Santos Pedro y
Pablo, apóstoles
fecha: 29 de junio
†: c. 67 - país: Italia
canonización: bíblico
hagiografía: Abel Della Costa
†: c. 67 - país: Italia
canonización: bíblico
hagiografía: Abel Della Costa
Elogio: Solemnidad de san
Pedro y san Pablo, apóstoles. Simón, hijo de Jonás y hermano de Andrés, fue el
primero entre los discípulos que confesó a Cristo como Hijo de Dios vivo, y por
ello fue llamado Pedro. Pablo, apóstol de los gentiles, predicó a Cristo crucificado
a judíos y griegos. Los dos, con la fuerza de la fe y el amor a Jesucristo,
anunciaron el Evangelio en la ciudad de Roma, donde, en tiempo del emperador
Nerón, ambos sufrieron el martirio: Pedro, como narra la tradición, crucificado
cabeza abajo y sepultado en el Vaticano, cerca de la vía Triunfal, y Pablo,
degollado y enterrado en la vía Ostiense. En este día, su triunfo es celebrado
por todo el mundo con honor y veneración.
Patronazgos: Pedro: patrono de
Roma, Ginebra, Poznan y muchas ciudades y diócesis del mundo; de muchos
oficios: carniceros, vidrieros, carpinteros, instaladores, herreros, plomeros,
relojeros, ceramistas, marineros, tejedores, pescadores; protector de los
náufragos, las vírgenes y los penitentes; para invocar contra la posesión demoníaca,
la epilepsia, la rabia, la fiebre, mordeduras de serpiente, dolencia del pie, y
para pedir buen clima.
Pablo: patrono también de Roma, de Malta, y de muchas ciudades y diócesis; de los teólogos y pastores, tejedores, cesteros, cordeleros, talabarteros, obreros, de la prensa católica; protector para pedir la lluvia y la fertilidad de los campos, contra el miedo y la ansiedad, dolor de oído, cólicos, mordedura de serpiente, rayos y granizo.
Pablo: patrono también de Roma, de Malta, y de muchas ciudades y diócesis; de los teólogos y pastores, tejedores, cesteros, cordeleros, talabarteros, obreros, de la prensa católica; protector para pedir la lluvia y la fertilidad de los campos, contra el miedo y la ansiedad, dolor de oído, cólicos, mordedura de serpiente, rayos y granizo.
Tradiciones, refranes,
devociones: Lluvia por San Pedro, llueve el mes entero.
San Pedro mollado, outro mes alagado.
Al cuco, San José le da el habla, y San Pedro se la quita.
(hay muchas variantes de estos refranes)
San Pedro mollado, outro mes alagado.
Al cuco, San José le da el habla, y San Pedro se la quita.
(hay muchas variantes de estos refranes)
refieren a este santo: San Epafras
Oración: Señor, Dios
nuestro, tú que entregaste a la Iglesia las primicias de tu obra de salvación,
mediante el ministerio apostólico de san Pedro y san Pablo, concédenos, por su
intercesión y sus méritos, los auxilios necesarios para nuestra salvación. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración
litúrgica).
Ver más información en: Los Doce
Los dos
santos que celebramos hoy son de los más fundamentales de la Iglesia. Por mucho
que hubiéramos deseado abreviar la lectura, ha resultado imposible hacerlo en
menos espacio que el que se ha utilizado. Se trata de dos artículos
prácticamente independientes, que aprovechan muchas partes del Butler-Guinea:
todo el dedicado a Pedro (tomo II, pág. 674ss) y casi todo el dedicado a Pablo
(679ss), pero incorpora elementos que no eran críticamente seguros en época de
la edición de esos artículos, y lo son ahora. No he hecho una diferencia visual
(comillas, cursiva, etc) entre lo que dice el Butler-Guinea y lo que he
agregado por mi cuenta, porque no se trata de una edición crítica del
Butler-Guinea sino de ayudar, en la medida de lo posible a introducirse en
estos fundamentales personajes de la historia de nuestra Iglesia, quien esté
interesado en conocer esas diferencias, puede compararlos; lo que sí deben
tener en claro los copipasteros de internet, que éste no es el artículo del
Butler-Guinea, y que si habitualmente hago correcciones personales en los
artículos, en éstos esas correcciones han sido mucho mayores. Por ese motivo no
lo firmo con «Butler-Guinea» sino con mi nombre, aunque en la balanza hay más
frases sacadas de esa gran obra que escritas por mí.
San Pedro
La historia
de san Pedro, tal como la cuentan los Evangelios, es muy conocida y no hay
necesidad de relatarla aquí en detalle. Sabemos que era galileo, que tenía su
casa en Betsaida, que estaba casado, que era pescador y que era hermano del
apóstol san Andrés. Portaba el nombre de Simón,
pero el Señor, en el primer encuentro que tuvo con él, le dijo que se llamaría
Cefas, el equivalente, en arameo, de la palabra griega que significa «piedra» y
que, en su forma española, derivó hasta convertirse en el apelativo Pedro.
Nadie que haya leído, aunque sea superficialmente, el Nuevo Testamento, habrá
dejado de advertir el sitio predominante que se le otorga siempre entre los
primeros seguidores de Jesús. Fue él quien actuó como portavoz de los demás, al
proclamar una sublime profesión de fe: «¡Tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo!» (Mt 16,16; Mc 8,29; Lc
9,20). A él personalmente le dirigió el Salvador estas palabras, con una
solemnidad que no tiene paralelo en los Evangelios: «¡Bendito seas, Simón, hijo de
Jonás, porque no han sido la carne ni la sangre las que te revelaron estas
cosas, sino mi Padre que está en los Cielos! Y Yo te digo que tú eres Pedro y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no
prevalecerán contra ella; a ti te daré las llaves del Reino de los Cielos: y
todo lo que tú atares en la tierra, atado quedará en el cielo; y lo que
desatares en la tierra, quedará desatado en el cielo» (Mt
16,17).
