Ha llegado la fiesta del
Corpus. Será el domingo día 23 de junio. En algunos lugares será un jueves,
como se hizo por tradiciones que no conviene alterar. O tal vez vez sí convino
alterar y no se quiso hacer... Es el final del recorrido que comenzó con el Miércoles
de Ceniza de la Cuaresma. Ya ha pasado tiempo y celebraciones.
Durante tantos domingos nos
hemos olvidado, en este año, de la lectura continuada del Evangelio de Lucas. Y
es cierto que ya casi nadie sabemos qué habíamos leído de este Evangelio desde
el pasado mes de diciembre.
La Iglesia no nos ayuda en
sus lecturas del Evangelio a comprender la obra escrita por cada uno de los
cuatro Evangelistas. En la liturgia eclesiástica hay otros objetivos más
evidentes. El Evangelio (su lectura, sus comentarios y su comprensión) es un
elemento más de la estructura de la liturgia. Un elemento más, nunca el centro.
Creo que pinta un poco menos que la misma homilía.
Quiero decir que la liturgia
no tiene como finalidad 'evangelizar', sino sacramentalizar y por eso se pone
al servicio del Catecismo de los Dogmas y no a la escucha del Evangelio.
Estas cosas no se pueden
silenciar mientras no llegue a producirse un cambio dentro de la liturgia de la
Iglesia católica. Y esta renovación no se desea abordar por quienes deberían
hacerlo.
Estamos en la fiesta del
Corpus. ¿Cuántas tradiciones populares y religiosas podrían citarse? ¿Cuántas
tienen sus raíces en la comprensión del Evangelio y cuántas otras son frutos de
otros intereses que los humanos nos hemos inventado? ¿Acaso no es negocio tener
que comprar una silla para poder sentarse a esperar el paso, se dice, de la
presencia del resucitado Jesús de Nazaret por la calle de mi ciudad y en el
interior de una custodia de firma y sello de un importante orfebre del oro y de
la plata?
El Corpus se ha hecho fiesta
del pueblo con el paso de los años y 'renovar' esta fiesta es atentar contra la
identidad de las personas del pueblo. ¿Es mejor callarse y retirarse? ¿Sin
ruidos, sin presencias, sin palabras...?
Detrás de esta fiesta del
Corpus se queda en silencio la Buena Noticia de Evangelio. Y estoy aprendiendo
a quedarme al lado de este Evangelio silenciado... Y estoy aprendiendo a
compartir una mesa con quienes nos vamos también en silencio apartando del
ruido de unas tradiciones que dejaron de ser anuncios de la presencia de Jesús
de Nazaret para convertirse en presencia institucionalizada de una nueva
religión que aspira siempre a ser la RELIGION.
Dentro de una semana, más.
Seguiremos hablando aquí del Evangelio que se hace buena noticia en ti y en el
de tu alrededor... Los demás comentarios los puedes leer a continuación.
También en el archivo adjunto...
Y mientras nos despedimos
oigo aquello del 'dadles vosotros de comer y hacedlo en memoria mía'...
Domingo
del Corpus en el Ciclo C (23.06.2019): Lucas 9,11-17
‘Tú y yo somos su presencia viva’. Medito y escribo CONTIGO:
Hemos llegado ya al
último domingo ‘especial’ en el calendario de las festividades de la iglesia
católica. Y las autoridades de la liturgia nos han propuesto leer, anunciar y
meditar la narración de la única multiplicación de los panes que
nos cuenta Lucas en su Evangelio. A partir del próximo domingo esta autoridad
de la liturgia se reencontrará con ella misma, porque nos volverá a proponer la
lectura del Evangelio del año del Ciclo C que es Lucas. Por fin, volvemos a
Lucas y a su narración sobre su Jesús de Nazaret.
El texto de Lucas
9,11-17 comienza con estas palabras que escucharemos en la
proclamación del Evangelio: “En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a
la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban”. ¡Cuánto
me hubiera gustado que aquí Lucas nos hubiera contado qué enseñaba o, mejor
aún, cómo enseñaba Jesús lo que era el Reino, o su Reino, o lo que él
comprendía por ‘el Reino’! Nunca se hace esto en ninguno de los cuatro
Evangelios. Y cuando digo esto no dejo de recordar lo que se nos dice en Lucas
17,21. ¿Qué es el Reino o ‘mi Reino’?
He anticipado que
en este relato de Lucas se nos cuenta la multiplicación de los cinco panes para
los cinco mil hombres reunidos (Lc 9,14). Menos mal que aquí no se añade
lo que sí afirma el Evangelista Mateo en 14,21: “sin contar
mujeres y niños”. Algo se ha progresado...
Antes de comentar
otros aspectos invito muy reiterativamente a que se lea cada cual el texto de
Lucas 9,1-50. En este relato nos cuenta el Evangelista las últimas tareas de la
Evangelización de su Jesús y de sus seguidoras y seguidores en Galilea. En esta
amplia narración se nos queda prendida del recuerdo una pregunta del propio
Jesús: “¿Quién decís vosotros que soy yo?” (Lc 15,20).
Pedro respondió e inmediatamente quedó silenciado por Jesús. Y sorprende
también la pobre comprensión de Jesús que ha logrado asimilar Juan, otro de los
DOCE (Lc 9,49-50).
