, el emperador fundó el monasterio y la catedral de Bamberg, que fue
personalmente consagrada por el Papa Benedicto VIII. La emperatriz consiguió
tales privilegios para una ciudad que, según la voz popular, los hilos de seda
de Cunegunda la defendían mejor que todas las murallas. Durante una peligrosa
enfermedad, la emperatriz prometió fundar un convento en Kafungen de Hesse,
cerca de Cassel. Así lo hizo en cuanto recobró la salud y, cuando murió su
esposo, estaba ya a punto de terminar otro convento para las religiosas de san
Benito. Según parece, la emperatriz tenía una sobrina joven, llamada Judit, a
la que profesaba mucho cariño y a la que había educado con gran solicitud.
Santa Cunegunda nombró a Judit superiora del nuevo convento, no sin haberle
dado antes muchos buenos consejos. Pero la joven abadesa empezó a dar muestras
de laxitud y frivolidad, en cuanto se vio libre de la tutela de su tía. Era la
primera en acudir al refectorio y la última en llegar a la capilla; y prestaba
oídos a toda clase de habladillas y las propagaba. Inútiles resultaron todas
las reprensiones de santa Cunegunda: la crisis estalló el día en que la
abadesa, en vez de asistir a una procesión dominical, se quedó a pasar el rato con
otras religiosas jóvenes. Llena de indignación, santa Cunegunda reprendió
ásperamente a la culpable y aun la golpeó. Las marcas de los dedos de la santa
quedaron impresas en las mejillas de la abadesa hasta el día de su muerte, y
ese milagro no sólo convirtió a la abadesa desobligada, sino que ejerció un
efecto saludable sobre toda la comunidad.
En 1024, el día del aniversario de la
muerte de su esposo, santa Cunegunda invitó a numerosos prelados a la
dedicación de la iglesia que había construido en Kafungen. Después del canto
del Evangelio, la santa depositó sobre el altar una reliquia de la cruz de
Jerusalén, cambió sus vestiduras imperiales por el hábito religioso y recibió
el velo, de manos del obispo de la ciudad. Una vez en religión, pareció olvidar
que había sido emperatriz y se consideraba como la ultima de las monjas,
convencida de que eso era, a los ojos de Dios. Nada temía tanto como aquello
que pudiera recordarle su antigua dignidad. Oraba y leía mucho, y se dedicaba
especialmente a visitar y consolar a los enfermos. Así pasó los últimos años de
su vida. Murió el 3 de marzo de 1033 (o 1039). Su cuerpo fue sepultado en
Bamberg junto al de su esposo.
Sobre la vida de santa Cunegunda son más
de fiar las crónicas contemporáneas que la biografía de época relativamente
tardía; sobre todo, teniendo en cuenta que esta última fue escrita
probablemente con miras a la canonización de la santa, que tuvo lugar hacia el
año 1200. J. B. Sagmüller (Theologische Quartalschrift, 1903, 1907, 1911), ha
estudiado a fondo las razones para descartar el voto de perpetua virginidad de
santa Cunegunda y su esposo; cf. A. Michel, ibid., vol. XCVIII (1916), pp.
463-467. Los diversos textos de la biografía de santa Cunegunda, han sido
publicados en Acta Sanctorum y en MGH, Scriptores, vol. VII. Existen algunas
biografías modernas, más populares que críticas, como la de Toussaint y la de
H. Müller; esta última es más bien una biografía de san Enrique y santa
Cunegunda. Cf. Hauck, Kirchengeschichte Deutschalands, vol. III, p. 539.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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