No
menos familiar es la historia de la triple negativa de Pedro hacia su Maestro, no
obstante la advertencia que Él mismo le había hecho sobre el particular. El
caso fue relatado por los cuatro evangelistas con una abundancia de detalles
que parece exagerada ante la pequeñez del suceso, si se le compara con los
otros incidentes en la Pasión de Nuestro Señor y, esta misma singularización
aparece como un tributo a la elevada posición que san Pedro ocupaba entre sus
compañeros. Por otra parte, si bien las advertencias de Jesús no fueron tomadas
en cuenta por el Apóstol, tengamos presente que estuvieron precedidas por otras
palabras, asombrosas y desconcertantes por su extraño cambio del plural al
singular en la misma frase: «Simón,
Simón, mira que Satanás va tras de vosotros para zarandearos como el trigo en
la criba; mas yo he rogado por ti, a fin de que tu fe no parezca; y tú, cuando
te conviertas, confirma a tus hermanos» (Lc 22,31). Igualmente
impresionante es la triple reparación que el Señor, con acentos de ternura,
pero con una insistencia rayana en la crueldad, le pidió a su avergonzado
discípulo junto al Lago de Galilea: «Cuando
hubieron comido, Jesús le dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú
más que éstos? Él respondió: Sí, Señor, Tú sabes que te amo. Jesús le dijo:
Apacienta mis ovejas. Después volvió a decir: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Simón le respondió: ¡Sí, Señor; Tú sabes que te amo! Y Él le dijo: Apacienta
mis ovejas. Y por tercera vez le repitió: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Y
él repuso: ¡Señor! ¡Tú, que sabes todas las cosas, bien sabes que te amo! Jesús
volvió a decir: Apacienta mis ovejas»(21,15ss). Todavía más
maravillosa es la profecía que Jesús hizo a continuación: «En verdad, en verdad, yo te digo:
cuando tú eras joven te ceñías a ti mismo e ibas donde querías. Pero cuando
seas viejo, extenderás las manos para que otro te ciña y te conduzca a donde tú
no quieras». «Y esto -agrega el evangelista- lo dijo para significar por cuál
muerte habría de glorificar a Dios».
Después
de la Ascensión, nos encontramos con que san Pedro se halla aún en primer plano.
A él se le nombra primero en el grupo de los Apóstoles y se indica que moraba
con los demás en «una habitación alta», donde «todos, animados de un mismo espíritu, perseveraban
juntos en oración con las mujeres y con María, la Madre de Jesús y, sus hermanos» (Hech
1,13-14), hasta la venida del Espíritu Santo, el día de Pentecostés. También
fue Pedro quien tomó la iniciativa al elegir un nuevo apóstol en el lugar de
Judas y el que primero habló a la muchedumbre para darle testimonio de «Jesús de Nazaret, un hombre
autorizado por Dios a vuestros ojos, con los milagros, maravillas y prodigios
que, por medio de Él, ha hecho entre vosotros, a quien Dios ha resucitado, de
los que todos nosotros somos testigos». Y se agrega más
adelante: «Oído este
discurso, se compungieron sus corazones y dijeron a Pedro y los demás:
Hermanos, ¿qué es lo que debemos hacer? A lo que Pedro respondió: Haced
penitencia y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesucisto».
Entonces, «los que habían recibido su palabra, fueron bautizados» y
se agrega que aquel día se añadieron a la Iglesia, «cerca de tres mil personas».
También se ha registrado a Pedro como al primero que realizó un milagro de
curación en la Iglesia cristiana. Un hombre cojo de nacimiento, se hallaba al
borde del camino por donde Pedro y Juan subían hacia el Templo a orar y les
rogó que le diesen limosna. «Pedro
entonces, fijando con Juan la vista en aquel pobre, le dijo: Mira hacia
nosotros. Él los miraba de hito en hito, en espera de que le diesen algo. Mas Pedro
le dijo: Plata y oro yo no tengo, pero te doy lo que tengo. En el nombre de
Jesucristo Nazareno, levántate y camina. Y tomándole de la mano derecha lo
levantó, y al instante se le consolidaron las piernas y los pies. Y dando un
salto, se puso en pie y echó a andar, y entró con ellos en el templo por sus
propios pies, saltando y loando a Dios» (Hech 3).