Centramos nuestra
mirada en el sorprendente texto de dar de comer con cinco panes a tanta gente
reunida. Y esto, después de haber curado a todos cuantos sentían la necesidad
de ser curados. Hablamos de los milagros de las curaciones de la enfermedad y
del hambre. Las palabras que el Evangelista pone en labios de Jesús aquí son
como para no olvidar: “dadles vosotros de comer” (15,13).
Leo y escucho ahora
estas palabras y también leo y escucho estas otras palabras del mismo Jesús y
en semejante experiencia de encuentro y de comida: “Haced esto en
memoria mía” (Lucas 22,19). Sé bien que esto último sólo le
pertenece a este Evangelio y que ningún otro nos las ha contado. Cuando medito
conjuntamente ambas expresiones voy constatando la unidad que entre ellas
existe. Tanta, que no son dos, sino una misma experiencia de fe en este hombre
y laico de Galilea.
En esta experiencia
de fe que es el pan, la palabra y la vida compartidas Jesús no está
institucionalizando nuestro llamado y practicado sacramento de la eucaristía
que se realiza y acaba en la santa misa, o al revés. Creo y quiero ser este
Jesús que un día se sembró en mí, se despertó ahí y crece y sigue vivo. Me
asombra que tú y tú y tú y yo ¡seamos su presencia viva!
Carmelo Bueno Heras
Domingo 30º de Mateo (23.06.2019): Mateo 16,13-20
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los
demás” (Mateo
7,12)
El Evangelista nos
ha traído hasta Cesarea de Filipo (Mt 16,13-20), el norte de
Galilea donde nace el Jordán. Y aquí nos presenta a su Jesús de Nazaret, en el
centro de su narración. Ha concluido su Evangelización a las gentes de su
tierra y va a iniciar la etapa que le conducirá hasta Jerusalén. Este Evangelista
sigue muy de cerca la narración que nos dejó Marcos de este ‘acontecimiento’
(Mc 8,27-30), pero sus diferencias nunca se deben olvidar ni
menospreciar.
Para comenzar, en
el versículo 16,13 Mateo no desea escribir la palabra ‘camino’, como lo había
hecho el primer escritor del Evangelio, fuera Marcos o María Magdalena. Para
él, la imagen de ‘el camino’ (Mc 8,27) evoca la decisión de Jesús de subir a
‘evangelizar’ en/a Jerusalén. Y a la vez, seguir ‘evangelizando’ a sus
seguidoras y seguidores, tan duros de cabeza.
Así pues, al acabar
de anunciar su buena noticia en Galilea y antes de comenzar las etapas hasta
llegar a Jerusalén, este Jesús de Mateo nos deja en el aire para respiración de
nuestras neuronas un par de preguntas claras, directas, grupales y personales a
la vez: “¿Quién dice la gente que soy yo?... ¿Quién decís vosotros que
soy yo?” (Mt 16,13-15). Cada una de ellas tiene su respuesta
explícita y escrita en el texto. Las gentes opinan de él una cosa y los
suyos otra.
Mateo 16,16 (cita
sencilla de recordar siempre) recoge la respuesta de Simón llamado Pedro: “Tú
eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”. Y a partir de ahora, en Mt
16,17-20 encontramos dos respuestas contrapuestas que este Evangelista puso en
boca de su Jesús galileo. El Jesús de Nazaret de Marcos y de Lucas no habló
como lo está haciendo aquí el Jesús de Mateo.
El análisis crítico
y exigente, claramente, reconoce que las primeras palabras que aquí salen de la
boca de este Jesús (Mt 16,17-19) son una añadidura de este narrador Mateo. Es
muy posible que en los años ochenta del siglo primero hubiera seguidores de
Jesús que creyeran en la centralidad de la persona de Pedro entre ellos. Pero
desde ahí a creer que este Jesús, y en este momento, fundó e institucionalizó
la iglesia y que ésta fuera una y católica y apostólica y romana media un
abismo inexplicable.
En cambio, los tres
Evangelios sinópticos atestiguan la prohibición explícita de hablar o proclamar
que Jesús fuera el Mesías que ellos pensaban, deseaban y esperaban que viniera
como había sido anunciado desde sus escritos más esperanzadores como lo fue el
Libro del profeta y sabio Daniel. Pocos habían olvidado en el Israel de los
tiempos de Jesús a Daniel 7-9.
Este mesianismo del
nacionalismo judío no fue el mesianismo que deseó Jesús de Nazaret: “Y
prohibió terminantemente a los discípulos decirle a nadie que él era el Mesías” (Mt
16,20). Estas palabras deberían escribirse siempre allá donde se escriban las
palabras anteriores: “Tu eres Piedra y sobre esta roca voy a edificar
mi iglesia” (Mt 16,18). Si no nos acostumbramos a hacerlo así nunca
comprenderemos por qué, enseguida en la narración de Mateo, Jesús de Nazaret
llama a Pedro, explícita y enérgicamente, ‘Satanás’ (Mt 16,21-23). Este asunto
del mesianismo nacionalista unido a la proclamación de Pedro como ‘Piedra
eclesiástica’ me lleva a recordar que esto no es la religión de Jesús, sino
aquello de ‘cuanto deseas que...’ (Mt 7,12).
Carmelo Bueno Heras
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