Al
iniciarse la persecución que culminó con el martirio de san Esteban en presencia de Saulo, el
futuro Apóstol de los Gentiles, la mayoría de los nuevos convertidos a las
enseñanzas de Cristo se dispersaron, pero los Apóstoles permanecieron agrupados
en Jerusalén, hasta que llegaron noticias sobre la acogida favorable que habían
recibido en Samaría las predicaciones de san Felipe el Diácono. Entonces, san
Pedro y san Juan se trasladaron a aquellas comarcas e impusieron las manos (lo
que está en la base del desarrollo posterior de la confirmación como sacramento
independiente) sobre los que san Felipe había bautizado. Entre éstos se hallaba
un hombre al que conocemos con el nombre de Simón el Mago, quien presumía de
poseer ocultos poderes y había adquirido mucha fama por sus hechicerías (Hech
8,18ss). Al ver el Mago lo que sucedía con los recién confirmados, se acercó a
los Apóstoles para decirles: «Dadme
a mí también esa potestad, para que cualquiera a quien imponga yo las manos,
reciba el Espíritu Santo». Pero, aun cuando ofreció dinero, no
obtuvo más que una rotunda negativa. Pedro le dijo: «Perezca tu dinero contigo; pues has
juzgado que se alcanzaba por dinero el don de Dios», de donde
llamamos «simonía» al pecado de la venta de los dones sagrados. En la
literatura apócrifa conocida como las «Pseudo-clementinas», se representa a
Simón el Mago, en una época posterior, al encontrarse con san Pedro y entablar
una larga discusión con él y con san Clemente, mientras viajan de una a otra de
las ciudades marítimas de Siria, en su travesía a Roma. Todavía antes que las
Clementinas, san Justino Mártir (que escribió por
el año de 152), declara que Simón el Mago fue a Roma, donde se le honró como a
una deidad; pero debe admitirse que las evidencias citadas por Justino sobre
este particular, son muy poco satisfactorias. También en las apócrifas «Actas
de san Pedro» hay una dramática historia sobre los intentos del Mago para
ganarse la voluntad de Nerón por medio de demostraciones de sus poderes
ocultos, de los que pensaba valerse para volar por los aires. De acuerdo con
aquella leyenda, san Pedro y san Pablo estaban presentes y, por medio de sus
oraciones, anularon los poderes mágicos de Simón que, al emprender el vuelo,
cayó a tierra y, poco después, murió a consecuencia de las heridas. Muchos
otros relatos contradictorios son relatados por Hipólito (en su Philosophumena)
y varios escritores antiguos, siempre en torno a una discusión, a un conflicto
entre Simón el Mago y los dos grandes Apóstoles, con Roma por escenario. A
pesar de la debilidad de las evidencias, hubo una inclinación general entre los
escritores cristianos primitivos, como por ejemplo san Ireneo, para considerar a Simón el
Mago como «padre de los herejes», y en eso debe haber algo de simbólico, porque
los antagonistas del Mago eran siempre san Pedro y san Pablo, los
representantes de la verdad cristiana en la capital del mundo de entonces.
Casi
todo lo que sabemos de cierto sobre la existencia posterior de san Pedro,
procede de los Hechos de los Apóstoles y de algunas alusiones en sus propias
Epístolas y en las de San Pablo. Tiene particular importancia el relato sobre
la conversión del centurión Cornelio, puesto que, a raíz de aquel
acontecimiento, surgió el debate sobre la continuación de la práctica del rito
de la circuncisión y el mantenimiento de la prescripción de la ley judía para
no mezclarse con los gentiles ni comer algunos de sus alimentos. Con las
instrucciones que recibió en el curso de una visión, san Pedro, tras algunos
titubeos, llegó a admitir que la antigua costumbre había terminado y que la
Iglesia fundada por Cristo, iba a ser para los gentiles lo mismo que para los
judíos. San Pablo le dirigió algunos reproches, como sabemos por la Epístola a
los Gálatas (cap. 2), al calificarle de oportunista y falto de corazón por
aceptar estrictamente aquellos principios. El incidente parece haber estado en
relación con el congreso de algunos Apóstoles y ancianos en el Concilio de
Jerusalén, pero no se sabe a ciencia cierta si esta reunión fue anterior o
posterior a las réplicas que san Pablo dirigió a san Pedro en Antioquía. De
todas maneras, fue la palabra de Pedro la que inspiró las conclusiones que
adoptó la asamblea de Jerusalén (Hech 15). Aquella resolución decía que los
gentiles convertidos al cristianismo, no necesitaban ser circuncidados ni
observar la ley de Moisés. Por otra parte, a fin de no herir la susceptibilidad
de los judíos, estos podrían abstenerse de la sangre y de comer carne de seres
estrangulados, así como se abstenían de la fornicación y de los sacrificios a
los ídolos. Estas decisiones fueron comunicadas a los cristianos de Antioquía y
sirvieron para calmar las inquietudes de los numerosos fieles en la gran
ciudad.
Es
posible, aunque no contemos con datos concretos, que antes del «Concilio de
Jerusalén» (¿49?), san Pedro hubiese sido, durante dos años o más, el obispo de
Antioquía y que también había ido hasta Roma y había tomado posesión de la que
habría de ser su sede permanente. Los Hechos registran un incidente trágico al
relatar la súbita y violenta persecución de Herodes Agripa I, posiblemente en
el año 43. Se afirma que Herodes «mató a Santiago, el hermano de Juan, con la
espada» -éste, por supuesto, era Santiago el Mayor, Apóstol, cuya fiesta se
celebra el 25 de julio (para la distinción de los Santiagos puede leerse el
artículo de Santiago el menor- y que, después,
procedió a detener también a Pedro. Pero mientras tanto «la Iglesia,
incesantemente, hacía oración a Dios por él», y Pedro, «no obstante que estaba
dormido entre dos guardias, atado a ellos con dos cadenas; y los centinelas a
las puertas de la prisión, haciendo guardia», fue puesto en libertad por un
ángel, y partió en busca de un refugio seguro, tal vez en Antioquía o quizá en
Roma. Desde aquel momento, los Hechos de los Apóstoles no vuelven a mencionar a
Pedro. La «pasión» de san Pedro tuvo lugar en Roma, durante el reinado de Nerón
(54-68), pero no existe ningún relato escrito sobre el suceso. De acuerdo con
una antigua tradición, no comprobada, se encerró a san Pedro en la cárcel
Mamertina, donde ahora se encuentra la iglesia de San Pietro in Carcere.
Tertuliano, quien murió cerca del año 225, dice que el Apóstol fue crucificado;
por su parte, Eusebio agrega que (un dato que tomó del autorizado Orígenes,
muerto en 253), por expreso deseo del anciano Pedro, la cruz fue colocada
cabeza abajo. El sitio debe haber sido el acostumbrado: los jardines de Nerón,
escenario de tantos dramas terribles y gloriosos por aquel entonces.
La
tradición que otrora se aceptaba por lo común, de que el pontificado de san
Pedro duró veinticinco años, no es probablemente más que una deducción, fundada
en datos cronológicos inconsistentes. También hay una hermosa leyenda (en la
que se basa la famosa novela de Sinkiewicz) donde se narra que, a instancia de
los cristianos de Roma, ansiosos por salvar a su obispo de una muerte segura,
partió san Pedro de la ciudad y, en el camino, se encontró al Señor que venía
en sentido contrario; el Apóstol le preguntó: «¿Quo vadis, Domine?»(¿A dónde vas,
Señor?), a lo que Jesús repuso: «Voy
a Roma, para ser crucificado por segunda vez» y, al instante,
san Pedro emprendió el regreso a Roma, porque había comprendido que aquella
cruz de que habló el Salvador, le estaba destinada. San Ambrosio fue el primero
en relatar esta leyenda, en el curso de su sermón contra Auxencio. La
coincidencia de algunos puntos del relato con los pensamientos expresados en
los versículos 4 y 5 del himno "Apostolorum Passio", explica, como lo
indica A. S. Walpole, que se haya atribuido ese poema a san Ambrosio.
No es
éste el lugar apropiado para discutir las objeciones que, de tanto en tanto, se
han hecho contra el episcopado y el martirio de san Pedro en Roma. Tal vez sea
cierto, por otra parte, que ninguno de los investigadores más serios de la
actualidad pone en tela de juicio la cuestión, porque consideran que las
evidencias de documentos y monumentos, es suficiente y decisiva. Pero sí
podemos hacer breves referencias sobre numerosos indicios de una antiquísima y
vigorosa devoción popular por san Pedro y san Pablo en la Ciudad Eterna. De
acuerdo con un punto de vista aceptado por la mayoría de los arqueólogos, en el
año de 258, los cadáveres de san Pedro y de san Pablo fueron exhumados de sus
respectivas tumbas en la Vía Ostiense, junto al Vaticano, para sepultarlos en
un lugar oculto sobre la Vía Apia. Las excavaciones que se practicaron entre
1915 y 1922, tenían por objeto descubrir ese lugar oculto, o por lo menos
algunos vestigios de él, pero las investigaciones no fueron coronadas por el
éxito. Sin embargo, ahí se encontró el agujero o pozo de una «kymbe» de donde
se derivó el nombre ahora común de catacumba. El lugar se llamó ad catacumbas,
debido a que su característica más sobresaliente era una serie de tumbas o
cámaras sepulcrales, construidas en el muro del pozo o de la depresión natural
del terreno.
Junto a
aquellos sepulcros, se encontró el muro de una espaciosa sala abierta por uno
de sus lados, que pudo haber sido construida alrededor del año 250. Por las
decoraciones del muro y otros detalles, se trataba evidentemente de un lugar
para las reuniones de carácter comunitario o ceremonial. Hay buenas razones
para suponer que aquella sala fue el escenario de las reuniones que hacían los
cristianos primitivos y que llamaban «ágapes» (que deriva de la palabra griega
«agápe», que significa «amor»). No hay duda posible de que las placas de yeso
que estaban adheridas al muro, tenían grafiti o escrituras que, con seguridad,
datan de la segunda mitad del siglo tercero. Se podría pensar que los miembros
de aquel grupo eran personas de mala educación que se entretenían en garabatear
sus expresiones piadosas en las paredes, pero lo cierto es que, en todas y cada
una de las inscripciones fragmentarias, se pone de manifiesto la devoción por
los santos Pedro y Pablo, de una manera o de otra. He aquí algunas muestras:
«PETRO ET PAULO TOMIUS COELIUS REFRIGERIUM FECI»; el refrigerium se llamaba a lo que se ofrecía de comer o de beber en aquellas reuniones y de lo que invariablemente se apartaba algo para los cristianos más pobres, de manera que la inscripción podría traducirse así: «Yo, Tomius Celius, ofrecí un refrigerio en honor de Pedro y Pablo».
«DALMATIUM BOTUM IS PROMISIT REFRIGERIUM», «Por juramento, Dalmacio prometió ofrecer un refrigerio para ellos».
Algunos de los escritos son simples invocaciones:
«PAULE ET PETRE PETITE PRO VICTORE», «Pablo y Pedro, pedid por Víctor».
«PETRUS ET PAULUS IN MENTE ABEATIS ANTONIUS BASSUM», «Pedro y Pablo, tened presente a Antonio Basso».
«PETRO ET PAULO TOMIUS COELIUS REFRIGERIUM FECI»; el refrigerium se llamaba a lo que se ofrecía de comer o de beber en aquellas reuniones y de lo que invariablemente se apartaba algo para los cristianos más pobres, de manera que la inscripción podría traducirse así: «Yo, Tomius Celius, ofrecí un refrigerio en honor de Pedro y Pablo».
«DALMATIUM BOTUM IS PROMISIT REFRIGERIUM», «Por juramento, Dalmacio prometió ofrecer un refrigerio para ellos».
Algunos de los escritos son simples invocaciones:
«PAULE ET PETRE PETITE PRO VICTORE», «Pablo y Pedro, pedid por Víctor».
«PETRUS ET PAULUS IN MENTE ABEATIS ANTONIUS BASSUM», «Pedro y Pablo, tened presente a Antonio Basso».
Las
inscripciones, cándidas, espontáneas, y escritas, muchas veces, con graves
faltas de ortografía, indican que existía un culto muy acendrado por los santos
Pedro y Pablo en aquel lugar. La mayoría están escritas en latín y algunas en
griego, pero hay muchas frases en latín, escritas con caracteres griegos. Ya
dijimos que las placas de yeso estaban rotas y sus inscripciones eran
fragmentarias y algunas, ilegibles, pero en ochenta del número total, aparecen
los nombres de los santos Apóstoles, a veces el de Pedro primero o viceversa.
No hay duda, por lo tanto, de que en la segunda mitad del siglo tercero, de
acuerdo, en consecuencia, con una indicación del calendario Filocaliano (del
año 324) que conmemora una traslación o una fiesta de los dos Apóstoles, en el
258, y en las catacumbas, de que existía por aquel entonces y en aquel lugar,
una gran devoción por los dos Patronos de Roma.
Ya a
principios del siglo tercero afirmaba Cayo, según cita de Eusebio (Libro III,
cap 25,6-7), que el lugar del triunfo de san Pedro se encontraba en la colina
del Vaticano; el sitio del martirio de san Pablo se veneraba en la Vía
Ostiense. El padre Delehaye y algunos otros hagiógrafos distinguidos sostienen
que los cuerpos de los dos Apóstoles fueron sepultados ahí desde un principio,
y nadie los ha tocado; otros sugieren que fueron temporalmente sepultados en la
Vía Apia, inmediatamente después del martirio, hasta que se construyeron
sepulcros o santuarios en los mismos lugares de su muerte. En cualquier caso,
la inscripción hecha por el papa san Dámaso I (muerto en 384), en un sitio
próximo a San Sebastián, no significa que ahí hubiesen estado sepultados los
dos Apóstoles, sino que era la conmemoración de alguna fiesta instituida en
258, que por alguna razón se celebraba en las catacumbas.
En
fecha posterior a la época en que se escribió lo anterior, se practicaron
excavaciones bajo la basílica de San Pedro. Los resultados de aquellos
trabajos, iniciados en 1938, se publicaron profusamente. El sitio y los restos
fragmentarios de la tumba del apóstol San Pedro, han sido identificados sin
lugar a dudas; pero tanto entonces, como ahora, y tal vez para siempre, está en
el terreno de las posibilidades la suposición de que los restos humanos
hallados en las próximidades de la tumba sean los de san Pedro. Los
descubrimientos en el Vaticano aviviron el interés en los del sitio de san
Sebastián; pero, por diversas razones, la teoría de que los restos de san Pedro
fueron llevados en el año de 258 a las catacumbas y se quedaron ahí para
siempre, es inadmisible.
Al
parecer, la fiesta doble de san Pedro y san Pablo ha sido conmemorada siempre,
en Roma, el 29 de junio; Duchesne considera que esta práctica se remonta, por
lo menos, a los tiempos de Constantino; pero en el Oriente esa conmemoración se
asignaba, al principio, al 28 de diciembre. Lo mismo sucedía en Oxyrhynchus, en
Egipto, como atestiguan antiguos papiros, hasta el año 536; pero en
Constantinopla y en otras partes del Imperio Romano oriental, la fiesta del 29
de junio se aceptó poco a poco. En Siria fue a principios del siglo quinto,
como lo sabemos por una nota del «Breviario sirio», que dice así: «28 de diciembre,
en la ciudad de Roma, Pablo, el Apóstol y Simón Cefas (Pedro), el jefe de los
Apóstoles del Señor», la fecha era la que se observaba en el Oriente.
Hay,
por supuesto, abundantísima literatura relacionada con San Pedro, con su vida y
sus actos, desde cualquier punto de vista. Los comentaristas de los Evangelios
y los Hechos de los Apóstoles suministran la enorme mayoría de los datos con
que se practicaron las posteriores investigaciones. Puede consultarse también
la complementaria celebración de «La cátedra de san Pedro». Los informes
sobre las excavaciones entre 1938 y 1950, fueron publicados en dos volúmenes de
texto y uno de ilustraciones; ver un artículo del P. Romanelli, en el Osservatore
Romano 19 de diciembre de 1951. Aparecieron numerosos artículos en varios
idiomas, para hablar sobre el resultado de las excavaciones: ver en el Journal
of Román Studies, vol. XLII (1952). Sobre la persona histórica de Pedro,
cualquier comentario bíblico moderno sobre San Mateo, San Lucas, Hechos...
abundará en ello. De todos modos hay que guardarse de confundir la perspectiva:
una cosa es que el Papa sea el sucesor de Pedro, y otra que cada cosa que se
diga del Papa se afirme simultaneamente de Pedro, o viceversa: indudablemente
que la figura institucional del Obispo de Roma, se encuentra fundamentada en la
figura de Pedro tal como la transmite el Nuevo Testamento, pero sus
atribuciones, el modo de ejercer el primado, etc. han ido variando enormemente
en el tiempo, y han tomado diversidad de figuras históricas, muchas de las
cuales es anacrónico transportarlas a la época de la primera Iglesia.
San Pablo
De
entre todos los santos cuyos datos nos proporcionan las Sagradas Escrituras,
san Pablo es al que se conoce más íntimamente. No sólo poseemos un registro
exterior de sus hechos, proporcionado por san Lucas en los Hechos de los
Apóstoles, sino que contamos con las propias revelaciones íntimas de sus cartas
que, si bien tenían el propósito de beneficiar a los destinatarios, ponen al
desnudo su alma. También hay algunas descripciones sobre su aspecto físico (ver
2Corintios 10,10); un documento del siglo segundo, las llamadas «Actas de Pablo
y Tecla», dicen que era un hombro de corta estatura, calvo, ligeramente cojo,
vigoroso, sin separación entre las dos cejas, nariz larga, de mirada aguda y
atractiva; «a veces parecía un hombre y otras se asemejaba a un ángel». Sin
transcribir una buena parte del Nuevo Testamento, sería difícil esbozar un
retrato fiel del carácter y la personalidad del Apóstol de los Gentiles; bajo
la fecha del 25 de enero se trató la conversión de San Pablo, ahora ha parecido
conveniente hacer un resumen de lo que dice san Lucas en los últimos quince
capítulos de los Hechos.
Después
de que Saulo fue derribado en el camino de Damasco por la voz de Cristo y, de
encarnizado perseguidor de los cristianos, se transformara en el más fiel de
los siervos del Señor, se curó de la temporal ceguera que le aquejaba y se retiró
a «Arabia», donde pasó recluido tres años. De regreso a Damasco, comenzó a
predicar el Evangelio con fervor. Pero la furia de los enemigos de su doctrina
creció a tal punto que, para salvar la vida, tuvo que escapar escondido en un
cesto que se descolgó por la muralla de la ciudad. Se dirigió a Jerusalén,
donde, lógicamente, los cristianos y los mismos Apóstoles, a quienes hacía poco
perseguía, le miraban con mucha desconfianza, hasta que el generoso apoyo de
Bernabé disipó sus temores. Pero no pudo quedarse en Jerusalén, puesto que el
resentimiento de los judíos hacia él amenazaba con perderle y, advertido por
una visión que tuvo mientras se hallaba en el templo, se refugió, durante algún
tiempo en Tarso, su ciudad natal. Hasta ahí fue Bernabé para convencerle de que
le acompañase a Antioquía, en Siria, donde los dos predicaron con tanto éxito,
que pudieron fundar una numerosa comunidad de creyentes que, en aquella ciudad
y por vez primera, se conocieron con el nombre de cristianos.
Al cabo
de una estadía de doce meses, Saulo hizo su segunda visita a Jerusalén, en el
año 44, junto con Bernabé, para llevar socorro a los hermanos que sufrían de
hambre. Ya para entonces, todas las dudas respecto a la sinceridad de Pablo
habían quedado disipadas. Después de regresar a Antioquía y, por inspiración
del Espíritu Santo, él y Bernabé recibieron la ordenación sacerdotal y
partieron hacia una jornada de misiones, primero a Chipre y después al Asia
Menor. En Chipre convirtieron al procónsul Sergio Paulo y pusieron en ridículo
al falso mago y profeta Elimas, por quien el romano se había dejado engañar. De
ahí pasaron a Perge y atravesaron las montañas del Tauro para arribar a
Antioquía de Pisidia; continuaron la marcha para predicar en Iconio y luego en
Listra, donde -al sanar milagrosamente a un tullido- se los tomó por dioses:
Bernabé era Júpiter y Pablo, Mercurio, porque era el que hablaba. Pero entre
los judíos de Listra surgieron los enemigos que provocaron una rebelión contra
los predicadores; apedrearon a Pablo (desde su visita a Chipre había cambiado
su nombre de Saulo por el de Pablo) y lo dejaron por muerto. Sin embargo, no lo
estaba y, con ayuda de Bernabé, escaparon para refugiarse en Derbe; a su debido
tiempo, continuaron la marcha hacia el ambiente más tranquilo de Antioquía de
Siria. En aquella primera expedición transcurrieron unos dos o tres años,
puesto que, al parecer, en el año 49, Pablo fue por tercera vez a Jerusalén y
estuvo presente en la asamblea -comunmente llamada «Concilio de Jerusalén», por
la que se decidió definitivamente la actitud de la Iglesia Cristiana hacia los
gentiles convertidos. Probablemente fue en el invierno entre los años 48 y 49,
cuando ocurrió en Antioquía, el incidente, registrado en el segundo capítulo de
la Epístola a los Galatas, de las reconvenciones hechas a san Pedro por su
judaismo conservador.
El
lapso entre los años 49 y 52 encontró a san Pablo ocupado en la empresa de su
segundo gran viaje. Acompañado por Silas, pasó de Derbe a Listra, sin
preocuparse por lo que le había ocurrido ahí la primera vez; pero en esta
segunda ocasión, fue cordialmente acogido por los fieles agrupados en torno a
Timoteo, cuyos familiares moraban en la ciudad; por otra parte, Pablo se mostró
más precavido y no dio ocasión a que los judíos se irritasen contra él y aceptó
al circunciso Timoteo, cuyo padre era griego, pero por parte de madre era
judío. Junto con Timoteo y Silas, continuó san Pablo su jornada a través de
Frigia y Galacia, sin dejar de predicar y de fundar iglesias. Sin embargo, no
le fue posible avanzar más por la ruta que seguía hacia el norte, a causa de
una visión que tuvo, en la que se le ordenaba devolverse hacia Macedonia. En
consecuencia, partió desde la Tróade. El hecho de que esta parte de los viajes,
y algunas otras dentro del mismo libro de Hechos, está narrada en primera
persona del plural (partimos, llegamos, viajamos, etc.), llevó a la convicción
tradicional de que el propio san Lucas formaba parte del grupo de
evangelizadores; aunque esto no es unánimemente aceptado por los especialistas
en Nuevo Testamento, y en la actualidad existe más bien la convicción de que
san Lucas está transcribiendo literalmente un diario de viaje al que tuvo
acceso, pero que no fue él mismo el compañero de Pablo; esto permite explicar
muchas discrepancias entre lo que Pablo dice en sus cartas acerca de sí mismo y
de sus movimientos, y lo que dice Lucas en Hechos.
En Filipo
ocurrió el interesante episodio de la joven adivina que, al paso del grupo,
comenzó a vociferar: «¡Esos hombres son los servidores de Dios Altísimo!» A
pesar de que aquella proclamación parecía ayudar a la causa de san Pablo, éste
se volvió irritado hacia la joven y ordenó que la abandonase su espíritu de
adivinación. Con aquello, la muchacha quedó desprovista de los poderes que la
habían hecho famosa y, sus amos, que obtenían de ello pingües ganancias,
comenzaron a lamentarse estrepitosamente y acabaron por llevar a Pablo y a
Silas ante los magistrados. Los dos misioneros fueron apaleados y arrojados en
la prisión, pero muy pronto, quedaron en libertad, por un milagro. No hay
necesidad de describir las incidencias en cada una de las etapas de este viaje.
La comitiva atravesó Macedonia, tocó Berea, fue a Atenas y de ahí a Corinto. Se
relata que, en Atenas, san Pablo pronunció un discurso en el Areópago y tuvo
ocasión de referirse y hacer comentarios, respecto al altar que se había
erigido ahí, «al dios desconocido». En Corinto sus prédicas causaron profunda
impresión y se dice que permaneció ahí durante un año y seis meses. Parece que,
en el año 52, san Pablo partió de Corinto para hacer su cuarta visita a
Jerusalén, posiblemente para estar presente en las fiestas de Pentecostés; sin
embargo, su estancia fue breve, puesto que, muy pronto, le volvemos a encontrar
en Antioquía.
Su
tercer viaje abarcó dos años entre el 52 y el 56. Luego de atravesar Galacia,
la provincia romana de «Asia», Macedonia y Acaya, retrocedió camino hacia
Macedonia donde se embarcó para hacer una quinta visita a Jerusalén. Es posible
que, durante este período, pasara tres inviernos en Efeso y fue ahí donde
ocurrió el tumultuoso disturbio creado por Demetrio, el platero y tallador,
cuando las prédicas de Pablo arruinaron los lucrativos negocios de los
mercaderes en la compra y venta de las imágenes de la diosa Diana. Asimismo, se
relata la forma indignada con que le recibieron los ancianos en Jerusalén y la
conmoción popular que se produjo, cuando el Apóstol hizo una visita al Templo.
Ahí fue detenido, maltratado y cargado de cadenas, pero tuvo oportunidad de
defenderse brillantemente ante el tribunal. La investigación oficial quedó en
suspenso y el reo fue enviado a Cesárea, porque se descubrió la conspiración de
cuarenta judíos que habían jurado «no comer ni beber, hasta que Pablo estuviese
muerto». Su cautiverio en Cesárea duró dos años, los mismos que gobernaron el
distrito los procónsules Félix y Festo, mientras que el proceso judicial
aguardaba, en vista de que los gobernadores no podían encontrar prueba alguna
de que el reo hubiese cometido un delito merecedor de castigo y, por otra
parte, no querían hacer frente a las protestas y violencias populares, si
declaraban inocente al reo odiado por los judíos. Entretanto, Pablo «apeló al
César»; en otras palabras, exigió, valido en sus derechos de ciudadano romano,
que su causa fuese vista por el propio Emperador. Por lo tanto, el prisionero,
bajo la vigilancia del centurión Julio, fue enviado a Myra y trasportado de ahí
a Creta, en un barco alejandrino con un cargamento de trigo. Aquella nave,
sorprendida por un huracán, naufragó frente a las costas de Malta. Tras largas
demoras, san Pablo fue embarcado en otra nave que lo condujo al puerto de
Puteoli y, de ahí, se trasladó por tierra a Roma. El libro de los Hechos lo
abandona en este punto, en espera de su proceso ante Nerón.
Desde
entonces, los movimientos y la historia del gran apóstol son muy inciertos.
¿Fue declarado inocente luego de dos años de proceso, y dejado en libertad
hasta ser de nuevo apresado y haber muerto en el 67? ¿viajó a España en ese
ínterin, como era su deseo (Rom 15,24)? ¿permaneció cautivo más de dos años,
hasta su muerte? ¿hubo un cuarto viaje misionero a Macedonia, hacia el 65? El
final de Hechos de los Apóstoles deja todo esto abierto: «Pablo permaneció dos años enteros
en una casa que había alquilado y recibía a todos los que acudían a él;
predicaba el Reino de Dios y enseñaba lo referente al Señor Jesucristo con toda
valentía, sin estorbo alguno.» (Hechos 28, final). Pero está
claro que Hechos no es un relato biográfico de las personas y las acciones de
los Apóstoles, sino un «relato de tesis», en el que se quiere demostrar por qué
maneras y caminos el Espíritu fue conduciendo a la Iglesia «hasta los confines
del mundo», como lo pide Jesús al inicio del libro; así que, llegado a Roma,
símbolo del «confín del mundo», el libro se detiene allí, sin piedad para con
nuestra curiosidad histórica, insatisfecha para siempre.
En todo
momento de su obra (Lucas-Hechos) san Lucas intenta no mostrar enemistad hacia
el mundo pagano, más culpable -en su perspectiva- por ignorancia que por
maldad, así que si ese mundo pagano hubiera liberado a Pablo luego de un
juicio, habría sido una buena ocasión para consignarlo, en cambio si no cuenta
nada sobre cómo terminó el juicio para el que Pablo fue a Roma, es porque
posiblemente resultó condenado a muerte. Este argumento es «ex silentio», es
decir, «por lo que el autor calló», y por tanto es un argumento que hay que
utilizar con prudencia: verdaderamente no sabemos lo que ocurrió con san Pablo
luego de esos dos años de los que habla Hechos, pero la hipótesis de que
resultó condenado es, según se entiende en la actualidad, de las más
plausibles.
Frente
a esto, está que las cartas llamadas «Pastorales» (1-2Timoteo, Tito) reflejan
una estructura de Iglesia bastante posterior a esa fecha del 62-64 en la que se
podría colocar la muerte del Apóstol. En menor medida, lo mismo pasa con las
epístolas a los Colosenses y a los Efesios, que reflejan ideas sobre la Iglesia
que suponen un desarrollo de varios años con respecto al pensamiento que san
Pablo expresaba en Carta a los Romanos. Para que san Pablo pueda ser autor de
todo ello, hay que retrasar la muerte lo más posible, no tan cercano al inicio
de la década del 60. Sin embargo en la actualidad se aprecia mucho mejor la
«pseudoepigrafía», es decir, la costumbre que había en la antigüedad de poner a
un escrito la firma de un gran personaje, sin que materialmente lo haya él
escrito o inspirado, para indicar que la doctrina allí contenida está en la
línea de ese personaje. Conocemos escritos pseudoepigráficos de muchos
escritores antiguos, e incluso en la autoría bíblica (por ejemplo en Isaías,
Jeremías o Salmos) el atribuir todo a un mismo «gran personaje» es algo normal.
Es posible que la autoría paulina de las cartas mencionadas sea una ficción
pseudoepigráfica, para destacar la íntima conexión de esas cartas con el
pensamiento de san Pablo; ficción que no tiene ningún propósito de engaño, del
momento en que para los destinatarios de las cartas habría sido claro que san
Pablo había muerto hacía tiempo. Incluso es posible que en esas cartas se hayan
conservado fragmentos que sí puedan provenir de mucho antes, de época del
propio Pablo (ver para todo esto, la introducción al artículo de los santos Timoteo y Tito).
Parece
probable, entonces, que fue procesado en Roma, tras un largo encarcelamiento y,
condenado -quizás junto con san Pedro, quizás en el contexto de los mismos años,
sin que sea necesariamente junto a él-. Lo que sí puede asegurarse es que, en
su calidad de ciudadano romano, la forma de la ejecución tenía que ser distinta
a la de Pedro. La tradición firmemente arraigada y, al parecer, digna de
confianza, dice que le cortaron la cabeza, en un punto de la Vía Ostiense
llamado Aquae Salviae (la actual Tre Fontane), cerca del sitio donde hoy se
levanta la basílica de San Pablo Extramuros y donde se venera la tumba del
Apóstol. Es creencia común que san Pablo fue ejecutado el mismo día y el mismo
año que San Pedro, pero no hay pruebas ciertas sobre ello. Aunque las cartas a
Timoteo sean posteriores a san Pablo, la segunda refleja muy acertadamente lo
que habrán sido los sentimientos del Apóstol ante el Testimonio que le tocaba
dar: «Porque yo estoy
a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente.
He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he
conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel
Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a
todos los que hayan esperado con amor su Manifestación.»(2Tim
4,6-8).
También
en el caso de San Pablo hay abundante literatura que sería imposible considerar
en detalle. Cualquier comentario al Nuevo Testamento incluye, necesariamente,
algún trabajo sobre la vida y la teología de san Pablo, tan implicadas una con
la otra. Hay que tener de todos modos cierto cuidado con las «vidas» populares
de san Pablo, porque suelen querer armonizar todo con todo, la muerte temprana
con la autoría de las pastorales, para decirlo con un ejemplo, y terminan
produciendo una confusión indiscernible. Está claro que el pensamiento de san
Pablo fue completamente decisivo en la fe cristiana, y fue el medio del que se
valió la Providencia divina para romper el cerco judaizante en el que los
primeros apóstoles, incluyendo a san Pedro, parecían encerrarse.
Cuadros:
-Fragmento de un fresco, segunda mitad del siglo XIII, «Rvda. Fabbrica di San Pietro» Museos Vaticanos.
-Caravaggio: La Crucifixión de Pedro, 1600, Capilla Cerasi, en la iglesia de Santa Maria del Popolo, Roma.
-Grabado de la placa tumbal del niño Asellus, siglo IV?, Museos Vaticanos.
-Mosaico del siglo V, en el Oratorio de San Andrés, Museo del Arzobispo, Rávena.
-Rembrandt Harmensz van Rijn: Pablo en la cárcel, 1627, Galería Estatal de Stuttgart.
-Fragmento de un fresco, segunda mitad del siglo XIII, «Rvda. Fabbrica di San Pietro» Museos Vaticanos.
-Caravaggio: La Crucifixión de Pedro, 1600, Capilla Cerasi, en la iglesia de Santa Maria del Popolo, Roma.
-Grabado de la placa tumbal del niño Asellus, siglo IV?, Museos Vaticanos.
-Mosaico del siglo V, en el Oratorio de San Andrés, Museo del Arzobispo, Rávena.
-Rembrandt Harmensz van Rijn: Pablo en la cárcel, 1627, Galería Estatal de Stuttgart.
Abel Della Costa
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